El
libro “Ensayos Mínimos” (Editorial Universitaria UCV Valparaíso, 2012,
libro de 180 pgs., formato 17x25 ctms.) ya está en las principales
librerías. Pero, como ocurre con toda obra de pensamiento, el autor,
siempre como un gato -Cortázar- está al acecho. De modo que fue sorprendente
encontrar hace pocos días un antiguo texto crítico de Ignacio Valente
donde hace una referencia directa a la importancia de Bachelard como
analista y re-orientador de la poética. Ese apunte, inocuo para el
lector desaprensivo, me explica al final la capacidad de cirujano
que tiene el crítico para captar cualidades y calidades de un texto.
Por esta razón, a mi vez, deseo ofrecer el capítulo especial dedicado
al sabio francés.
BACHELARD
“¡Ah,
comprender esta vez el mundo, o nunca!”
Henri Michaux (citado por G.Bachelard)
El ingreso a las concepciones profundas del científico francés es,
habitual y normalmente, lejano, parcial, inadecuado, torpe. Razones
de quienes, como escritores hispanoparlantes, no hemos hecho la escuela
natural, o superior, desde la ciencia a la filosofía, de la filosofía
al arte, del arte a la literatura. La introducción recibida por quien
escribe, de Eduardo Molina Ventura, no fue sistemática, simplemente
un ingreso feroz, súbito, inesperado, a la emoción de un nuevo fenómeno
de la escritura y a la intuición del receptor que dobla barrotes y
abre ventanas, para distinguir algo de las luces del alma de un autor
descubridor de tanta razón de pensar y mover la imaginación, Gastón
Bachelard (fr.1884-1962). Pero, a un lado los sentimientos particulares,
veamos como introducción veraz un párrafo del libro suyo “La actividad
racionalista de la física contemporánea” (p.231, Ediciones Siglo Veinte,
Bs. As., s/f):
“Como nuestro papel en esta obra no es introducir científicamente
al lector, sino más bien poner en evidencia los valores filosóficos
de la ciencia, debemos mostrar que el descubrimiento epistemológico
inicial de la mecánica ondulatoria es propiamente filosófico. Se trata,
en efecto, de una visión nueva que complica, en las verdades fundamentales,
la filosofía del movimiento. Si rehusamos notar el carácter eminentemente
filosófico de las nuevas doctrinas científicas es porque poco a poco
la filosofía moderna ha descuidado el examen del pensamiento científico.
(...) Con la mecánica ondulatoria y la mecánica quántica abordamos
directamente el movimiento del múltiple.”
A continuación, y en todo el libro, el sabio muestra ecuaciones y
fórmulas para demostrar de qué está hablando. Y reflexiona muy luego:
“La Relatividad nos ha acostumbrado a considerar como diferentes la
masa en reposo y la masa en movimiento.” Si hacemos abstracción literal
de la materia, entramos en el terreno que excita nuestro interés.
Obtiene, con impecable claridad lógica, la función de la mecánica
del pensamiento, el origen y fondo de riqueza de nuestras percepciones
simples y/o complejas.
Los libros últimos de B, son los que, por desgracia, ocultan su pensamiento
matriz, pero no son menos estimulantes. Él descubrió y describió los
mitos que habitan la mente del ser humano creador. Su sendero, o su
campo de cosecha, fue la poesía de todos los tiempos. Leyó los griegos,
los latinos y los modernos. Conoce la historia, las ciencias, el desarrollo
del pensamiento filosófico. De allí los libros que se exhiben en estanterías
y vitrinas de negocios ad-hoc en cualquier capital, están impregnados
de una sabiduría esencial: “La poética de la ensoñación”, “El agua
y los sueños”, “El aire y los sueños”, “La poética del espacio”, “Psicoanálisis
del fuego”, y otros. Un comentarista de la red anota: <La función
fenomenológica/psíquica de la imagen poética es, para Bachelard, la
sublimación que opera mediante la misma, cuyo efecto es la apertura
del lenguaje y “la captación del ser de la imagen en la misma brevedad
efímera de su ontología”. > (aquileana.wordpress.com)
Creo que del círculo de los estímulos, visibles o nocturnos, que aquí
se ofrecen, podría desprenderse una nueva mirada hacia el conocimiento
que está a nuestra disposición desde hace más de cincuenta años, con
el consiguiente beneficio para nuestra educación científica y humanista.
En el libro “La tentación de recordar” tengo un capítulo sobre Molina
Ventura, a quien Lafourcade llenó de motes “principescos” -sin reconocer
siquiera su calidad de auténtico poeta surrealista editado por Huidobro
y con textos en antologías-, del cual extraeré algunos párrafos que
vienen en testimonio del caso:
“Eduardo Molina enseñó en sus clases de Altazor (porque no fue un
taller en el sentido común de la palabra) que el ejercicio de la literatura
es una alquimia del “yo interior” y que la obra de calidad es esencialmente
una estructura. ¿Cómo entender sin Molina qué es correspondencia,
parte y todo, en una obra? ¿Quién sino él podía explicarnos que “A
la búsqueda del tiempo perdido” tiene una arquitectura basada en la
roseta de las catedrales, ésta que Corneille describió como una fórmula
matemática?
“La lectura es una crítica a la existencia”, “Tiene permanencia la
mirada nueva”, “La lectura es una palabra sobre la palabra, un pensamiento
sobre otro pensamiento”, “Gastón Bachelard descubre la fantasía del
conocimiento objetivo y descubre un nuevo movimiento de la imaginación,
una sintaxis de la imagen, una estructura de la imagen”, “En filosofía
aparece la imaginación como fenómeno de segundo orden pero Bachelard
la valoriza y la destaca: es la parte creadora. Se trata del dinamismo
de la imagen”.
Palabras exactas de Molina, captadas con una grabadora en sus clases.
“Acabar, realizarse, ver todas las cosas surgir bajo el signo de la
energía. Esta enajenación está en la base de todo pensamiento moderno.
Comunicarlos es el esplendor de su devenir íntimo, ontológico, perteneciente
al ser y no a la forma exterior. No hay otra felicidad que el percibir
esta realidad y comunicarse con ella. Estos nuevos críticos nos hacen
descubrir un nuevo Racine, no el academicista sino el creador. El
dinamismo de Corneille.
El gran arte renace de sus cenizas.
Hay un italiano ensayista en el Dante: descubre un Dante sobre el
otro Dante, porque descubre una realidad psíquica.
El autor que no produce sus lectores, no existe”.
¿El Príncipe es el autor de tanta metafísica? Si no lo fue, eso no
tiene importancia. Esa metafísica era suya.
“El poder de inspiración de los libros espera. Hay una selección previa
del propio lector. Por lo tanto, se crea un valor. El lector resulta
un creador del encuentro suyo con el autor. Se descubre lo que no
se dijo. Los buenos libros no permanecen cerrados sino que siempre
vuelven a inspirar ideas. Un texto malo no tiene la palabra viva polivalente”.
¿Por qué todos -o casi todos- los que leen a B. en la universidad,
también los de afuera, no quedan impresionados sino por su transparente
encanto imaginativo, por la belleza plástica de sus últimos libros?
¿Bachelard es eso? ¡Chaque fou sa marotte!... He tenido conversaciones
con diplomados de Literatura y, en efecto, dicen que “parece que se
mencionó al francés” en el aula, como si hubieran estado delante de
la “Monalisa”, en el Louvre, y nada más. Pero, no es fenómeno local.
Todavía, y con mucho espanto, leí en un número de “Magazine Littéraire”
(revista parisina que dedicó su dossier a GB, 1983), que una ensayista
escribió de él como “Inmense manipulateur d’images et de citations...
Il lui manqué fort peu pour qu’il soit un sublime poète”. Nada más.
Conceptualmente nada más. Ese no es el científico puro, riguroso,
doctor en química y física, que descubre maravillado que en cada actitud
humana contemplativa hierve, en mayor o menor grado, un fluido imperceptible
pero límpido y nocturno, que no tiene otro nombre que poetización.
Él enseña que un químico que manipula elementos en búsqueda de una
solución especial, está en una actitud poética. Lo mismo diría del
niño que toma una tiza y busca una forma sobre el papel, pizarra,
muro o suelo. Idéntico fenómeno cuando un militar, inclinado sobre
un mapa, trata de descubrir nuevas tácticas o movimientos de fuerzas.
A partir de este fenómeno psicológico es posible entender más esencialmente
al hombre. Y, por cierto, un mundo nuevo dentro del arte.
B. ha provocado una incursión distinta ante la hoja en blanco: el
desafío de penetrar más profundamente en las razones que se tienen
para ubicarse en un espacio tan amorfo como el arte. Un artista autosuficiente
tiene que arriesgarse con los resortes comunes de un modo de ser -y
obtener su absurdo Vesubio o tal vez su propio aquelarre con seres
oscuros manifestados sutil o brutalmente-. Así, ¿qué distancia tiene
que recorrer un lector de Santiago de Chile para conocer gestual e
intestinalmente la poesía inglesa? ¿Cómo podemos entender el humour
de Eliot? ¿Cómo acceder a la compleja poética de Mallarmé? ¿Qué sabemos
de la secreta estructura emocional de Virginia Woolf? ¿Y la razón
spengleriana? Para entrever el curso de la humanidad hay que atrapar
nociones de antropología, filosofía, religión, economía, sociología,
y cuánto diablo más, recién para acceder a que lo humano es la vida
del hombre; que la anécdota biográfica y su opuesto el espíritu son
un todo indestructible.
Recientemente una famosa novelista chilena dijo que su tarea era “buscar
historias”. Sin comentario.
Tanta bóveda clausurada. Tanto libro quemado por el tiempo. Porque
viene la gran pregunta: ¿estamos preparados para ser escritores y
arriesgar juicios sobre todo lo que nos rodea, desde el micro al macrocosmos?
Pregunta, en verdad, insoportable.
Paralizarse. Virar. Encuevarse. Gatear. Llorar. ¿Qué?
Estudiar. Trabajar. Beber. Amar. Indagar el pasado. Cuestionarse.
Conocerse. En fin, moverse.
Así, con buenos o malos frutos, se me abrió la “naranja mecánica”.
Por eso, repito, nada más surrealista, intrínsecamente surrealista,
que un texto literario, plano, subjetivo o pedestre. Digo esto aseverando
que el verdadero surrealismo es el discurso que emana del subconsciente,
como sueño vigil dirigido a lo Ludwig Zeller, o el encuentro por azar
con la materia que está por sobre lo real, a lo Breton. Aprendí que
podría escribir, si me lo propusiera, fantasías con lo terrenal, los
genes, las miserias de las opresiones, el sudor de la frente y las
axilas, la sangre y los espermatozoos. Poner la vida al borde de la
mesa para verla caer o transformarse en la terrible “néant”, o partir
de arriba abajo la ciudad de Santiago, por la mitad, como una torta,
y exponer sus entrañas, y, a lo mejor, ver una niña que llora su soledad
en la trampa de una alcantarilla profunda. Si fuera capaz de liberarme
de toda una historia personal de fronteras, pequeñeces, vanidades,
marcas culturales y mitos. Si pudiera. Porque bien vale la pena tratar
de conocer la libertad del yo y sobrevolar las cavernas, aspirar las
fosas de cadáveres y mirar a los presidentes a los ojos. Si se pudiera.
A lo mejor se puede.”La única ley verdadera es aquella que conduce
a la libertad”, ha graznado Juan Salvador Gaviota. Es la libertad
espiritual que adoró Eduardo Molina y que entregó generosamente en
sus clases y charlas... Bachelard mediante.”
Escudriñar
para identificar los mitos y las creencias filosóficas, para discernir
perfiles de personalidades o pensamientos disímiles, es la herramienta
manejada por aquel estudioso con una radicalidad sorprendente. Hecho
que habla mejor en el siguiente discurso sobre Leautréamont:
“La garra es, pues, el símbolo de la voluntad pura. ¡Qué pobre y pesada
la voluntad de vivir de Schopenhanuer ante las ganas-de-atacar de
Lautréamont. En efecto, en la teoría shopenhaueriana, la voluntad
de vivir mantiene un irracionalismo, que en el fondo es una pasividad.
Dura por su masa, por la cantidad, por la totalidad, por el hecho
de que todo el universo es voluntad de vivir. La derrota de uno es
automáticamente la victoria del otro. La voluntad de vivir siempre
está segura de obtener éxito. Por el contrario, el querer-atacar es
dramático e incierto. Busca el drama. Se anima en el dualismo de la
pena y de la alegría; se le reconoce en la dualidad de los instintos
erótico y agresivo. Freud, el enemigo de la metafísica, no ha dudado
en poner en relación esos dos instintos con las dos fuerzas atractiva
y repulsiva del mundo inorgánico. Sin ir más lejos, puede uno darse
cuenta que el instinto organiza y piensa. Mantiene los pensamientos,
los deseos, las voluntades especificadas por mucho tiempo para que
esas energías se materialicen en órganos.” (p.31, “Lautréamont”, FCE,
Méx.1985).
La identificación de los mitos es un recurso permanente en B. Y, en
este capítulo, reconoce causas y efectos de la seudo ciencia llamada
astrología, cuya supra determinación sobre la conducta de las personas
y de los destinos de la Humanidad sobreviven hasta nuestros días,
amortiguada pero ardiente. “No se trata, entonces de signos, como
se cree con demasiada frecuencia cuando se habla ahora de astrología:
se trata de acción real, de acción material.” Es una advertencia.
Su crítica es la superposición de lo vago a lo preciso, sin pasar
por la experiencia, lo que demuestra con un recorrido desde la preciencia
hasta épocas contemporáneas a su persona. “Finalmente la ciencia cuántica
nos familiariza con la noción de umbral cuantitativo.”
Gaston Bachelard, a nuestro juicio es más que un científico, más que
un psicólogo, es un amigo que nos habla al oído con dulzura y sapiencia.