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Esa palabra que hace crisis

por Juan Antonio Massone

     Maximino Fernández Fraile posee vocación de servicio y de cultura. Dijérase que ambos aspectos complementan su labor docente y, a no dudarlo, su trato caballeroso los culmina de modo inmejorable. Pruebas al canto, sus obras Historia de la literatura chilena (1994), dos volúmenes que suman 752 páginas; Literatura chilena de fines del siglo XX (2002), libro de 195 páginas. Ambas investigaciones constituyen trabajo paciente, generoso y confiable, no menos que signadas de respeto y ponderación. ¿Cómo callar, en este caso, la semejanza de estas obras con los rasgos sobresalientes de la personalidad de su autor?

     Parecerse a cuanto uno hace y dice es obra mayor de vivir. Es logro de quienes transforman el tiempo que dejan las obligaciones premiosas en asuntos de pasión. Y, por paradojal que nos parezca, sólo quienes carecen de tiempo llevan a cabo tareas en beneficio de otros. En muchos, el tiempo no alcanza más que para no tenerlo.

     Como se sabe, trabajar en asuntos culturales significa, ante todo, optar por el silencioso galardón de la satisfacción de hacerlo. Y, luego, si los hados no son adversos, puede recibirse alguna valoración de las veleidosas atenciones ajenas.

     Recalco el espíritu laborioso y servicial de nuestro autor, además, porque éstos son tiempos regidos por una frenética y, a veces, indecorosa ocupación hacia la presunta importancia de sí que todo lo posterga, empezando por la presencia de alguien y negando cualquier reconocimiento del valor ajeno. Consecuencia fatal de la malhadada carrera literaria que oblitera el ver, encoge el aprecio y pervierte lo veraz. Debido a esa conducta se agostan vínculos, impónese lo adventicio y resta pobre la palabra.

     A Dios gracias, Maximino Fernández pertenece al linaje de los consagrados a su oficio. Y lo concibe con afecto entusiasta que, por serlo, es apertura, disponibilidad, vida poblada de estimación hacia la obra de otros. Es así como en sus libros mencionados tantos y tantas conocen de hospedaje confortable. Sólo el registro de nombres y de obras es ímproba tarea de atención. Cierto, lo hecho por él es mucho más que escuetas acumulaciones, pero bastaría lo primero, a ponderarlo trabajo de mérito y servicio.

     La crítica literaria en Chile (2003), publicada por Editorial Don Bosco, al igual que las investigaciones anteriores, cuando menos exige en justicia, un cogollo de reconocimiento a este sello, tocante al aporte que significan obras como las mentadas para bien de estudiosos y de lectores interesados en conocer de nuestro país. ¡En hora buena, autor y editor reunidos!

     La crítica literaria, vuelo y materia en este libro, es reflexión y antología, sin perjuicio de aportar notas bio-bibliográficas al frente de cada uno de los 17 autores considerados en el estudio. Concebido como un panorama cronológico, los tonos y matices de los enfoques mostrados por los críticos, en su momento, se suceden a ritmo de palabras genuinas habidas en comentarios, reflexiones y documentos valiosos, difíciles de hallar muchas veces. Tal recuperación de voces heterogéneas significa una batalla ganada al olvido. La vecindad en que las ofrece este libro permite considerar énfasis, lúcidas pluralidades y, mayoritariamente, el goce de una buena escritura.

     Pero, ya lo dijimos, no se trata de una aglomeración afortunada esta obra. Antecediendo a nombres y textos, las páginas iniciales desarrollan con claridad expositiva, variadas perspectivas de críticos y también de escritores acerca de esa grata e ingrata labor de examen y de persuasión como es la constancia del lector profesional que, al par, debe ser fiel a un texto en su actitud valorativa y traspasar dicha experiencia en lenguaje inteligible a potenciales lectores. En otras palabras, el crítico es un adelantado y un pulsador; a un tiempo examina y cata las palabras creadoras.

     Claridad y pertinencia son, pues, cualidades apreciables de este libro. Sobre todo si se tiene presente lo resbaladizo de la tarea crítica, su azorante realización y las dificultades de vencer propios desvíos. Porque al crítico se le exige claridad sensible y perspicacia orientadora; a la vez juicio y comprensión. Y eso queda demostrado en las opiniones de muchos que han ejercido esta forma de literatura polémica como es la crítica.

     Nada adjetivo la honrada atribución de los sondeos de opinión que llevaron a cabo las estudiantes de la Universidad Gabriela Mistral Paula Castillo y Consuelo Fernández-Romo, en su seminario de titulación, material que enriquece al volumen. Este justo proceder refrenda cuanto afirmamos de la calidad ética, en este caso, del autor. Destacable su contraste con cierta proclividad a escandalosos plagios a los que raras costumbres actuales de tráfico semántico llaman reminiscencias. Amén de que la honestidad es de suyo respaldo confiable respecto de personas y de obras, el hecho de que este libro acoja, en parte, frutos de trabajo docente y de investigación realizado con personas cronológicamente más jóvenes, mantiene y valida un tipo de magisterio que, así como posibilita en algunos nuevos horizontes de un saber necesario, también se acompaña de lo realizado por quienes se incorporan al conocimiento cultural más sólido. Comunidad del conocer y cooperación en tareas indagatorias: testimonio universitario verdadero.

     Esta obra es, pues, un estudio y una antología de reflexión y de buen decir. Su núcleo: el modo y misión de la crítica a través del tiempo, en Chile. Crítica literaria que es examen, gusto, preferencia, análisis, persuasión y veredicto. Los autores escogidos trasuntan personalidad, conocimiento y puntos de vista que admiten exposiciones variopintas y complementarias. De acuerdo a la época a que pertenecieron los representantes escogidos, mediados del siglo XIX hasta plazo similar de la siguiente centuria, con la sola excepción de José Miguel Ibáñez, se advierte un énfasis crítico en el autor y en el texto. Entonces no se estaba muy sensible al papel desempeñado por quien lee ni al contexto cultural en que lo hace. Con todo, la lucidez y esencial claridad de Hernán Díaz Arrieta, por ejemplo, regaló indicios suficientes de las resonancias humanas de la lectura.

     El carácter antológico de estas 353 páginas da pie a escuchar el pulso y el latido que, “de puño y letra”, animaron las palabras de lector interesado y de actitud crítica, en el caso de los autores convocados a esta reunión de largo tiempo y de dispares énfasis. En este sentido, el libro semeja una mesa redonda a la vez que una exposición, en cuyas páginas es dable escuchar y ver el espíritu de las letras.

     Hubiese preferido que Ignacio Valente apareciera representado por algunos escritos, en los cuales conocer de sus convicciones críticas, y no sólo en citas de indudable importancia, pero que no alcanzan a cabalidad la exposición enteriza de su pensamiento.

     Sé que el autor, a quien me une una amistad sin tacha, aceptará de buen grado reclamo como el anterior que sólo pretende contribuir, desde lo pequeño, a su gran labor. Ambos nos formamos en la rigurosidad magisterial del Padre Alfonso Escudero, O.S.A.-- incluso más él que yo--, y ese gran viejo estará contento de que nos ayudemos a perfeccionar mutuos trabajos.

     Exhorto a nuestro estudioso a prolongar las bondades y aportes de este libro en otro semejante, pues son tantos quienes han contribuido en Chile al desarrollo crítico. Los nombres de Milton Rossel, Fernando Durán Villarreal, Juan de Luigi, Roque Esteban Scarpa, Edmundo Concha, Vicente Mengod, Alfonso Calderón, Patricia Espinoza, Ana María Larraín sirven de ejemplos incitadores.

     Es probable alcance este libro una ponderación feliz más adelante. “Todo tiene su tiempo bajo el sol”, se nos recuerda en Eclesiastés. En tanto, a ponerse en marcha otra vez. Que tu quijotismo, Maximino, se enriquezca en el espíritu de N. P. San Agustín, y el inquieto corazón propicie obras de nuevos rescates. A no renunciar a la brega y a realizar lo que es necesario y esperable de una persona y de una tarea en que se manifiesta un ser en el trabajo servicial. Entonces, como escribiera el hombre de Hipona: “Busquemos para encontrar; encontremos para seguir buscando”.



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