“J.D.” de Víctor Sáez… O el viaje a los territorios circulares de la ausencia en busca del reencuentro |
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Alberto Manuel Sisa
Suele afirmarse que la auténtica poesía rehúye las matrices y los modelos, siendo su única matriz, lo imprevisto. Y la palabra-poesía, es el vehículo vital y trascendente de expresión humana, sustanciado de espíritu, misterioso y vaticinador, que se expande, guía, participa y asume la vida en toda la plenitud de sus facultades creadoras. Y en esa plenitud creativa, imprevista, desbordante y trascendente, el poeta Víctor Sáez, poeta chileno de la llamada Promoción post 87, toma la pluma y lo convierte en fino y punzante corte de bisturí, para diseccionar, horadar y desgarrar esos oscuros tejidos que ocultan las zonas grises del entrañamiento y la desolación, y darnos una visceral mirada a esos territorios circulares con trazos postmodernistas, “de servilletas del Mc. Donalds con lápices labiales de supermercados, anuncios de hamburguesas que sonríen y automóviles que hablan”. Y lo hace, asumiendo un distanciamiento crítico con respecto a ese mundo social sórdido, vacío, fosilizado y convencional, siendo la agudeza, la ironía y el desenfado, valores significativos que le confieren a su poesía, plena de sugerentes y agresivas imágenes surrealistas, “ese carácter subversivo esencial”, del cual refiere el poeta, ensayista y crítico de arte argentino, Aldo Pellegrini. En esa temática urbana, existe un mundo escindido, irracional y sin sentido, en donde la realidad no es más que un conjunto de historias fragmentadas y despersonalizadas. En ese contexto sociocultural surge la figura clave, el poeta-autor-sujeto, en este caso encarnado con el abreviado nombre de “J.D.”, en el cual gira el eje vertebrador de la obra poética. Es el ser errático, indolente y evasivo, abstraído de lo circundante, que prefiere observar la vida “desde el otro lado del río”, fluctuando paradójicamente entre la realidad desintegrada y ese mundo imaginario, en agónica y perpetua metamorfosis, habitando a la vez las dos ciudades ideológicamente contrapuestas, cruzando puertas giratorias que parecen puentes, meditando y sentenciando filosóficamente, acerca de la “sabiduría del arte funcional, sobre todo en tiempos de zorros asomando por los bolsillos en tierra de nadie”. Otro aspecto de esa realidad fragmentada que visualiza el poeta, es la ciudad vieja sagrada, caída con sus principios y virtudes franciscanas, que hacen al amor, la fraternidad y solidaridad; y la ciudad nueva, fría y masificada, de rostros innombrables, aquella en la que la persona no es más que un número sin identidad, “aquel hombre solo entre tantos hombres”, arrojado y perdido en la gran urbe. Ambos territorios subyacen a lo largo del texto en permanente contraposición, el ser y el devenir, lo sagrado y profano, translucidos en un constelado universo de símbolos, gestos, hábitos, ritos, talismanes y objetos del consumo, con un horizonte de carreteras, burdeles, inodoros, cabellos y bailarines de bar; la historia con imágenes recurrentes y giros inesperados, los contrastes de lo efímero y pueril terciado con la voz más profética y desengañada, “bebimos sobre los escombros, hasta llegar a confundirlos con almohadas”. Otro aspecto significante en el corpus de la obra, es la devastación en el tiempo. En el largo recorrido por esos territorios circulares de la despersonalización y el entrañamiento, es conciente de esa angustia existencial que lo carcome lentamente. Lo asume reconociéndose él en su frágil naturaleza humana, para decirnos con descarnada elocuencia “cada vez que el hambre nos recuerda quién somos”, o asumiendo ese tiempo del dolor “gran ladrón del tiempo”, al decir del poeta galés Dylan Thomas, dándonos la imagen tangible y elocuente de la finitud de vida humana. “Las arrugas no mienten, en algunos casos hasta revelan la existencia de vida antes de la muerte”, concepto que no es sino la imagen deesa dimensión que se nos escapa irreversiblemente con los años navegantes. La conciencia actúa sobre la memoria, y es por ello que se hace cómplice tanto del pasado y del porvenir; por tanto, J.D. vaticina esos mundos venideros ocasionalmente “desnudo de las cejas, hacia arriba”, advirtiéndonos acerca del desplazamiento de nuevas tecnologías reemplazadas por otras más sofisticadas y complejas, lo que convertiría la ciudad vieja en “un invernadero para celulares, con luces infrarrojas, semejantes a ciruelas, a prueba del cemento y la madera”. El poeta norteamericano William Carlos William expresa que “estamos ciegos y vivimos a ciegas nuestras vidas en total oscuridad. Los poetas están malditos, pero no están ciegos, ven con los ojos de los ángeles”. Y el poeta Sáez percibe y revela con ojos de ángeles a través de las torpezas de la luz, esos integrados del cual nos habla el filósofo y semiólogo Martín Hopenhayn, en la que todo se vuelve más contingente que nunca, en un mundo que puede recrearse para siempre en un disquete o en una cinta de videojuego, sin ningún tipo de crítica o reparo. Y por esos territorios de nadie, demarcados con “cercas electrificadas o pedazos de cartón”, transita elhombre alienado y evasivo, en continuo desdoblamiento a otras pieles, otros huesos, otras ansias. J.D., poseedor de un discurso profético, existencial y paradojal, es el sujeto arrojado a este exasperante y caótico mundo globalizante del siglo XXI, queriendo afirmarse en el yo identitario, para así poder realizarse plenamente en total armonía consigo mismo y con los demás.
BREVE RESEÑA BIO-BIBLIOGRAFICA DE ALBERTO MANUEL SISA
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