Quién de nosotros no se ha planteado alguna vez preguntas inquietantes
acerca del hombre, que le son profundas y fundamentales en su cosmovisión. ¿De
dónde venimos, adónde vamos?, ¿somos lo que parecemos
ser?, ¿qué es el hombre?, ¿vemos la realidad?, ¿somos
seres libres o esclavos; luego, necesitamos o no un salvador?, son
algunas de esas potentes preguntas que parecen no tener respuesta.
Pero tal vez solo parecen no tenerla.
Personalmente soy de la opinión que si la investigación
que ellas demandan es llevada en forma acuciosa y persistente, podemos
obtener respuestas coherentes, aunque muchas veces sean sorprendentes.
Pero, desde luego, no basta solo eso para que una investigación
sea aceptable; también necesitamos considerar la experiencia
de otros. Esto nos recuerda la disputa de los que decían conocer
al elefante: unos porfiaban que el elefante era como una pared, porque
lo veían de lado; otros decían que no, que era como
una serpiente con alas, porque lo veían de frente, etc; sin
embargo, todas esas eran observaciones del mismo elefante y ninguna
prevalecía sobre la otra. Algo así pasa también
cuando preguntamos cómo es el hombre. Para responder a esas
preguntas no basta con lo que nosotros pensamos, necesitamos también
considerar las opiniones de otros.
En este trabajo queremos poner hincapié en la creencia que
todas nuestras observaciones y opiniones , sean científicas
o religiosas, también son creencias. Vivimos en medio de creencias
que, todavía más, hemos heredado de otros: ni siquiera
son nuestras. Otros, a través del tiempo, nos han endosado
sus creencias, llevándonos a ver lo que ellos ven; como si
nos hubiesen dicho: ¿crees que el elefante es como una pared?,
pues estás equivocado, yo te mostraré que es una serpiente
alada. Y después de ponernos frente al elefante nos dicen:
mira, ¿tengo o no razón?