por Víctor
Campos
Con estos fragmentos he soportado mis ruinas
T.S. Eliot
Hace algunas semanas, a principios de mayo, se ha vuelto a publicar
bajo Ediciones Altazor arte cortante del poeta viñamarino
Marcelo Novoa (1964). La nueva edición del libro permite visitar
una producción poética llevada a cabo desde 1988 hasta 2018; es
decir, treinta años de un trabajo que, ante los ojos actuales de
cualquier lector joven o ya sea uno entrado en años, resulta ser
sumamente peculiar. El libroreúne además de los trabajos publicados
anteriormente, algunos poemas que hasta ahora permanecían inéditos,
ayudando a profundizar las dimensiones por las cuales el poeta
ha logrado trazar y construir una propuesta considerablemente particular
e interesante.
Novoa es posible de situar como un poeta correspondiente a la
denominada “generación de los años ochenta”, desarrollada dentro
de una oscura época en donde cohabitaron una gran diversidad de
propuestas de un cariz estéticobastante complejo. Entre ellas podemos
vislumbrar un marcado reconocimiento e identificación para con
la índole histórica que atravesaba y condicionaba todo quehacer,
como también un claro ímpetu neovanguardista. Así, el acontecer
histórico y el desarrollo de nuevas ideas en el campo del arte
se prefiguraron como dos factores inseparables en muchas de las
obras de la época: pienso rápidamente en los trabajos de Elvira
Hernández o Carmen Berenguer. El asunto en cuestión era cómo canalizar
aquella intención de gestar nuevas propuestas mientras el peso
de lo contestatario estaba a la orden del día.
Algunos poetas de aquellos plazos creyeron resolver el mencionado
conflicto aceptándose herederos de la antipoesía parriana, enfatizando
mucho más sus recursos y desarrollando así una tentativa imitativa
radical del habla coloquial y oral, quizá entendiéndola como la
posibilidad única que permitía decir de manera transparente ycomunicativa
lo sucedido en el acontecer cotidiano y social; aquí podemos identificar,
entreotros, a poetas como Mauricio Redolés, JorgeMontealegre o
Claudio Bertoni. Otros poetas se vieron enfrentados a conflictos
más bien formales, concentrándose en cuestiones relacionadas conlaspotencialidadesdellenguajeescrito,
siendo a la vez bastante suspicaces frente a un tratamiento “espontáneo”
de la oralidad en tanto gesto pedestre y/o rudimentario que diera
cuenta de la realidad social e histórica.
Estos últimos, llamados más aún a constituir nuevas propuestas,
canalizaron sus inquietudes optando por lecturas de un cariz ineludiblemente
vanguardista y sofisticado, y en donde es posible ubicar –de manera
matizada claro está- a Marcelo Novoa. Digo matizada, puesto que
en aquellos poetas de una fijación lectora más compleja podemos
encontrar como resultados tanto a un Juan Luis Martínez, como a
una Soledad Fariña; es decir, poetas de diversa índole que hicieron
suya la problematización de la forma y del lenguaje escrito.
Esta tentativa escisión que modestamente prefijaría de micro,
es conveniente solo al caso: habrá otros poetas a los cuales no
sería justo proponer esta bifurcación de sensibilidades y modos
de trabajo escritural, además de comprender que la así denominada
“generación de los 80” es mucho más vasta y complicada en sus coordenadas
de escritura e incluso en sus coordenadas geográficas. Sin embargo,
ambos grupos se tocan en tanto tienen una consciencia del acontecer
histórico, optando cada uno por una resolución distinta. Entonces,
la escisión planteada busca tan solo gestar un contraste de aquellas
resoluciones que los poetas de cada tendencia figuraron: hubo poetas
que enfatizaron rasgos de oralidad en su trabajo creativo como
hubo otros que enfatizaron la peculiaridad de la escritura ante
todo. Novoa correspondería definitivamente a los últimos.
Por otro lado, y un dato no menor para entender el trabajo de
Novoa, es que el circuito de poetas neovanguardistas hallará una
de sus cunas primordiales en la región de Valparaíso: misma zona
de donde proviene nuestro poeta. Y esto significa que existirá
un grado considerable de cercanía, además de un merodear por el
círculo de la neovanguardia, además de beber de sus lecturas y
sus propias inquietudes. Sin ánimo de dilatar una contextualización
que a mi parecer solo es necesaria para tratar de situar a Novoa,
iré de lleno a arte cortante.
Una de las primeras sensaciones con la que el libro dejaría en
potencia a cualquier lector es la de haber presenciado una experiencia
del despojo. Se advierte desde un comienzo que pese a la marcada
presencia de un imaginario urbano, no se busca reproducir el lenguaje
cotidiano tan distintivo de aquel espacio. Tal vez una manera posible
de acercarse a arte cortante sea comprender su tentativa
como una asimilación de la sustancia que constituye el habla coloquial,
y no trabajar desde su mera imitación y reproducción. Entonces,
el vislumbre de la experiencia del despojo estaría dada -en un
primer término- por la presencia total y abrumadora de la ciudad
contemporánea en tanto eje temático y además por una peculiar sintaxis
enrevesada que se encargará de dibujarla. Evidente
es esto en los versos del poema titulado Ciudad dadá:
“viejos vicios modernos, soporten mudos/ incontrolables el tráfico
a perpetuidad en/ la intestina. mírales bien a través de la luz/
sangrienta”.
La ciudad es el escenario principal de la experiencia del despojo,
en donde se despliega el desarraigo y la miseria de seres que están
lejos de poseer algo. Algunos creen despojar mientras otros son
o fueron despojados. Bastardas, carniceros, suicidas, mendigos,
pordioseros, vagabundos, el mismo dios en el habitar contemporáneo
e incluso el yo disoluto, serán figuras que frecuentemente aparecerán
y desaparecerán en aquel espacio de la ciudad mísera y en ruinas.
Aquí, habitante y lugar son dos caras de una misma moneda. La geografía
dibuja los perfiles cuando los individuos ya se encuentran completamente
despojados de sí y, en consecuencia, a la deriva de lo ajeno. Así,
el poema se presenta como un pequeño trozo de espejo quebrado y
sucio, en donde es posible vislumbrar apenas algunas zonas de nuestro
cuerpo: “ojo con la astilla/ la idea misma de labio/ azul degenerado/
excusarán lectoras/ mi lengua mor di da?”. Novoa evidentemente
tiene consciencia sobre esto: el poema como escombro de la gran
urbe que bien sabe dibujarse implica a su vez una comprensión de
que “incluso la peste canta”, salvo que claro, obedecerá a ciertos
modos divergentes y extraños. Entonces, la forma del poema y su
sintaxis operan otorgando una profundidad, una manera en sí de
relatar la pérdida.
El asunto es la lengua, aquel “inusual cartílago”. El modo de
conjugar el lenguaje llama desde un comienzo la atención: ya sea
por su incomodidad al leerlo, ya sea por la posibilitada y nuevas
formas de evocación. En este sentido, pareciera el poema proveniente
de una lengua maltratada, de un lenguaje hecho trizas, en donde
el tejer un poema pareciera una tarea irrealizable o al menos sospechosa.
El poema de Novoa generalmente no excede los siete versos y principalmente
enuncia a partir de una voz impersonal, que logra contrastar con
las excepciones en que el yo se deja asomar de manera puntual a
lo largo de la obra reunida. Aquí, sería prudente mencionar algunos
versos del poema “Rayado de amor”: “entierrada de viento
cabrón septiembre caerá noche/ pesadilla del block mano bromista
sobre ojos apagón/ toque queda chillan cables altatensión estática
radial”.
La enrarecida forma de trabajar el lenguaje es consecuencia de
lo dificultoso que supone la escritura a partir del residuo: hacer
que persista su condición de residuo en el poema y que no desaparezca
o mute en el desarrollo de su poética. Esta enrarecida forma tiene
claros aires y reconoce lecturas muy variadas: desde Tristán Tzara,
pasando por el surrealismo francés, por e. e. cummings, por el
Enrique Lihn de A partir de Manhattan y de algunos poemas
de La musiquilla de las pobres esferas, llegando al Gonzalo
Millán de La ciudad. Recordemos como aquel último libroaludido
se manifiesta a partir de enunciados simples, a la manera de una
reconquista de la lengua originaria y en apariencia perdida. En arte
cortante el caso se da de manera distinta: no se trata de
amnesia u olvido, sino de haber sobrevivido a la catástrofe y enunciar
a partir de “estas ruinas que amorosamente edificamos entre escombros”.
La edificación pulcra y el exceso para Novoa son ignorados: “lo
mejor que recibimos fue obra del saqueo” y no hay más. Solo escepticismo
del canto, de la lengua, del vivir. Ahora bien, algo que sí comparte
con todos los poetas ya anteriormente mencionados, es que tanto
Novoa como ellos hacen del lenguaje -mediante una reelaboración
de una sintaxis peculiar y enrarecida- una nueva forma de gestar
figuras expresivas que huyen de lo habitual o más bien, constituyen
la forma concluyente para poder apropiarse de lo deshecho.
Se puede decir de la sintaxis de Novoa que es extraña e incómoda
porque hay la necesidad de enunciar de manera otra, buscando y
encontrando otros elementos para poder expresar lo inasible del
despojo. Allí, la tentativa de arte cortante logra su
cariz llamativo y peculiar: incita al lector a reconocer su experiencia
vaciada mediante el enrarecimiento mismo de aquel reflejo disoluto
que es el poema; “lección de precipicio” es claro en esto:
“vértigo de innúmeros pisos/ no atrae al suicida tampoco/ vacío
de ascensor indecente/ bostezo del cielo embobado/ labios entreabiertos
gigante/ caries en plena boca de dios”.
En suma, la experiencia del despojo en arte cortante no
solo constituye un leit motiv o tema, sino que se halla asimilada
y dibujada en la escritura misma, en su forma, sin perder dicha
experiencia. Se gesta una sintaxis en apariencia a la deriva, que
se exhibe desarraigada de los códigos comunes y comunicantes. Sin
embargo, aquella forma que comienza despojada ilusoriamente de
toda instrumentalidad, logra con el pasar de la lectura consolidar
su presencia. Así, la ausencia toma cuerpo, deviene “silencio material”.
Y es por esto que no debemos olvidar que, pese a que el escepticismo
ha impregnado incluso la forma del poema, coqueteando en gran medida
con la prosa, no deja de ser un poema. Su propia naturaleza, aunque
escéptica a todo nivel en arte cortante, posibilita que
se mantengan aún señales de una esperanza (a la manera del “Porque
escribí” al final de toda la La musiquilla de las pobres esferas),
como también posibilita una tensión entre la ya mencionada esperanza
que conlleva la enunciación de todo poema y el canto del cisne
que apunta a la consumación de la posibilidad de erigir una poética
contemporánea y asumida urbana en su totalidad. El hablante sentencia:
“escrito i escrito queda, tus ojos fijos en el/ rostro ausente,
ni soñarnos interminable/ desorden de objetos i horas, mismas que/
transitan mi bosque de artificios, donde aúlla/ el animal que a
nadie pertenece. i esa es razón de canto”
Finalmente, este libro nos invita a visitar los cuartos vacíos
de un poeta flagelado, que merodea entre el carnaval post-industrial
y la miseria de las grandes ciudades. Nos ofrece ingresar a aquel
bosque de signos en pleno siniestro y en su consecuente devastación.
Su reedición no es en ningún caso vana: se nos ofrece como la puerta
de una casa en donde reside una poética sumamente llamativa, que
no se ve perjudicada ni seducida por las ideas de tentativas ligadas
al habla coloquial (a propósito de la escisión propuesta en el
inicio a modo contextual). Aquí, la resolución y el nivel son otros
mucho más elevados: es comprender al habla coloquial no de manera
superficial, sino como una esencia que guarda sus propias maneras
de ser expresada. El poema así, más que constituir un registro,
es la encarnación de la misma sustancia del habla coloquial, puesto
que ambos –poema y habla- se orginan en el mismo sitio: el lenguaje.
La distancia que Novoa toma del modo superficial de comprender
el habla coloquial y resolviendo una tentativa que se encargará
de operar en el plano del lenguaje escrito, permite que aún su
poesía no se halle marchita, sino que pueda continuar desarrollándose
en la cabeza de los lectores de la mejor manera posible. La forma
vigente que Novoa gesta permanece y nos interpela continuamente,
nos incomoda, nos hace detener la lectura entre poema y poema.
Creo que el verter el habla de las ciudades no en el poema sino
en su forma, hace que arte cortante resulte un poemario
mucho más atractivo que varios de su propia generación: su compleja
elaboración lo mantiene a resguardo.
Es un libro que mucho tiene por decirnos. Relata la experiencia
desarmada y desalmada del despojo que se nos exhibe en una “ciudad
[que] zumba como animal descompuesto” y en que la por desgracia
sucedemos. Ergo, la invitación a ser lectores de arte cortante es,
en último término, una invitación a visitar nuestras propias ruinas.