Costumbre
de la muerte, por Antonio Campaña
por Juan Antonio
Massone del Campo
Estimo que los
antídotos más poderosos con que el ser humano enfrenta la muerte
son la fe, el amor y la belleza. Y es que el descalabro que supone la supresión
voluntaria de alguien sobre la tierra corresponde a la anticreación,
es decir, a las carencias más absolutas de fe , de amor y de belleza,
carencias que embargan a quien ejecuta un acto detestable y perverso, como también
a todos los aliados de las tinieblas.
En un principio
fue la creación, la presencia que se impuso a la nada y a la espesura
de lo confuso. Y ese principio vuelve a reiniciarse cada vez que la confianza,
el afecto conmovedor y la trémula belleza se oponen a los dictámenes
del miedo, de la desilusión y del horrible caos. Y ese impulso , en cualesquiera
de las formas mentadas, corresponde a una restauración de lo maltrecho
y a una afirmativa como reanimadora actitud de profesar el convencimiento de
la vida.
Nosotros, queremos
celebrar la aparición de un poemario de Antonio Campaña, poeta
que no debe desconocer quien guste de escuchar la voz de la conciencia ni tampoco
quien desee columbrar las luchas interiores a que distinguen a nuestra condición
humana, sometida como está a la paradoja y al enigma de sostener una
existencia que jamás renuncia al estupor que le provoca la desnuda realidad
de sí , ni al anhelo de más allá en que espera se plenificarán
sus días. Porque la poesía de Antonio Campaña ha recorrido
un largo periplo desde que publicara La cima ardiendo, en 1952, libro que mereció
el Premio Municipal de poesía, en Santiago.
Un somero recorrido
de sus otros títulos nos convence de las graves consideraciones en que
su obra toda se ha empeñado en manifestar. El infierno del Paraíso
(1957); Arder (1961); El regresado (1966); El Tiempo en la red (1971); La primavera
junta (1974); Cortejo terrestre (1986); Cuarteto de cuerda (1986); Conjuros
del mar (1992); En tela de juicio (1993); Sobre el amor (1993); Purgatorio Mayor
(1995); Salón de baile (1999); Costumbre de la muerte (1999).
Contingencias
y ultimidades , afecto y caducidad, interrogaciones e íntima zozobra
ganan a sus poemas. El tiempo es el aliado y la asechanza con que debemos contar,
así sea para llevar a cabo un encuentro , una tarea promisoria o delicada,
así también como un dictamen inexorable en que se sancionan límites
bajo el sol.
He aquí
un libro cuyo título ,Costumbre de la muerte, nos orienta hacia la enormidad
de acontecimientos padecidos por quienes son separados de la propia tierra.
Costumbre de la muerte que de entrada expresa el clima anímico y espiritual
que embarga al ser humano cuando sufre los vejámenes propinados por el
historia. Expulsión del vientre, del horizonte, del habla propios. Costumbre
de la muerte es dejar al garete al navegante; mutilar la respiración,
cercenar la unidad inconsutil de cielo y tierra. Despatriar y desmatriar: costumbres
antiguas y siempre crueles de la muerte. Si no que enmudezca la historia de
Grecia, de Roma, de los incas, de Palestina, de Israel, de Unión Soviética,
de muchos países americanos y de nuestro Chile.
Costumbre de
la muerte el desamor alzado entre ojos y hábitos cuando la malquerencia
desata entraña y confianza de vivir. Costumbre con que la vida padece
e interroga en 32 cantos numerados, estructura preferida por Antonio Campaña
en varios de sus libros. Y esos padecimientos y esas interrogaciones son, a
la vez, sondas lastimadas de memorias y de afectos ateridos.
"¿Se vive
acaso entre la nada por la tierra
o el suelo no
es sino otra locura
de la muerte.
el dolor de la
pena insepulta
c on su sombra
pintada?"
La experiencia
de nulificación de la vida se atiza más aún delante del
océano, ese enorme mar que lleva y regresa el peso de la pena y los recados
del viento con que el espíritu recuerda y desmadeja las horas de su distancia
prohibida de franquear. Nada parece clarear en la tiniebla. El mundo es mundo,
aunque siempre algo más que lleva a concentrar , puertas adentro, las
tribulaciones con que la conciencia sobreestimulada de la sensibilidad prodiga
voces en un mundo extraño, donde se es más forastero que amado.
Pero a esta costumbre
de la muerte, desrealización lacerante, se le opone el principio del
amor, así como memoria, así también como recuperación
y vislumbre de la finalidad que anima al ser. Y, en la pesadumbre de estar privado
de un territorio y de un calor reconocible como es la forma de querer a los
propios, a pesar de ello, digo que el implorado amor es acto afirmativo del
bien expoliado y una promesa de sentido. El bien que ha sido empieza a despuntar
en medio de la noche su ocasión resucitable.
Al súbito
despojo síguele el agrio gusto del padecimiento; luego, las batallas
de una razón que resiste a la no querida realidad, razón que ,por
momentos, balanceará los argumentos de la muerte y de la existencia en
feble equilibrio, ya crispado de indignación, ya concentrado en sones
lastimeros, mientras el difícil pacto de aceptación y de adversidad
caminan la noche más oscura del alma.
No se crea existe
en este libro una perspectiva partidista. Sería ofender de parcialidad
el hondor trémulo del sufrimiento humano y de la contundente poesía
con que nos regala Antonio Campaña. Aquí se escucha el clamor
de Job y el de los malqueridos personajes griegos; en estos poemas del descenso
del alma nos familiariza la noche, el amor que se "muere en el aire/ como otra
paloma", la fosa de las lágrimas, esas "manos que fueron patria", o la
"sombra de vivo que se vive sin vivirse", como dice el poeta.
Llagada en lo
más querido, la voz del libro empieza a renacer. No es este albor sino
el fruto de esencialidades y de tocar fondo ,pero también de pispar en
el sí propio esas facultades y reservas que sólo el sufrimiento
, prueba de fuego, consigue resolver a favor de la vida cuando alguien descubre
el animador misterio que late , indestructible, en sus fueros íntimos.
La soledad cede , poco a poco, para encaminarse algo tímida por el estrecho
sendero que lleva a una esperanza. Y, habiendo en los labios un ruego, empieza
a disiparse la espesa sombra de la incertidumbre y la desgana. Asi en el poema
17:
"Rogad por lo
que es,
por la voz que
camina,
por el hombre
que clama,
rogad por la sangre
contemplada,
por el honor del
hombre,
rogad por el amor
que queda,
por el duro vacío
que llega con tristezas.
Hoy los muertos
no gritan,
huelen a tierra
de hojas,
y la joven rabia
que salta y aúlla
y no sale del
muro, se hará látigo
y aderezará
el recuerdo que alimenta,
rogad para que
el amor no siga de largo,
para que no siga
en su más allá hermoso,
rogad para que
el amor nos mire a los ojos,
rogad por los
vivos que ocultan su muerte,
decid a Dios que
eche más luz al mundo,
rogad para que
el aire diga lo que pasa."
Desasido de costumbres
y de cosas, el sufriente de este libro, esto es, quien ha experimentado en su
piel y en su espíritu la adversidad del exilio, costumbre de la muerte,
vuelve a abrir los ojos a la realidad de querer vivir, confirmación de
la esperanza , y ya conciba un retorno, ya admire lo existente, puede creer
en el sueño otra vez, como si la razón y la realidad advirtieran
en ese mar que separaba ,hasta hace muy poco, al menesteroso de su tierra y
de su cielo , aquella orilla de presencia en que sabe acordarse el cuerpo con
el alma, según dijera de la patria el poeta mexicano Jaime Torres Bodet.
Trátase del sueño que es amor, confianza y belleza. Los tres:
antídotos de la muerte.
Antonio Campaña
es poeta de verdad. No necesita presentación, sino experiencia viva de
lector; al fin y al cabo, es ésta el verdadero laurel que los demás
pueden ofrecer sin dudosos recursos de publicidad ni de bullicio entrometido.
Mal que bien, un poeta como él ha ganado el derecho de compartir ese
equipaje de humanidad y de belleza profunda como son sus obras y ,por cierto,
de recibir éstas de la mirada de los lectores el correspondiente abrazo
de humanidad y de compañía: costumbre de la vida.
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