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CARTAS DE LA “NIÑA ERRANTE”.
Por Waldemar Verdugo.

La publicación de “Niña Errante” (Editorial Lumen), que rescata la correspondencia entre Gabriela Mistral y Doris Dana, ha generado intensas reacciones. Los chilenos entramos al siglo XXI como un país desarrollado, y ciertos aspectos de nuestro acontecer cultural también son indicativos de ello. El inicio de la publicación de la correspondencia privada de Gabriela Mistral, al tratarse de nuestra más alta poeta y educadora, comienza a revelar un aspecto muy delicado de nuestra chilenidad. Ella sufrió tormentos y denigraciones en Chile, para transformarse en icono una vez que se hizo extranjera. Sin embargo, nunca dejó de ser nuestro país su punto de referencia, y en su obra está más que claro que se ocupó de hacérnoslo saber, por ejemplo, antes de ella el mestizaje está ausente del discurso chileno sobre la nacionalidad (lo que no se debe entender como la idea de una personalidad chilena o de lo chileno, que sería en sí un proyecto racial, sino enfocado al hacer mejor las cosas a partir del lugar donde uno vive). La incomprensión de Chile hacia su vida privada, la desconcertaba y le dolía, calificando nuestra sociedad chilena de la primera mitad del siglo pasado, como “conservadora”, “sin sentido común” y con rasgos de “inmadurez”. Con la publicación de estas cartas, nuestro país asume a una Gabriela digna y responsable de sus derechos humanos de ser libre en su intimidad, sin deber al respecto explicaciones a nadie más que al objeto de su amor, embriagada en su racionalidad por explicar la emoción del sentimiento, diciendo a Doris: “Procuro cuidarme para ti. Yo no tengo razón de vivir. Cuando llegaste, yo no tenía nada, parecía desnuda, y saqueada, paupérrima, anodina, como las materias más plebeyas. La pobreza pura y el tedio y una viva repugnancia de vivir. Todo lo has mudado tú.” En estas cartas se lee la exquisita belleza de su escritura, su perfección formal, su intensidad y su emoción. En la historia sólo le encuentro un parecido a los pocos fragmentos que se han rescatado de Safo, la poeta griega. Este epistolario es pura prosa poética.

Gabriela Mistral asumió una postura abierta e insistente de protección a las minorías raciales, a los niños, las mujeres, sus indios pobres de los países americanos , que contrasta, por supuesto, con el silencio de su identidad sexual, lo que para ella era lógico por pertenecer este aspecto el que traza un límite entre el individuo y el Estado. Su identidad pública ella no temió exhibirla por completo, y la hizo famosa en el mundo de su época, pero su identidad privada era sólo de ella, y la vivía en gracia porque nunca leemos en esta correspondencia con Doris Dana reproche al cielo, son cartas terrenales, que la revelan humana más que humana, viviendo el instante en que “todo daña al amor, excepto él mismo”. Con alguien de toda confianza a quien encargar que le compre un calentador “para este cuarto nuestro”. O resignada a la separación del objeto de su amor: “Yo prefiero saberte feliz y plena a saberte sola y vacía”...correspondida al ser tratada de “preciosa” (cuando todo Chile le decía fea), “linda”, “vida mía”, “amor mío”, como la nombra Doris. Gabriela Mistral, en su intimidad, simplemente no se consideraba distinta a nadie, porque la expresión sexual debe ser una expresión íntima, sin mayor importancia que para las vecinas del conventillo. Ella es una adelantada. Era algo como recién se comienza a entender en nuestra época, cuando estamos en el comienzo del fin de represión a las minorías sexuales. La Mistral nunca se sintió diferente, eso es todo. Para ella la expresión de su sexualidad era algo completamente natural, como debe serlo para toda persona sana. Quizás, Gabriela Mistral en su plan de trabajo social y poético sabía que explicitar su vida privada levantaba el obstáculo que implica la homofobia, pero no basta dejarlo ahí, porque ella además se enfrentaba al juicio del propio Estado chileno, de quien, al final, dependía su trabajo consular. Quizás intuyó que ese no era su momento pero que dejó explícito en su correspondencia para que brotara en su instante, al final era una visionaria. Estarán de fiesta los ingenuos estudiosos queer, que buscan arrojar luz sobre la participación de gays y lesbianas en el proyecto de construcción de la nación universal que anuncia internet, aunque sea obsoleto ver la sexualidad o la identidad sexual discriminada como origen motriz de una vida o una obra, es decir, como ontología. No se trata de celebrar el triunfo de “los nuestros” (sea del sexo que sea) por sobre el orden oficial. Se trata de respetar la libertad de cada cuál en la medida en que no afecte a otro. Es decir, se trata de mejorar la relación del Estado con todos, en búsqueda del bien común.

La socióloga Sonia Montecinos reconoce en “El Mercurio” hoy día que le dio pudor leer las cartas, y se pregunta: “¿Por qué seleccionar del nuevo y enorme legado de Mistral, que custodia la Dibam, las cartas entre ella y Doris? En un contexto chileno anegado de voyerismo y fisgoneo, de goce perverso por las comidillas de la farándula, un libro como éste puede entenderse como parte de una cultura que busca solazarse con lo íntimo”. Para el teórico literario Cedomil Goic, “hablar del aspecto sexual supone errores en torno a la poeta, que era una mujer sensible, de afectos sinceros e intensos, pero eso no quiere decir otra cosa”. Para el poeta Armando Uribe, Premio Nacional de Literatura, “estamos ante una correspondencia de mucha fuerza literaria y emoción. Me atrevería a calificarlas de poesía en prosa. Por otro lado, son muy emocionantes y muestran una relación que podría calificarse de bastante tórrida, pero planteada con dignidad. En ese sentido, tienen valor doble”. Para el presidente de la Fundación Premio Nobel Gabriela Mistral, el poeta Jaime Quezada, “en estas cartas vemos un amor pleno, es una amistad con A mayúscula. Esta obra epistolaria, sin duda, ayudará a desmoronar algunos mitos y fábulas, sobre todo en un universo de país como el nuestro, donde la leyenda nunca dejó en paz a Gabriela. Ahora la poeta queda en su sitio, como quien supo amar a alguien más, sea éste un hombre o una mujer”. El poeta Floridor Pérez pide evitar los prejuicios: “En el pasado, hablar de cualquier tipo de estas cosas era montar un escándalo. Hoy querer diagnosticar cae en la discriminación. Igual uno se pregunta, ¿acaso dos personas del mismo sexo no se pueden querer?” Para el escritor Grínor Rojo, revelaciones de este tipo no cambian mayormente nada sobre la interpretación que se pueda tener sobre la obra de la Mistral: “Me preocuparía si complejizara su poesía, si le diera un vuelco a la lectura que estamos haciendo de su poesía. Y me parece que eso no pasa. En cuanto a la imagen pública, me tiene enteramente sin cuidado”.

Por cierto que la vida de Gabriela Mistral no se puede rescatar tan sólo en torno a pruebas documentales que despiertan la curiosidad morbosa de corroborar su expresión sexual, un hecho meramente personal. El deseo de conocerla debe obedecer a la proyección nacional que representa, a su capacidad de funcionar como herramienta en la construcción de la nación. No es la encrucijada de un sujeto individual el que estamos conociendo; es la encrucijada de toda una nación. Fue una de las mujeres con ideas más avanzadas en su época, solicitada por todos, creadora de complejos sistemas educacionales pioneros de los existentes hoy día, y que, en la intimidad de su vida cotidiana, era capaz de escribir sin complejos de su vida personal, sus amores y desvelos. Porque estas cartas revelan la enorme estatura de una de las mujeres claves del siglo XX, y la hacen una obra literaria de calidad universal, es decir, cualquier editorial de la actualidad podría haberla publicado, y es de esperar que el Estado chileno, administrador de este material, esté negociando en su justo precio este tesoro invaluable: más de cincuenta mil hojas, en que las cartas ascienden a unas diez mil, según estima Pedro Pablo Zegers, y sólo doscientas cincuenta de ellas integran el epistolario con Doris Dana, lo que significa un legado artístico único.
Me habló Fernando Zavala de El Mercurio, preguntando si esta obra afectaba la visión de la escritora en el proyecto de filmación de “La Mistral”, guión que trabajé para Stan Jakubowicz, y respondí que no sufre variación alguna esta revelación histórica en la vida privada de Gabriela Mistral, porque, si bien tratamos también artísticamente su relación con Doris Dana, incluso con un sutil aporte genial de la actriz mexicana Angélica Aragón, durante la lectura que hicimos en Chile, para revelar la alegría del amor que vivía la escritora, está la cinta más bien enfocada en la figura enorme que representa Gabriela Mistral, porque los discursos y las prácticas de esta mujer tiene un costado social o colectivo, que al final, en su caso, tiene que ver con todo el mundo, donde era una personalidad influyente veinte años antes de recibir el Premio Nobel. El suyo es el legado de una personalidad de la cultura universal, que está en las bases de la sociedad humana actual.



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