Crónica
Literaria
EN
TORNO A BALDOMERO LILLO
El
cuento como alerta social
por:
Jorge Arturo Flores
En
Chile han proliferado los textos que apuntan hacia la realidad social, aunque
se les ha confundido, lamentablemente, como literatura comprometida con una
doctrina política, específicamente, el comunismo y socialismo.
Eso permitió que ciertos textos pasaran con rapidez al olvido, otros
fueran desdeñados y sobrevivieran sólo algunos, los que trataban
el tema con alguna altura de miras, sin tonos panfletarios ni manos erguidas.
Sobrevivieron, por ejemplo, los trabajos de Nicomedes Guzman, Alberto Romero,
Gonzalez Vera y Baldomero Lillo, que es la el escritor que hoy nos preocupa.
La constante de sus escritos se manifiesta en que, al contrario de los otros,
demasiado comprometidos con su raigambre política, ellos exponen. No
imponen ni proponen. Muestran una realidad que para muchos estaba oculta o
simplemente no querían verla.
La
visión de Baldomero Lillo
Tuvo
el talento y la visión de mostrar al país una realidad que no
había sido suficientemente trabajada: la vida del minero del carbón,
específicamente, en el sur chileno, donde Lillo conoció de cerca
las penurias, barbaridades y excesos cometidos por quienes tenían el
dinero y el capital. Baldomero Lillo se crió en ese ambiente, supo
de primera aguas la triste y dura realidad del minero y la trasladó
al papel.
Su libro famoso “SubTerra” fue éxito y agotó tres
ediciones. Allí están los cuentos “Compuerta Número
12 y el Chiflón del Diablo”, piezas de antologías y lectura
obligada, (¡ menos mal!), en los establecimientos educacionales.
Pero Baldomero Lillo, pese a su vida permanentemente sometida al martirio
económico, tuvo la grandeza y el talento de enhebrar relatos con tinte
humorístico. ¡Quien pudiera pensarlo, en sus circunstancias!.
Así, dio a la luz ese otro clásico, Inamible, cuento formidable,
redondo, y “Cañuela y Petaca”.
El
cuento social
En
sus relatos sobre la vida del minero, Baldomero Lillo, en cierta forma, alertó
al pueblo chileno sobre las penurias que sufrían sus compatriotas y
mostró la ruina moral de los que poseían el poder y el dinero.
Dicen algunos que recargó las tintas sobre los gringos y los capataces,
pero no debiera estar muy lejos de la realidad. Efectivamente, la recreación
de esos personajes no es precisamente halagüeña y el lector se
enfurece al comprobar cuanta ruindad y maldad existía en sus dictámenes.
Como también, toma parte del lado de los esforzados mineros.
Hay un cuento, por ejemplo, que trata del caballo que vivió prácticamente
toda su vida en las minas. Cuando ya no sirve, lo traen a la superficie. El
pobre, ciego, su cuerpo famélico, cubierto de costras por los golpes,
apenas se mueve. Fallece, picado por los tábanos.
Un cuadro sobrecogedor.
Más aun lo es la vida de los mineros, su melancolía, esos dramáticos
fines de mes cuando reciben los escuálidos salarios, agostados por
las multas y la pulpería. En realidad, al leer a Baldomero Lillo el
lector entiende mejor el comportamiento humano y hasta justifica muchas veces
los movimientos sociales que pretendían dignificar la tarea de los
pobres. Cierto que las ideas eran muy buenas y muy malos quienes la llevaron
a cabo. Los resultados, por lo demás, están a la vista: todo
deviene finalmente en el mismo círculo de siempre: para la minoría
el poder y para el resto, o sea, la mayoría, el esfuerzo.
.
Trascendencia de Baldomero Lillo
Lillo
fue un adelantado. Permitió ver, en una época de crecimiento
y bonanza económica, que “bajo los mantos de la riqueza minera,
se estaba incubando un grave problema social”(Darío Osses, Ercilla,
1983). Un problema, por lo demás, que nunca se resolvió. Hoy
sabemos en que se han convertido las minas del carbón.
Es toda una historia lúgubre, dura, fría, dolorosa.
Baldomero Lillo hizo del cuento una herramienta eficaz para dar la primera
campanada, pero no tan sólo eso. También se dio a conocer como
un escritor de fuste, con imaginación, buen tratamiento de los temas
y del drama, exacto dibujo de sus personajes, clara de demostración
de perspicacia sicológica, buen ambientador del clima y la atmósfera.
Sus cualidades literarias son relevantes, pero aparecen oscurecidas, un poco,
por el tratamiento de sus temas. Quizás en el enfoque de su obra, en
general, se le haya discriminado un poco, como resultado de lo que hemos enunciado.
Mal que mal, a nadie le agrada que le digan la verdad de frente ni menos que
muestren realidades que no elevan, ciertamente, el espíritu cristiano
de alguna época de nuestra historia.
Baldomero Lillo, como otros escritores, lo hizo y eso tiene un costo.