Las peripecias del escritor hispano
Por
Jorge Etcheverry
No hace mucho
conversando con unos amigos y colegas en torno a unas cervezas y a unos nachos
y calamares ya casi vestigiales, nos lamentábamos un poco de nuestra
calidad de escritores en español en un medio anglófono. Lo que
de ninguna manera desmerece ni la cultura ni el nivel de vida canadienses,
su ingente apoyo institucional a las artes, su extraordinario sistema de salud
pública, la relativa seguridad con que uno transita por las calles
de las ciudades, lujuria más y más escasa en estos tiempos que
vivimos. Nuestra conversa giraba más bien a lo que nos deparaba el
medio como escritores y alguien dijo que si por ejemplo Roberto Bolaño
hubiera vivido en Canadá a lo mejor todavía estaría prácticamente
inédito. Y quizás no sólo el insigne prosista chileno,
al que por otro lado le costó más de una década ser reconocido,
pese a vivir en un país de habla hispana. En un congreso
internacional de escritores chilenos, la mayoría exilados, que tuvo
lugar en La Sorbona, en París, a 10 años del golpe del 73, Bolaño,
entonces más dedicado a la poesía que a la prosa y residente
en España, se quejaba amargamente diciendo que los españoles
se iban en puras promesas.
A lo que me
refiero es al hecho de que los escritores hispanos aquí no cuentan
con un sistema editorial, con un mercado sólido ni con un público
constituido, a menos que hayan puesto una patita en el mundo editorial canadiense,
lo que en las diversas regiones y ciudades del país es el resultado
de una relación de contigüidad: luego de años de circo
se termina por conocer a escritores y editores canadienses y se publica, lo
que depende en gran medida de la iniciativa personal del escritor, el manejo
de uno de los idiomas oficiales y de que se perciba que la obra tiene cierto
interés para el mercado, por ejemplo testimonios de golpes de estado,
condición genérica o la proveniencia étnica de los autores,
y las peripecias del proceso de inmigración y aculturación al
nuevo país, lo que forma prácticamente la literatura completa
de algunos grupos étnicos en Canadá. A eso hay que sumar la
escasa presencia histórica en la literatura canadiense de las vanguardias
y los 'ismos' literarios e ideológicos tan caros sobre todo a la literatura
del Cono Sur de América Latina. De ahí que personalmente nunca
agarré mucho vuelo en la poesía canadiense con mi poesía
medio vanguardista de raigambre surrealista, con elementos políticos
y antipoéticos. Lo otro, es que estar en alguna ciudad canadiense no
estar en las grandes capitales de la cultura. Si uno manda a España
o México un manuscrito desde Ottawa es posible que no tenga la misma
aceptación que si viene de Nueva York, París, Londres o Roma.
Por otro lado,
los departamentos de español de las universidades tienen que cubrir
el ingente corpus de la historia literaria española e hispanoamericana,
y entonces el poco espacio que le dan a la literatura canadiense en español
se hace loable. Las embajadas en su labor cultural se dedican por principio
a la difusión de la cultura de sus respectivos países en el
medio canadiense, y por lo tanto el apoyo que se le da a la literatura en
español made in Canada no puede ser sino esporádico en el mejor
de los casos y errático y caprichoso en el peor, dependiendo en ocasiones
de lo que pasa en los enrarecidos pasillos de las representaciones diplomáticas,
y de la calidad, preparación y preferencias de las personas que ejercen
de asesores y consejeros.
Volviendo al
medio canadiense, generalmente los autores hispánicos o de otra lengua
no oficial, ganan acceso a través de intermediarios, críticos
o editores anglo o francófonos, que por sí decirlo apadrinan
la publicación o crítica de un autor. Así, las obras
publicadas son aquellas que más posibilidad tengan en el mercado de
corriente principal, dejando fuera bastante textos específicamente
'latinoamericanos'. De ahí uno de los papeles de las editoriales independientes
hispánicas en el país ha sido la de publicar material latino
'raro' en este medio, siempre que se puedan dar
el lujo de arriesgar fondos o conseguir financiamiento, lo que también
es cada día más raro.
En este ambiente
de sociedad de consumo multicultural y multiétnica, el mercado elige
los elementos comercializables de las culturas: los alimentos, la música
y la danza. Los organizadores más responsables y astutos de la comunidad
latina organizan eventos en que lo literario recibe parte del derrame del
público masivo atraído por la gastronomía y el folclore.
Ritmo y Color, en Toronto, junto a comida típica, danzas y artesanía
que atrae a
miles, tiene sesiones de lectura que si bien reciben a una ínfima fracción
del público en general, son bien concurridas. La Celebración
Cultural del Idioma Español, también en Toronto, intercala a
autores hispano canadienses con autores invitados del extranjero en sus sesiones
de lectura y mesas redondas. En fin, hay diferentes estrategias que permiten
el acceso al público de los autores hispanos. Lo que falta es la aparición
de editoriales sólidas, ya que llevados por una mentalidad de emulación,
en lugar de aunar esfuerzos alrededor de editoriales ya existentes, otras
personas generan
también editoriales, lo que por supuesto puede derivar de preferencias
literarias o de diferencias de país de origen y objetivos. Pero soñemos.
Sería interesante ver el surgimiento de una especie de consorcio editorial
que agrupara a las editoriales hispánicas en tareas de financiamiento
y comercialización de obras de autores hispanos. Que crecen como la
mala hierba. Al concurso de cuentos Nuestra Palabra, convocado tan sólo
para la provincia de Ontario, llegaron 76 cuentos, y hubo un nivel de calidad
muy alto que como parte del jurado no me esperaba. Hubo algunos cuentos que
me dejaron con la boca abierta.