La imaginaba etérea, esbelta, hermosamente joven,
dejando correr sus dedos por las teclas en la penumbra de
un cuarto oliendo a violeta o jazmín. Huérfana
de madre, quizás. Dulce y tímida, con certeza.
Así la describían las melodías que
se filtraban todas las tardes por las rendijas de los postigos
cerrados. Siempre cerrados. Y entonces, mientras el barrio
se aletargaba en las horas de siesta, él, oculto
tras las cortinas de su hotel sin estrellas, soñaba
con la ventana misteriosa abriéndose frente a su
habitación, con el cruzar de las miradas por encima
de la calle dormida, con el encuentro inevitable, dentro
de poco, sí...En la penumbra, el viejo pianista tocó
el último acorde, maldiciendo entre dientes contra
los reumatismos, los postigos malogrados, su pensión
de miseria y el mirón del frente oculto tras las
cortinas.
Christiane Félip de Vidal.
Francia
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