Ilusiones de siempre Jorge Arturo Flores Soñaba
obsesivamente con ser pájaro, como tantos hombres que desdeñan
la rutina de la tierra y sólo quieren evadirse, ir lejos, no
trabajar, vivir en permanente jolgorio, sin obligaciones ni deberes.
Era un joven desgarbado, de ojos, cabello y tez obscura. En las noches,
cuando el cansancio del día lo vence, el inconsciente abre los
diques del absurdo. Y sueña, sueña con aves del cielo,
de distintos colores y tamaños, emerge su quimera personificada
en avecilla. Los sueños, hay que decirlo, contenían un
brillo notable, con imágenes volátiles, en medio de flores
bellísimas, cuyo néctar le sabía a manjar y lo
energizaba para continuar volando por el cielo de sus ensoñaciones.
No sabía cómo, pero se entendía perfectamente con
las otras aves. Volaba por amplias extensiones de terreno, sobre los
árboles, sobre alfombrados potreros, sobre lagos, ríos
y océanos. No, sobre océanos no, era mucho espacio sin
tierra y eso lo cansaba ostensiblemente. Y él soñaba con
ser pájaro, justamente, porque nunca había contemplado
a uno cansado. Siempre veloces, siempre con ganas, siempre piando. Lo
que más agradábale era la facilidad con que se despegaba
del suelo, como subía con cierta rapidez, cómo su casa
se empequeñecía al igual que las figuras de sus padres,
del perro, las gallinas, los animales. Su cuerpo desgarbado, sin ninguna
gracia, la misma que anhelaba para conquistar a sus compañeras
de curso, quienes poco interés en él prestaban, lo sentía
liviano, etéreo, grácil, presto a cuanta pirueta aérea
se le ocurría y entonces sonreía socarronamente, pensando
que las compañeras de curso se perdían un gran espectáculo
al no mirarlo, prefiriendo al imbécil de Andrés, rubio,
con padres adinerados, auto en la puerta y mucho dinero en el bolsillo.
Pensaba en que el maldito no podía realizar ese zigzagueo que
realizaba a través de los árboles. Acá su maldito
auto, su maldito dinero, su maldita figura, no le servían de
nada.
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