Jack Kerouac y El Nadador Entumecido

Ramón Sepúlveda

 

En un artículo que leí hace algun tiempo, se narra el incidente que llevó a Jack Kerouac a la cárcel. Se trata de un asesinato perpetrado por su amigo Lucien Carr, de veinte años tal como él a la fecha, y en el cual el escritor habría actuado como encubridor. Jack tuvo que identificar al fiambre "y no pudo dejar de notar que todavía presentaba una erección, después de estar tres días en el agua." Esta increíble aserción me recordó la siguiente, vivida de primera mano:

Collomín Candia era un niño obediente, pero sumamente obstinado, cabeza dura. Nuestra rivalidad data de muchos años y se debió a que no cabía duda quien era mejor zaguero, él o yo. En eso siempre discrepamos. Al punto que un día cuando ambos calzábamos apenas siete años, y por la misma fricción de siempre nos estábamos dando duro en las canillas, Collomín que también respondía al nombre de Marcos, se fue a las manos, y como entre él y yo, se vio llegando segundo, corrió a su casa. Yo envalentonado lo seguí hasta el antejardín. Marcos había logrado entrar y desde la ventana me hacía gestos obscenos. A mis gritos de "¡sale a pelear a la calle si eres hombrecito!" o " 'tay muerto e miedo, gueón oh," salió Silvia, su hermana de trece años, con una escoba amenazándome que me iba romper la cabeza si no me marchaba de allí ¡inmediatamente! De entonces, cada vez que nos encontrábamos buscábamos razones para darnos de bofetadas, pero invariablemente un alma generosa nos separaba.

El incidente del Cajón del Maipo había comenzado igual. Yo era nadador de buen calibre y había cruzado el río en mi mejor estilo crawl. De entre todos los jugadores, yo con mis catorce años me creía lejos el mejor nadador, sin contar a Mota Flowers, que era bueno para todos los deportes. Collomín no quiso ser menos, y se dio a la tarea de nadar hasta la otra orilla. El río tenía una corriente notoria pero no peligrosa. A mitad de su aventura, Collomín entró en apuros. Su estilo perro se transformó en estilo sapo con convulsiones. Para mí esta sería una de las pocas veces que olvidara nuestra rivalidad, y corrí con otros jugadores hacia el puente. La corriente se llevaba a Collomín que no dejaba de trenzarse con el agua.

--¡Déjate llevar! --le decíamos desde el puente--, ¡que la corriente te traiga hasta aquí!

Allí lo esperábamos casi todo el equipo y cuando la corriente lo tuvo cerca lo tiramos de las manos y los pies para sacarlo de las aguas y dejarlo sobre las tablas del puente. Pobre Collomín, no paraba de tiritar. Entonces todos afectados en principio por la cara de pánico de Collomín, lo llevamos a la carpa para ayudarle a abrigarse. Era temprano y el sol tímido aun no calentaba. Marcos todavía trémulo, intentaba explicar entre arcadas que se había acalambrado, que el agua estaba demasiado fría, que por suerte no había tragado mucha. Marcos tomó una toalla y se despojó de su traje baño. En su posición de un pié en el suelo y otro en el aire, la toalla cayó dejándole al descubierto una inexplicable e inmensa erección.

La risotada del grupo floreció estruendosa. Nadie podía creer que con el susto y el frío Marcos pudiera tenerlo erecto. Marcos se miró desnudo, todavía temblando, y por fin el también incrédulo soltó una carcajada.

--¡Super colloma, compadre! --le gritaron, mientras Marcos no paraba de reír, ya olvidado de la cuasi ahogada, la toalla, o el traje baño--. ¡Tremendo chafalote, loco! --De allí surgieron inmediatamente los apodos. Recuerdo a Sergio llamándolo "Chafalotín Mostaza," a Bolaocho dieciéndole "Callampero," y por último, el que pegó "Collomín Bombín," autoría de Carerraja. Hoy hay detractores que alegan que el nombre fue "Collomín y su perro valiente," pero esto, sostengo, es incorrecto.

Con esta proeza, de vuelta a las canchas Marcos pasó a ser zaguero titular, y yo pasé a la banca, nadie se acordaba ya quien era mejor nadador y se hizo famosísimo entre las niñas del club, a pesar de que en esos tiempos este tipo de humor no pasaba de un bando al otro, pero ellas algo adivinaban cuando soltábamos la risa si una de ellas lo llamaba Collomín.

Yo aprendí a dejar mi puesto en el equipo a Marcos Coloma, como también pasó a ser conocido, y a preguntarle como estaba su hermana menor, en vez de ofrecerle coscachos. Finalmente hice algo que todavía no ha logrado imitar: Me casé con su hermana.

 

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