Señor Director:

 

Ayer 8 de febrero se quitó la vida la destacada pintora y profesora, Carolina Castro. Tenía 39 años y una belleza serena, que encantaba y llamaba la atención. Como la mayoría de los artistas, cada día debía bregar con sus óleos, que describían diversas temáticas de la naturaleza y aspectos humanos. Últimamente, estaba ocupada en pintar la desolación ambiental de un mundo que se desmorona, ante la mirada indiferente de quienes la destruyen.

Sus cuadros fueron exhibidos en Chile y Europa. De hecho, permaneció unos años en Inglaterra, participando en numerosos colectivos y presentaciones. Pero quiso volver a este lugar que no es el mejor lugar para nacer para un creador. Lo que sería una estadía breve, se transformó en una parada larga, difícil, a veces sin salida, que, seguramente, desencadenó su drástica determinación.

Acostumbraba cruzar el Parque Forestal en su bicicleta, siempre alegre, con ganas de vivir y de hacer cosas. En casa del poeta Mauricio Barrientos, junto a José María Memet, Sergio Badilla y su compañero, el abogado Carlos Cantuarias, pasábamos horas conversando de arte y literatura. Casi siempre terminábamos en cualquier lugar, perdidos en la noche y siempre llenos de sueños.

Hace poco, en La Casa Naranja y La Nave de Tierra, realizó una de sus últimas exposiciones. Todavía están sus hermosos cuadros pendidos en esos boliches que tanto amaba.

Carolina Castro, que amaba el arte y las plantas, que deja dos hijos menores, nos remece el corazón, intenta despertarnos de estos días infaustos, donde la mezquindad, el personalismo, la carencia de cuidado por los cultores de la espiritualidad, abundan de manera infernal.

Aunque suene a escándalo, hoy los artistas están más solos que en cualquier época. Los espectáculos de la cultura sólo sirven como eco comunicacional. Lo mismo fue la “Muñeca” gigante y fea, que movilizó a miles de personas y que dejó apenas unas portadas en los diarios amarillos. También lo son los mega eventoscircenses y culturales, que duran veinticuatro horas, que parece ser la columna vertebral de un programa de desarrollo artístico en decadencia. Sólo un puñado de amigos estuvieron con Carola. De su existencia nunca supo nada la ministra de cultura, el secretario ejecutivo del libro y la lectura, los gestores culturales ni ninguna autoridad. Chile no cuida a sus artistas. Los encargados culturales sólo llegan a las exequias de los creadores, a veces.

Nuestra artista desaparecida, nos recuerda a hermanos poetas y literatos que también abandonaron el mundo de forma trágica: Alfonso Alcalde, Rodrigo Lira, Rolando Cárdenas, y tantos otros. En vida, fueron ignorados. Padecieron penurias. Orfandad. Hoy sus libros son motivos de estudios, de premios literarios, de homenajes. Hay que morir para renacer con el arte, para lograr un poco de gloria, para ser bueno e indispensable, palabras quehipócritas detractores utilizaron cuando falleció el gran narrador chileno Roberto Bolaño.

Echaremos de menos a Carolina Castro. Con su partida, se acabaron muchos sueños. Proyectos. Ya no volverán las charlas en los boliches. No volveremos a ver esos cigarrillos en sus labios ni escucharemos más aquellas palabras en inglés que alguna vez nos enseñó. No volverán los paseos por el Parque Forestal. Los encuentros fortuitos frente al Río Mapocho. Y las tres veces que hacía sonar el timbre en Santa María 227. En Dardiñac con Loreto, en la mesita de la calle, una cerveza quedó para siempre sin abrir. Era para Carolina Castro. Nunca llegó.

  

Reinaldo Edmundo Marchant
Escrito
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9/02/2007

 

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