Antes de viajar y anticipándome a los agotamientos
que me produce, a mis años, las caminatas por los aeropuertos,
solicito una silla de ruedas. En ella me desplazo por
los interminables pasillos de entradas y salidas de
los, más de las veces, monumentales, espacios desde donde
aterrizan y se desplazan los aviones.
El día de regresar a Chile desde la ciudad de Miami,
en los Estados Unidos, no bien habíamos llegado a ese
aeropuerto y yo ya estaba encaramado en la bendita
silla de ruedas que me tenían reservada en ese aeropuerto
y detrás de esta el correspondiente encargado de hacerla
circular a toda prisa conmigo como pasajero..
Sentado cómodamente y asumiendo la compostura de quien
va a participar en algo muy importante yo me dejé conducir
por un individuo que durante todo el trayecto desde
el chequeo de ingreso hasta el salón vip me habló en
español, era un descendiente de cubanos, de la enorme
comunidad que reside en Miami.
Mi esposa, por su parte haciendo un gran esfuerzo
trataba de seguirlo en su acelerada carrera por ese
recinto. Llegados al lugar él mirándome me dijo:
aquí me despido, otro empleado lo llevará a
la puerta de embarque cuando los altavoces informen
de la llegada del avión que va a su país.
Aprovechando su ausencia yo dejé la silla y
me encaminé al mesón de los comestibles y las
bebidas. Cuando quedé satisfecho, especialmente
por los quesos, volví a encaramarme en la cómoda silla.
Desde allí podía observar cuanto acontecía en ese inmenso
lugar de descanso. Muchos de esos pasajeros aprovechaban
el tiempo para echar una siesta antes de embarcar en
un próximo con destino a su país. El libro que yo portaba
en mi bolso cumplió su propósito de entretenerme y
ponerme al día respecto a situaciones y hechos de la
historia universal que siempre es importante conocer.
De pronto apareció el nuevo encargado de empujar mi
silla hasta el avión que me llevaría a Chile. Fue sintomática
su aparición con la información que en esos momentos
estaban entregando los parlantes, había que acercarse
a las puertas de embarque del Lan Chile que me llevaría
de regreso.
A tranco largo y distanciándose bastante de mi esposa
el hombre me instalo en el lugar desde el cual tenía
que abordar. A través del inmenso ventanal yo podía
observar la inmensa cabeza del Lanen que viajaría a
Santiago. ¿Viví la sensación más extraña de que tuviese
recuerdo. Al contemplar ese avión me sentí poseído
por un intenso y terrorífico miedo, algo que nunca
antes había experimentado. Fue como una premonición.
Algo no calzaba.
Como que percibía que en esa máquina había algo siniestro.
Algo que yo no me podía explicar. Si es del caso y
es la voluntad de Dios, reflexione, que sea. Estaba
pensando en la muerte.
Para mi total desconcierto en ese preciso instante
los parlantes informaban que no nos iríamos en ese
aeroplano porque en él se había detectado un complejo
problema mecánico que no habían podido solucionar y
por lo tanto que ahora el avión LAN que nos
trasladaría a Santiago saldría de la puerta treinta
y siete.
La mujer no había terminado de informar del cambio
producido cuando ya estaban todos los pasajeros corriendo
en dirección a ese lugar de abordaje. Por supuesto
yo también en ese especie de trono con ruedas empujado
con gran vigor por el encargado de turno. No necesitaba
subirme a ningún avión porque con ese asistente volábamos
por ese lugar sin problema de fallas mecánicas.
Mi esposa, pese a haber trotado detrás de nosotros,
aún no mostraba señales de cansancio.
Se suponía que los que hacían uso de silla de ruedas
debían ser personas con algún impedimento físico a
una vejez muy avanzada, no era mi caso por eso cada
vez que nos aproximábamos al resto de los pasajeros
yo tenía que jugar al anciano decrépito, cosa que por
lo demás nunca me ha costado mucho. En ese momento
debían haberme tomado una foto para mostrarle a mis
nietos lo que habría pasado con su tata si él no hubiese
comido tantas espinacas como las que lo obligaron a
ingerir desde chico.
Pero aún faltaba que frente a ese lugar se posase
el avión LAN que nos arrastraría hasta nuestro
democrático, progresista y lejano país.
Pasaron cuarenta y cinco minutos y entonces hubo un
contra anuncio: señores pasajeros del Vuelo cuatro
nueve uno a Santiago de Chile la puerta de embarque
es la 334. Una vociferante multitud en la que yo desde
mi silla de ruedas hacía mi modesto y humilde aporte
se trasladó al nuevo lugar de embarque en menos tiempo
que el que le habría tomado a Niki Lauda, campeón mundial
de carreras de auto. Finalmente llamaron a embarcar
cosa que yo lamenté porque eso que a uno lo
trasladen de un lugar a otro antes que a otros pasajeros
es una experiencia única, gratificante y difícil de
olvidar, Adiós Silla de Ruedas, espero que haya una
próxima vez.