La burla del tiempo: Naufragando en recuerdos
Por
Cristian Brito
¿Cómo
predecir el efecto del paso del tiempo? Imposible. Con esa dificultad es la
que juega Mauricio Electorat en su novela “La burla del tiempo”
(Seix Barral 2004). Un texto cuyo asunto central es precisamente la memoria,
el reencuentro con ésta y el retorno al presente. Con la historia política
de nuestro país –etapa dictatorial- como telón de fondo,
el autor nos invita a ver la misma historia tantas veces contada, pero en
esta ocasión, con una mirada más atrevida y desenmascarada,
su propia visión. Y es que esta novela autobiográfica, nos entrega
detalles del peregrinaje que Electorat sorteó luego que Pinochet tomara
el poder en 1973, con Pablo Riutort como alter ego del escritor. Riutort,
empleado en una agencia de traducciones en Francia, se ve forzado a viajar
repentinamente a Chile por la muerte de su madre. Desde este momento comienzan
una serie de relatos, donde se conjugan tanto analepsis como prolepsis, en
una narración que des-ordena el tiempo, pero cuyo argumento se clarifica
a medida que avanzan las páginas.
Mi hipótesis de lectura, en este sentido, es simple, el tiempo no es
siempre coherente, y esta concordancia engloba tanto su permanencia en nuestra
memoria, como su propio transcurso, con especial relación a las consecuencias
que en nosotros produce. Corresponde al propio caos de la memoria, donde todas
estas particularidades se engloban y encierran en el título de la novela
-muy acertado-.
La obra posee características claras y diversas, por una parte, resalta
la necesidad de reírse del tiempo robado, en este sentido, su autor
realiza un ejercicio recordatorio y de esta manera nos exhibe su propia experiencia
juvenil durante la dictadura en Chile, y, por otro lado, nos entrega la visión
personal que le significa vivir fuera de su patria, en un país ajeno
y que continuamente lo hace sentir un huérfano, un patiperro.
Por un lado está el Riutort joven, con sueños liberales y adolescentes.
Perteneciente a un grupo de revolucionarios que pretendían un cambió
pacífico, cultural, con el uso de la pluma en lugar de metralletas,
y panfletos en vez de bombas o granadas. En la otra orilla está el
Riutort adulto, que se enfrasca en emborrachados y sordos diálogos
con Nelson, un ex soplón que ahora se encuentra de estadía en
Francia. Pero la novela entrega otros sabrosos detalles, como las cartas fingidas
en las que renombrados intelectuales del orbe celebraban el coraje de los
escritores locales ante la adversidad, donde resaltan nombres como Jean-Paul
Sartre, Briggite Bardot e incluso el futbolista Michel Platini -con saludos
a Carlos Caszely y al Pollo Véliz incluidos-, lo que no hace más
que aumentar la hilaridad oculta en la novela.
Otras narraciones anecdóticas son las referidas a su madre, una mujer
singularmente despojada de vergüenza (no en un sentido peyorativo), que
practica gimnasia desnuda en su casa y que a Pablo le ocasiona más
de un dolor de cabeza a la hora de invitar a sus amigos. Su mamá también
interviene en una serie de cartas, fechadas desde el inicio del gobierno concertacionista,
donde le cuenta intimidades familiares y circunstancias que en casa ocurren
y que, si bien, dentro del asunto de la novela pueden no revestir mayor importancia,
para el lector resultan gratas de leer, funcionando como un bálsamo
en medio de los tensionales recuerdos que les anticipan y suceden.
La burla del tiempo es una analogía a lo azarosa que es la vida, a
lo dispar que son las experiencias, a lo ridículo que puede ser recordar,
pero que en este caso, por el escenario histórico-personal descrito
merece ser realizado.
Novelas sobre el golpe y dictadura existen muchas, pero la diferencia radical
que aquí se marca, es que ya no se toma a los atropellos a los derechos
humanos como la excusa para escribir, sino que es la vivencia de un chileno
común y corriente el portavoz de una generación que no sufrió
tanto, que no se vio ya desgarrada por la perdida de familiares o muertes,
sino que simplemente rescata el hecho de recordar como un ejercicio necesario,
para no perder la patria, para no olvidar, para que los recuerdos y su evocación,
ayuden, de cierta forma, a aceptar al tiempo como un indomable titiritero
que en la mayoría de las ocasiones juega con nosotros, sus marionetas.
En definitiva, el tiempo de todos se burla.