Lectura,
lenguaje y reflexión
por
Diego Muñoz Valenzuela
Dos
encuestas hechas en 1980 y 1994 dan cuenta del deterioro en la lectura en Chile,
o al menos de su evidente insuficiencia. En 1994 sólo el 12,5% de los
encuestados declaró que leía libros en forma regular, frente a
un 27% en la encuesta de 1980. En 1994, más de 2/3 declaró que
no había leído ningún libro el año anterior, frente
a ¼ en 1980. En 1994 un 43,4% de los encuestados manifestó que no
lee nada, ni libros, ni revistas, ni periódicos. Para mayor desgracia,
los niveles de lectura detectados están ligados a periodos de aprendizaje,
el grupo etario entre 15 y 24 años. Los lectores habituales (más
de 5 libros) son profesores secundarios, estudiantes universitarios y profesionales.
Los lectores ocasionales (5 libros o menos) son estudiantes secundarios y ejecutivos.
La cuarta parte de los hogares de nuestro felino país no tiene ningún
libro; la mitad tiene entre 1 y 50; y sólo el 12,3% posee más
de 100 volúmenes.
Así
las cosas, a estas alturas no parece una gran novedad afirmar que en Chile se
continúa deteriorando el lenguaje como efecto de la caída en los
niveles de lectura, y de una manera muy importante por el efecto de los medios
de comunicación de masas. Y no me refiero solamente a la sustitución
de la lectura reflexiva por la observación pasiva de la pantalla, el
fenómeno es mucho más complejo y grave que esto. En la televisión,
en nuestros periódicos y revistas, en la radio, casi no existe debate
real; los invitados son unos pocos que se turnan para mantener la farándula.
Raramente un político difiere de otro en temas realmente profundos, y
la discusión de aquellos escasos personajes no vinculados a la política
suele carecer de espesor cultural.
Habría
por ejemplo que decir que un ex-candidato presidencial, político de tradición,
Presidente del Senado, usa corrientemente la palabra "nadien" y la conjugación
"hubieron", entre otras abundantes incorrecciones idiomáticas como los
giros "por ser" o "como ser" para dar paso a ejemplificaciones. Por fortuna
para la preservación de la pureza de nuestro lenguaje, tal candidato
fue derrotado en una elección primaria. Nuestro Presidente actual tampoco
es un dechado de virtudes en lo que se refiere al lenguaje, y de él se
ha dicho incluso "que su elocuencia está sobre todo en el silencio".
Abunda el alto personero en el uso de adverbios construidos con el sufijo "mente",
contagiando a la clase política; su muletilla preferida es "estar extraordinariamente
preocupado, emocionado, sorprendido". El adjetivo varía según
la situación específica.
Otra
candidata de raigambre ortodoxa se aferra al pasado con discursos nostálgicos,
frases hechas, retórica adjetivante, pero huelen a naftalina, "el pueblo"
es su expresión preferida. En las antípodas políticas de
esta postulante, se levanta el candidato del conservadurismo, que trata de vestirse
con ropajes de servicio público, recurriendo en forma exasperante a la
fórmula de la "gente", para alejarse de cualquier significante que pueda
oler a marxismo.
Cito
a Ximena Torres Cautivo, autora de un agudo artículo a este respecto:
"Así, el ciudadano, que no es otra cosa que el televidente, armado de
control remoto además, tiene líderes que vomitan a espasmos sus
escasas ideas en una suerte de arenga discontinua, donde la regla es el lugar
común". Rarísimos son los senadores o diputados que exhiben un
lenguaje cuidado, original o expresivo. Y el más calificado de ellos,
que resalta no sólo por su oratoria, sino que por sus continuas denuncias
de irregularidades - tema que también lo aleja de sus colegas - tiene
un pasado fuerte de afición literaria, como podría haberse sospechado.
Entre la gente de gobierno, también destacan aquellos escasos ejemplares
con aficiones literarias postergadas por el ejercicio político, o desarrolladas
parcialmente a pesar de éste. Otros son simples víctimas de su
profesión: hablan como leguleyos hasta de los temas más intrascendentes,
utilizando una amplia batería de expresiones prefabricadas que suena
a jerga procesal.
Para
algunos de estos "elegidos" que pasan el examen de la palabra, hay que observar
que muchas veces la utilización del lenguaje se pone al servicio de la
ambigüedad, ahuyentando opiniones taxativas inconvenientes para quienes
ejercen de voceros. Esto ha sido caracterizado humorísticamente mediante
la estructura "Si bien es cierto que
, no es menos cierto esto otro".
"El desmentido es una palabra imprescindible en el léxico de los hombres
públicos de todas las ideologías políticas" ha expresado
el escritor Fernando Jerez.
Se
ha dicho que el promedio de palabras que usa un chileno es de 600. Esto no sólo
indica un empobrecimiento en la capacidad media de expresión, sino que
se correlaciona con una falta de comprensión del mundo que nos rodea,
incluso con la imposibilidad de hacer ciertas distinciones, de darse cuenta
de la existencia de algunos fenómenos o situaciones en curso que pueden
estar afectándolos en forma tan seria como negativa. Esta es la verdadera
gravedad del asunto.
Entre
cognición y lenguaje existe una relación directa: nombramos a
las cosas que nos interesan, aquellas con las cuales trabajamos en forma más
directa, ya sean concretas o abstractas. Si no tenemos un nombre para algo,
es porque no nos interesa, porque no nos sirve para nada, sin que esto conlleve
un sesgo peyorativo, porque el criterio de servicio puede enfocarse en un amplio
rango: desde lo más pragmático y material, hasta las abstracciones
más puras.
Una
civilización que se orienta preferentemente hacia lo material, sin dejar
tiempo para la reflexión, la lectura o la simple conversación,
se dirigirá de manera inevitable hacia el deterioro y la simplificación
del lenguaje, y por ende a la degradación de nuestra inteligencia definida
como grado de conciencia y comprensión de nuestro ambiente. Si agregamos
que en esta civilización hay poderosos agentes a los cuales no les conviene
masificar la cultura y la reflexión, debido a su subyacente capacidad
crítica y rebelde, se hace fácil entender la razón de los
magros esfuerzos por mejorar esta situación a niveles extendidos de población.
Basta mantener a una elite de especialistas, integrada por distintos grupos
de expertos hábiles en un solo campo, unidimensionales en el sentido
que usó Marcuse, a quienes se convoca en el mercado del trabajo cuando
se requiere de ellos para resolver problemas útiles a quienes detentan
el poder, pero no se les provee autonomía para que escojan por su cuenta
los temas de su interés.
Y
si los dominados están obnubilados por una carrera, ya sea en pos de
la supervivencia o del consumo irrelevante, dedicarán sus escasas energías
residuales a observar pasivamente un programa de televisión que le entrega
elementos digeridos, estructurados por otros, muchas veces sin más intención
que divertir o alienar. De este modo, se impone el lenguaje degradado, empobrecido
al máximo, convertido en herramienta primaria, despojado de sus elementos
superiores de abstracción, y se condena así, de paso, a la mente
humana a un empobrecimiento similar, paralelo, íntimamente imbricado
con aquél. La pobreza del raciocinio, la superficialidad del pensamiento,
se correlacionan con el discurso chabacano y pobre. El mundo pasa ante los ojos
de los observadores como una película en fast forward, sin tiempo para
análisis profundos, sin posibilidad alguna de extraer lecciones o aprendizaje
de esta mirada lumínica, sin hacer más que las mínimas
interpretaciones que permiten continuar con la existencia precaria, a proseguir
con el rito absurdo de una existencia sometida al arbitrio de prioridades elementales.
¿Cómo
entonces se interpretará una noticia internacional, la agresión
de un país sobre otro más pequeño? Probablemente, sin más
juicios que los expresados en la propia noticia, donde casi con seguridad ya
se contiene una interpretación ideológica, vale decir estamos
frente a una superchería que trata de aparentar un carácter de
verdad objetiva, que en el caso de la televisión se acentúa por
el hecho de estar observando los acontecimientos. Y el telespectador se deja
llevar por esa visión, paradójicamente sin ver lo que ocurre en
realidad, o viendo lo que otras conciencias le dictan, ya sin siquiera necesidad
de recurrir a la temida técnica de transmisión subliminal. Y se
apresta a concurrir al supermercado, o a donde sea, a consumir los artículos
de los auspiciadores, y si no dispone de los recursos, usará la tarjeta
de crédito del banco patrocinante.
No
hay texto neutral, porque siempre será expresión de una ideología.
Por tanto, la única lectura posible es una lectura de interpretación
en función de la ideología propia, y si ésta no existe,
o es débil
Dice el lingüista holandés Teun van Dijk,
"cada discurso es diferente, porque cada persona es diferente, porque cada persona
tiene modelos diferentes; si no fuera así, todo el mundo hablaría
de la misma manera". Pero si el discurso es pobre porque el modelo es magro,
los discursos pueden parecerse entre sí peligrosa, horriblemente, y la
verdadera riqueza de la humanidad, lo que hace único a cada ser humano,
la diferencia, se desvanece, y nos convertimos en zombies, en robots, en engranajes
telecomandados.
Aquí
se resalta la necesidad de resistir, de enriquecer el discurso de los que no
están conformes, de los disidentes, buscando incorporar nuevos significantes,
y buscando acceso a los medios para poder hacer difusión de ese discurso.
Es evidente que sea cual sea el grupo dominante, éste será quien
determine quiénes, cuándo y dónde hablar, esto es el contexto.
Controlar el contexto implica controlar el discurso, y ésta es una manera
muy eficaz. Otra es controlar el texto mismo, que ha sido típica de los
regímenes más brutales, de los que venimos de vuelta en esta parte
del mundo. Pero el control del texto, la censura, ha sido reemplazada por el
control del contexto, que en Chile ha sido más determinante, porque prácticamente
no existen medios de comunicación que no estén controlados por
los grandes grupos empresariales, los cuales naturalmente se han ubicado a la
derecha, eufemísticamente llamada "centroderecha" (ésa es la imagen
de marca que nos han impuesto con bastante éxito por desgracia), aunque
en la práctica sea una derecha cargada de fascismo y conservadurismo
medieval.
Si
nos vamos a las causas, encontraremos que quizás la más importante
de todas ellas, sea nuestro sistema educacional arcaico, centrado en la autoridad
del que da la cátedra y en la obediencia de los que escuchan. A pesar
de los esfuerzos recientes que se han desplegado por parte de algunos intelectuales
visionarios, nuestra educación básica y media sigue siendo más
bien un rito, una transmisión unilateral desde el púlpito, un
discurso que va en un solo sentido, sin pretensiones de gatillar en los otros
reacciones, verdaderas reacciones imposibles quizás de prever o de controlar,
pero por eso mismo, más necesarias, más deseables. Nuestra universidad
no es distinta en esencia, el profesor sube al estrado y pronuncia su lejana,
erudita conferencia; él decide programa, contenido, oportunidad, todo.
El alumno es un mero receptor, una página en blanco sujeta al arbitrio
de un sistema tecnocrático. Recientemente he conversado sobre este tema
con amigos académicos, y hemos coincidido en caracterizar la situación
actual de esta manera, en reconocernos incluso como parte de este fenómeno
detestable, pero al tiempo de hacer sinceros votos de cambiar de actitud, o
de reforzar los cambios que algunos ya habían comenzado a introducir
en sus clases.
Y,
como expresa Jorge Melo, escritor colombiano, "los medios de comunicación,
al dirigirse a un público formado en una escuela deformada por la pasividad,
han adquirido una inmensa capacidad para deformar y trivializar la información,
como efecto de una lógica de comunicación de resultados bastante
perversos".
Si
arrastrados por las circunstancias de su entorno los seres humanos son obligados
a una reflexión que en verdad no pueden hacer debido a su carencia de
lenguaje, porque no pueden verbalizar sus deseos y sus inquietudes, no pueden
formularse sus problemas ni sus esperanzas de solución, pues bien, no
tendrán más medio que recurrir a alguna acción posiblemente
violenta, "ampliando su vocabulario con un arma, cuando podría haber
recurrido a un adjetivo" (Joseph Brodsky, citado por Melo)
Es
preciso luchar para defender el idioma, su capacidad de expresión, su
riqueza y pluralidad. De ello depende en enorme medida nuestro progreso futuro
en materia económica, social y espiritual. No nos podemos dar el lujo
de no poner la cultura, el lenguaje y la literatura en la ecuación que
describe nuestro destino como nación.
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CITAS
(¡Cómo
hablan los políticos! Por la boca muere el pez; Revista El Sábado
de El Mercurio, ver pp, aprox. Abril o junio 1999)
Fernando
Jerez, La nieve negra, PF, 14-27 Mayo 1999)
Jorge
Melo, escritor colombiano, (revista Número 19, oct-dic 98, pp 40-42):
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