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El Joven Laurel

Academia literaria del Saint George´s College

Santiago de Chile 1953

 

Presentamos aquí una pequeña muestra de lo que fue esta academia dirigida por don Roque Esteban Scarpa, y en donde participaron quienes hoy son connotados escritores chilenos.


Historia de la Academia

Armando Uribe Arce
José Miguel Ibáñez Langlois
Hernán Montealegre Klenner
Antonio Avaria de la Fuente
Carlos Ruiz-Tagle Gandarillas

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Historia de la académia

La Academia. Nació en abril de 1946. Desde su fundación, el asesor fue don Roque Esteban Scarpa, Catedrático de Literatura en las Universidades de Chile y Católica de Chile, Miembro de Número de la Academia Chilena de la Lengua y Correspondiente de la Real Española, de la Nacional de Cuba, y de las Reales Academias de Sevilla y Córdoba.

La idea de esta Academia se fundamenta en la necesidad de ofrecer, fuera del rigor de la clase, posibilidades al alumno para expresar su espíritu creador. La Academia del Saint George's College es, por lo tanto, una actividad extra-escolar, libre y voluntaria: en ella no se admitía otro tipo de trabajo que el de pura creación: poemas, cuentos, teatro. La crítica, para el mejor conocimiento por parte del autor de las virtudes y defectos de su obra, es ejercida por los miembros de la Academia verbalmente, después de oída la lectura de cada composición, reservándose al Asesor el dictaminar sobre los asuntos estéticos discutidos y el calificar los trabajos.

Los académicos eran veintiocho y ocupaban un sillón que llevaba una letra. Las autoridades (Presidente, Secretario y substitutos) erandesignadas por el Asesor. Los alumnos puedían ingresar a la institución en cuarto año de Humanidades y permanecer hasta el término de sus estudios secundarios.


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Armando Uribe Arce

Armando Uribe Arce. Nació en Santiago, el 28 de octubre de 1933. Realizó sus estudios completos en el Colegio y actuó en la Academia los años 1948, 1949 y 1950. Fué director de la revista "The Georgian" en ese último año. Sobre su producción poética, apareció en septiembre de 1950, en el suplemento literario de "El Mercurio", un artículo firmado por Roque Esteban Scarpa, y algunos meses después, en "Pro-Arte", otro de Enrique Bello. Estudió Derecho en la Universidad de Chile, en cuya Escuela fundó, con Antonio Avaria de la Fuente, la Academia Literaria.

 

 

ELEGIA

Después de medianoche me pongo pervertido.

Al doblar las esquinas los árboles trasudan

su abrazo corporal que se torna candente.

También me conmueven las estrellas.

Ignoradas tiemblan y no quieren mirarme.

Porque yo soy la imagen de la muerte.

Yo soy el amor extraído del agua

donde pudren y pudren ramos de tallos verdes.

En su juventud, la muerte fue también por las calles

con mi cara y mis manos y mis huesos desnudos.

Ella también pensaba en una mujer dormida...
Su recuerdo gozoso me persigue.

Errantes van las velas del aire.

Ganas me dan de huir y enterrarme y sumirme

en las matas nocturnas y aspirar su belleza.

Seguramente ahora está trémula, entera.

Tendrá muertas pestañas acalladas.

Sobresale su agrio perfil contra la noche

Porque ahora la he muerto con mis ojos.

 

ESTA ES HISTORIA DE OJOS

Esta es historia de ojos que no quieren mirar,

¿por qué? No me preguntes, ¿no ves mi cara negra

y fría? Elementos de cara desigual

son mis dobles. No me interrogues, por Dios;

deja ese lado muerto que me duele.

Pociones de oro ayudan a inventar suaves trenzas

que midan mis angustias con su vena caliente.

Fíjate que es el niño de entrambos quien nos llama

con mi dolor de sueldos y monedas preciosas.

(Porque es cierta moneda la que atraviesa cuerpo

letal, anciano cuerpo como el mío).

Y volviendo la cara veré

el ciclo que demora su paso mustio y blanco.

De mis ojos modestos sale una trenza y solo

permanezco, sin bríos, permanezco fatal.

 

CORRUPCION Y CASTIGO DE SODOMA Y GOMORRA

La calle está morada por la sucia gangrena

y hay en sus agrias hojas cenizas extendidas.

Entre polen vicioso los navegantes nuevos

derivan con sus largos abrazos pestilentes.

Los rincones florecen de terciopelo y vino

y la angustia se inventa un triste carnaval.

La multitud que vuelve la espalda al día

se arroja sobre sangre a recoger magnolias.

Cae fuego y agujas y el ácido que irrita

y crepitan mensajes en las calles nocturnas.

Todos los hombres, yertos de sudor y de estrellas,

recibirán gusanos y los buitres rondantes.

La piedad de vinagre será luego salmuera

y el demonio me muestra perfiles enterrados.



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José Miguel Ibáñez Langlois
José Miguel Ibáñez Langlois. Director de la revista del Colegio. Nació el 31 de agosto de 1936. Ingresó al Saint George en segunda preparatoria y formó parte de la Academia desde 1951, época en que cursaba cuarto año de Humanidades y leyó sus primeros versos.


AHORA

Ahora,

después de esa áspera noche que aplacó su sombra

en sonidos que no son, porque nada suena entre los

[huesos,

entre los claros huesos finales con amor palpitando,

después de esa triste noche caída sin promesas,

después de esa noche abierta a todas las flores extrañas,

no quiero apoyar la mano en el día que gastado florece,

en donde el calor ya asesinó su plumaje tibiamente universal.

No quiero besar,

si el beso tiene un sabor de piedra ya soleada,

de níveo desnudo forjado entre lentas rosas y deseos,

entre una sed continuada en las noches ya no blancas.

No quiero herirme en la semicaricia de la luna,

que tratara de ser como un pecho cotidianamente amado.

Sin embargo, en esa mismísima y dolorosa selva mía,

por encima de todos los tiempos sin música,

ansío ir entre apenas húmedas espumas enamoradas,

destruyendo con una vena final y geométrica

esa duda latida en el angustiado corazón

que ya perdió su mirada e inmenso nombre.

 

YO

Entre el tránsito y los hombres,

entre el tedio y duro afán de los hombres,

he transcurrido, continuo y doloroso,

más allá de la voz cotidiana,

de ese mismo hálito nocturno que encendía en la mirada una pena voluptuosa,

más allá de las luces y la piel.

He sido hombre y siempre solo.

Soledad, ah poeta,

la dulce exactitud de saberse

en el justo umbral de las horas, en la encrucijada del alma.

La aurora conquistaba blancas superficies,

o un agua levísima besaba islas de sueño,

y tú, inmenso, sufrías

cada piedra,

cada hoja que el crepúsculo lloraba

en su silencio de palabras y ademanes dormidos.

Tú,

tristemente poeta.

 

ANTE LA CRUZ

Heme aquí, mi Señor: yo simplemente,

sin trompetas

que hagan eco divino al tamaño de mi voz,

sin campanas que me eleven la palabra

sobre el ámbito mío del silencio aterido.

Estas manos, estas pobres manos,

cada vez que te rezo pretenden vivirse,

conjugar a fuerza de dolor

la emoción del momento en su sonámbulo ambular.

¡Qué fijo estás, Señor!

Cansa la madera, y la sangre

ya se inclina en el límite hastiado

de las sienes golpeadas, las estáticas paredes.

Yo soy sólo hombre, Señor,

y debo vivir esta sal cotidiana

veinticuatro horas al día.

Pero pasa que a veces yo canto,

y entonces como primavera repentina

voy vaciando la mirada y el pecho

ante tus viejas heridas.

¡Perdóname, Señor,

este poema ! Yo sé que de mis manos y mi voz

hasta el limpio silencio de tus ojos

hay un mundo de luz y de pájaros...

Pero he aquí que canto...


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Hernán Montealegre Kelenner

Hernán Montealegre Klenner. Natural de Puerto Montt, donde nació el 11 de noviembre de 1937. Alumno del Colegio desde kindergarten, cursaba en ese entonces cuarto año de Humanidades. Ingresó a la Academia ese año.


LOS ÁRBOLES DEL CEMENTERIO

Amantes y sin caricias,

los árboles del cementerio,

como una luna olvidada,

se miran en una sal de ausencia.

Triste agua, ya escarcha en abandono,

en una moneda de luz

o en la yerta angustia de una noche.

Blando eco de olas sin espuma

que palidecen ante una red de arena,

ante un horizonte ya sin alma.

Cuántas veces,

en la robusta mirada de una piedra,

en el frágil sostén de una angustia,

o en el llanto de una luna que se va sin regreso,

gemisteis la muerte

que ya habitaba en las espigas de una carne.

Sois la triste elegía

que no conoce sino cristales rotos.

Mas yo sé de una hostia que no muere.

Una lámpara blanca que habita en nuestro pecho.

Una nieve inmortal que lucha entre el gastado ovillo

de la arena humana.

Y yo sé que esa hostia sentirá vuestros labios.

Y yo sé que esa nieve os dará la caricia,

¡la caricia abrazada y ya en olvido!

Os volveréis una arena,

donde llegaré con las olas

espumosas a besar vuestros torturados pechos.

 

BUSCO AQUELLA TIERRA

Mi éxtasis vela suspirando

sin plumaje donde caer.

No lloro a los animales heridos

que se acercan suplicantes,

ni lloro por las hojas sin otoño.

Mi canto no va a las fuentes

ocultas por el viento.

Busco la tierra que me libre

de sollozos.

Aquella en que mis corderos balen

sin temer la flecha de los bosques;

donde mis peces naden sin cascadas

y las cascadas lloren sin mis peces.

Ahí donde a las alas del crepúsculo

sonrían mis rebaños,

lilas del mugir de las reses,

hermanas de mi vida;

rosas del volar de las mañanas,

testigos de mi frente.

Donde los suspiros de las horas

engañen los sentires

de las lunas celestes de mi alma.

¡Donde un plumaje de golondrinas blancas acoja mi éxtasis suspirante !

CANCIÓN

Arrodillado en la isla donde se ahogan

las olas,

una lágrima dejó caer una pena

en mi frente.

¿Qué hacer?, me pregunté.

Y la ahogué.

*

El naranjo duerme.

Tiene una flor entre las sienes.

(Es una flor amarilla).

Despierta.

No se ve la flor.

(Es una flor incolora).

Muere.

¿Qué hacer?, me pregunté.

Y lo cubrí de flores

amarillas e incoloras.

*

En su ruta de ahogada,

en su camino de muerto,

la pena y el naranjo se enamoraron.

¿Qué hacer?, me pregunté.

Y los tendí en el pecho

de la arena.

*

Se los llevó la espuma.

¿Adónde?, pregunté a las dunas.

"A la isla donde las olas,

después de ahogadas, renacen florecientes.


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Antonio Avaria de la Fuente


Antonio Avaria de la Fuente. Nació en Santiago, el 13 de febrero de 1934. Fué miembro de la Academia desde 1948 hasta 1950, año en que desempeñó la Presidencia. Luego cursó Derecho en la Universidad de Chile y Pedagogía en ambas Universidades. Fundó, con Armando Uribe, la Academia Literaria de la Escuela de Derecho y fué, en 1952, su Presidente. Obtuvo el Premio de Poesía en el concurso organizado por dicha Academia el año 1952 Componían el jurado Manuel Rojas y Jaime Eyzaguirre.

MUCHACHA EN MI

Esa luz de tu boca cayendo con sonido

aquellos dedos...

Candente voz lejana machacada en el hueco de una

[mano.

Te siento entre mis vidrios cuchicheando descalza.

Cuidado. Que la piel no vaya a desgarrarse,

las puntas agudísimas.

Nada de nieve, nada. Dime tus labios raros.

Claridad infinita, bellísima, de colores aherrojados

que miran una luz.

Belleza de una alba carne estremecida

por látigos que dejan diminutas

laminillas de corolas rojas.

Quiero besarlas. Quiero

beber las dulces heridas. Déjame.

Déjame, no es la muerte.

Deja tú que este bosque arrancado de repente

encuentre su vino.

A HAMLET, PRINCIPE DE DINAMARCA

No puedo amarte, príncipe,

aunque dulce es tu frente.

Casi no hay que explicarlo. Si tú no fueses, sabes

cómo yo viviría.

Inútil. No podemos beber tardes-a-tardes

heces incomprensibles.

Sólo contadas veces.

Pero hay quejas. Ahora te leo,

entrecerrando los párpados que engañan

¿Por qué?... ¿Por qué?. - - Siempre eso.

¿No están todos tus cirios?

¿No tienes, al veneno, conociéndote?

"If I had time". ¡No engañes

tu propia catedral!

¿No sabes que dependo también de tu mentira?

No puedo amarte, príncipe

Y vivirte es muy duro.

Confiesa. Tú tampoco pudiste contemplarte.



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Carlos Ruiz-Tagle Gandarillas

Carlos Ruiz-Tagle Gandarillas. Nació en Santiago el 12 de febrero de 1933. Hizo sus estudios completos en el Colegio y actuó en la Academia durante los años 1948, 1949 y 1950. Luego fue alumno de la Escuela de Agronomía de la Universidad Católica.

FRAU EMMA

Como institutriz, Frau Emma era espléndida: sólo cuando no aprendíamos las cosas a la fuerza, usaba la razón. Cierto que las razones de Frau estaban deformadas por un sentimiento que ella llamaba "el deber". "El deber" era enseñar. "El deber" era aprender. "El deber" era aburrirse y pasarlo mal. Respecto al otro factor, la fuerza, basta recordar sus manos anchas, rojas, para que Miguel y yo temblemos, sonriendo cobardes, en una súplica ligada estrechamente al instinto de conservación.

Cuando Miguel, mi hermano menor, decía "quisiera tener manos de boxeador como Frau", la alemana se contentaba con mirar voluptuosamente el bailoteo de mi primer diente: con él fabricaría un anillo. Pensaba desmasculinizar sus manos con un anillo blanco, pequeñito. Sin embargo, el seiíor don Primer Diente, precursor de mi dentadura, no parecía dispuesto a abandonanne.

Una mañana, lo anudé con un lazo de cordel a la perilla del catre y tiré con todas mis fuerzas; sangraba la encía y las lágrimas saltaban de dolor. Entró la institutriz y, al ver mi intervención de cirugía, se iluminaron sus ojos grises y quiso ayudarme. Cuando me empujó hacia atrás, me sentí morir. Bruscamente, la presión cesó. Me incorporé en la cama llorando y hube de proponerle que se hiciera el anillo con la perilla del catre que acababa de salir y que dejara a mi diente tranquilo, pues bien claro se veía que, de aflojar, lo haría voluntariamente, sin presión extranjera.

Frau Einma dejó el desayuno humeante sobre el velador y se alejó. Rato después, sentí que tocaba el piano y sollozaba: quizá entonces mirara sus manos y le parecieran más gordinflonas sobre las teclas marfilefias de las escalas de Mozart.

Frau Emnia era una guagua inmensa. A veces, pasaba del llanto grueso a la risa franca, a esa risa suya de tijeretazos mal combinados. Después recordaba "el deber" y se despojaba de aquellos homeopáticos sentimientos. Y, cuando ignorábamos la lección, las orejas debían pagar nuestra pereza: de poco servía gritar aprensivamente. Una tarde, mi ignorancia iba acercando sus manos duras a mi cabeza, cuando, ¡ah salvador míol, el dientecito rebotó en las baldosas. Su careta disciplinaria cambió de inmediato y, entonces, pude yo mirar sus manos toscas con compasión. Recogió con avaricia su ridículo pequeño tesoro y lo guardó en el pañuelo bordado. De súbito, se volvió contra mi hermano Miguel y lo castigó con dureza. ¡Claro, Miguel carecía de diente suelto e ignoraba la lección!

Yo tenía un fuero temporal. En el momento en que Frau diera con la verdad, con la marca de la carie en mi diente ya civilizado, llegaría la hora de la rendición incondicional. No sé si sus ojos llorarán al decir 11 adiós, anillo"; pero, yo sé que he de gritar un adiós muy sentido a las blandas y menudas orejitas mías.

ELIANA

En el parque a Frau Ernma "le daba pudor"; enrojecía y, por nada del mundo, aceptaba mis llamadas a columpiarse. Chirriaba el gozne y el columpio se iba alto como los aviones, más alto aún que Frau. Era tan ,estupendamente peligroso que me sentía hombre de repente. Las cuerdas deshilachadas del columpio, el vértigo, la caída, todo respiraba aventura.

Su pudor a Frau Emma le era ampliamente perjudicial. Bien hubiera podido divertirse conmigo, disten,der sus piernas frías y acompañarme en el viaje, en ese incesante viaje de ¡da y vuelta del aerocolumpio. Pero no. Siempre vencía esa cosa rara: el pudor.

El pudor consistía en la cualidad que tienen las mujeres de no columpiarse y enrojecer. Según Frau me explicara, sólo algunas mujeres lo tienen; las otras, las sin pudor, reciben el nombre de "perversas"... Mucho tiempo quise una mujer perversa, la busqué, la soñé, la dibujé en mi cuaderno de caligrafía. Una mujer profundamente perversa, sin una gota de pudor, no vacilaría en columpiarse conmigo.

Día a día, volvimos con Frau por el prado grande y llegamos hasta los columpios del parque. Nacieron las flores con la primavera, el jardinero cortó el pasto del prado y pintó de rojo, blanco y azul, los palos de los rosales. Ese lugar de la tierra esperaba ansioso la llegada de la mujer sin pudor. Por fin, de tanto desearla, llegó. Dejó su muñeco a la empleada y se sentó en el columpio. Sentí en la cara como calor. Las chasquillas de la perversa golpeaban contra la frente en cada vuelta. Tenía unos ojos azules de muñeca. De pronto, se puso a cantar. Yo quería cambiar de compás para ir juntos en el viaje. Ella cantaba y en la cara sentía yo cada vez mas calor y ese calor, bien lo sabía, era rojo por fuera, por la piel. Ella cantaba y yo me moría de vergüenza. No podía permanecer en el columpio. Un ratito antes de detenerme, la miré y, al encontrarse nuestros ojos, dejó de cantar. Luego se dió impulso y volvió a sus labios la canción. Yo no podía seguir en el parque; corrí donde Frau por mi abrigo y metí las manos en los bolsillos grandes. Después quise volver, perol Frau se opuso.

Ya no pude columpiarme otra vez. "Me daba pudor".


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