La otra presencia de Roque Esteban Scarpa
Por Juan Antonio Massone
Cada 11 de enero se cumplen años de la partida de Roque Esteban Scarpa (1914-1995). Evoco a una persona que fue poeta, ensayista, maestro de humanidades, antólogo, animador cultural y miembro de número de la Academia Chilena de la Lengua. ¿Algo más? Por supuesto. Mucho más. Porque los datos se registran, pero acaso sólo puedan ser leídos por el sucesivo olvido de las modas y las estridencias.
Pero Scarpa fue alguien que luchó por ser fiel a una vocación verdadera. Y en esa lucha comprometió sus raíces y sus anhelos. Se forjó en disponibilidad para otros. Por eso supo despertar el alma ajena y por la misma razón aprestó la suya a recibir las voces que le animaban y a escuchar las otras venidas de tantos libros y gestos humanos.
En el poema “Cumpleaños” escribió: “Has pensado que, en última instancia,/ lo que creaste se unirá a tu nombre/ y sabrás que acaso fuiste un hombre/ cabal, difícil, pero responsable,/ que tiempo no tuvo para ser amable/ en el sentido más vano de la cortesía/ porque se estaba jugando por lo que creía/ justo y mejor, entero y sin temores.”
60 obras publicadas, más de medio siglo de docencia, impulsor de varios servicios desde la DIBAM, creador del Centro de Literatura Comparada de la U. de Chile, Director de la Academia durante varios períodos.
Poeta de pasión y de reflexión, de lo ético y de lo estético, de lo profano y de lo sacro, conquistó un timbre poético mayor. A más de alguien su obra recordó la de T. S. Eliot. Y es que estuvo lejos de facilismos prosaicos y de gruesas obviedades. Desde muy joven alcanzó tono de cavilación conmovida.
“La muerte que me codicia existe:
algún día seré cuerpo abandonado”.
Y del amor expresó el drama de ser persona en la incerteza que supone la anhelada y eventual acogida de alguien que se lleva en sueño y se le quiere real, complemento que anime, acompañe y crezca en pos de esa unidad suprema, porque en el amor, según este poeta, “uno más uno es uno”.
Como suele suceder, al gran encuentro de existencias se le derriba el cielo. Las correspondencias necesarias decaen en afonías o disonancias; el deseo y el logro toman grave distancia; entra en coma el hálito con que se creyó era posible aquella porción de dicha que significa ser alguien especial y único en medio de la abrumadora humanidad. Los motivos de tal fractura pueden ser tan variados como las biografías sobre el planeta. Mas siempre es el mismo cociente doloroso de no ser el bien querido en la persona amada.
“Querías que fuese ángel
para vivir en tus sueños.
Me despojé de manos y de ojos,
y la carne y la sangre, y aún el aire,
y olvidaste el sueño”.
Liberado de toda contingencia, la almendra del alma termina por gozar de otra forma de presencia, aquella definitiva de Dios, su Creador y verdadera morada. Esa afirmación puede leerse en el admirable poema “Acción de gracias”: “Gracias por esta luz del día y la tiniebla que viene/ que será oscuridad de mundo y una lumbre sin horas/ donde la vocación de ser no sufrirá sobresalto”.
Quiero decir afecto, quiero decir gratitud, quiero dejar escrita la palabra admiración en memoria de quien fuera uno de mis maestros, un muy sentido amigo, y uno de los poetas que más hondo interpreta en mí esa “vocación de ser”, aunque muchas veces, en el tiempo, “con el amor hay que morir a solas”.