Escritor destacado

 

Julio Ortuzar


Julio Ortúzar Prado se inició en las letras a la temprana edad de diecisiete años, escribiendo comentarios literarios en el diario La Nación y colaborando en la revistas Eva y Zig Zag. Ha escrito cuatro libros de cuentos y una novela de acción.
Ortúzar, es uno de los pioneros de la actividad publicitaria, Medalla al Mérito de la International Advertising Association (l982); Premio Unitros (1989) y Premio Nacional de Publicidad del Colegio de Publicistas de Chile (1998), Se desempeñó como profesor de dicha disciplina por más de 25 años. Es fundador y Rector de la Universidad del Pacífico.
En la actualidad es Presidente del Directorio de la Universidad del Pacífico.

 

Otras Publicaciones del autor

  • Visión de la Obra de España en América (1947)
  • La Universidad Hebrea de Jerusalém (1954).
  • La Publicidad, su Estructura y Funcionamiento (1963).
  • Visión del Desarrollo de América Latina (1981).
  • Terror Blanco (Novela de ficción, 1985).
  • Cuentos de Sobremesa (1992).
  • Cuentos de Antes (1996).
  • Cuentos sin Fronteras (1999)
  • Operación Casagrande, Juegos de Guerra (Novela de Ficción 1999)
  • El Cuenta Cuentos y Otros Cuentos 2011
  • Nueva Edición de Cuentos de Sobremesa 2012.
  • Las Sopaipillas y otros cuentos.2013
  • Los Chirimoyos 2014

 

Relatos del autor


¿Ud. se baña todos los días?


En esa visita a Madrid, mi agenda de reuniones con académicos y directivos de universidades era realmente estresante, el calor sofocante de comienzos de verano hacia lo suyo, provocando transpiración sin que uno realizara ejercicio alguno. El hecho de pensar, no representa esfuerzo físico.

Por otra parte si uno no quería hacer uso de taxis, para trasladarse de un lugar a otro, se podía recurrir al metro y aquello si bien representaba un ahorro considerable de tiempo, exigía un esfuerzo adicional. La temperatura en esos vagones del tren subterráneo eran las de un exquisito y nunca bien ponderado baño turco, el adecuado para bajar sin mayor esfuerzo varios kilos.

Desafortunadamente al salir a la superficie, nadie estaba esperándolo con una refrescante ducha de agua fría, uno seguía sudando la gota gorda. No podía un Rector de Universidad, como era mi caso, quejarse del medio ambiente, ni dar señales de agotamiento; muy por el contrario yo tenía que mostrarme muy animoso y entusiasta, con la sonrisa a flor de labios.

Leer documentos, consensuar acuerdos, escuchar informes, y todas las tareas que demanda el pertenecer al mundo académico.

Al finalizar esas importantes sesiones de trabajo, todos los presentes nos trasladábamos a compartir una sabrosa comida en uno de los tantos restoranes madrileños, compiten todos ellos en excelencia y atención.

Después de la deliciosa cena y el buen vino, es requisito para cerrar la noche, asistir a un espectáculo artístico. Qué mejor que los bailes tradicionales, para mí el flamenco con harta guitarra y zapateo. Lo que nos despierte el ancestro hispánico que tenemos los que descendemos de españoles. Aun cuando para muchos como yo, ya haya transcurrido dos centurias.

A media noche, al comenzar los primeros bostezos, era el momento de iniciar la retirada, porque al siguiente día nos esperaba una nuevo desafío, donde es del caso mostrarse igualmente participativo.

Este seminario de labor académica en Madrid duro varios días. Los esfuerzos de la jornada los mitigaba noche a noche, tomando un largo baño de tina. Por las mañanas, lo de siempre una ducha al comienzo helada, para despertar bien y luego más que tibia para la jabonada.

Obviamente nunca me percaté de las pequeñas pozas de agua, que yo dejabaen el piso. Por esta razón para mí fue muy sorprendente y revelador el comentario de la mujer que hacia el aseo, sobre miafición al baño.

Señor, -me dijo-, ¿Ud. se baña todos los días?

Por supuesto que si, respondí un tanto extrañado.

¿Y no se enferma?

Al formular la pregunta la mujer parecía estar realmente preocupada por mi salud.

Luego agregó una sentencia: -Eso de bañarse como Ud. lo hace deja al cuerpo sin protección y es fácil, muy fácil que uno se ponga malo, quiero decir que uno enferme; luego muy convencida de lo que estaba aseverando agregó: -yo he sabido de gente que ha tomado gran fiebre con tanto baño y después han muerto-.

Esta conversación me hizo reflexionar respecto a mi diaria rutina.

Sí, era totalmente respetable la forma en que la mucama se expresaba respecto a la higiene, si respetable pero pese a ello yo me sigo bañando todos los días, no me enfermo y no me he muerto!!!!

 


La silla de ruedas

Antes de viajar y anticipándome a los agotamientos que me produce, a mis años, las caminatas por los aeropuertos, solicito una silla de ruedas. En ella me desplazo por los interminables pasillos de entradas y salidas de los, más de las veces, monumentales, espacios desde donde aterrizan y se desplazan los aviones.

El día de regresar a Chile desde la ciudad de Miami, en los Estados Unidos, no bien habíamos llegado a ese aeropuerto y yo ya estaba encaramado en la bendita silla de ruedas que me tenían reservada en ese aeropuerto y detrás de esta el correspondiente encargado de hacerla circular a toda prisa conmigo como pasajero..

Sentado cómodamente y asumiendo la compostura de quien va a participar en algo muy importante yo me dejé conducir por un individuo que durante todo el trayecto desde el chequeo de ingreso hasta el salón vip me habló en español, era un descendiente de cubanos, de la enorme comunidad que reside en Miami.

Mi esposa, por su parte haciendo un gran esfuerzo trataba de seguirlo en su acelerada carrera por ese recinto. Llegados al lugar él mirándome me dijo: aquí me despido, otro empleado lo llevará a la puerta de embarque cuando los altavoces informen de la llegada del avión que va a su país.

Aprovechando su ausencia yo dejé la silla y me encaminé al mesón de los comestibles y las bebidas. Cuando quedé satisfecho, especialmente por los quesos, volví a encaramarme en la cómoda silla. Desde allí podía observar cuanto acontecía en ese inmenso lugar de descanso. Muchos de esos pasajeros aprovechaban el tiempo para echar una siesta antes de embarcar en un próximo con destino a su país. El libro que yo portaba en mi bolso cumplió su propósito de entretenerme y ponerme al día respecto a situaciones y hechos de la historia universal que siempre es importante conocer.

De pronto apareció el nuevo encargado de empujar mi silla hasta el avión que me llevaría a Chile. Fue sintomática su aparición con la información que en esos momentos estaban entregando los parlantes, había que acercarse a las puertas de embarque del Lan Chile que me llevaría de regreso.

A tranco largo y distanciándose bastante de mi esposa el hombre me instalo en el lugar desde el cual tenía que abordar. A través del inmenso ventanal yo podía observar la inmensa cabeza del Lanen que viajaría a Santiago. ¿Viví la sensación más extraña de que tuviese recuerdo. Al contemplar ese avión me sentí poseído por un intenso y terrorífico miedo, algo que nunca antes había experimentado. Fue como una premonición. Algo no calzaba.

Como que percibía que en esa máquina había algo siniestro. Algo que yo no me podía explicar. Si es del caso y es la voluntad de Dios, reflexione, que sea. Estaba pensando en la muerte.

Para mi total desconcierto en ese preciso instante los parlantes informaban que no nos iríamos en ese aeroplano porque en él se había detectado un complejo problema mecánico que no habían podido solucionar y por lo tanto que ahora el avión LAN que nos trasladaría a Santiago saldría de la puerta treinta y siete.

La mujer no había terminado de informar del cambio producido cuando ya estaban todos los pasajeros corriendo en dirección a ese lugar de abordaje. Por supuesto yo también en ese especie de trono con ruedas empujado con gran vigor por el encargado de turno. No necesitaba subirme a ningún avión porque con ese asistente volábamos por ese lugar sin problema de fallas mecánicas.

Mi esposa, pese a haber trotado detrás de nosotros, aún no mostraba señales de cansancio.

Se suponía que los que hacían uso de silla de ruedas debían ser personas con algún impedimento físico a una vejez muy avanzada, no era mi caso por eso cada vez que nos aproximábamos al resto de los pasajeros yo tenía que jugar al anciano decrépito, cosa que por lo demás nunca me ha costado mucho. En ese momento debían haberme tomado una foto para mostrarle a mis nietos lo que habría pasado con su tata si él no hubiese comido tantas espinacas como las que lo obligaron a ingerir desde chico.

Pero aún faltaba que frente a ese lugar se posase el avión LAN que nos arrastraría hasta nuestro democrático, progresista y lejano país.

Pasaron cuarenta y cinco minutos y entonces hubo un contra anuncio: señores pasajeros del Vuelo cuatro nueve uno a Santiago de Chile la puerta de embarque es la 334. Una vociferante multitud en la que yo desde mi silla de ruedas hacía mi modesto y humilde aporte se trasladó al nuevo lugar de embarque en menos tiempo que el que le habría tomado a Niki Lauda, campeón mundial de carreras de auto. Finalmente llamaron a embarcar cosa que yo lamenté porque eso que a uno lo trasladen de un lugar a otro antes que a otros pasajeros es una experiencia única, gratificante y difícil de olvidar, Adiós Silla de Ruedas, espero que haya una próxima vez.

 

 


 

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