Por
Víctor Bórquez Núñez
Cada
verano, en concordancia con la época veraniega para nuestro hemisferio,
aparecen un libro muy vendido, un libro que rompe la barrera de
la indiferencia y se apodera de los comentarios de ciertos lectores
que, fascinados con lo que está de moda, no dudan un instante en
‘consumir’ (que no se trata de apreciar en el sentido exacto del
término) aquello que casi todos leen o al menos, comentan.
Y cada verano se reaviva la polémica cuando alguien –crítico o erudito-
plantea que un best-seller no es un libro de calidad, sobre todo
si se lo compara con los denominados clásicos de la literatura.
Y nótese primero que todo, la ambigüedad e ambas etiquetas, por
favor: porque ¿qué constituye exactamente lo clásico, en qué minuto
un texto se convierte en clásico? Y siguiendo este hilo de pensamiento,
cuál es la diferencia (en términos cualitativos) entre un libro
de calidad y uno que se vende cual pan caliente.
Y esto trae a colación –era que no- esa ya casi desgastada controversia
respecto de si la literatura que alcanza un éxito de ventas, sea
por el poder del marketing o porque conectó con la sensibilidad
de un determinado público lector, tiene o no calidad. ¿Tiene calidad
un libro como ‘Los tres mosqueteros’? ¿Se considera valioso un libro
como ‘El Perfume’? Y ambos, en épocas completamente diferentes se
tradujeron en lo que hoy se denomina como best-seller.
Tenemos otros elementos que surgen de esta polémica: ¿los libros
que se ‘consumen’ se leen realmente? Me refiero por ejemplo a las
decenas de publicaciones que hoy surgen como pan caliente y que
rápidamente son comprados por los lectores adolescentes (y aquí
empiezan a aparecer las sagas de los Harry Potter, de los Crepúsculos,
de los Juegos del Hambre y suma y sigue) solo para ‘compararlos’
con su inminente adaptación en la pantalla grande.
De aquí surge el otro pero: los best seller están determinados por
receta, por un patrón preestablecido que lo aleja de ese factor
personalísimo que hace posible el acto literario. Para decirlo derechamente,
son libros hechos en serie, siguiendo una moda del instante que
después pueden dormir el sueño de los justos.
¿Qué elementos definen la esencia de un best-seller? ¿Es un libro
que está ‘construido’ por patrones predeterminados, hechos a escala
de cómo sopla el viento en un instante específico o realmente corresponde
a un trabajo de elaboración, de búsqueda y a una instancia de sensibilidad?
Lógicamente todos los escritores sueñan con vender sus libros y
aunque lo nieguen, no es creíble suponer que un autor se sienta
ofendido si sus libros se venden día a día, de manera que se agoten
sus ediciones… Oj-Alá…
Y resulta tremendamente útil la experiencia del profesor David Viñas,
académico de Teoría de la Literatura y de Literatura Comparada de
la Universidad de Barcelona: leyó de golpe y porrazo un grupo de
best-seller como ‘Carrie’ de Stephen King, ‘Coma’ de Robin Cook,
‘El nombre de la rosa’ de Umberto Eco, ‘Tuareg’ de Alberto Vázquez-Figueroa,
‘El médico’ de Noah Gordon, ‘El Alquimista’ de Paulo Coelho, ‘Los
pilares de la tierra’ de Ken Folleto, ‘Parque jurásico’ de Michael
Crichton, ‘La tapadera’ de John Grisham, ‘Donde el corazón te lleve’
de Susana Tamaro, ‘El capitán Alatriste’ de Arturo Pérez-Reverte,
‘Harry Potter y la piedra filosofal’ de J.K. Rowling, ‘La sombra
del viento’ de Carlos Ruiz Zafón, ‘Soldados de Salamina’ de Javier
Cercas, ‘La piel fría’ de Albert Sánchez Piñol, ‘El Código Da Vinci’
de Dan Brown, ‘Los hombres que no amaban a las mujeres’ de Stieg
Larsson, ‘La catedral del mar’ de Ildefonso Falcones y ‘El niño
con el pijama de rayas’ de John Boyne… No es chiste. Se dio un atracón
de best-seller.
El académico llegó a conclusiones importantes, algunas esperadas
y otros no tanto. Lo primero que concluyó fue que los best-seller
se nutren de manera fija a las estructuras de las tradiciones literarias
y el respeto irrestricto a los géneros literarios.
El best-seller, que no es un género en sí mismo, sino una etiqueta,
se nutre de fórmulas conocidas para captar el interés de los lectores,
abusa de los clichés, tópicos y los giros argumentales que enganchan
con la sensibilidad popular… y lo que sí rescata es que todos y
cada uno de ellos cuenta una historia. Importante dato: los best-seller
cuentan historias que seducen, enganchan, son rápidamente reconocibles
sin ningún tapujo ni vergüenza. Directos al corazón del lector y
sin sutilezas.
Y el otro dato es que todo best-seller tiene claro su objetivo:
lograr que el lector quede atrapado, porque huye de formalismos,
de adornos semánticos y de lo que se considera en literatura ‘el
buen estilo’. No requiero de ello para captar lectores. El best-seller
se basa en una única ley: el lector manda, todo lo demás es accesorio.
Y así, son devorados, consumidos y claro, son comprados.
Concluye el académico en plantear que un best-seller no es per se
un elemento espurio, sino un chiquillo bastardo, pero listo y con
buenas ideas. No espera premios ni consideraciones de las academias,
sólo vender bien en las librerías y andar de mano en mano, de comentario
en comentario, ser figura top de un verano caluroso. Puede ser discutible,
cierto, pero eso es material para otras reflexiones.