(Antología de escritores chilenos residentes en el extranjero)

Sepúlveda Ramón

Ramón Sepúlveda San Martín: Nació en Santiago, Chile, en 1951. Estudió en la Universidad de Chile y vive en Canadá desde 1974. Ex miembro fundador de Ediciones Cordillera, y de varios talleres de creación literaria en Canadá. Es actual colaborador de diarios y revistas canadienses. Su trabajo narrativo ha sido antologado en Santo Domingo, México, Estados Unidos, Chile y Canadá. Sus cuentos han formado parte de varias antologías, incluyendo: Literatura Chilena en Canadá de Naín Nómez, Canadá, 1982, Cruzando La Cordillera de Juan Armando Epple, México, 1986, Symbiosis, de Luciano Díaz, Canadá, 1995. Publicó en inglés con Split/Quotation el libro de cuentos "Red Rock" en Ottawa, 1990 y su versión en castellano en Chile en 1991. Su relato "The Reception" figura en el texto de enseñanza del inglés: Pens of Many Colours, publicado por Seneca College, Toronto, 1997. Tiene ademas la novela en inglés Second Attempt y Aventuras con La Tigresa en español, ambas trabajos inéditos.


Una Biblioteca para Pisagua.

(Crónica)
LOS CERROS grises y amarillos escondían segmentos de la carretera enfrente nuestro. A las diez de la mañana de un día de trabajo, el nuestro era el único vehículo que serpenteaba la vía por kilómetros desde que dejáramos la panamericana. A veces precipicios de rocas a un lado y cerros arenosos al otro. Habría que filmar un comercial de cerveza aquí, pensé, y era lo que me venía en ganas tomar en esa sequedad.
Después de una media hora en esta carretera desolada, las colinas de a poco delataron al Océano Pacífico en el horizonte. El parabrisas se fue tiñendo de azul al tiempo que el asfalto culebreaba con la raya blanca en medio. Siguiendo los giros de esta sinuosa estela nos descolgamos de los cerros. Y como todos los pueblos pesqueros, Pisagua irrumpió a la bajada de la cuesta: Una franja de viviendas de unos cien o doscientos metros entre mar y cerros. Desde arriba veíamos por primera vez en ho ras, árboles y plantas bordeando tejados viejos.
Nos detuvimos para llevar a un caminante solitario que bajaba la cuesta. Venía a pié desde la misma panamericana y con la humildad nortina dudó unos instantes en subir; además, pensaría, ya había hecho la mayor parte de la caminata. Pero pudo más la insistencia nuestra y subió. Pronto nos dijo donde almorzar y que había una profesora de francés que estaba armando la biblioteca de Pisagua.
Para el almuerzo, mi cuñado que vive en Iquique tenía planes distintos. Nos llevaría donde Juan Araya, el Guatón Juan. El tendría mariscos frescos para comer crudos al limón. Bajamos a la caleta pero el gordo Juan no estaba de genio:
--No tengo mariscos hoy --dijo--. Algo de pescado hay en la hielera, pero eso es todo.
--No gracias --dije y me acerqué a observar el mar. El sol ahora caía perpendicular a Pisagua. Otro momento para poner avisos cerveceros.
A los minutos, para condescender el gordo Araya había dicho que no se casaría hasta tener 50 años, y eso sería en cinco mas. Yo juraría que había pasado esa marca mucho tiempo atrás, pero será la brisa del mar y el sol que le tenían la piel así.
-- Pa' que casarse antes, ¿pa' puro mantener mujer y cabros?... No, yo no estoy pa' esas todavía. -- diría el guatón frunciendo la pera--. Así trabajo cuando quiero no más.


EN LA PRIMAVERA de 1970, algunas semanas después de la elección de Allende, me había hecho de un puesto en la FISA. Vendería artesanía de La Ligua y otros artículos que incluirían poleras pintadas como la de Joe Cocker en Woodstock, With a Little help from my Friends. Con 18 años de edad e iniciativa que nunca mas he tenido, conseguí dos jóvenes colaboradoras las que hicieron de modelos y vendedoras: Myriam y la flaca Lucy. Cuando cerrábamos el local por la noche, nos quedábamos los tres mas el pololo de Lucy, Mario Acuña, gallo un poco mayor que yo y estudiante de derecho en sus últimos años. A esas horas, la actividad se centraba cerca del escenario, y aún después de que el programa terminara, parejas jóvenes se perdían en los rincones de la feria. Mario abría una botella de pisco, y los cuatro bebíamos. En Octubre las noches suelen ser frías en Maipú.
Del estudiante de leyes sabía poco, creo que era de provincia. Muy amistoso y de risa fácil, hábil de palabra y para conseguir pisco. Dejábamos que él fumara yerba, pero nosotros rara vez la tocábamos. Lucy nos contó, que para estudiar por horas, Mario a veces se ayudaba con coca. La flaca estaba enamorada de Mario.
Días después de la clausura de la FISA, el general Schneider fue emboscado en Martín de Zamora y asesinado por una pandilla de delincuentes políticos, una media docena de niñitos bien. Se presume que fue una misión fallida ideada por la CIA. El efecto que tuvo en mi fue obligarme a cerrar filas con el partido al que pertenecía. Había que parar a estos matones, a aquellos que obstaculizaban la ascensión al poder de Salvador Allende.
Con la flaca y su pololo nos juntamos unas veces mas, pero en pleno 1971 el tiempo se me hacía escaso. Les perdimos la pista, solo supimos rumores que se habían peleado, al parecer por lo de la coca, y que Mario habría partido al norte.


EN UNA LADERA del cerro al costado del cementerio se divisaba una fila de perforaciones rectangulares. "Una Hilera de Tumbas," rezaba el título de una novela de vaqueros que había leído y olvidado hacia miles de años. Estas excavaciones habían sido rellenas a medias por el viento y la arena. Si hubiesen sido fosas de fusilados, pensé, no habrían sido nunca tan ordenadas, pero no lo pudimos comprobar. El cementerio de Pisagua es seco y caluroso, bordeado de acantilados donde se ve el mar verde y rocoso allá al fondo. Mi cuñado fantaseaba de como cierto prisionero, un solo hombre se había escabullido de la prisión que era Pisagua, y que a los otros los habían fusilado y enterrado en ésas fosas. Pero no tenía ningún otro dato como para comprobar si eso era verdadero.
Mas tarde encontramos una inmensa excavación rectangular al norte del cementerio, y ése si era el lugar donde en 1990 habían encontrado unos veinte cadáveres preservados por el aire salino y la falta de humedad. Tenían heridas de bala, amarras en las manos, y sus ropas aun se conservaban. Esto ayudó a que rápidamente fueran identificados. Hoy no había más que arena en ésa fosa gigantesca, el sol quemante y un silencio enrarecido. Yo sentía los gritos sofocados de jóvenes de pelo largo y barbas crecidas.
Habíamos por fin vuelto a subir hacia la entrada de Pisagua en busca del restaurant que el caminante recomendó. El lugar consistía de tres mesas largas dispuestas en un terraza al aire libre y una cocina al interior de la casa. Desde la explanada donde nos encontrábamos se apreciaba toda la pequeña aldea. La plaza polvorienta, un edificio de tres pisos que doña Margarita la dueña del restaurant nos dijo era la cárcel de Pisagua, el teatro de madera al lado de la casa de la cultura, la misma do nde se armaba hoy la biblioteca.
Me vi obligado a pensar en la novela del Negro Castillo "Muriendo por la dulce Patria Mía," cuando doña Margarita nos contó que antes de abrir su restaurant ella había sido podóloga en Iquique. Que había atendido a Arturo Godoy en sus últimos días. «Era un viejito muy apuesto, muy amable». Pero no pudo decirnos mucho mas. Yo me quedé con que esa era la historia de cada iquiqueño: haber conocido al héroe de la novela del Negro en persona.
--Nosotros supimos de un escritor gringo que le quiso robar la historia al Arturito hijo --decía doña Margarita--. Pero creo que hasta preso lo tienen por plagio.
Le aclaré a la señora que el Negro no era gringo ni estaba en la cárcel. Era un novela, señora, cualquiera puede escribir una novela, es decir cualquiera que tenga el talento.
--Ese será otro señor --dijo--. Del que yo sé es gringo y está preso. Hasta una película le iban a hacer con ese libro. Imagínese las patas del gringo.
Una camioneta roja paró en la bajada frente al restaurant y una mujer chilena nos saludó en francés. El caminante la había dateado que gente de Canadá estaba donde la Margarita,. -- Bon jour! le contesté sonriente y quedamos de bajar a la casa de la cultura después de almuerzo.
EN 1972 vi la flaca desde arriba de una micro. La vi mas flaca que antes y su piel blanca casi transparente. Grandes ojeras colgaban de sus ojos verdes y tristes, intenté llamarla, haciendo gestos desde la micro, pero no me vio. Una ex-compañera de curso habría dicho que la flaca
había sufrido por un amor, un abogado, no estaba segura pero creía que andaba metido en la pichicata en Iquique... Que obligaba a la flaca a empolvarse las fosas nasales... Que ella era débil o que el tipo era un abusivo. No lo sabía. Lo último que me quedó fue esa cara de pena, esa sonrisa marchita y esa piel clorótica.


LA PROFESORA de francés había vivido 18 años en Quebec, todavía tenía acento quebecúa, y todo el mundo se lo notaba. "La señora francesa," o "la señora Catherine" la llaman aquí, porque hasta nombre francés tiene. «Estuve en toda la chuchoca de Quebec», dijo, «desde las asociaciones de chilenos de los años setenta, los grupos de ayuda a los inmigrantes, los de derechos humanos, hasta con los quebecos separatistas». Hoy, que todo eso era distinto se había venido a Santiago y después a esta cal eta que nunca será olvidada.
Su proyecto, mas que la biblioteca, era la Creación de la Casa de la Cultura de Pisagua, para que los pisagüinos tengan donde y para que reunirse. «Mon Dieu, en esta caleta no hay ni luz todavía», nos contó Catherine. «Usamos un motor a petróleo que se apaga a las once de la noche, salvo cuando juega la selección». La casa de la cultura ocupa un costado del teatro que a pesar de estar lleno de colores y fantasmas, hoy se usa como cine para ver películas de Arnold Schwarzenegger. Catherine inte nta que la gente se reúna, aprenda música, lea de la historia riquísima de la zona, partiendo de una colección de artefactos precolombinos que tiene, y de un centro de documentación fenomenal.
Del centro de documentación, abro una hoja de diario del año pasado: "Un largo y angosto cementerio clandestino," leo y reconozco la foto a la fosa gigante que había visto ese mismo día y encuentro detalles sobre mas osamentas halladas después. En el texto del artículo, que es en realidad una carta al editor, reparo:
«El 11 de octubre fueron sacados del campo José Córdova, Humberto Lizardi, Mario Morris, Julio Cabezas y Juan Valencia. Nunca más los vieron. A través de un bando, firmado por el Comandante en Jefe de la sexta división y hombre de confianza del general Pinochet, Carlos Forestier, se informó que habían sido fusilados para dar cumplimiento a la sentencia de un Consejo de Guerra. Nunca se encontró el expediente. Los detenidos fueron fusilados en Pisagua, pese a que se aseguró que el juicio se ha bía realizado en Iquique, sin la presencia de los sentenciados. A los presos no les cupo duda de que había sido venganza. El fiscal militar Mario Acuña era un abogado de Iquique con vinculaciones con el narcotráfico. Sus actividades ilícitas habían sido descubiertas gracias a una investigación realizada por el destacado integrante del Consejo de Defensa del Estado, Julio Cabezas. El 11 de septiembre de 1973, Acuña fue nombrado fiscal por el juez militar Forestier. Una de sus primeras accion es fue ordenar la detención de Cabezas...»
Incrédulo releo varias veces el nombre del fiscal. Por fin me despabilo agitando la cabeza, como para espantar una mosca invisible, «Mario Acuña...» repito; habrá miles de abogados con ese nombre, y la mirada perdida de la flaca se me viene a la mollera, la piel tísica y de cristal; habrá miles de iquiqueños, de narcotraficantes con ese nombre. Y los ojos de ella me miran vacíos, autómatas. Me convenzo de que es un alcance de nombre, nada más, y le entrego a Catherine el recorte, antes que nad ie mas lo viera.
Salgo afuera y el sol, todavía fuerte a las seis de la tarde me enceguese. Con el sabor a sal en la garganta le pregunto a mi mujer, la misma que hacía de vendedora con la flaca Lucy:
--¿Te acuerdas de algún Mario Acuña?
Veo los cerros recortando el cielo perfecto a sus espaldas, las sombras largas del teatro sobre la plazoleta.
--No --me dice, quizá pensando en otra cosa--. No conozco a nadie con ése nombre.
Una bandada de gaviotas mofándose de los gritos humanos, cruza desde los tejados hacia el mar.
--Yo tampoco --contesto--. Gracias a Dios.

 


 

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