Con saludo amanecido, de Luis Vera

 

Por Juan Antonio Massone

 


Existe una necesidad de dirigirse la palabra, de confiarse enteramente quién se es y qué ha sido de los pasos y de los sueños. Esa palabra confidente conoce de muchas horas hasta que cristaliza y camina en dirección del sí propio, porque vivir jamás queda circunscrito en la aglomeración de hechos ni entre señas desperdigadas. He ahí uno de los motivos de hablarse para estar menos solo.

La escritura poética lleva en sí una posibilidad que parece inaudita a muchos; sin embargo, ella deja oír noticias de una historia más auténtica—la del ser humano que habla consigo—y, a despecho de la sonrisa complaciente o desdeñosa del activismo distraído, el poema concentra lo disperso, ordena lo vivido, acepta algunos rayos luminosos para sobrepasar las tinieblas.

No se diga que lo poético es inútil. Como todo lo verdaderamente importante, aquél alcanza respaldo en un don, en alguna percatación inicial, en una voz interna que le regala sostenimiento al labrar el vocablo reflejo, teniendo de aliadas la paciencia y la esperanza. Haríamos bien en escuchar esa voz de la conciencia y el tono con que alberga la noche para, después, aceptar los llamados del alba.

Campanas y Medianoche es más que el rótulo de un poemario. De una vez, llamado y frontera entre jornadas. Sí; las campanas son alertas, ellas esparcen su batir tonal porque no duerma la humanidad ni quede desoída la Voz de lo más alto y de lo más íntimo. Que la circunstancia sea la medianoche cobra más sentido, pues cuando el ser humano abre el alma y se atreve a atender la peripecia interior, suele hacerlo transido de sombras. No obstante, el nuevo día siempre comienza en el límite inasible de dos jornadas.

Luis Vera (Santiago, 1957) ha escuchado la voz del otro vivir y este libro recoge la significación que le han exigido los días, las horas, las despedidas, los retornos. Su oficio de médico no es indiferente, en este caso, si atendemos a los relieves y alcances de sus textos. Nadie podría desconocer que dicha labor profesional alterna alegría y congoja con especial recurrencia. Pero el médico es sólo una parte de la persona que oficia de tal. Tiene a su haber otras dimensiones que requieren de expresión, de alivio, de creatividad. No hay, pues, extrañeza en que un profesional esté animado de cualidades diferentes de su habitual desempeño.

Un numeroso elenco de colegas de Luis Vera ha sido aporte a la literatura en nuestro país. El doctor Amador Neghme publicó, en 1984, un diccionario biográfico a este respecto: La obra literaria de los médicos chilenos.

La expresión lírica es un hablar de lo propio desde sí y ante los otros. Debe serle reconocida la osadía que significa desnudar el espíritu. El alfabeto de que se vale la poesía se nutre de alusiones, de énfasis, de enlaces, de rotundidades. La brevedad deja abierta la extensa longitud de los senderos. En vano querer atribuirle una funcionalidad pragmática y seca a la poesía. Cuando dice, trasluce; cuando evoca, transforma el pasado en primer plano; cuando encuentra una formulación de cierta exactitud en los versos, pone a volar la realidad.

Al autor de estos poemas creemos conocerlo; sin embargo, estas rebanadas de alma que son sus textos deparan una comunicación diferente.

Experiencia de límites, el ímpetu lírico manifiesta una tensión imposible de callar. Ningún verbo desata efectos aguados. Cada poema enlaza afirmaciones y ausencias. En medio, el fluyente tiempo de una rediviva memoria. Por eso el soliloquio se abre a otro ser:

“¿Qué te puedo decir

si ya todo lo ves?

Yo estoy

en el espacio del sueño

y puedes devolverme el nombre”.

Y cuando la escritura indaga, pregunta, insiste en un sentido, es porque alguien hay en ella que clama por hacer del silencio un alfabeto donde la noche, el dolor y la alborada gocen de hospedaje.

Los versos son átomos de almas, fragmentos que sugieren una entidadcompleta. Y, precisamente, esa potencia sugestiva, a la vez categórica, corresponde a una de las virtudes de este poemario.

Así como la escritura quiere ser cifra de lo vivo, de manera semejante se propone conjurar lo indeseado. Por eso son tan necesarios su presencia y auxilio. La escritura desahoga “el pecho del amor muy lastimado”, como dijera el gran poeta San Juan de la Cruz. De ese rito celebrado en el silencio, podemos hacernos parte cuando leemos, en nosotros, aquellos versos que tocan nuestra sensibilidad.

Los poemas no se escriben solamente; son confidencias dirigidas desde la experiencia de vivir, que es amor, espera, derrotas parciales, congoja, esperanza y tanto más. Repertorio presente en esta obra.

Si en varios de los poemas es manifiesto el adiós; paradojalmente, este primer libro de Luis Vera Petreaux se convierte en celebración de bienvenida, a la que nos sumamos convencidos de que es mucho más cuanto tiene por expresar.

 

“Y entre millones de caminos

que conducen a la muerte

estás tú...

venciendo al tiempo”.

 

 

 


 

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