Bandidos de novela

 

Por Miguel Núñez Mercado

 

 

Cuando Eleodoro Hernández Astudillo, más conocido como “El Ñato Eloy”, ingresó a la Cárcel de Quillota, no sabía que estaba poniendo un hito a la publicitada “puerta giratoria”. Pese a que el bandolero debía cumplir “una pena de cárcel a perpetuidad por numerosos asesinatos, más otros quince años por otros delitos y cien azotes”, no duró mucho tiempo con sus huesos a la sombra. Fue indultado, en 1938, por buena conducta, y apenas salió volvió a incorporarse a la banda de “El Baucha”.

Aunque su madre, que viajaba todos los días de visita desde La Calera con panes y frazadas “para el niño”, le lloró para que dejara los crímenes, “El Ñato Eloy” no hizo caso. Tres años después, en 1941, con más de 50 años de una agitada vida y unos veinte muertos que le penaban a sus espaldas, se enfrentó a tiros con la policía rural. La historia de la muerte de “El Ñato Eloy” la contó, en una gran novela, el escritor Carlos Droguet.

Pese a que el bandido era brutal, el escritor detalló magistralmente la larga espera de la muerte y los bellos sentimientos que agobiaban a “Eloy” en la víspera de su partida. Siete tiros, de 200 que le lanzaron, terminaron con su vida. Aunque nunca acabaron con su leyenda. Más aún cuando, la prensa de la época, detalló largamente su valentía ante la muerte inminente y su supuesto fervor religioso: “En sus bolsillos se encontraron, entre otras cosas, un escapulario de la Virgen del Carmen, un naipe chileno, un puñado de balas y una pomada para limpiar la carabina”.

Es que, históricamente, en Chile nadie es malo después de muerto. Se le hacen coplas, se le asignan milagros y hasta se le adjudica a sus fechorías las acciones de luchadores sociales. 18 años después de su publicitada muerte, “El Ñato Eloy” se convirtió en novela, libro que hasta se obliga a leer en las escuelas.

Aunque no sólo este bandido de novela fue parte de la mitológica historia bandolera de nuestra zona. También Segundo Catalán Ramírez, más conocido como “El Corralero”, fue dueño de los grandes titulares de la prensa nacional. El nombre que le dio una larga fama se debió a que desde niño ayudó a voltear toros en las faenas de la marca del ganado. Sin embargo, durante más de veinte años se dedicó a asaltar viajeros en las cercanías del Aconcagua y Santiago. Terminó como guardaespaldas de políticos en campaña.

El escritor Enrique Volpe lo convirtió en protagonista de su novela “Responso para un bandolero”, aunque el bandido ya había bajado la guardia y estaba dedicado a plantar tomates en Quillota. Su fama de guapo reposaba en los cuarteles de invierno y el libro no alcanzó la posteridad que consiguió “El Ñato Eloy”. “El Corralero” murió en 1984, a los 96 años, en su cama y convertido en un respetable vecino. No se gastó un tiro en su silenciosa muerte. Por si acaso, Segundo Catalán Ramírez aún dormía con una Colt 44 debajo de la almohada.

 

 
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