Carmen Rodríguez
nació en Chile en 1948 y llegó al Canadá
como exiliada política en 1974, a consecuencia
del golpe militar de 1973. En Chile se tituló
como Profesora de Inglés en la Facultad de
Filosofía y Educación de la Universidad
de Chile en Santiago y se desempeñó
como profesora en la Escuela Normal de Valdivia y
como catedrática en la Universidad Austral
de esa misma ciudad.
En Canadá completó estudios de post-grado
en literatura y educación y se ha dedicado
a la alfabetización de adultos y la educación
popular, principalmente con comunidades aborígenes.
Además se ha desempeñado como catedrática
invitada en laUniversidad Simon Fraser. Actualmente
enseña Literatura Latinoamericana en Traducción
(inglés) y es la corresponsal de Radio Canadá
Internacional en Vancouver.
Como miembro del Sindicato de Escritores del Canadá
(The Writers’ Union of Canada), Rodríguez
ha sido miembro de su Directorio Nacional y ha presidido
el Comité de Escritores de las Minorías
Étnicas y de la Comisíón por
la Justicia Social.
Carmen Rodríguez escribe en español
e inglés.
Bibliografía:
— Guerra Prolongada/Protracted
War, colección de poesía bilingüe
español-inglés. Women’s Press,
Toronto, 1992.
— Educating for Change: Community-Based/Student-Centred
Literacy Programming with First Nations Adults. K’noowenchoot
Centre/Open Learning Agency, Salmon Arm/Vancouver,
1994/2000.
— De cuerpo entero, colección
de cuentos. Editorial Los Andes, Santiago, 1997. Mención
Honrosa del Premio Municipal de Literatura, Santiago,
1998.
— and a body to remember with,
versión en ingles de De cuerpo entero. Arsenal
Pulp Press, 1997. Finalista del “Vancouver Book
Award”, Vancouver, 1998.
—
Poesía, cuentos, artículos, reseñas
y ensayos en numerosas antologías, revistas
literarias y periódicos tales como Malahatt
Review, Descantes, Fireweed, New Internationalist,
Prism International, The Vancouver Sun, Rocinante,
Ellipse, Capilano Review, ARC, etc.
Juegos
y jugarretas
© Carmen Rodríguez, 1997
Oye Pilar Vallejo, te acuerdas cuando corríamos
por la calle Ferrari y los barcos se veían
chiquititos allá abajo en el puerto y nosotras
jugando a ser las locas del barrio, corriendo como
desaforadas y después nos parábamos
en la esquina con las manos en los bolsillos y silbábamos
las canciones que cantaba la Madame Butterfly después
que mi hermano nos llevó al Teatro Victoria
a ver la película con Mario Lanza.
Y te acuerdas de la Escuela 20 en la punta del Cerro
Bellavista con su contingente de niñas blancas
y almidonadas, trenzas y cintas, zapatos lustrados
y soquetes con círculos de betún Nugget
en los tobillos, niñas recitando el Piececitos
de Niño, las tablas de multiplicar, las últimas
palabras de Arturo Prat, "al abordaje muchachos",
y tú parando el dedo y diciendo, señorita
Graciela, yo creo que al Arturo Prat lo empujaron,
y la señorita Graciela poniéndote en
el rincón por insolente y yo haciéndote
muecas y tirándote avioncitos con mensajes.
Y el día lunes, todas limpiecitas, incluso
tú y yo, cantando el Puro Chile a grito pelado
en el patio de la Escuela de Niñas número
20 mientras, escuchábamos a los chicos del
frente, los de la Escuela de Hombres número
19, cantando el Puro Chile a grito pelado pero un
poco más adelante o más atrás
que nosotras, y se empezaba a armar el tremendo enredo
y al final terminábamos todos juntos pero con
la calle Sanfuentes entremedio, o el asilo contra
la opresión, o el asilo contra la opresión,
o el asilo contra la opresión, pa?pa?pa?pa?pa?pa?pa?pa?pa?pa-pan,
CHAN-CHA-CHAN.
Quién nos hubiera visto, Pilar Vallejo, montadas
en el monopatín que me regaló mi tía
Luca, agarrando vuelo cerro abajo, tú adelante
y yo atrás, más pegada a ti que una
lapa, viendo la muralla de la casa de los Vargas venirse
encima por debajo de tu brazo y gritando un sol sostenido
que ya se lo hubiera querido la Madame Butterfly y
tú doblando en la última fracción
de segundo y siguiendo a todo ful camino al plan,
quién nos para ahora, Virgencita de las Cuarrenta
Horas, ay por qué no le hago caso a mi mamita,
los ojos cerrados y todo rojo, todo rojo y tú
diciendo, viste que ganamos gallina, viste que no
pasó nada... salvo mi brazo quebrado, sin codo
y sin muñeca, colgando de por ahí entremedio
como el estropajo de la cocina, y la imbécil
de la Gloria Bobadilla diciendo te voy a acusar a
tu mamá?á, te voy a acusar a tu mamá?á.
Ay, Pilar Vallejo, han pasado tantos años desde
ese día en que yo quise saber de tu mamá,
y tú, colorada como tomate, me decías
que se había muerto y punto, y yo déle
con que de qué se murió, cómo
murio, y tú déle con que se murió
y punto y entonces yo, curiosa empedernida y aprendiz
de chantajista, te digo que si no me dices no juego
más contigo, ni te presto el monopatín
ni las muñecas ni nada, y al tirito me arrepiento
y te abrazo porque ahora tú estás llorando
y me estas diciendo "de aborto", "de
aborto", y yo, que no entiendo ni un carajo,
te consuelo y me hago la que entiendo y lloro contigo
sabiendo que no le puedo preguntar ni a mi mamá
ni a nadie porque ese "de aborto" huele
a secreto, a feo, a malo, y si mi mamá sabe,
adiós invitaciones a la Pilar Vallejo a la
hora de once con sopaipillas pasadas, adiós
a las idas al cine con la Pilar Vallejo, adiós
a la Pilar Vallejo y ya.
Han pasado tantas cosas desde entonces y a veces,
como ahora, encerrada en las calles sin vereda de
este suburbio de Vancouver, encerrada en este país?carretera,
encerrada en la ausencia de la calle Ferrari con los
chiquillos del barrio jungando al fútbol, al
luche y al chascona date una vuelta, encerrada en
la ausencia de la Panadería Ideal con sus hayuyas
con chicharrones a las cuatro de la tarde, encerrada
en este verdor interminable de Vancouver, pienso en
ti, Pilar Vallejo, y me pregunto que habrá
sido de tu vida, si te fue bien, mal o más
o menos, si fuiste a la escuela secundaria, si te
casaste o te arrejuntaste, si tuviste niños,
si alguna vez dejaste los cerros de Valparaíso
y saliste a patiperrear como yo.
A mí me ha ido más o menos. Fíjate
Pilar Vallejo que estoy bajo otro cielo y otro sol,
muy lejos del puerto. Mis padres, esperando al cartero
en su casita de Quilpué y buscando a mi hermano,
desaparecido desde el 11 de septiembre de 1973. Yo,
aprendiendo a hablar de nuevo en el Canadá
y tratando a toda costa de econtrarle algún
sentido a la vida. Trabajo haciendo limpieza en un
rascacielos del centro de Vancouver. Del piso 32 veo
los barcos en la bahía, chiquititos, como los
veíamos desde el cerro Bellavista, hace ya
casi treinta años.
A ver si un año de éstos, cuando vuelva,
te encuentro por ahí, quizás caminando
por la Plaza Victoria. Nos podemos ir a dar una vuelta
a ver cómo está la calle Ferrari y después
te invito a un helado en el Bogarín.
A propósito, ahora sé lo que significa
la palabra aborto.
Publicado
en De cuerpo entero, colección de cuentos de
Carmen Rodríguez (Editorial Los Andes, Santiago,
1997). Mención Honrosa del Premio Municipal
de Literatura, Santiago, 1998.
Versión en inglés de esta colección:
and a body to remember with (Arsenal Pulp Press, Vancouver,
1997). Finalista del “Vancouver Book Award”,
1998.
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