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Camila reimers

 

Los Estudiantes de la Calle Elgin

 Las oportunidades aparecen por donde uno menos se lo espera. Si alguien me hubiera dicho que la caminata diaria por la calle Elgin, en Ottawa,abriría la posibilidad de expandir mi negocio como profesora de español, habría calificado la idea de absurda. Pero la vida tiene más vueltas que una oreja y sin darnos cuenta lo incoherente se torna realidad.

Todo empezó una mañana del mes de febrero con los termómetros marcando –30C°. Salí de mi departamento en dirección al trabajo cuando se me partió el alma al encontrarme con un mendigo tirado sobre la nieve mirándome desesperado y preguntando – Do you have any change?Por supuesto que me acerqué a él y le di un “tooney” una moneda de dos dólares que acababa de salir del banco. Me sentí buena y la mirada de agradecimiento de ese hombre me convenció que al morir yo me iría derechito al cielo.

Seguí caminando cuando una muchachita adolescente entre chupada y chupada al cigarrillo, me volvió a repetir la misma frase con la misma angustiada voz- Do you have any change?En ese momento pensé en mis hijos y acercándome a la niña, le di…bueno, esta vez no un tooney pero sí una moneda de un dólar, asegurándome que no era de las nuevas brillantes que transmiten esa sensación de prosperidad y por lo tanto a mí me gusta conservar, sino de las típicas con la Reina de Inglaterra por un lado y el patito por el otro, me di eso sí el gusto de insinuarle que el cigarrillo daba cáncer y que tratara de usar el dinero... especialmente si era el mío, en algo más provechoso.

Al continuar mi camino le di otro dólar a un mendigo artista tratando de imitar los murales de la exposición mexicana que durante el verano se había exhibido en la capital,y luego repartí cinco dólares más en monedas de 25 centavos entre mendigos, artistas y borrachos.

Al final de los diez minutos de caminata, sin un dólar en el bolsillo, no pude comprar el café con leche de costumbre pero me conformé pensando en mi recompensa espiritual, además de tomar la terrenal decisión que la próxima vez me vendría por la calle Cartier y no por Elgin.

Al día siguiente, esclava del hábito, olvidé la promesa y volví por el camino acostumbrado hasta escuchar la temida frase-Do you have any change?Me puse las manos en los bolsillos, empecé a silbar mirando el cielo y seguí caminando.Al ver que yo no respondía, el mendigo cambió al francés. – As-tu du change?Como seguí sin responder me dijo – have a nice day -con un tonito que decía exactamente lo opuesto a las palabras demostrando además haber olvidando los flamantes dos dólares del día anterior.

El siguiente mendigo volvió a repetir la consabida frase - Do you have any change? Cuándo cambió al francés no pude ignorarlo porque su mirada penetró mis ojos alcanzando el lóbulo cerebral que procesa la culpabilidad y casi sin darme cuenta me encontré diciendo–sorry! me no speak English, me no speak French, me habla español solamente.

– How interesting -dijo el hombre recostado sobre la nieve – How do you say,do you have any change” in Spanish? Mirándolo incrédula, le traduje

– ¿Tiene una monedita, por favor? El por favor se lo agregué yo porque muy mendigo sería pero si iba a aprender español conmigo, que lo hiciera educadamente y no me dejara mal puesta. Me dio las gracias y partí.

Esa tarde al volver del trabajo, me di el tiempo de verificar como le estaba yendo a mi estudiante políglota y con admiración comprobé no solo que su pronunciación era excelente sino que además estaba haciendo dinero a manos llenas porque todo el mundo sorprendido de su habilidad se detenía para lanzar una lluvia de monedas. Haciéndome señas el nuevo estudiante me pidió que me acercara y susurró – me está yendo pepa, va a tener que enseñarme otra palabrita ahora.

Miré su sombrero con más plata que la que yo tenía en el banco y respondí –cero problema, claro que le enseño pero a treinta dólares la hora. Cuando empezó a regatear me levanté ofendida y llamándome con desesperación se disculpó diciendo–está bien, está bien¿Cuándo empezamos? – Ahora mismo si quiere –le dije mientras sacaba papel y lápiz para enseñarle los sonidos del alfabeto español.

Al día siguiente al encontrarme con mi alumno en la esquina acordada, me sorprendió ver que el grupo había aumentado a tres.

–Aquí le tengo dos clientes más me dijo el políglota.

– Que bueno- respondí – pero con tres les subo a cuarenta la hora.Resignados, abrieron sus cuadernos y chupando el lápiz procedieron a aprender la diferencia entre los verbos ser y estar.

Dos meses han pasado desde que expandí mi negocio y he tenido que renunciar a algunos importantes contratos privados para dedicarme completamente a mis nuevos estudiantes. Es verdad que con nieve y al aire librela escuela es fría, también es ambulante porque cambiamos constantemente de esquinas pues ellos además deben continuar con su negocio, pero nunca faltan a clases y siempre me invitan a un cafecito cuando la lección coincide con la esquina de mi cafetería favorita.

 

 

 

 

 

 


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