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Por las ramadas

Notas para un comentario de libros
Fernando Jerez


Imperfecta desconocida
Sonia González
Editorial Planeta, Junio 2001
210 páginas


Me gusta este libro. Me gusta a rabiar, lo digo sin tapujos. Pueden discutirme, no me van a hacer cambiar de idea. Me gustó su magnífica prosa y su historia. Leerla fue para mí un verdadero placer.
Su prosa es delicada, prolijamente bella. Una de las buenísimas novelas que he leído últimamente. Aquí hay literatura, belleza, sentimientos, ideas, personas que se mueven, que viven, disfrutan, o sufren. Todo levantado desde la nada a punta de palabras bien puestas. Muy distinta a una historia del canal siete o del Newsweek, aun cuando esta publicación dispone de muy buenas plumas, discípulas fanáticas de Tom Wolfe el autor de La izquierda Exquisita, y de La Feria de las Vanidades.
Sonia González despliega aquí inteligencia y sensibilidad. En la pasión incontrolada de la protagonista, Amalia Espejo, tan intensa, tan sufriente y por momentos tan obnubilada como si su vida se hubiese reducido a un laberinto de túneles oscuros, me hizo recordar a Ema Bovary, esa gran mujer de la literatura universal. Pero Marco Sagüez no es Charles Bovary, el impávido médico de Flaubert. Marco se decide por caminos propios, y es superficial en la infidelidad, más frío, más practico y más tradicional.
Amalia, perturbada y proclive a las ilusiones erróneas, de pronto se siente atraída por los muchachos de la edad de sus hijos. La mujer nos conmueve como una frágil flor inclinada que se resiste a morir. Traba amistad con un muchacho, pero su iniciación en la infidelidad la hace más desdichada. Se convierte en un fantasma, ha perdido su cuerpo real e ignora su entorno. Escribe cartas que sus destinatarios nunca recibirán. Una individualidad que ha llegado a moverse con una venda en los ojos: su marido, sus hijos son o fueron otros elementos decorativos de su casa donde ella existe, pero no vive. Sólo un incidente policial la despierta y toma conciencia de la existencia de su hijo Raimundo. Su obsesión está en evocar el incidente traumático que sufre con su hermano Bernardo.
En el tono de la novela, como en sordina, que algunos pueden cuestionar, quizás radiquen sus méritos.
Amalia se empeñará, con ayuda del siquiatra, en romper el velo que enturbia la visión del mundo en que vive y con quiénes vive. Un defecto cada vez más común en el ser humano. Cuando sus visitas al analista están muy avanzadas logra preguntarse si en realidad conocía a su marido Marco y si éste durante el transcurso del matrimonio no ha perdido los afectos por ella que ha permanecido indiferente y escindida prácticamente de su familia. Hasta entonces quien maneja la casa y a los hijos, sobre todo al más pequeño y urgido de atenciones es Margaret, la empleada del hogar.
En suma, una novela en la que no es el tema el que sorprende sino la forma primorosa y convincente de narrar. Me molesta, eso sí, que novelas de inferior calidad, gocen de una mayor e inmerecida difusión. Yo les dig
o a los lectores que se acerquen a esta desconocida sin temor.

 

El ojo de nadie.
Antonio Rojas Gómez
Publicaciones Literarias, Gobierno Regional de Valparaíso
Diciembre 2001
93 páginas


El ojo de nadie es una novela breve, pero intensa. Los escenarios del mundo en que viven los personajes son irrelevantes porque Rojas se mueve en el interior de las almas, en la precariedad de la existencia de un matrimonio y sus dos hijos, grupo familiar cuyos miembros han sido incapaces de comunicarse entre sí.
Al matrimonio, decididamente inmerso en los primeros brotes de marchitez, lo persiguen fantasmas, pesadillas con la silueta imprecisa de la obsesión culposa en su relación con los hijos, Juan José y María Ignacia. Por su parte, éstos experimentan una carga obsesiva similar, a manera de víctimas. Cada cual, como un espejo que reduce el tamaño del mundo, estos seres representan al gran cosmos, con su aislamiento, con el desarrollo de dificultades individuales, no transferidas ni discutidas, cuando bien podrían resolverse en parte develando cada uno sus secretos miedos y sus rencores.
Un observador todopoderoso, desde un punto invisible, pero siempre presente, como un ojo omnisciente, observa la tortura con que estos silencios van horadando las almas de los protagonistas, y estirando su dolor hasta la máxima tensión del elástico, a punto de ceder en su resistencia y precipitarse en la destrucción definitiva.
La mirada del vigilante ojo de nadie no es suficiente para unificar estas vidas fragmentadas. Cada cual desarrolla sus proyectos y se libera de sus responsabilidades descargando los resentimientos en los demás miembros de la pequeña familia, aparte de sufrir, por parte de uno de ellos, un destino inaceptable para la hipócrita sociedad de cuya sólida y cínica construcción somos todos eficaces obreros.
En este ambiente de autodestierro, el narrador, para romper el ensimismamiento de sus personajes, recurre a pasajes del diario de vida de Juan José lo que nos permite enterarnos de su desconcierto y su pérdida de equilibrio racional en el mundo realista. A su vez, la voz en primera persona de Ignacia nos devela otra visión de sus padres y de su hermano querido, pero a quien su padre no le prodiga atenciones ni amor.
Antonio Rojas indudablemente quiere que este mundo sea mejor. Que sufran menos las almas aplicando la sencilla fórmula de una generosa comunicabilidad entre los seres humanos y nos dice que no es tan difícil construir la felicidad si brindamos una pizca de atención a los demás, con mayor razón si los otros son nada menos que padres e hijos.
Una novela que debe leerse, porque está bien escrita, plantea un tema interesante y la estructura permite mantener el interés desde el comienzo del libro.

 

El ojo del alma
Lom Ediciones, septiembre, 2001
247 páginas

Ramón Díaz Eterovic es un escritor que a sus cuarenta y cinco años presenta una obra numerosa y de calidad. En sus comienzos, publicó libros de poemas y creó la revista La Gota Pura. Es, además, un incansable promotor de la literatura y un divulgador de la obra de otros escritores que en su tiempo fueron casi desconocidos para el gran público. En sus últimos libros el protagonista principal se apellida Heredia, un investigador privado poco ortodoxo: es un gran lector de libros de todas las épocas, amante de la música la que escucha en las pausas de sus largas cavilaciones relacionadas con su profesión. En materia de amoríos es un amante esporádico que no quiere ataduras, pero se prodiga en momentos intensos y sinceros. Trabaja por la subsistencia, sin ambiciones pecuniarias, práctica encomiable que el hombre abandonó hace miles de años, cuando las ganancias y la especulación extinguieron el sistema económico del trueque. Para rematarla, sólo se interesa por aquellos casos que a su juicio son evidentemente justos y se alinea con los perseguidos y desamparados. En alguna ocasión se ocupó en descubrir al malandrín que le arrebataba a las viejitas a la salida de cobrar unas míseras chauchas. Heredia no utiliza para amedrentar el poder emanado de alguna institución del Estado, más bien su arma más fuerte es la inteligencia, el atar cabos como un buen armador de puzzles que conoce las piezas del mal y del bien. Tiene todas las condiciones para codearse con lo más granado de las sociedad y el poder, pero prefiere a la gente sencilla, los bares humildes, alzar la copa con el trabajador apestoso, oler el perfume persistente e inigualable que emana de una puta que le regala el milagro de sumar en la cama dos soledades, dos formas de venganza contra la monotonía y la pesadez de los días. Es demócrata a rabiar, de los demócratas que además de preconizar la libertad, aspiran a la justicia social, a que las oportunidades y la distribución de los bienes sean menos disparejo El gato Simenon es su única compañía, su alter ego crítico, su “humano” consejero. Simenon, suele descansar a pata tendida sobre la blanda cama que conforman las sucesivas capas de facturas impagas que yacen por todas partes en el departamento del detective.
Por tanto, no puede esperarse respiro ni aburrimientos, ni personajes anodinos en los numerosos libros de Ramón Díaz Eterovic, el socio de Heredia, parecido en todo a él. Lo que más nos revela El ojo del alma es la faz cambiante de los seres humanos. De cómo a través de los años, desde la escuela y la universidad, aquellos compañeros impecables se van manchando en el camino hasta constituirse en seres repudiables.
Una cantidad de personajes, todos en la mira y en la sospecha de Heredia quien a regañadientes acepta el pedido de ubicar el paradero de Traverso, un antiguo compañero de colegio, en medio de una red de sujetos con intereses políticos, especialmente ligados a la dictadura que tanto daño hizo a Chile. Estos personajes aparecen fugazmente, y al autor le bastan mínima pinceladas para presentarlos y dejar abierto en el lector un abanico de conjeturas posibles de cristalizar.
Así la novela se hace amena con muchas vertientes abiertas, en las que el lector puede verse inadvertidamente acompañando a Heredia en sus singulares métodos de investigación.
El detective Heredia aparece más desencantado que nunca. Es el mundo en el que nos ha tocado vivir. No se trata de andar llorando todo el día, tampoco de reírse a carcajadas. De ninguna manera la cosa da para esto último. En una oportunidad, se desarrollaba un debate en torno de la Generación del 50 en la Universidad de Chile. Allí, adelante, se encontraba entre los escritores el rector de entonces, Juan Gómez Millas. En general, las opiniones del público asistente que tomaba el micrófono coincidían en una queja: los escritores de la generación del cincuenta eran unos desencantados, unos pesimistas profundos. Armando Cassigoli, que se sintió aludido, subió al escenario e irritado replicó: ¿han visto ustedes la cantidad de idiotas que han tomado el micrófono para decir que somos pesimistas? ¿Cómo pretenden, entonces, que seamos optimistas?
Heredia en materia de alegrías no es un hombre estentóreo. Es reflexivo y mordaz. Quizás retirado, se dedique a escribir columnas en uno de esos diarios que permanecen brevemente colgados en los quioscos si antes no se los lleva la policía.



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