Literatura y política: ¿Matrimonio mal avenido?


por Víctor Bórquez Núñez


Vivimos épocas de “contingencias” y de “demandas ciudadanas”, tema que permea de manera ineludible al acto creador y volviendo a posicionar la discusión respecto de si la literatura (y por ende los creadores) deben o no escribir desde trincheras políticas.

El desprecio de la literatura política existe. Algunos derechamente la consideran como una literatura de mal gusto.

Esto, porque desde antiguo existe la discusión respecto de si los creadores deben introducir sus tendencias políticas en sus obras o representaciones culturales de ficción. Este tema, hasta hoy, resulta molesto para una gran mayoría que mira con escepticismo y cierto desprecio esto de generar creaciones donde predomine un sesgo político.

Hay una cantidad no menor de lectores que plantean que esa irrupción del tema político, sea o no partidista, deteriora la pureza de una pieza literaria, ya que la impregna de una única concepción del mundo, encasilla los contextos y no le da la posibilidad a los receptores de tal o cual obra de pensar por sí mismo, de elegir y de dirimir si está de acuerdo o no con un planteamiento respecto de la sociedad.

Incluso en un mundo hiper globalizado como el de hoy, siguen existiendo opiniones respecto de si le incumben los temas políticos a los creadores literarios, concepto que sigue siendo dominante en gran parte de la sociedad actual.

Este desprecio vendría a explicar, por ejemplo, la exclusión y el olvido experimentado por el denominado realismo social, género que es visto como un mecanismo para someter lo literario a la política y estableciendo, por tanto, un deterioro del valor intrínseco de la obra literaria, pues estaría contaminada desde su base por lo político.

Este planteamiento tiene un asidero: parte de la concepción de que existe una literatura apolítica y objetiva, literatura cuyo mérito mayor estaría en que no pretende influir sobre los demás. Así, siguiendo ese concepto purista, el lector idealiza la obra literaria, concibiéndola como una creación inocente, sin que exista ninguna vinculación indeseable con algún tipo de ideología.

Para los detractores de este planteamiento, querer separar la literatura de la política no es sino perpetuar el éxito de la sociedad capitalista y patriarcal, porque al establecer una hegemonía cultural en el cual los diferentes discursos no pueden tener una pureza, ya que son siempre el resultado de una simbiosis entre los creadores y sus contextos sociales. Y, peor aún, querer encontrar una literatura despolitizada es considerado una torpe pretensión de engañar a los lectores con un panfleto tranquilizador.

Haciendo un simple ejercicio histórico, nadie puede negar que la denominada burguesía utilizó la literatura para introducir las condiciones culturales que vinieron a consolidar un modelo de sociedad capitalista. Es decir, usaron políticamente a la literatura para generar un estado de cosas que fuese útil a sus necesidades vitales.

Hay autores que, revisados hoy desde esta óptica crítica, revelan un poderoso manifiesto político: desde las aparentes obras evasivas de Garcilaso, donde planteaba su férrea defensa del individualismo a través de los (aparentes) inocentes poemas de amor o cómo una obra puede ser alegoría del capitalismo como lo es Robinson Crusoe de Daniel Defoe, pieza que considera que el individuo no precisa de la sociedad para sobrevivir.

¿Acaso no es un tema político la forma en que la literatura sirvió (y todavía lo hace) como herramienta de apoyo para una determinada clase social, o la manera en que se articulan los discursos para perpetuar modelos patriarcales en donde predomina la figura del hombre, relegando a un segundo plano a la mujer, recurso reductivo en que la mujer solo ocupa el espacio que le corresponde: el ámbito doméstico?

Ni qué decir de piezas literarias donde, en sintonía exacta con la mentalidad al uso siguen perpetuando, a veces de manera sutil y otras de modo grosero, el sexismo en nuestras vidas, el sometimiento de otras razas, el desprecio por las opciones sexuales o la caricaturización de modales, modelos y comportamientos.

Tema que, de modo ineludible, merece al menos una revisión. Sobre todo en un contexto actual donde todo resulta estallido, premura, desorden y demanda y del que la literatura no puede desentenderse.

 

 
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