Despuntaba el alba con sus matices arrebolados, el rocío de
las hojas brillaba bajo los primeros rayos del sol y el suave viento
mañanero mecía las ramas de los árboles,
una sinfonía de primavera se respiraba por doquier,
había
paz luego de muchos años, al fin había
tranquilidad…
En un rincón del bosque, junto a un arroyo, en un espacio
apenas importante, olvidado entre los grandes árboles infranqueables,
estaban las flores… por alguna razón las semillas volaron
entre las convulsiones de bombas y pertrechos y se anidaron en ese
lugar, salvaguardadas de toda hecatombe.
En aquella mañana una nueva integrante se unía a la pandilla,
era especial, era única o más bien dicho,
la primera de su especie en ese lugar, dominado por flores
herbáceas
y lavanda, ella era… ¡la rosa!, tan común
en otros lugares, se hacía presente en gloria
y majestad. Su tallo verde, junto al agua del arroyo,
creció alto y esbelto.
Al principio un capullo coronó la punta, fue un
botón
apretado de color gris verdoso hacia fines del invierno,
pero de acuerdo mejoraba el clima comenzó a abrirse
lentamente, solo para dar paso a una grandiosa y delicada
flor de un rojo vivo bermellón,
con rebordes anaranjados que la hacían aún
más
atractiva. Pero algo extraño e inusual había,
que la hacía aun más especial… sí,
entre los estambres, dentro del pistilo había
un ser… pequeñito,
parecía
un niño dormido con las piernas flectadas hacia
su pecho y la cabeza entre las rodillas. En realidad,
no era un niño,
era un Elfo… un pequeño elemental de la
naturaleza, tan escaso y raro como las perlas de las
ostras.