Hace algunos
años, además de escribir o “componer” al escritor
se le exigía - una amplia parte del público le exigía
- ser “comprometido” lo cual significaba, asumir una postura política
de izquierda bastante sui generis y una literatura acorde, inmersa en la coyuntura
y las luchas sociales y de clase que el movimiento desarrollaba. Quien no
cumplía con esas condiciones era excluido automáticamente de
sus lecturas y preferencias. Muchos recordarán la purga efectuada contra
Nicanor Parra por allá por los 70: “Soy una isla bloqueada por
Cuba” dijo, y a Jorge Luis Borges, que sin lectura previa, fue excluido
y denostado por un amplio grupo de fanáticos e ignorantes. Valga decir
que, pese a ello, a escondidas y no tanto, los menos ciegos abrevaron en sus
páginas, en la eternidad del instante, ese hombre que somos todos “y
la ciudad, ahora, es como un plano, - como sigue diciendo - de mis humillaciones
y fracasos; desde esa puerta he visto los ocasos y ante ese mármol
he aguardo en vano. Aquí el incierto ayer y el hoy distinto, me han
deparado los comunes casos. De toda suerte humana; aquí mis pasos,
urden su incalculable laberinto. Aquí la tarde cenicienta espera, el
fruto que le debe la mañana; aquí mi sombra en la no menos vana,
sombra final que se perderá, ligera. No nos une el amor sino el espanto;
será por eso que la quiero tanto” el Buenos Aires de Borges,
de todos, la magia inquietante de su lectura de la que brota completa la condición
humana, desde la nostalgia al mito y a la invención del mundo, la traición,
todas las traiciones y todos los heroísmos, excluido por el tosco dictamen
de ser “descomprometido” Mas, podría alguien siquiera atreverse
a llamarlo descomprometido después de leer cualquiera de sus libros.
Ahí radicaba el peligro, en su lectura. Había que evitarla de
antemano y para eso servía el mote de “descomprometido”
que castigaba su posición política, que sabiamente había
elegido que no fuera ninguna, porque su literatura, su sensibilidad e inteligencia
estaban más allá, mucho más allá y más
adentro, en lo fundamental y la esencia.
Sin ánimo
de autoengañarnos con el arte por el arte, que no es ese tampoco el
punto, afortunadamente para la literatura y los lectores, toda buena literatura
siempre queda y los motes políticos y condiciones, no superan la moda
del momento. Basta recordar “La madre” de Gorki, o “La Sangre
y la Esperanza” de Nicomedes Guzmán. Por ello resulta interesante
observar que nuestra sociedad chilena, así como todas, impone curiosas
preferencias, omisiones y lecturas, o la “no-lectura” como hoy
ocurre con el voluntarioso proceso de vanalización en que están
empeñados el poder y sus manifestaciones, aunque manifiesten lo contrario.
Así,
una conocida revista del sábado 9 de octubre pasado inserta en una
diario, entrevistaba a un escritor, se decía, descendiente de inmigrantes
que hicieron dinero en Chile, el cual habría optado vivir para la literatura
y asumir su condición homosexual. Ese era el gancho, más del
escritor, la entrevista a poco andar, no dejaba nada, no había escritor
ninguno, antes al contrario, mostraba un ex yuppie despojado de todo encanto,
sin interés alguno por la literatura, en un paseo forzado por los lugares
comunes de la infancia, que ni muy cerca rondaban el paraíso perdido,
o el infierno de mierda. Nada. De su literatura menos. Los entrevistadores
parecían desconocer tanto al escritor como sus obras. En resumen, resultaba
un sólido estímulo para no leer jamás ninguno de sus
libros. En cuanto a su condición, otra moda de nuestro tiempo, tampoco
quedaba nada, ni glamour ni sesos, como en Mauricio Wacquez de “Frente
a un Hombre Armado” o Pedro Lemebel de “Crónicas de Sidario”
Flaco favor
al escritor entrevistado, sin embargo, muy acorde con el proceso de banalización
en curso. Lo curioso es que su “condición” de escritor,
la única que vale al fin, lo permita. Claro que también es cierto
que todo hombre mata lo que ama, como decía Wilde, el cobarde con un
beso, el valiente con una espada, aunque lamentablemente ni una ni otra “condición”
se aplica en este caso.