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Una novela de retornos

 por Juan Antonio Massone

Arqueología de un retorno (2008) es la más reciente de las publicaciones de Ernesto Langer Moreno. Nadie ignora los formatos literarios que le son más afines: poema y narración. Los textos en que ha explayado sus talentos de contador de historias son: La otra orilla, Cuentos breves, entretenidos y felices, El hombrecillo de los cuentos.

Pienso que varias de las palabras que intitulan sus libros entregan una primera clave de sus hábitos literarios. Prefiere la brevedad a la narración morosa, y dar cuenta de otras facetas, precisamente las escamoteadas por la moda o por ciertas obligatoriedades ideológicas, como quien escribiera desde otra orilla de la comprensión y del atrevimiento, con tal de manifestarse libre de coincidir con las órdenes de lo “correctamente” aceptado por el ambiente literario.

Pruebas al canto. Esta novela centrada en la figura de Martín Fernández, un retornado desde Francia, cuenta los desbarajustes de quien ha debido sobrevivir a la lejanía primero, y luego a un hosco confronte de sus nostalgias respecto del reconocimiento cotidiano que lleva a cabo en su patria. Previsiblemente, la lejanía colabora a colmarlo de saudade. La entidad añorada de Chile se le presenta con envergadura tan ansiada como embellecida. El regreso a la tierra primordial le brindaría el sosiego de acordar el alma al paisaje, la actividad a la convivencia que, al fin, repondría en él las mejores posibilidades de vivir en lo propio.

Pero el deseo no es siempre capaz de llevar a la concreción de lo real. A Fernández se le deparan circunstancias adversas que le obligan a unir cabos sueltos, sobre todo de la conducta indecorosa y corrupta de algunos individuos supuestamente víctimas de injusticias y persecuciones. Una maraña de fijaciones mentales, repetidas mentiras y eficaces máscaras en torno, apremia al protagonista. Todo semeja una doble realidad. Los supuestos idealistas que conoce tienen más traza y perfil de traficantes de palabras, de mensajes apañados con morbosa intolerancia, sobre todo cuando más se dedican a proferir eslóganes que, en sus bocas y gestos, no pasan de oportunismo y desfachatez, que a personas probas y auténticas.

La novela avanza rápido en sus pormenores. Los espacios chileno y francés se alternan. Viaje mental de ir y de volver, de recordar y de comprobar que aumenta la dislocación vital, ese no comprender, en un principio, quién es quién, además de sufrir el destierro en el propio país.

Fernández ha luchado por abrir sendas en la propia existencia a base de trabajar y de mantener el vínculo esencial del afecto con cuanto siente forjador de humanidad y de convivencia. Escogió salir de Chile para acercar lo primero; y emprendió el regreso, con tal de reconquistar los vínculos. Pero, aquí y allá, ha conocido la otra faz de los lemas repetidos con tanta desvergüenza como inauténtica solidaridad. Fernández pertenece a una memoria, a una nación, a una cultura y a las convicciones y afectos que le han hecho crecer. Es forastero de componendas y no tiene registrado su nombre en entidad alguna que pudiere convertirlo en beneficiario de oscuros manejos politiqueros.

Novela que puede leerse con la facilidad de lo escrito sin ampulosas gesticulaciones ni retorcimientos. Al poco más del centenar de páginas se lo siente como un transcurrir fílmico. Cada uno de los capítulos concentra un fragmento de la historia en tránsito. Ni mucho ni poco. Basta con lo narrado en los aspectos más sobresalientes para conseguir una idea cabal del fondo humano en cuestión. Lo narrado es, a un mismo tiempo, fruto de lo vivido y de lo ficticio. El autor ofrece una transformación

Ernesto Langer, según me parece, opta por presentar la otra cara de una enorme experiencia. Esta vez, no recrea la que nos conmueve con solo conocer del sufrimiento humano, sino convoca a los facinerosos y burladores, integrantes de una red que maquina, entre bastidores, los actos que, en su momento, otros apoyarán con buenas intenciones y hasta justificarán en nombre de una axiología superior.

Sin pretender análisis sociológicos ni menos agravar una parte de verdad no dicha de la historia, esta obra atrae desde un principio: “A Martín Fernández la caída de la noche le hizo recordar los duros días de invierno en Europa, en una ciudad de provincia, donde a las seis de la tarde toda está oscuro, frío y solitario. Pero pasaban de las ocho y las calles se veían aún llenas de gente, con estudiantes uniformados y juguetones, con personas que pasean sus mascotas mientras fuman un cigarrillo, con muchos autos circulando”.

A partir de ese primer párrafo la historia fluye. ¿Cuál es el respaldo que tiene un escritor para decir cuanto profiere? ¿Dónde su elección de asuntos o es el escogido de aquello que le es imperioso compartir? ¿Cuáles son las peripecias sufridas por Martín Fernández?

Podríamos preguntar aún más, pero nos gana el deseo de que otros conozcan esta historia, sin un prolongado exordio. Y, para que sea así, es menester que dé fin a estas palabras que, siendo un saludo y una estimación literaria, también están animadas del propósito de invitar a leer Arqueologíade un retorno, porque el libro merece ser conocido en su argumento y en su trasfondo.

 


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