Por Juan Mihovilovich

Celebramos la reedición de esta obra fundamental en la narrativa
magallánica contemporánea y cuya aparición original data del año
1991.
Con un acucioso y pedagógico prólogo de Lorena López Torresse
enuncia la excelencia de la obra de Mímica, sus influencias, correlatos
y antecedentes de la literatura de esa zona austral, tan pródiga
en autores de relevancia nacional e internacional, y que han prefigurado
una muy especial cosmovisión creativa.
Meridionía, entonces, puede ser un territorio de cualquier país,
cualquier lugardonde la monotonía, la cerrazón geográfica y el
sentimiento humano existan.Sin embargo, a poco andar, constatamos
que la novela reproduce un universo literario específico, reconocible,
y que destella con luces y sombras una realidad que nos sitúa en
el sur de un mundo agobiado por sus contradicciones.
En esta obra señera lo predeterminado está vigente. Los hechos
y vicisitudes personales ocurren casi por inercia.Todo su acontecer
tiene el sello de la reiteración, porque nada pareciera cambiar
en un espacioconsolidado por hitos cansadores y absorbentes.
Pero, como también suele ocurrir, así se trate de un curioso idealismo,
siempre existe algún personaje que desea romper ese letargo ancestral,
sacudir esa modorra añejay procurar que la existencia humana reasuma
el dinamismo del que carece.
Emilio resurge luego como una suerte de quijote inofensivo, si
cabe el término, en ese lugar que desea “revolucionar”, es decir,
alterar el porfiado mundo de los hechos, modificar la conciencia
personal y el grisáceo mundo citadino.Y junto a Emilio, también
un exiguo grupo de mujeres y hombres que anhelan ver más allá del
“estrecho” paisaje cerebral en que se hayan enclaustrados.
Decir “adiós al descontento”, emerger un día con la necesidad
de ser otros y otras como una exigencia imperativa que la humanidad
interior exige y reclama.Que la aburrida parodia de los días rutinarios
se anule, se elimine, y que surja la fantástica ciudad soñada.Allí,
en ese sitio mítico, podrán recuperar el sentido auténtico de una
idiosincrasia extraviada, la consolidación del paraíso terrenal
al que todo ser viviente aspira.
Meridionía puede ser, en consecuencia, el territorio austral de
este lúgubre continente, pero puede ser también cualquier parte
donde la vida, más que construirla, se estaciona, se momifica y
pierde su norte.
Es cierto -como Eugenio Mímica plantea en esta novela- siempre
habrá quien no esté dispuesto a dejarse subyugar por esa aplastante
desidia ciudadana y aunque su eventual batalla sea una de esas
paradójicas cusas perdidas de antemano, el sueño de lo imposible
seguirá latente en aquellos que proyectan la sobrevivencia más
allá de lo circunstancial y aparente.
Meridionía, en suma, es un enclave mental, una porfiada obstinación
opuesta al cambio, pero que el corazónsacude a cada instante anunciando
el reino deseable, el simbólico: la utopía.
Eugenio Mímica dio un giro sustancial en su momento a toda su
narrativa anterior.Incorporó un imaginario desbordante y lúcido.
Interpeló a una sociedad inerte y satisfecha de su comodidad pequeño-
burguesa.Sacudió los cimientos de una conciencia estacionaria,
desprovista de quimeras.
Por todo aquello y bastante más, la reaparición de esta obra indispensable
se saluda con la convicción de que la palabra “adiós” es siempre
la apertura de un mundo nuevo, esperanzador, aunque nos parezca
temido e ignorado.