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Donde van a morir los elefantes: una elaboración de geografía e id-entidad

Por: Jorge Etcheverry

 

“El otro día leí en un National Geographic que los elefantes, cuando sienten que se van a morir, se van a refugiar no me acuerdo a qué reservación en Kenia”), afirma el elefante protagonista de esta novela, un profesor chileno que enseña en Estados Unidos. ¿Es este nombre premonitorio en el sentido personal del autor, o nos anuncia un fin tan inevitable como esperado, ya percibido en el organismo? ¿O es un elemento más de la parodia de los Estados Unidos presente en esta obra, que se puede extender a las sociedades anglófonas desarrolladas, ámbito de una existencia tan unidimensional en esencia, como variada y pintoresca en la apariencia?.

“Con razón dicen que en Estados Unidos las universidades son los sitios adonde van a morir los elefantes” .Porque en la figura del escritor Chriboga, que ha ido a dar a una universidad chica del medio oeste norteamericano en una de sus vueltas, 14 años más tarde de su casi mítico triunfo como favorito de la super editora Nuria Monclús en la Barcelona del Jardín de al lado y bastante venido a menos, podemos advertir que se ha consumado un ciclo. El protagonista de esta novela, Gustavo Zuleta, profesor de literatura, comparte con el escritor exilado chileno protagonista del Jardín de al lado la mediocridad literaria. El protagonista de Donde van a morir los elefantes es también una versión (¿cambiada, evolucionada?-depende del criterio) de Humberto Peñaloza, una de las encarnaciones del protagonista proteico del Obsceno pájaro de la noche, también un autor, un escribiente, un poco rayano en el ridículo, ya que Zuleta: “..por mucho que se esforzara por dar con una voz propia—escribiendo un artículo, un poema, un ensayo, un cuento, lo que fuera--, sólo producía pastiches de García Márquez o de Carlos Fuentes, pero sobre todo de Marcelo Chiriboga…”

El personaje central de novela también está aquejado de una cierta degradación ontológica, es decir sufrida no tan sólo a nivel de los ‘valores’ , sino también física, concreta, a la vez signo inevitable de una marca social, tal como había sucedido con Humberto en el Obsceno pájaro de la noche , novela publicada con 25 años antes de Donde van a morir los elefantes. Es característico de Donoso la ontologización del valor social, que da testimonio de una escritura brotada en un país de clases sociales dotadas de blasones o estigmas físicos, según sea al caso, y que muestran un origen étnico “como se usaba decir ahora”. Gustavo Zuleta se describe a sí mismo indirectamente en el capítulo 18 al dar la descripción de su niño de pocos meses “La sigue para todos lados Nat, un negrucho feíto, igual a mí” . En el caso del Obsceno pájaro, la conciencia de la apariencia física no se detenía en el mero reconocimiento ni en la aceptación (casi diríamos resignación), que es un estado de ánimo a medio camino entre la euforia y la disforia, que secreta el texto de la novela Donde van a morir los elefantes. En El obsceno pájaro de la noche, Humberto Peñaloza se refería a “este triste rostro sin facciones de los Peñaloza” nombre que a la vez simbolizaba un poco en la época a la baja clase media, el “medio pelo” o “medio peluche”, como decían los ‘pijes’ o ‘paltones’, como lo mostraba el popular personaje de la tira cómica de ese entonces El pato Peñaloza, o la letra en una canción popular en que el intérprete con voz de falsete imita el hablar campesino como lo percibe un joven de clase alta, proclamando que “Ana María Peñaloza/la muchachita más hermosa”, con un dejo ridículo, pero a la vez afirmando interés en la niña objeto de esta canción.

En esta novela se encuentra presente la relación entre un centro o nivel, que presenta lo positivo ontológica y axiológicamente, en relación a otro ámbito marginal, distante y periférico, orientado hacia ese centro y definido por la carencia: “Gustavo supo que nada le gustaría tanto como sumirse en esa marea vegetal—tan distinta a los polvorientos campos de su país, pura tierra y piedra, puro esqueleto” En las categorías del universo ficticio de Donoso los valores, incluyendo los valores de la pertenencia a estamentos, clases o grupos sociales, se manifiestan ontológicamente, se ‘encarnan’ y se espacializan, cubriendo determinados ámbitos y se confrontan, necesitándose mutuamente, es decir definiéndose dialécticamente el uno al otro, un ámbito axiológicamente valioso y uno degradado en comparación a éste. En el caso de esta novela, al comienzo hay un ‘centro’ en relación a una ‘periferia’, donde se encuentra el protagonista a comienzos de la narración- El vehículo o puente entre ambos ámbitos es la correspondencia, en que el antiguo mentor del protagonista, enseñando en Estados Unidos, pinta un “cuadro sumamente seductor” que lleva a Gustavo a “envidiar abyectamente los placeres y ventajas de la situación de su maestro” Pero a su vez se insinúa una relación inversa, ya que el mentor “se había quejado de su aislamiento, de su nostalgia…por el horizonte fracturado de la Cordillera y por la quietud colonial del barrio bajo de nuestra capital católica…” por un espacio que ya no existe sino como un constructo de la memoria.

Viene primero el rechazo del ambiente “subdesarrollado”, desencadenado por una intromisión epistolar de la Universidad de san José, representada en las cartas de su mentor, Rolando Viveros: “Cuando Rolando comenzó a pintarle el cuadro idílico de sus circunstancias, Gustavo encontró lóbrega su casita de fin de semana. Ya no hablaba de ella como “mi bungalow”: la calificaba de “maldito cuchitril” Sin embargo, la Universidad de San José, que “era pequeña y no muy ilustre”, situada en un espacio dotado axiológicamente a la distancia, se revela como siendo a su vez degradado: “…esas tierras… cuyos pobladores aborígenes habían sido exterminados--, explotadas sin medida por los codiciosos colonos y sus descendientes, drenadas, abonadas y violadas…” , desde la perspectiva del marginal o dependiente como carencia y distancia insoslayable: “..nos apoderamos de todo lo que nos ofrecen aunque sepamos que no es más que la cuerda con que nos estamos colgando. Es la patética nostalgia por tener lo que no está a nuestro alcance”

Esta ambivalencia o ambigüedad se juega también a nivel humano, manifestándose por ejemplo en Ruby, en cierto modo coprotagonista de la novela: “Gustavo se dio cuenta de que la conserje estaba sentada: veía nada más que su cabeza monumental, de carrillos inflados, como listos para una explosión grosera”. Los estudiantes elefantiásticos “Gordos y gordas—o por lo menos personas de proporciones desmesuradas—acariciándose obscenamente…lengueteando las descomunales boñigas de helados de frambuesa que las máquinas evacuaban en cucuruchos de galleta…enajenados todos en su burbujeante parloteo o coqueteo” Pero en esta misma situación se abre una ambivalencia en la perspectiva del protagonista. Una joven “Doris, nombre de huracán, de tornado, de gringa pecosa y encantadora” se transforma casi a renglón seguido: “Y la rubia, que no era tan rubia, sino pelirroja, y no tenía nada de encantadora…” Ruby, la co-protagonista, se transforma en su opuesto, pasa de la fealdad grotesca a una belleza en que la gordura es exceso de vitalidad: “Gustavo pudo ver que las mejillas de la conserje no estaban hinchadas de aire: pertenecían, de manera impecable, a la arquitectura de una de esas gordas espléndidas y ligeramente obscenas que lo habían maravillado en el lobby”.

Sin embargo, anteriormente, “…en este poblado lobby divisó a algunas enormes muchachas, infladas como personajes-globo de Disneylandia: groseras y delicadas a la vez, limpias, frescas, blancas….” que lo habían hecho evocar por contraste a su mujer en Chile “Evocó la virtuosa menudez de Nina, su esqueleto de jilguero…Nina pertenecía a otra estirpe de animal, una especie desprovista de olores, y su pecho no acezaba como una máquina con la presencia de otros” . Es la concupiscencia por “esa carne de hoyuelos rebasando los shorts mínimos, toda la opulencia de aquellas ancas cimbreándose, la piel inflada susurrando en la intimidad caliente, seguramente húmeda, de sus muslos al caminar..” lo que altera la percepción del protagonista, en lo que Jean Paul Sartre hubiera llamado un proceso de cosificación, y que a la vez nos recuerda elementos subyacentes y no tematizados de la sexualidad chilena: en las clases altas/ medias de ascendencia blanca o mestiza, y en el caso del varón, existe una manera popular y casi folklórica de referirse a la atracción hacia la mujer mestiza, o india, la “china”, elemento oculto que estigma al señorito como ‘chinero’, pero que escinde la figura de la mujer, reservando los elementos de castidad, pureza, finura para la cónyuge o pareja, la Iris del Obsceno pájaro de la noche. Por otro lado, la atracción sexual hacia la “gringa” juega con la concepción cultural de su accesibilidad y falta de moral, junto a su exuberancia, en la América de origen católico, y que presente en esta novela se combina con el elemento tradicional popular chileno de la gordura es “parte de la hermosura”. Su carácter está construido a partir del dicho chileno, que de alguna manera proporciona la anécdota de la novela: el enamoramiento y la relación del protagonista con Ruby, construida con elementos de una abundancia rayana casi en el desperdicio, como resumen y producto final de la sociedad americana misma, encarnándose en la Ruby, afectada de bulimia pero que asume su glotonería como rebeldía, como elección y autenticidad, y manifiesta “Cuando quiero comer algo, lo pido personalmente. Además quiero advertirle, … que estoy por encima de las dietas. Me parecen un embaucamiento, una concesión a las reglas sociales”

La Ruby es el símbolo y la encarnación de esa Norteamérica dolorosamente atractiva en su ambivalencia para el personaje central. La grotescamente gorda (o la bellísima) Venus de Willendorf, símbolo femenino primigenio que es a la vez símbolo de la abundancia. Se establece una simbología muy sensible y material en que este personaje representa la abundancia, la plenitud, la belleza, la afirmación de la materialidad , el placer inocente que se ostenta y el deseo sin justificación de alguna manera propio del postmodernismo. Pero a la vez la degradación, la cuasi grosería, el despilfarro y la tosquedad de la sociedad angloparlante de consumo, que podría ser canadiense, australiana, inglesa o norteamericana. El deseo de Gustavo por Ruby representa el anhelo de lo distante y quizás imposible, como la casa en San José más allá de sus posibilidades, frente a la que “ el corazón llegó a enconársele con el ansia de hacerla suya”, deseo quizás inauténtico e impuro, metafísico, metonímico y fetichesco: “tan completa era la devoción de Gustavo, que admiraba hasta las corbatas angostas…que el ecuatoriano se daba maña para encontrar en viejas tiendas sombrías de Londres y París” . Ruby es la “elefanta preciosa” que se une al protagonista en una hierogamia grotesca que representa a los dos mundos que se enfrentan y se encuentran “el opulento calado de la Ruby era perfectamente capaz de mantener a raya, con aspavientos de rechazo, a ese homúnculo que, prendido a ella como un monito a su madre, escarbaba en los pliegues de su cuerpo”. Esta imagen contiene sin embargo un dejo de ternura. La sensualidad y la carencia, la distancia y el anhelo se desgranan por las páginas de esta novela, que da concreción y hace la parodia no exenta de ternura de la situación del marginal y el dependiente respecto al centro de prestigio y de poder, que a su vez necesita del otro para existir.



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