De Espaldas
a la Realidad y Mirando un Punto Fijo.
Literatura y Escritores de Chile.
Por Roberto
Rivera
Ser escritor en
nuestro país (aunque cabe preguntarse si sigue siendo nuestro) - si bien
anhelo de muchos - es un oficio, una composición susceptible de las más
fuertes críticas y denostaciones, apenas superado el umbral del conocimiento
público. Un espacio en disputa, de fuertes guerras y batallas (incluida
la sofisticación tecnológica al alcance) de grupos y egos por
lo general carentes de autocrítica y en el cual toman parte a campo abierto
o subrepticiamente los poderes de facto, los medios de comunicación,
las alianzas políticas y sus aparatos de inteligencia expertos en bloqueos
u omisiones, los críticos bien y mal intencionados inmersos en su propio
ajedrez de ubicuidad y cuota de poder traducido en aprobación o veto,
donde el público lector, metódicamente desinformado, también
participa inclinándose a un lado u otro acorde con la vieja creencia
fortalecida por el autoritarismo y el nerudismo (no Neruda, aclaro, el nerudismo),
que en el sillón literario cabe uno solo y el resto hace de comparsa.
Sin referirnos por sabido a los grandes nombres de antaño, entrando al
milenio, la situación se vuelve incluso más crítica, la
descalificación en tiempos "mediáticos y globales" de
divina juventud y belleza, puede ser por la falta de una muela (Diamela Eltit
vs. Roberto Bolaño) El hecho es que nadie está dispuesto a reconocer
otros méritos que no sean más que a sí mismo. Seguramente
inciden las cifras modestísimas, el abandono de la lectura por las grandes
masas, la escasa repercusión pública del libro mismo, en tanto
el oficio deviene en eventismo, marketing, instalación y presencia mediática,
y la literatura, efectivamente, pierde - y tal vez por estos mismos motivos
- su fuerza e importancia, su poder transformador y crítico para transparentarse
en la papilla televisiva de moda.
Así, no
hace mucho, los narradores residentes dentro de las fronteras, sufrían
los embates de los exitosos residentes en el extranjero y viceversa, en una
curiosa suerte de remedo polémico en el cual, la obra era lo menos importante,
salvo Roberto Bolaño en picada contra la "Nueva Narrativa"
que "de nuevo no tenía nada" pero que paradojalmente, luego
de su promovida "instalación" y del desproporcionado apoyo
de grandes editoriales, críticos y medios, no tuvo ni una sola línea
en su defensa con texto en mano; y eso que entre los "nuevos narradores"
existen libros que se defienden solos como "Gente al acecho" de Jaime
Collier, "La ciudad anterior" de Gonzalo Contreras" o "El
lugar donde estuvo el paraíso" de Carlos Franz por citar algunos.
Sin duda, la falta de reacción obedeció a que el "producto
publicitado", la "Nueva Narrativa", ya había pasado de
moda; tal vez por eso calló Carlos Orellana de editorial Planeta y los
críticos que en su momento a página completa y doble página,
una frente a otra, semana a semana, promocionaron ese producto. También
incidía en que Bolaño, con su carga de premios y reconocimiento
internacional, no era lo mismo que omitir o darle un coscacho a un indefenso
narrador residente. El caso es que salvo Bolaño, todos se negaron a hablar
de literatura. Marcela Serrano, autora de "Nosotras que nos queremos tanto"
residente en México, sin adentrarse en la nueva o vieja narrativa, respondía
a Jaime Collier que, su crítica a su obra y a que esta fuera llevada
al cine, respondía a que su único deseo hubiera sido tener su
éxito de ventas y ser llevado también al cine, en resumen, pura
envidia motivaba a Collier. Y Collier, lo cierto es que responde a parámetros
como éxito, o como Alberto Fuguet decía un tiempo atrás
en TV refiriéndose a los escritores sin reconocimiento público,
como "perdedores" Puede ser entonces que Marcela Serrano, sólo
le respondía en su propio código, o en el que la desafiaba, ya
que Collier, según sea el caso, también usa el otro, el de la
calidad literaria si conviene.
Diamela Eltit, hoy residente en Buenos Aires, autora de "Lumpérica"
"Vaca Sagrada" entre otras novelas, hace unos años, no tantos,
peleaba su espacio público en Chile con la ironía que le es característica
desplazándose de los márgenes al centro, aunque en el discurso
literario persistía "una escritura desde el margen" que abrió
paso sin proponérselo a Pedro Lemebel, más punzante a estas alturas
que ella misma, un marginal de veras, sin necesidad de teorizar sobre su punto
de vista. En México, se cuenta, fue enfrentada, copa de whisky en mano
por Contreras y Collier, quienes perdieron en la refriega por la falta de argumentos
que acarrea ante lúcidos, el peso etílico.
Luis Sepúlveda, autor "El viejo que leía novelas de amor"
residente en Francia y organizador de la Feria del Libro de Gijón, hace
otro tanto, mencionando cada vez que se lo piden, cuidadosamente sólo
algunos de los narradores "residentes" sin argumentos literarios de
fondo, subentendidos, claves de grupo, con un innegable manejo de lo político.
Ahora bien, Sepúlveda, tiene el mérito, además de ser un
buen narrador, de dar la mano a quienes estima que lo merecen, a Hernán
Rivera Letelier por ejemplo, a Francisco Coloane, al cual llevó a ser
éxito en Europa, a Ramón Díaz Eterovic. Esto mismo no se
le conoce a ningún otro narrador que resida afuera, pero una parte de
la narrativa nacional nuevamente queda excluida al menos en sus menciones. ¿Será
el motivo, literariamente hablando, tan fuerte y consistente?
Leandro Urbina, autor de los impecables "Las malas juntas" y "Cobro
revertido" hoy en Estados Unidos, fuerte lector y teórico ha tenido
el cuidado, al lado de Ariel Dorfmann, de mantenerse fuera de las opiniones
de "narrativa interna" El precio de la independencia de ambos, ha
sido caer en una impecable fuera de carrera, a modo de lo que se hizo con Fernando
Alegría, que ya no recibió el Premio Nacional de Literatura.
El show de Skármeta, nada que no se sepa, continúa desde Alemania.
Isabel Allende es probable que ni siquiera lea a los narradores nacionales,
incluso que no sepa quienes escriben hoy en Chile; con su propio mundo y una
carrera hecha completamente afuera, no precisa del país mas que para
el mundo de sus novelas. Ahora postula al Premio Nacional y lo cierto que, sería
injusto si en algún momento no se lo dieran.
Los narradores "residentes" en cuanto les corresponde, no lo neguemos,
mantienen una sorda inquina contra los "afuerinos" al parecer por
el éxito que obtienen. No se conforman, y así, no pierden oportunidad
de descalificarlos, porque Isabel Allende ni Marcela Serrano vienen del mundo
de la literatura, sino del periodismo y las acciones de arte, que en ellos no
hay nada nuevo, ni un estilo ni temas originales, que Sepúlveda es elemental
y suma y sigue, que a Diamela Eltit no la entiende nadie, aunque ya eso se lo
decían cuando estaba en Chile, que Dorfman optó por el facilismo
y que es mejor teórico, que Alegría vivía como rey en Estados
Unidos. En tanto cada cual arma su mundo y su espacio de influencias y relaciones,
políticas, académicas, etc. con la idea escondida de tener el
mismo éxito de ventas y reconocimiento que ellos. Lo más grave
es que por lo general, el argumento literario queda afuera, por descontado que
escriben mejor en un mundo injusto.
La vieja narrativa ahora, la que era nueva, igual mantiene sus vínculos
de clan y sus excelentes relaciones con los medios, cada cual inserto en el
esquema que diseñó Tironi a comienzo de los noventa, en un elástico
vaivén que oscila de extremo a extremo del panorama político institucional
y de la corrección que esa misma institucionalidad espera de ellos. Por
la ventana se cuelan Díaz Eterovic y Rivera Letelier, que el canon debe
aceptar como la excepción a la norma, así como Sepúlveda
lo hace afuera. Eso sí, Sepúlveda puede darse licencias críticas
negadas a los anteriores.
Roberto Ampuero de "Nuestros años verde olivo" publicado casi
30 años después de "Persona non grata" de Edwards, un
poco dentro del país y otro fuera, se alínea con los del exterior
sin el éxito ni el reconocimiento internacional de los otros "afuerinos"
con una producción más de cotilleo y consumo interno que de luces
universales, pero que cuenta con una prensa nacional que lo celebra y anima
libro a libro. Su opinión responde al que convivió íntimamente
con la élite de izquierda latinoamericana y antes de la debacle se pasó
al bando contrario.
El grupo que conforma la Corporación Letras de Chile, otrora integrada
a la Sech (Sociedad de Escritores de Chile) intenta con personalidad jurídica,
integrarse a la nueva institucionalidad cultural vigente, genera encuentros
y lecturas dentro del marco y los límites que fija el Consejo Nacional
del Libro y la Lectura, con Diego Muñoz al frente, y Fernando Jerez y
Poli Délano en la retaguardia. La intención es ser lo más
amplios posibles, aunque igual quedan algunos fuera. Incide en ello, heridas
de viejas batallas y nostalgias setentistas. Con todo, es uno de los pocos grupos
que genera movimiento y actividad social y colectiva en torno de la literatura,
cuando las reglas del Consejo cambian y mucho de su proyecto queda a la espera
de mejores vientos y de los escasos dineros.
Poli Délano, si bien vive en Chile, desde hace años desarrolla
su carrera en México y otros países, ya que aquí no hay
editoriales que se interesen por su obra, o muy esporádicamente se preocupan
de ella.
Pareciera que los nuevos ímpetus que animan desde el verano al conglomerado
político a cargo de administrar el modelo, hubiera descartado las proposiciones
y el aporte de Letras de Chile, vía cambiar las reglas de juego.
La Sociedad de Escritores, anclada en otro tiempo, en la práctica queda
fuera de discusión y su voz pierde toda influencia y relevancia sistemáticamente,
como todas las confederaciones y gremios en tiempos de "libre mercado"
y consumo. La Sech igualmente cumple su rol, o un rol, cobija y ampara el lado
frágil de la literatura, las cuartillas, la poesía indigente,
un mundo minusvalorado por los detractores (casi todos) y que sin el cual, justo
es decirlo, tampoco existiría la otra.
Desde el mundo virtual, con www.escritores.cl, un espacio de difusión
y encuentro sin exclusiones, Ernesto Langer mantiene en pie una interesante
iniciativa que ya lleva cinco años. Atenta contra ella, en principio
la virtualidad, la literatura sin papeles, la falta de apoyo luego y el ruido
que provoca la intromisión de la voz de un público on line, dispar
y numeroso.
Distinto ocurre
con Pablo Azócar y Ana María del Río, ambos excelentes
narradores que viven en Chile y sólo se sustentan en su propia obra y
que el medio - especialmente Azócar - ha debido reconocer, sin otro atributo,
que la calidad de ella. Sin embargo, algo podemos tener seguro, es que pese
a la calidad de su obra, no viven de la literatura.
En cuanto a los
críticos, Patricia Espinoza desde "Rocinante" demuele el último
libro de cuentos de Gonzalo Contreras "Los indicados" en una suerte
de réplica a las alabanzas de Ignacio Valente de "El Mercurio"
El argumento de fondo eran las opciones de vida que alguna vez hizo Contreras;
en cuanto a literatura, el mal uso de las negaciones, unas sobre otra. Poco
después este mismo crítico, demolía también a Carolina
Rivas por "Dama en el jardín" con argumentos semejantes; desde
"El Mercurio" Antonio Avaria recomendaba buenamente la lectura de
este mismo texto. ¿Quién tenía razón? ¿Cuál
de estos libros era efectivamente bueno y recomendable de leer?
La respuesta a Espinoza, llegó sólo por "Los indicados"
por parte de un amigo de Contreras, Martín Hopenhayn, luego de ello nada,
un solo amigo. Cabe preguntarse: ¿Qué se juega tras de esto? Y
ojo, que las críticas de Espinoza gustaron, sacaban roncha, al estilo
de la mejor crítica norteamericana de los sesenta, pero faltaba la otra
cara de la medalla que Mailer sabía dar, faltaba por así decir,
la humana ecuanimidad.
En ese mismo tiempo, Espinoza, rescataba a Ramón Díaz Eterovic
por su casa de escritor en barrio de escritor, con música de jazz de
fondo, anaqueles con libros, humo de cigarrillo..., así se salvaba el
detective Heredia y "Los siete hijos de Simenon" sin brillo crítico,
un libro que, sin duda, lo tiene. Por lo cual volvemos a preguntarnos: ¿Qué
se juega que no sepamos tras de esto, o se trata únicamente de capricho?
Todos ellos son escritores profesionales y por supuesto, con aciertos y errores.
Camilo Marks, crítico de revista "Que Pasa", también
los últimos años ha dado en fustigar escritores en general y en
particular los "residentes" Sumado en principio a la "Nueva Narrativa"
devino en criticar el excesivo ego de estos, escribiendo también una
novela y luego presentando el último libro de Marcela Serrano, sentado
junto a Carlos Orellana, el editor de Planeta. Curioso cambio de perspectiva
sobre una escritora a la que recomendó aprender el oficio, en tanto otros
críticos aún no toman sus libros por entender que quedó
repitiendo.
Javier Edwards, un crítico que partió en "La Epoca"
con Mariano Aguirre, también se suma al veto y las denostaciones ahora
desde La Revista de Libros de "El Mercurio" Edwards, si bien generalmente
acertado, se vuelve cauteloso y tímido cuando toma el texto de algún
autor que cuente con bendición oficial y fuertes apoyos, en lo que podría
corresponder visto buenamente, a una controlada autocensura.
En todo caso, la voz crítica, y a la cual accede el lector común,
dentro de este ajedrez de influencias oficiales y de las otras - a la cual el
lector no tiene acceso- redunda en una peligrosa suerte de desinformación
y de valoraciones confusas, en la cual finalmente prima el éxito de ventas,
que sabido es, no distingue entre buena o mala literatura. Tal vez por ello,
se eche de menos el juicio de Ignacio Valente que podía sustraerse y
criticar con relativa independencia.
Es cierto que
una polémica entre "residentes" y "afuerinos" es
artificial y no responde a argumentos literarios de fondo ni mucho menos, sino
más bien, pareciera, a un reclamo general sobre las condiciones en que
se desenvuelven los escritores en Chile, pero también es cierto que nunca
fue mucho mejor y que desde siempre, este fue un país mezquino con sus
artistas; que hoy tiene políticas de promoción comercial y de
productos de todo tipo, pero no la tiene para sus escritores. Aún no
son considerados "producto" susceptible del mismo tratamiento, por
lo cual quedan fuera del esquema, como si exportar vino, salmones, frutas, o
cobre, no precisara del encantamiento de aquel entorno productivo que los escritores
hacen cotidianamente, de una cultura que es parte intrínseca de estos
mismos productos. En efecto, para considerarlo así - y aumentar y sostener
niveles de ventas y penetrar mercados e influencias - habría que ser
más inteligente. No considerando al escritor, quienes deciden en nuestro
país, de todo ámbito, se muestran muy coherentes y acorde con
la época que vivimos.
El resultado final
de esta colusión entre el poder de las editoriales y la administración
del proyecto neoliberal en curso, es una producción literaria carente
de valentía y nervio, de cuerpos gloriosos sin sangre circulando, de
talento amarrado a la pata del catre y oficio sin alas. De polémicas
improductivas e inútiles, como las de "afuerinos" y "residentes"
En el fondo, muy político, o como hoy se hace política.
En tanto, queda
la impresión, que escritor y libro - afortunadamente - siguen siendo
peligrosos.
Roberto Rivera
Vicencio.
Escritor.
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