Francisco Coloane (Quemchi, Chiloé, 1910) se nos fue tal como su padre
se lo anticipó antes de morir: “Volveremos al mar, le dijo”,
con el ruido de viejos gaviotines y con las luces del Caleuche aún perplejas
por la partida de su corsario, Capitán de siete mares: “Partió
nomás”, nos dijeron sus parientes de Santiago, sin despedirse de
sus viejos amigos, a volar como los brujos por los parajes de Cucao, Chaulinec,
las Melinkas o el Cabo de Hornos, que inmortalizara en sus escritos que permanecerán
vivos por toda la eternidad.
“Don Pancho”, enorme de estatura física y moral fue un ejemplo
para los jóvenes escritores de varias generaciones de autores chilenos
y latinoamericanos. Odiaba las clasificaciones, aún así, los críticos
lo situaban entre los narradores del 38, preocupados por las tormentas de todo
tipo, de las sociales y de las turbulencias del tiempo, sobre todo del sur,
su Chiloé y Magallanes que hoy lo lloran en silencio, en las pequeñas
escuelas y barrios de Punta Arenas, Castro, Quemchi, Dalcahue, Tierra del Fuego,
Puerto Natales.
Amigo de Neruda, fue quien lo sepultó en ese septiembre fatídico
de 1973 cuando nadie pudo alzar su voz, rodeado por las bayonetas y fusiles
del ejército de su propio país que supultaba a su Premio Nobel,
en medio de su casa destrozada y del viento de ese día martes que los
noticiarios de la época repiten de vez en cuando para recordarle a las
nuevas generaciones su memoria histórica.
La critica europea lo ha comparado con el autor de “Moby Dick”,
con Julio Verne y Conrad. Pero finalmente, según Claudia Donoso, en un
artìculo publicado en “El Mercurio” en 1997, lo dejaron en
paz, diciendo” conténtemonos con encontrar en él a un escritor
que no se parece a nadie y cuya obra tiene el sabor agrio y fuerte de los alcoholes
clandestinos”. Así lo expresó el crítico de “Le
Figaro”. “L”événement du jeudi” por su
parte dijo: “Lean a Coloane, es una orden”.
Intentamos entrevistarnos con él hace un par de años, pero su
esposa Eliana nos dijo telefónicamente que se encontraba mal y que quería
que lo recordaran como había sido siempre: vivaz, despierto, lúcido,
amante del buen vino, de una rica conversación. “Pero ahora está
sordo y casi ciego”, nos dijo el verano del 2001.
Compartimos con él en 1995 en la Universidad de Magallanes cuando se
le entregó el Doctorado Honoris Causa por el Rector Vìctor Fajardo,
un hombre culto y generoso. Estaban los escritores Carlos Vega Delgado, Sergio
Lausic, Silvestre Fugellie, Christian Formoso, Pavel Oyarzún y otros
amigos patagònicos.
Qué haremos sin él? , me dicen los poetas de Santiago, Valparaìso,
Concepciòn y Chiloé, por mail. “Nada, les respondo”.
Solo ser fieL a su compromiso con la historia y la literatura. Con sus “siete
marineros y un ataúd verde”, con “El ûltimo grumete
de la baquedano, que lleva codificado el nombre de su primer hijo.
Será difícil olvidar su vozarrón de viejo cazador, de
capador a dientes en las estancias magallànicas, con sus perros y caballos
que deben estar aullando desde el cielo.
Mi amigo Jorge Frites me regaló en mi período convalesciente
en la Clìnica Calama en el mes de mayo, sus memorias “los Pasos
del Hombre”. Releerlo es un ejercicio mental para quienes aspiran a escribir
un buen cuento, una gran narración. Fabulador de tomo y lomo, hace vivir
a sus personajes, sin caricaturas, como hombres de carne y hueso. “Yo
no he inventado nada, dijo, todo lo que escribí fue verdad, lo vivì,
los sufrí en los hielos y la nieve eterna” que hoy se prepara para
recibir sus cenizas que fueron cremadas en Santiago, solo en presencia de sus
familiares. Volodia Teitelboim, Poli Délano, Patricio Manns tuvieron
que interrumpir sus discursos en las aulas porteñas y santiaguinas, para
decirle a este hombre maravilloso: “Adiòs, hermano, descansa en
paz”. Por nuestra parte, los autores y autoras de Chile, deberemos rendirle
el gran homenaje que se merece este verdadero Padre de la Patria, “comedor
de ulte y huevos de raya, honorario de los Onas, de los Huilliches, descubridor
literario del inabarcable territorio patagonico, ahora convertido en coleóptero.
Darwinini Coloanei se llama el verde espécimen que le dedicó un
entomólogo francés a este tótem nacional que ahora en julio
cumplió 92 años.