“El otro día leí en un National Geographic que los elefantes,
cuando sienten que se van a morir, se van a refugiar no me acuerdo a qué
reservación en Kenia”), afirma el elefante protagonista de esta
novela, un profesor chileno que enseña en Estados Unidos. ¿Es
este nombre premonitorio en el sentido personal del autor, o nos anuncia un
fin tan inevitable como esperado, ya percibido en el organismo? ¿O es
un elemento más de la parodia de los Estados Unidos presente en esta
obra, que se puede extender a las sociedades anglófonas desarrolladas,
ámbito de una existencia tan unidimensional en esencia, como variada
y pintoresca en la apariencia?.
“Con razón dicen que en Estados Unidos las universidades son los
sitios adonde van a morir los elefantes” .Porque en la figura del escritor
Chriboga, que ha ido a dar a una universidad chica del medio oeste norteamericano
en una de sus vueltas, 14 años más tarde de su casi mítico
triunfo como favorito de la super editora Nuria Monclús en la Barcelona
del Jardín de al lado y bastante venido a menos, podemos advertir que
se ha consumado un ciclo. El protagonista de esta novela, Gustavo Zuleta, profesor
de literatura, comparte con el escritor exilado chileno protagonista del Jardín
de al lado la mediocridad literaria. El protagonista de Donde van a morir los
elefantes es también una versión (¿cambiada, evolucionada?-depende
del criterio) de Humberto Peñaloza, una de las encarnaciones del protagonista
proteico del Obsceno pájaro de la noche, también un autor, un
escribiente, un poco rayano en el ridículo, ya que Zuleta: “..por
mucho que se esforzara por dar con una voz propia—escribiendo un artículo,
un poema, un ensayo, un cuento, lo que fuera--, sólo producía
pastiches de García Márquez o de Carlos Fuentes, pero sobre todo
de Marcelo Chiriboga…”
El personaje central de novela también está aquejado de una cierta
degradación ontológica, es decir sufrida no tan sólo a
nivel de los ‘valores’ , sino también física, concreta,
a la vez signo inevitable de una marca social, tal como había sucedido
con Humberto en el Obsceno pájaro de la noche , novela publicada con
25 años antes de Donde van a morir los elefantes. Es característico
de Donoso la ontologización del valor social, que da testimonio de una
escritura brotada en un país de clases sociales dotadas de blasones o
estigmas físicos, según sea al caso, y que muestran un origen
étnico “como se usaba decir ahora”. Gustavo Zuleta se describe
a sí mismo indirectamente en el capítulo 18 al dar la descripción
de su niño de pocos meses “La sigue para todos lados Nat, un negrucho
feíto, igual a mí” . En el caso del Obsceno pájaro,
la conciencia de la apariencia física no se detenía en el mero
reconocimiento ni en la aceptación (casi diríamos resignación),
que es un estado de ánimo a medio camino entre la euforia y la disforia,
que secreta el texto de la novela Donde van a morir los elefantes. En El obsceno
pájaro de la noche, Humberto Peñaloza se refería a “este
triste rostro sin facciones de los Peñaloza” nombre que a la vez
simbolizaba un poco en la época a la baja clase media, el “medio
pelo” o “medio peluche”, como decían los ‘pijes’
o ‘paltones’, como lo mostraba el popular personaje de la tira cómica
de ese entonces El pato Peñaloza, o la letra en una canción popular
en que el intérprete con voz de falsete imita el hablar campesino como
lo percibe un joven de clase alta, proclamando que “Ana María Peñaloza/la
muchachita más hermosa”, con un dejo ridículo, pero a la
vez afirmando interés en la niña objeto de esta canción.
En esta novela se encuentra presente la relación entre un centro o nivel,
que presenta lo positivo ontológica y axiológicamente, en relación
a otro ámbito marginal, distante y periférico, orientado hacia
ese centro y definido por la carencia: “Gustavo supo que nada le gustaría
tanto como sumirse en esa marea vegetal—tan distinta a los polvorientos
campos de su país, pura tierra y piedra, puro esqueleto” En las
categorías del universo ficticio de Donoso los valores, incluyendo los
valores de la pertenencia a estamentos, clases o grupos sociales, se manifiestan
ontológicamente, se ‘encarnan’ y se espacializan, cubriendo
determinados ámbitos y se confrontan, necesitándose mutuamente,
es decir definiéndose dialécticamente el uno al otro, un ámbito
axiológicamente valioso y uno degradado en comparación a éste.
En el caso de esta novela, al comienzo hay un ‘centro’ en relación
a una ‘periferia’, donde se encuentra el protagonista a comienzos
de la narración- El vehículo o puente entre ambos ámbitos
es la correspondencia, en que el antiguo mentor del protagonista, enseñando
en Estados Unidos, pinta un “cuadro sumamente seductor” que lleva
a Gustavo a “envidiar abyectamente los placeres y ventajas de la situación
de su maestro” Pero a su vez se insinúa una relación inversa,
ya que el mentor “se había quejado de su aislamiento, de su nostalgia…por
el horizonte fracturado de la Cordillera y por la quietud colonial del barrio
bajo de nuestra capital católica…” por un espacio que ya
no existe sino como un constructo de la memoria.
Viene primero el rechazo del ambiente “subdesarrollado”, desencadenado
por una intromisión epistolar de la Universidad de san José, representada
en las cartas de su mentor, Rolando Viveros: “Cuando Rolando comenzó
a pintarle el cuadro idílico de sus circunstancias, Gustavo encontró
lóbrega su casita de fin de semana. Ya no hablaba de ella como “mi
bungalow”: la calificaba de “maldito cuchitril” Sin embargo,
la Universidad de San José, que “era pequeña y no muy ilustre”,
situada en un espacio dotado axiológicamente a la distancia, se revela
como siendo a su vez degradado: “…esas tierras… cuyos pobladores
aborígenes habían sido exterminados--, explotadas sin medida por
los codiciosos colonos y sus descendientes, drenadas, abonadas y violadas…”
, desde la perspectiva del marginal o dependiente como carencia y distancia
insoslayable: “..nos apoderamos de todo lo que nos ofrecen aunque sepamos
que no es más que la cuerda con que nos estamos colgando. Es la patética
nostalgia por tener lo que no está a nuestro alcance”
Esta ambivalencia o ambigüedad se juega también a nivel humano,
manifestándose por ejemplo en Ruby, en cierto modo coprotagonista de
la novela: “Gustavo se dio cuenta de que la conserje estaba sentada: veía
nada más que su cabeza monumental, de carrillos inflados, como listos
para una explosión grosera”. Los estudiantes elefantiásticos
“Gordos y gordas—o por lo menos personas de proporciones desmesuradas—acariciándose
obscenamente…lengueteando las descomunales boñigas de helados de
frambuesa que las máquinas evacuaban en cucuruchos de galleta…enajenados
todos en su burbujeante parloteo o coqueteo” Pero en esta misma situación
se abre una ambivalencia en la perspectiva del protagonista. Una joven “Doris,
nombre de huracán, de tornado, de gringa pecosa y encantadora”
se transforma casi a renglón seguido: “Y la rubia, que no era tan
rubia, sino pelirroja, y no tenía nada de encantadora…” Ruby,
la co-protagonista, se transforma en su opuesto, pasa de la fealdad grotesca
a una belleza en que la gordura es exceso de vitalidad: “Gustavo pudo
ver que las mejillas de la conserje no estaban hinchadas de aire: pertenecían,
de manera impecable, a la arquitectura de una de esas gordas espléndidas
y ligeramente obscenas que lo habían maravillado en el lobby”.
Sin embargo, anteriormente, “…en este poblado lobby divisó
a algunas enormes muchachas, infladas como personajes-globo de Disneylandia:
groseras y delicadas a la vez, limpias, frescas, blancas….” que
lo habían hecho evocar por contraste a su mujer en Chile “Evocó
la virtuosa menudez de Nina, su esqueleto de jilguero…Nina pertenecía
a otra estirpe de animal, una especie desprovista de olores, y su pecho no acezaba
como una máquina con la presencia de otros” . Es la concupiscencia
por “esa carne de hoyuelos rebasando los shorts mínimos, toda la
opulencia de aquellas ancas cimbreándose, la piel inflada susurrando
en la intimidad caliente, seguramente húmeda, de sus muslos al caminar..”
lo que altera la percepción del protagonista, en lo que Jean Paul Sartre
hubiera llamado un proceso de cosificación, y que a la vez nos recuerda
elementos subyacentes y no tematizados de la sexualidad chilena: en las clases
altas/ medias de ascendencia blanca o mestiza, y en el caso del varón,
existe una manera popular y casi folklórica de referirse a la atracción
hacia la mujer mestiza, o india, la “china”, elemento oculto que
estigma al señorito como ‘chinero’, pero que escinde la figura
de la mujer, reservando los elementos de castidad, pureza, finura para la cónyuge
o pareja, la Iris del Obsceno pájaro de la noche. Por otro lado, la atracción
sexual hacia la “gringa” juega con la concepción cultural
de su accesibilidad y falta de moral, junto a su exuberancia, en la América
de origen católico, y que presente en esta novela se combina con el elemento
tradicional popular chileno de la gordura es “parte de la hermosura”.
Su carácter está construido a partir del dicho chileno, que de
alguna manera proporciona la anécdota de la novela: el enamoramiento
y la relación del protagonista con Ruby, construida con elementos de
una abundancia rayana casi en el desperdicio, como resumen y producto final
de la sociedad americana misma, encarnándose en la Ruby, afectada de
bulimia pero que asume su glotonería como rebeldía, como elección
y autenticidad, y manifiesta “Cuando quiero comer algo, lo pido personalmente.
Además quiero advertirle, … que estoy por encima de las dietas.
Me parecen un embaucamiento, una concesión a las reglas sociales”
La Ruby es el símbolo y la encarnación de esa Norteamérica
dolorosamente atractiva en su ambivalencia para el personaje central. La grotescamente
gorda (o la bellísima) Venus de Willendorf, símbolo femenino primigenio
que es a la vez símbolo de la abundancia. Se establece una simbología
muy sensible y material en que este personaje representa la abundancia, la plenitud,
la belleza, la afirmación de la materialidad , el placer inocente que
se ostenta y el deseo sin justificación de alguna manera propio del postmodernismo.
Pero a la vez la degradación, la cuasi grosería, el despilfarro
y la tosquedad de la sociedad angloparlante de consumo, que podría ser
canadiense, australiana, inglesa o norteamericana. El deseo de Gustavo por Ruby
representa el anhelo de lo distante y quizás imposible, como la casa
en San José más allá de sus posibilidades, frente a la
que “ el corazón llegó a enconársele con el ansia
de hacerla suya”, deseo quizás inauténtico e impuro, metafísico,
metonímico y fetichesco: “tan completa era la devoción de
Gustavo, que admiraba hasta las corbatas angostas…que el ecuatoriano se
daba maña para encontrar en viejas tiendas sombrías de Londres
y París” . Ruby es la “elefanta preciosa” que se une
al protagonista en una hierogamia grotesca que representa a los dos mundos que
se enfrentan y se encuentran “el opulento calado de la Ruby era perfectamente
capaz de mantener a raya, con aspavientos de rechazo, a ese homúnculo
que, prendido a ella como un monito a su madre, escarbaba en los pliegues de
su cuerpo”. Esta imagen contiene sin embargo un dejo de ternura. La sensualidad
y la carencia, la distancia y el anhelo se desgranan por las páginas
de esta novela, que da concreción y hace la parodia no exenta de ternura
de la situación del marginal y el dependiente respecto al centro de prestigio
y de poder, que a su vez necesita del otro para existir.