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Fragmento del libro
Prólogo


Santiago de Chile siempre fue una ciudad que me parecía muy lejana, no solo por la distancia de kilómetros desde donde vivo, sino también porque no tenía ningún vínculo más que un grupo de familiares que viven allá. Pero pronto los sueños de mi vida me hicieron familiarizarme más de lo que alguna pensé con aquellas tierras centrales, al punto de que cada vez que tenía que viajar mi corazón saltaba de ansiedad y emoción. Todas las mujeres tenemos sueños diferentes y metas para nuestra vida, algunas sueñan con llegar lejos en su profesión, otras sueñan con casarse y ser dueñas de casa para compartir con su esposo, otras sueñan con viajar y recorrer el mundo (quién no, por supuesto) y otras sueñan con ser madres, como yo. Los sueños tardan en llegar, algunos se ven muy inalcanzables, pero en mi caso, ese sueño se veía frustrado, casi imposible, se convirtió en una pesadilla, cada día pensaba en el momento en que terminara para poder descansar mi mente ansiosa, pero hay algo dentro de mí que me permitió atravesar una montaña rusa de emociones e interrogantes; la fe y la perseverancia; dos virtudes que aprendí con el tiempo. El anhelo de ser madre siempre ha estado presente en mí, desde que fui una niña, aunque jamás he sido la típica mujer que ama todas las guaguas que ve, pero tengo ese instinto de mamá, creo que heredado de la mía o tal vez de mamás que he visto cómo aman y disfrutan a sus hijos y me han inspirado a lo largo de mi vida. No recuerdo el día ni el año en que quise buscar un embarazo, creo que fue algo espontáneo que surgió después que sentí haber encontrado al hombre adecuado para formar una familia, aunque ese deseo maternal haya significado en mí muchas noches y días de desesperación, incertidumbre y tristeza. Pareciera ser que el embarazo es un proceso natural en todas las mujeres, sin embargo en algunas como yo eso no ocurrió sino hasta que me tuve que poner en manos de un especialista, sé que muchas mujeres que accedan a este libro, podrán regenerar sus esperanzas si no han logrado aún el anhelado bebé, o bien, un sueño que se vea difícil de alcanzar. Tenía 17 años cuando el camino hacia la maternidad comenzó de inmediato a ponerse pedregoso, sé lo que estás pensando: ¿17 años?, ¡una adolescente! Y claro que lo era, una joven extremadamente inmadura cuya irresponsabilidad terminó en un embarazo adolescente, pero bueno, cuando uno tiene esa edad es difícil ser madura y actuar correctamente, no obstante, es impresionante como llevamos dentro de nosotras el amor hacia un hijo. Un pololeo de juventud de varios años me permitió conocer un sentimiento extraño y a su vez doloroso, ya que, el bebé de aquel descuido adolescente, lo perdí en la semana 6 de gestación, con ello comencé a llevar conmigo un término médico que me acompañó hasta los 29 años: Aborto espontáneo (sin razones aparentes). Con aquel embarazo no tuve la aprobación que en ese entonces ameritaba la situación, es comprensible, era muy joven y lógicamente mis padres esperaban otra cosa de mí, quizás era un tema tabú o bien realmente los había defraudado, para los médicos de entonces fue un simple procedimiento. En ese instante de mi vida me sentí muy sola en la situación, pero afortunadamente pude tomarle el peso y seguir adelante, no obstante una frase jamás se me olvidó y probablemente no la he borraré de mis recuerdos: “Mejor para ti y para todos si es así” (pérdida del embarazo), ¿En qué momento de la vida de una mujer la pérdida de un hijo es mejor?, ¿Si yo sentí un dolor profundo en mi alma, a pesar de ser adolescente, ¿cuándo comienza el amor de mamá?, Quizás en algunas familias es un tema prohibido, tal vez no tenemos la suficiente madurez como país para enfrentar un embarazo adolescente, no solo en el aspecto fisiológico, sino también en lo emocional para los jóvenes. En mi caso ya han pasado más de 10 años, probablemente sea un recuerdo que lleve conmigo todos los años que me quedan de vida. Sé que el destino existe, pero también uno crea su propio camino, es decir, que cada uno tiene un camino marcado en la vida pero que nosotros mismos debemos pavimentar, y con esto me refiero a que todos los momentos que he vivido de alguna u otra manera me han formado como persona pero sobre todo como mujer, he intentado ver más allá de lo que me ha tocado vivir y después de muchos “¿por qué?” Con lo que tengo hoy en día he podido responder varias preguntas y no me refiero a nada material, sino a aprendizajes y conocimientos. Después de la pérdida del embarazo adolescente aprendí a ser más responsable y comencé a preocuparme de mis asuntos estudiantiles, aunque nunca los descuidé, solo decidí centrarme en ello, quise ver aquel episodio como una oportunidad que me daba la vida para cumplir otros sueños y lograr otras metas, como por ejemplo ingresar a la universidad. Durante mi proceso en los estudios superiores puedo decir que fue un camino muy fructuoso en mi formación personal, conocí gente, hice amigos y aprendí mucho tanto en el ámbito académico como personal. Para estudiar lo que quería tuve que irme a estudiar fuera de casa y en otra ciudad. Me fui a la ciudad de Iquique, lo que realmente fue un acierto, al principio costó muchas lágrimas, pero con el paso del tiempo y a medida que iba adquiriendo competencias académicas me encantaba más la carrera que había elegido para mí. En un comienzo pensé que me quedaría viviendo en Iquique, ser estudiante de pedagogía en ese entonces tenía una gran demanda laboral. Terminé la Universidad y se me presentó la oportunidad de estudiar un post grado en mi ciudad natal: Antofagasta, por supuesto no lo pensé dos veces y tome la oferta, me devolví a la casa de mis padres una vez que me había titulado con el afán de trabajar y cursar aquella oportunidad académica que me traía de regreso a mis tierras natales. Encontrar trabajo en Antofagasta fue rápido, ingresé a una Universidad Privada a realizar clases de mi especialidad: Biología, pero como bien dije en un comienzo, creo que todos tenemos un camino por pavimentar, lo digo porque fue en este trabajo en donde conocí a Diego, nada fue fácil para nosotros en un comienzo de nuestra relación, si consideramos que él tiene 5 años menos que yo, él de 20 y yo de 25 en ese entonces, aunque la diferencia de edad jamás ha sido tema para nosotros, nunca ha causado estragos en nuestras decisiones ni es tema en ninguna situación, incluso a veces hasta nos olvidamos de ese detalle. A los 6 meses de relación nos fuimos a vivir juntos, fue algo espontáneo, sin planificación, de hecho ni siquiera me acuerdo en qué momento lo conversamos, pero afortunadamente la convivencia resultó bien desde el comienzo, solo nos preocupaba nuestra economía, intentábamos ahorrar y gastar menos para darle prioridad a nuestras proyecciones, que en ese momento era viajar, bueno, lo sigue siendo, podría decir que la aventura es parte de nuestra relación. Al pasar dos años de vivir juntos decidimos buscar un embarazo, es aquí donde comienza una aventura de altos y bajos para nosotros, una historia que nos acompañará por siempre en nuestra memoria, la cual quiero contar para que nunca dejen de luchar, nunca se queden con un “No es posible”, nunca piensen que hay algo imposible y sobre todo siempre sean muy perseverantes.