LA UNICA Y VERDADERA
HISTORIA
1
Salomón caminaba absorto
en sus pensamientos, atravesando las calles casi sin mirar, distraído,
preocupado dándole vueltas en su mente a lo que creía
ser su desgracia, la causa de su fracaso, la evidencia misma de
su mediocridad. Es difícil aceptar que no se es lo que
se cree ser, en su caso: un escritor. Porque un escritor es alguien
que escribe, no que sólo sueña con escribir, y él
se pasaba todo el día soñando con hacerlo, sin lograr
reunir con cierta coherencia esos ansiados y delgados signos sobre
una hoja de papel. Por supuesto aquello lo desesperaba como pocos
pueden siquiera imaginar.
Pero -así es la vida- y la mayoría de la gente decide
seguir viviéndola -se dijo-, tratando de reponerse, de
justificarse a sí mismo. Entonces empujó con fuerza
las pesadas puertas que daban al recibidor de la estación
de trenes arrastrando el bolso donde llevaba sus escasas pertenencias.
Y apenas hubo traspasado el pórtico sintió que,
sorpresivamente, una mano se apoyaba en su hombro. Enseguida levantó
la cabeza para mirar y, al verla, soltó el bolso y abrió
los ojos como si viera un fantasma. Fue algo así como una
aparición, una sensación inesperada.
- ¿Eres tú ?, balbuceó, no puede ser. Tú
estás muerta -le dijo- es imposible. Estoy soñando.-
Luego se refregó los ojos para volverla a ver frente a
él medio borrosa, como un espejismo.
En verdad parecía ser ella, Anastasia Elgueta Fernández,
tez blanca, 30 años, alta, unos 55 kilos, ojos verde pardo,
elegante, educada, soltera, y fallecida de una enfermedad fulminante
hace ya algunos años.
Incluso había asistido a su funeral y consolado a su madre
y abrazado a sus hermanos.
- Esto no puede ser, se repitió varias veces.- Acto seguido
le echó la culpa al abuso del alcohol y las drogas, quienes
ahora sin duda le pasaban la cuenta, le hacían ver visiones
que parecían tan reales.
Anastasia seguía frente a él.
-No te asustes, dijo ella- imagino lo que debes estar pensando.
Pero, todo tiene una razón. ¿Me entiendes?. Sígueme.
Ya verás que no hay que temer.- Después le dio la
espalda segura de que la seguiría.
En ese momento tembló. No fue más que un ligero
estremecimiento, una sacudida sin importancia, aunque para él
fue como si este pequeño sismo le anunciara una catástrofe.
Anastasia lo miró directo a los ojos y le tomó las
manos para calmarlo. El se dejó. Porque en momentos como
ese hacía cualquier cosa: entraba en pánico, temblaba,
sudaba, imaginaba cosas terribles y ahora, hasta se dejaba consolar
por una mujer que estaba muerta.
Ambos se sentaron en un banco, en el silencio de la estación
de trenes que parecía estar desierta, sin un alma.
- Estoy soñando, se dijo.- Si, eso tenía que ser,
estaba soñando, ¿que duda cabía?. Era la
única explicación posible. Era un sueño.
A veces soñaba cosas incomprensibles. Entonces se pellizcó.
Pero, Anastasia aún estaba ahí.
-¿Acaso no te alegra verme?, preguntó ella.-
-Si, claro, respondió él. Es sólo que...
e intentó ponerse de pié, sin lograrlo. Estaba nervioso.
Miraba hacia todos lados buscando a alguien que pudiese venir
en su rescate. Pero nadie entró ni salió del enorme
recibidor. -Es un sueño, no hay duda, -se dijo una vez
más- de un momento a otro voy a despertar.
Más tarde quiso gritar, para ver lo que pasaba. Y no pasó
nada. Todo siguió igual. Estiró sus brazos y la
tocó con sus manos. Ella respiraba y sintió como
le latía el corazón, como si estuviera viva, como
si hubiese vuelto a la vida. Estaba radiante, calmada, parecía
no tener apuro y estar dispuesta a esperar todo el tiempo del
mundo.
-Pero, ¿ qué es todo esto?, preguntó Salomón
finalmente.- Era increíble que un sueño pudiera
ser tan real, y que además, tuviera conciencia de estar
soñándolo. Ahora necesitaba respuestas. De lo contrario
quería despertar. Ya era suficiente.
Esa mañana había hecho su maleta y decidido cambiar
de situación, de paisaje. No podía continuar con
la carga de sentirse impotente, de ser un fracasado. Más
aún, no podía soportar el tener que pasar por la
vida como una persona cualquiera, sin aciertos, sin logros, siendo
uno más entre los mortales, incapaz de crear. Ese era su
tormento. Había cruzado la ciudad con el corazón
cargado con estos pesares y no estaba seguro de querer seguir
envuelto en un sueño tan disparatado. Ya tenía bastante
con su vida mediocre y sin futuro para tener todavía que
soportar cosas tan extravagantes. Anastasia estaba muerta. El
lo sabía. Eso era todo. No estaba para historias. Cuando
dijo esto sonrió, lo encontró tan irónico,
si él mismo no era capaz de contar una historia. Ese era
precisamente su problema. Y entonces volvió a instalarse
en su mente la misma sentencia atroz que no le permitía
conciliar el sueño: un escritor que no escribe no es un
escritor.
2
Muy pronto le pareció
que el tiempo había pasado sin que se diera cuenta. Anastasia
se puso de pie y le dijo que ya era el momento.
-Vamos, acompáñame. El tren está por llegar
y tenemos que abordarlo.-
Luego se dirigió al andén, el único andén
de la estación, donde un tren tomaba posesión en
completo silencio.
Salomón la siguió porque no supo que otra cosa hacer.
La vio dirigirse decidida directamente a uno de los carros y subir
en éste como si entrara a su casa. Apenas él puso
un pie en el escalón para subir al vagón el tren
hizo sonar un pito y se puso en movimiento. No había ningún
otro pasajero en el andén, pero el carro estaba lleno.
Cuando abrió la puerta de éste una ola de voces
y ruidos lo golpeó. Era como venir de un mundo de silencio
y entrar a uno de innumerables ruidos. Los pasajeros se desplazaban
y conversaban sin prestarles siquiera atención. Anastasia
había tomado asiento en uno de los bancos y lo esperaba.
-No te preocupes, le dijo, yo te presentaré a todo el mundo.
El viaje es largo.
Salomón acomodó su bolso y se sentó a su
lado sin decir una palabra. El tren había partido no sabía
hacia donde, pero ya había partido y dejado en pocos minutos
la estación. Anastasia le sonreía y de pronto comenzó
a sentirse cómodo, extrañamente cómodo. Un
inesperado sentimiento de bienestar le embargaba. - Los sueños
no siempre tienen explicaciones, pensó, con la tranquilidad
que le daba el estar seguro de estar soñando.
Por otra parte un viaje no le venía nada de mal. El tren
ya estaba en marcha. Ahora sólo hubiese deseado tener lápiz
y papel para apuntar esa experiencia. Por el momento seguiría
el juego, el sueño. Ya tendría tiempo de analizar
todo con más calma. Miró su reloj, pero éste
se había detenido. Lo golpeó suavemente con sus
dedos para ver si se ponía de nuevo en marcha, aunque fue
inútil.
Ella, que lo estaba mirando, le dijo que no tenía importancia.
-El tiempo existe sólo como una ilusión. Aquí
nadie lleva reloj. No sirven. Son inútiles.
El asintió, en verdad no tenía importancia. ¿
qué importancia podía tener el tiempo en un mundo
como ese?. El tren rodaba ahora a gran velocidad hacia un destino
que ignoraba. Se acomodó en el asiento y, por un momento,
cerró los ojos.
Cuando los abrió tenía sentado al frente a un hombre
más bien gordo, calvo, de unos 50 años, con unos
ojos de color azul profundo, y que le sonreía. Anastasia
lo presentó como el señor Martínez. No dijo
más y espero a que éste hablara.
-Bienvenido Salomón, (sabía su nombre). -Sé
que esto le debe parecer terriblemente misterioso, o tal vez algo
así como un sueño, pero usted verá que somos
bien reales. Somos muchas almas que compartimos el viaje. Familias
enteras, padres, abuelos, hijos y hasta nietos, de todas las nacionalidades
y razas. Viajamos por una razón muy especial, la que esperamos
usted descubrirá muy pronto y por sí mismo. -Esto
es importante, por si mismo, repitió-.
Anastasia nos convenció de que usted era la persona indicada
para una proposición que queremos hacerle. Aunque dejemos
eso para más tarde, concluyó.
3
Salomón pensó
que todo este misterio estaba como para contar una historia y
de nuevo lamentó no tener papel ni lápiz. Eso siempre
le ocurría, eran innumerables las ocasiones en que debía
confiar todo a su frágil memoria, donde todo, -fuera lo
que fuera-, terminaba perdiéndose. Para su desgracia era
un escritor sin lápiz. Cuando más lo necesitaba,
nunca tenía uno a mano. En ocasiones como esas hubiese
querido ser como aquellos a quienes un lápiz les dura toda
la vida. El los compraba por docenas y desaparecían, se
esfumaban sin explicación, para no estar cuando más
los necesitaba.
Su curiosidad había aumentado. El hombre había dicho
que tenía algo que proponerle y de seguro Anastasia también
debía estar al tanto. Entonces le preguntó:
-Ya es hora de aclarar las cosas, le dijo.- Anastasia en vez de
responderle se puso de pie y lo invitó a levantarse.
-Mira, quiero mostrarte algo, ten paciencia, acuérdate
que lo importante es que lo descubras por ti mismo.
El pasillo del vagón estaba infestado de gente. Tuvieron
que pasar entre una verdadera multitud que se ocupaba en los más
diversos menesteres. Muchos sólo conversaban, otros cantaban
como si fueran cantantes de opera, otros lloraban y cubrían
sus rostros con las dos manos. También había niños
que jugaban entre medio de los adultos, saltando y escondiéndose
entre medio de sus piernas. Era un verdadero manicomio ventilándose
en ese pasillo estrecho. - Cosas de sueño, se dijo. Y la
siguió entre medio de la turba. Por fin Anastasia llegó
al final del carro y abrió la puerta para pasar al vagón
siguiente.
Este vagón se parecía en nada al anterior. La muchedumbre
y su bulla terrible habían quedado encerradas en el otro
carro. Una música ambiental llenaba tímidamente
el espacio bañado por una tenue luz azulina. En su interior
podían divisarse algunas sombras que parecían moverse
al ritmo de la música. Salomón, sorprendido, quiso
dar un paso atrás, pero Anastasia lo detuvo.
-No cualquiera tiene el privilegio de ver lo que tú ves
ahora. Ninguno de los pasajeros del otro vagón puede siquiera
asomarse hasta que no llegue su hora. -Pero, no sé si esta
parte del sueño me interesa, dijo él.
-Te gustará, te lo aseguro. Estás a punto de descubrir
una verdad que te abrirá los ojos.
-Pero, quiénes son ellos, preguntó Salomón,
indicando con el dedo hacia las sombras.
-Personas con cuerpos al borde de la inexistencia y por lo tanto
menos definidos, o si tú quieres, almas casi desencarnadas,
a punto de desligarse definitivamente de su última cáscara
corpórea. Como frutos maduros a punto de caer ahora están
en búsqueda de aquello que las libere para siempre, deshaciendo
sus últimos vestigios de personalidad. Entonces calló.
No quiso decir más. No quería asustarlo. Hay verdades
que sólo se comprenden en pequeñas dosis.
Al escuchar esto Salomón pensó que era demasiado
y deseó con todas sus fuerzas despertar, pero no pudo.
Algo lo mantenía atado a ese mundo extraño. Anastasia
se negaba a desaparecer. El viaje continuaba. Las sombras persistían
en su danza. Se pellizcó una y otra vez hasta cansarse
y desistir. No había caso. Se vio condenado a una pesadilla
terrible, pero de súbito, de nuevo sintió esa sensación
de bienestar que lo embargara anteriormente. Entonces respiró
profundo y se abandonó a su aquí y ahora. Al sueño.
-La verdad es que no entiendo nada, dijo. ¿ quién
entendería? Pocas veces los sueños se entienden,
lo sabía. Hay que tomarlo con calma.
Cuando Anastasia lo vio más repuesto, continuó.
-Por ellos estás aquí. Te necesitan.
Entonces sonrió. Hacía tiempo que nadie necesitaba
de él. Al contrario, su percepción era que la gente
parecía rechazarlo, la sociedad lo rechazaba, los editores
que ni siquiera leían sus escritos. Además no había
escrito nada desde hacía tiempo. Sufría una sequedad
espantosa que lo había llevado a dudar de sí mismo
como un hombre de letras. Y ahora le decían que era necesario.
¿ Necesario para qué ?.
Fuera lo que fuera no podían haber elegido más mal
-pensó. A menudo sentía rabia de todo y de todos.
No tenía nada que dar a nadie. Por eso mismo había
decidido hacer grandes cambios en su vida, después de comprender
que como escritor no era necesario en absoluto. Nada más
que un escritor sin futuro, incapaz de escribir una historia.
Las empezaba, pero no lograba terminarlas. Los personajes le rehuían.
Hasta que una y otra vez se daba por vencido y abandonaba, dejando
el relato donde estaba, incompleto, inacabado. Esa era su vida.
¡Que sueño más estúpido!. ¡Que
historia más absurda!. No se puede pedir agua a un pozo
seco. O peras a un olmo.
–Vámonos con calma -le dijo. Necesitaba un poco de
aire.
4
En la pisadera, entre los
dos carros, Anastasia intentó continuar explicándole.
-En este tren -le dijo- en realidad todos estamos, lo que los
vivos llaman muertos. Tú tenías razón, yo
estoy muerta. Es decir, ya no existo en ese mundo que se conoce
como el mundo. Pero al morir seguimos viviendo.
-¿Y yo?, preguntó inmediatamente Salomón,
sobresaltado, ¿significa que yo también estoy muerto?.
-No, usted no lo está, -escuchó la voz del señor
Martínez que había aparecido de repente-. Usted
es un caso especial. Muy pronto lo entenderá todo. No se
preocupe.
-En este mundo, continuó Anastasia, vivimos con cuerpos
más sutiles, menos corpóreos. En otras palabras,
no estamos totalmente desencarnados y aún mantenemos nuestra
forma. Aún tenemos una especie de cáscara que nos
detiene en el lugar que fuimos destinados. En nuestro caso es
un tren. Un tren que puede viajar por siglos sin un destino preciso.
Existen miles como éste.
-Eso es, continuó el señor Martínez, miles
de trenes con miles de almas como pasajeros, y como los trenes
del mundo estos también tienen primera y segunda clase.
-La segunda -prosiguió ahora Anastasia- es la del primer
carro, donde viaja el mayor número de almas. Muchos incluso
ignorantes de la situación en que se encuentran. Este mismo
tren tiene muchos otros carros como ese, repletos de almas ocupadas
en los más diversos menesteres. Tú ya los viste.
Salomón sintió que las piernas le flaqueaban, pero
supo permanecer consciente escuchando. ¡ Vaya historia !
pensó, algún gran escritor tiene que haberla escrito.
-En primera clase viajan sólo aquellas almas que poseen
un grado de mayor desarrollo. Gente casi completamente desencarnada
y a punto de pasar a otro nivel de existencia. A usted le deben
de haber parecido sombras, continuó el señor Martínez.
-Si, sombras, sombras -respondió Salomón-, recordando
aquellas del segundo vagón.
Lo cierto es que cada vez entendía menos y volvía
a atribuírselo al sueño. En un sueño puede
ocurrir cualquier cosa, es sabido. Así que la historia
aunque no era verosímil si era perfectamente posible. Al
menos, pensó, Anastasia había reconocido que no
estaba viva. Lo que probaba que él no había perdido
la cordura.
-Todas estas almas, prosiguió el señor Martínez,
todas las de este tren, especificó, dependen ahora de su
valiosa ayuda.
No terminaba de hablar cuando el tren hizo un movimiento brusco.
Salomón vio que Anastasia y el señor Martínez
se miraban sorprendidos. Por la puerta del vagón apareció
una mujer que, visiblemente agitada, les informó lo que
ocurría. -Hay que hacer algo, les dijo, se han enterado
de que hay alguien vivo entre nosotros y algunos se están
organizando, conformando grupos para enfrentar el acontecimiento.
Lo increíble, continuó, es que parece que saben
perfectamente lo que esto significa. Se dan cuenta. Alguien se
los dijo. Y la voz corre veloz, al punto de que muy pronto la
agitación va a ser generalizada. El vagón está
que arde, concluyó.
El tren volvió a hacer un movimiento brusco.
-No podemos volver con él al vagón, dijo el señor
Martínez.
-Que se quede en primera, acotó Anastasia, ya les explicaremos.
-Quisiera un lápiz y un papel, alcanzó a decir Salomón,
antes de que entre todos lo tomaran del brazo y lo condujeran
de vuelta al vagón de primera clase.
Allí lo acomodaron como mejor se pudo. El vagón
no tenía asientos ni ventanas. Anastasia se quedó
con él, acompañándolo. Además, con
la misión de terminar de contarle todo. Ahora ya no había
tiempo para que él lo descubriera por sí solo. Esto
ya había pasado en otros trenes con resultados desastrosos.
A los muertos es difícil matarlos de nuevo. Por lo mismo
en rebeliones anteriores se había puesto en práctica
una ley draconiana. Las almas rebeldes eran marcadas y retrocedidas
en la escala de la evolución, no quedándoles otras
que volver a nacer como un animal o una planta. Había que
evitarlo antes que el descontrol obligara a lo alto a tomar medidas
sin retorno. Lo importante entonces era que Salomón ejercitará
de una vez su oficio, que se pusiera manos a la obra, que usara
su don.
5
Entre tanto, en el otro vagón,
algunos se habían organizado y hecho un plan para aprovechar
la circunstancia. Enterados de todo ya sabían de la especie
de subterfugio en el proceso evolutivo y conscientes de lo que
esto podía significarles estaban dispuestos a arriesgarse.
Un antiguo ladrón de baratijas había tomado el liderazgo.
Diez o doce hombres y unas cuantas mujeres lo seguían.
Se veían decididos y demandaban, como primera cosa, hablar
con el señor Martínez. No harían concesiones.
Querían al escritor y punto. Eso gritaban. Alarmando a
otros más temerosos. Pero era un hecho que todos en el
vagón se habían enterado y era cuestión de
tiempo que esto se expandiera a otros carros. La revolución
estaba en marcha. Querían al escritor, que lo trajeran.
-“Señor Martínez”, gritaron en coro.
El señor Martínez se negó rotundamente a
escuchar sus reivindicaciones, advirtiéndoles de lo que
podía llegar a sucederles. Nadie podía entrar en
primera clase si no estaba preparado y designado para ello. Las
reglas eran claras. Aún así insistieron y amenazaron
con tomarse el otro carro y el tren, con violencia, si era necesario.
Lo que estaba en juego bien valía la apuesta pensaban ellos.
Si no fuera por las mujeres que lograron aplacar ese masculino
deseo de tomarse todo por la fuerza, hubiesen agredido en el acto
al señor Martínez e intentado echar abajo la puerta
de ese carro de segunda clase, como si eso fuese posible.
Los ánimos se iban caldeando cada vez más y dos
o tres pasajeros se sumaron al grupo.
-Les daremos hasta el anochecer, dijo el ladronzuelo.
6
Mientras, en el otro vagón,
Salomón intentaba digerir lo que Anastasia le decía.
-El asunto es que necesitamos que escribas historias -le dijo
ella- si, historias en que ellas, las sombras, sean los protagonistas.
Por motivos desconocidos ya llevan mucho tiempo sin desencarnar,
en todo caso más de lo esperado, obstaculizando así
que otros avancen en la escala evolutiva. Mientras ellos permanezcan
de esa manera, todo está detenido. Por eso la sobrepoblación
en los otros carros. Te hemos traído con la esperanza de
que tú, con tus escritos, los exorcices, los liberes, les
ayudes a dar el paso. Ya conocemos experiencias semejantes y han
sido todo un éxito. Conocemos del tema. No te imaginas
lo que de nosotros cuentan los escritores. Algunos han llegado
a obtener el premio Nóbel.
Salomón no podía creer lo que escuchaba y se tomó
la cabeza con sus dos manos. Si no había podido escribir
una historia hace tanto tiempo. Si esto era precisamente lo que
lo tenía agotado, frustrado, acabado. Podían haberle
pedido cualquier otra cosa, pero no esta. ¡Los colmos de
la vida!.
-En este momento me urge despertar -se dijo- apretando los dientes
y los puños.
-Pero esto no es un sueño, tuvo que asegurarle Anastasia.
Todo es tan real como este tren que comienza a sufrir algunas
convulsiones. Nosotros entendemos por lo que pasas -continuó
ella- pero cada uno tiene un don dado por el altísimo,
y el tuyo es contar historias. Además eso es lo único
que puede ayudarnos en este momento. Si estas almas se ven viviendo
en tus personajes cortarán por fin sus cadenas y darán
tiro a la chimenea. Tienes que hacer un esfuerzo. Después
de todo escribir es un acto de fe. Además, como te dije,
seremos tu inspiración. Luego nos estarás agradecido.
Sobre todo ten en cuenta que escribir no es un mero dejar vagar
la mente por donde quiera que la corriente de la fantasía
pueda llevarnos. Una vez avanzada la historia tiene ésta
sus condicionantes, reglas propias que exigen coherencia. Por
eso la historia existe en alguna parte como un todo y es a esta
trama ya existente que el escritor debe ceñirse, a medida
que avanza en su relato. Miguel Ángel decía que
la forma de una escultura estaba ya en la piedra, y que el escultor
tenía que descubrirla para dejarla a descubierto. Con las
historias sucede lo mismo, ellas ya existen, el escritor tiene
que escarbar en su mente para, por así decirlo, desenterrarlas,
desempolvarlas y rescatarlas desde el lugar en que se encuentran.
De ahí la dificultad y el esfuerzo para enlazar imágenes
mentales que pertenezcan a la misma historia ya existente, que
a medida que avanza se complica.
Toda historia es real –continuó- no hay historias
ficticias, por muy fantásticas que parezcan. ¿Qué
es lo real y qué lo fantástico?. Ellas siempre existen
y un escritor sólo puede reproducirlas al entrar en contacto
con nosotros, aunque el mismo no lo sepa, no lo entienda. Nosotros
somos quienes verdaderamente narramos la historia, los que describimos
sus sucesos. Luego, los lectores penetran la mente del escritor
a través del velo de sus palabras y nos descubren. Nosotros
somos la causa de aquello que se llama inspiración, ese
relámpago que desciende a la mente con deslumbrante luz
y que ilumina el mundo. Los escritores en su mayoría no
son conscientes de esto, sólo saben que les sucede de un
modo extraño, inexplicable. Todo se juega de este modo.
Nosotros somos sus musas y ellos a cambio nos liberan.
Es un buen arreglo, ¿ no te parece? Pensamos que te gustaría.
-Es que no sé qué pensar, fue lo único que
dijo, mientras veía como las sombras se acercaban.
7
El ladronzuelo estaba inquieto,
sabía por experiencia que cualquier cabo suelto, cualquier
error podía traerle líos. No confiaba en ninguno
de sus compañeros, pero dependía de ellos porque
solo, era muy poco lo que podía lograr. Entonces comenzó
a tramar un plan. Tuvo la idea de anotar los pormenores de su
historia personal para tenerla lista cuando se encontrara con
el escritor. Así podría ser uno de los personajes
principales. A los demás no les dijo nada. Continuó
azuzándolos, diciéndoles que esta era una oportunidad
que no debían desaprovechar. Que así ahorrarían
años de fatigoso viaje y dejarían de ser lo que
eran para convertirse por fin en seres libres. -Antes, les dijo,
ninguno de nosotros siquiera sospechaba donde llegaría
una vez su vida terminada, y ahora estaban allí, juntos,
impotentes, en una especie de purgatorio con ruedas. Por eso es
que el escritor les venía como un anillo al dedo. Ahora
que sabían que a través de este subterfugio, revivir
como el personaje de cualquier historia les permitiría
dar un salto y acortaría su evolución. Era una ley.
Podrían pasar rápidamente de segunda a primera clase,
y luego, quién sabe, al cielo. Todos lo tenían suficientemente
claro. Lo que no estaba claro era cómo hacer para que el
escritor se ocupara de una historia en que ellos fueran los personajes.
Sólo el ladronzuelo había tenido la idea de preparar
su propio relato. Los otros, con menos ocurrencia, esperaban un
milagro.
El ladronzuelo sabía que tenían que ir directo al
grano y que todo estaba relacionado con el señor Martínez,
quien era uno de los pocos que podía pasar de un carro
a otro. Pero, tenía que hacerlo con cautela, como cuando
ejecutaba sus robos. Tramaba todo detalle a detalle, para no inquietar
a los demás que ahora seguían con expectación
los movimientos del grupo. Lo mejor –pensó- era esperar
hasta el anochecer. Entonces daría la orden de capturarlo
y enviaría a la mujer que también cruza las puertas,
con un mensaje de advertencia y órdenes para que el escritor
regresara.
El señor Martínez iba y venía de un carro
a otro. Parecía no temer en nada lo que todos sabían
se estaba tramando. El ladronzuelo estudiaba cada uno de sus movimientos
pues el señor Martínez era la primera llave para
abandonar ese tren del que ya estaba harto.
8
-Mi nombre es Segismundo
Gevers Arts dijo la sombra y durante mi vida fui ciego y pobre.
Pasé muchos, pero muchos años en segunda, hasta
que noté que las partes de mi cuerpo comenzaban a volverse
livianas. Entonces pude atravesar las puertas del carro sin problemas
e instalarme aquí donde mi cuerpo perdió definitivamente
su forma. En este vagón el tiempo no tiene mucha importancia
así es que no tengo la menor idea de la duración
de nuestra estadía. Sólo sabemos que un buen día
dejaremos de ser lo que somos. Así es que esperamos.
-Mi nombre es Adolfina Perez Cotapos exclamó otra de las
sombras, interrumpiendo. Apenas recuerdo quien fui. Es cierto,
estuve casada varias veces y tuve algunos amantes. La vida nunca
me fue muy clara. Tuve hijos, tampoco recuerdo cuantos. Partí
del mundo cuando ya era una vieja. Lo que sí recuerdo es
que la vida fue para mi una constante tormenta. A lo mejor por
esto mismo es que he perdido tantos recuerdos. Recuerdo poco,
continuó. Debo de haber estado también durante mucho
tiempo en segunda clase y debo haber llegado aquí como
los otros.
Dicho esto, las sombras se alejaron al mismo tiempo. Entonces
se dio cuenta de que sólo quedaba una sombra más
en el carro. Eran tres. No eran más que tres almas en todo
el vagón. Tres almas que, según Anastasia, tenían
detenida la evolución de cientos como ellas. Algo así
como un tapón, un corcho, pensó Salomón.
Que increíble era que tan pocos pudieran perjudicar a tantos.
Aunque, pensándolo bien, esto era perfectamente posible,
y común entre los mortales, desde siempre. ¡Por qué
no también entre los muertos?.
-La que queda es una niña -dijo Anastasia- y es muy tímida,
por eso no se ha acercado. Tienes que conocerla -continuó.
Es una alma bella que sufre también sin saber porque continúa
en ese estado.
-Son como una familia, acotó Salomón. El padre,
la madre y la hija.
-Pero no lo son -respondió Anastasia- no se conocieron
en vida. Ahora se cuidan y aman como si lo fueran. Se han acostumbrado
los unos a los otros, más de lo que sería recomendable.
Aunque, si en tu historia fueran familia, estaría bien.
9
Cuando llegó la oscuridad
el ladronzuelo ordenó detener al señor Martínez
y envió al vagón de primera, bajo amenaza, a la
otra mujer con una nota perentoria.
El alboroto era grande entre los pasajeros, pero el ladronzuelo
sabía lo que quería y siguió adelante con
lo tramado. No podía permitirse debilidades. Menos cuando
la posibilidad cierta de salir de ahí estaba al alcance
de su mano. Había escrito unas cuantas anécdotas
y llegado incluso a pensar que, sino fuera por esto o por lo otro,
podía lo más bien haber sido un buen escritor. En
ellas contaba lo de sus robos y arrestos, sobre sus largas temporadas
en la cárcel, sus salidas y sus vueltas a delinquir. Para
el escritor sería fácil caracterizarlo con todos
estos datos. El trabajo estaba casi hecho. Lo habría hecho
todo él mismo si no estuviera muerto, se dijo, y comenzó
a pensar en cómo lograr acaparar la atención del
escritor.
Cuando envió la nota dejó en claro que de no cumplirse
lo estipulado en ella el señor Martínez no podría
moverse de donde lo tenían, el tiempo que fuera necesario
y con las consecuencias que acarreaba, pues ya se sabía
también que el señor Martínez era nada menos
que el conductor del tren. -Con este rehén no queda sino
esperar, les dijo a todos.
10
-Pero no pueden hacer eso
-exclamó nerviosa Anastasia- al recibir la nota. Han perdido
la razón. No comprenden nada de nada. Es una locura.
Esta vez fue Salomón quien debió tomar sus manos
para calmarla.
-No puede ser tan malo, le dijo.
-Es que tú no entiendes -dijo ella- esto puede ser más
grave de lo que parece.
-Yo te había prevenido -dijo la mujer del mensaje- y son
muchos los que hacen grupo y protestan. El señor Martínez
es su prisionero. El se encontraba intentando terminar como podía
con esos bruscos estremecimientos del tren, buscaba su causa,
quería ponerle remedio para volver a la tranquilidad, pero
ahora la cosa puede volverse negra si no lo sueltan. -Tienes que
acceder a su petición –continuó. -No hay otra
salida. Quien sabe lo que puede suceder si no lo sueltan.
Salomón no pudo más con la curiosidad y comenzó
a pedir explicaciones. No era agradable estar ahí en medio
sin saber lo que ocurría. Todavía pensaba que todo
no era más que un sueño, aunque le hubiesen asegurado
lo contrario. Pero ahora quería, exigiría tener
las cosas más claras. Tampoco deseaba continuar jugando
en segunda categoría, siendo un escritor frustrado, acabado.
Quería ser antes que nada persona y entender con lujo de
detalles lo que estaba sucediendo.
Anastasia lo miró y lo puso al tanto de la situación.
-Te quieren con ellos -le dijo- porque quieren ser los personajes
de tu historia. Han tenido la loca idea de querer doblarle la
mano al destino, aprovechándose, aprovechándote.
Quieren saltarse las etapas y evolucionar sin tener que esperar
su turno. No quieren entender que eso sería transgredir
lo establecido. Pero en el fondo –continuó- tampoco
hay que culparlos por tener ideas tan descabelladas, porque por
eso precisamente sólo son pasajeros de segunda. Esto es
un proceso. Un camino lento para desembarazarse de la personalidad
y el cuerpo en que ésta se despliega. Y hay quienes lo
supervisan todo. El peligro radica en que debido a esto pueden
pagar justos por pecadores. Si este tren se descarrila...No quiero
ni pensarlo.
Salomón soltó un suspiro. La historia se complicaba.
-Comience por contar una historia con nosotros, dijo la primera
sombra acercándose nuevamente. Así le daremos tiraje
a la chimenea y aunque ocurra una desgracia, al menos algunos
se salvarán. No es preciso que sufran muchos por culpa
de unos pocos, ¿no le parece?. Póngase manos a la
obra, verá que es lo mejor.
-Hágale caso, acudió en su apoyo la segunda sombra.
Yo apenas me acuerdo, pero puedo aportarle algunos antecedentes
que lo ayuden. Mi nombre es Adofina Perez Cotapos. Tuve varios
maridos y muchos hijos, repitió como antes. También
tuve amantes y mi vida fue muy azarosa. Viví muchos años,
eso puede servirle. Claro que no recuerdo mucho. Creo que esto
ya se lo había dicho. Perdone usted si me repito. Hágale
caso a Segismundo, él sabe lo que dice. Es un alma vieja.
Y usted sabe, más sabe el diablo por viejo que por diablo.
-Es que no tengo siquiera un lápiz, dijo Salomón,
con las manos.
En eso el tren volvió a sufrir una sacudida logrando hacerlos
desestabilizar y caer al piso.
-Tenemos que apurarnos -gritó Anastasia- reincorporándose.
Hay que liberar al señor Martínez, pensemos en algo
rápido.
Las dos sombras se alejaron de nuevo, rápidamente.
Por primera vez, después de mucho tiempo, me siento listo
para escribir una historia -dijo de pronto Salomón- aún
en el suelo, sin ocultar su alegría: Veamos que quieren
los del vagón de segunda.
11
Cuando atravesó al
otro vagón en éste se hizo un silencio profundo,
desacostumbrado, y de la multitud apareció el ladronzuelo
para recibirlo con claras muestra de agradecimiento y respeto.
Parecía un evento extraordinario. La recepción de
un personaje importante. Las personas se habían puesto
todas de pie y esperaban expectantes. El señor Martínez
no se divisaba por lo que Anastasia tuvo que hacerse paso entre
la multitud para llegar al lugar donde lo tenían. El silencio
perduraba. Nadie osaba decir una palabra. El señor Martínez
abrazó a Anastasia y tampoco dijo nada. Los dados ya estaban
lanzados. Quién podía saber ahora lo que pasaría.
Era mejor esperar y ver.
El silencio fue roto cuando el ladronzuelo decidió presentarse
y explicar las razones a nombre de todos. En ese mismo momento
alguien le pasó unas hojas de papel y un lápiz.
A Salomón esto le pareció un regalo inestimable.
Algo preciso para el momento. Tal vez un signo. Ahora, así
de pronto, sin que nadie dijera nada, sintió el deseo de
escribir, de llenar ese mundo con sus palabras. Estaba comenzando
a ponerse ansioso.
El ladronzuelo le puso sus apuntes en las manos y aplaudió,
sin dejar tiempo para suspicacias o preguntas indeseables. Después
todos aplaudieron y hubo un momento de relajo que hizo que la
tensión disminuyera y algunos se le acercaran para estrecharle
la mano. Los niños aparecieron también entre las
piernas de los adultos. La bulla se instaló de nuevo mientras
el ladronzuelo lo tomaba del brazo para llevárselo a un
banco de las últimas filas. El tren esta vez hizo un movimiento
más brusco y tuvieron que sujetarse para no caer. -Problemas
menores sin importancia -dijo el ladronzuelo- sonriendo. En esos
papeles que le he pasado están todos los antecedentes para
que usted escriba una historia -le dijo. -Necesitamos de sus palabras
así como ustedes los vivos necesitan el aire. Usted puede
ayudarnos.
-¿Qué quiere que haga?, preguntó Salomón.
-Ya le he dicho, escriba una historia. En sus manos tiene hoja
y papel.
-No lo sé, respondió Salomón. A mi me han
dicho que esto es un error. Que no está bien romper con
lo establecido y tratar de doblarle la mano al destino. Además
todo esto es un sueño bien extraño.
-No es un sueño -dijo el ladronzuelo. Si usted escribe
nosotros nos salvamos. Esa es la ley. Usted ignora lo que significa
no poder saciarse cuando tiene hambre, o no poder beber si tiene
sed. Todos aquí estamos presos sufriendo por nuestros pasados
apetitos. Esto es atroz para quien disfrutaba de los placeres
culinarios, del sexo o de cualquier otro placer que arrebatara
y colmara su carne. Este tren es nuestro infierno. De pronto aparecimos
aquí sin explicaciones de ningún tipo. Simplemente
aparecimos. Sin saber. Sin entender. Y luego nos damos cuenta
que estamos muertos y que estamos arriba de un tren que no va
a ninguna parte. No le parece justo y hasta sensato que queramos
liberarnos -preguntó.
A Salomón estas palabras le parecieron razonables. Era
difícil no simpatizar con almas en esa situación.
Así que medio convencido pensó que si él
podía hacer algo lo haría. Escribiría historia
tras historia hasta liberar a todos en el tren. Tal vez para eso
había nacido después de todo y era ese su propósito
en la vida. El destino que cada hombre debe cumplir. Porque, sino,
¿ por qué estaba ahí? Sintió que un
viento helado le recorría la espalda. La cabeza se le inundó
de conjeturas. Tal vez el mismo Dios -se dijo- es un gran escritor.
Y tiene como nosotros que hacer esfuerzos para sostener y desarrollar
su creación. Por eso tanto misterio y a veces tanta confusión.
Es que el oficio no es fácil para nadie. Tal vez no somos
sino los personajes de una gran historia contada por Dios. ¿Qué
sabemos nosotros?. Puede que el escribir sea un don divino –pensó-
hinchando el pecho sin darse cuenta. Puede que seamos sus colaboradores
más cercanos. Por eso debe ser que estas almas me buscan
para poder liberarse. Esa le pareció una explicación
factible.
-¿Y qué me dice?, preguntó el ladronzuelo.
-No sé todavía, dijo Salomón.
La verdad es que se moría como nunca por contar una historia,
pero no quería arriesgarse y arruinar lo que podía
ser un dictamen divino. Anastasia le había dicho: -no se
puede forzar la situación y avanzar sin que cada uno espere
su turno-. Y estos querían robar tiempo a su destino. Los
pensamientos comenzaron a mezclarse en su cabeza y perdió
el conocimiento frente al ladronzuelo que lo miraba perplejo.
Anastasia y el señor Martínez acudieron a socorrerlo
aprovechando que las personas que lo rodeaban se hacían
a un lado. Le desabrocharon algunos botones de la camisa y le
dieron un poco de aire echándole viento con los papeles.
Las cosas parecían ir de mal en peor. De súbito
las luces del tren parpadearon y quedaron a oscuras por un rato.
Inmediatamente el señor Martínez corrió haciéndose
paso entre la gente hasta desaparecer. Tenía que hacer
algo.
Cuando Salomón volvió en sí pensó
que por fin había despertado. Aunque no tardó mucho
en comprender que todavía estaba en el mismo sueño.
La primera a quien vio fue a Anastasia y después al ladronzuelo
que lo miraba todavía con cara de sorpresa. El tren no
dejaba de zarandearse. La luz había vuelto y la bulla seguía
como de costumbre. Anastasia lo besó en la mejilla y lo
ayudó a restablecerse. Al principio todo le daba vueltas,
hasta que pudo fijar las imágenes en su cerebro. En ese
cerrar y abrir de ojos, como por un acto de magia, había
cambiado totalmente de opinión.
-Ayúdame a salir de aquí, le pidió a Anastasia,
al oído, en voz baja, con una voz temblorosa, como temiendo
que eso fuera casi imposible y se viera obligado a atentar contra
el designio de Dios. Lo tenía claro. Prefería mil
veces contar historias tomando como personajes a las sombras del
vagón de primera. Eso era lo prudente. Lo que se debía
hacer. Por muchas ganas que tuviera de contar una historia, no
podía escribir cualquier cosa. Un escritor debe también
tener su moral. El señor Martínez ya estaba libre
y de ningún modo podían obligarlo a contar una historia
que no quisiera, porque ¿ cómo puede un muerto obligar
a un vivo a que haga algo?
12
Pero el ladronzuelo creía
ser un hábil negociador.
-Sólo por si está pensando en desistir -le dijo-
sepa que de ningún modo lo dejaremos salir. Y que nosotros
sepamos usted aún no puede atravesar las paredes.
A una orden suya varias personas se agruparon en las puertas,
bloqueándolas. La amenaza era real. Salomón miró
a Anastasia, buscando una respuesta, pero ella tenía sus
dos manos tapándose la cara, en un claro signo de impotencia.
No había nada que pudieran hacer, parecían estar
a merced de aquellas almas rebeldes.
-No le dejaremos ir y tendrá que sumarse al viaje indefinidamente,
sin poder volver a su mundo. Será nuestro prisionero. Además,
continuó, haremos algo que le pesará, que llevará
siempre en su conciencia. Es verdad que ya estamos muertos, pero
siempre ha habido un modo para abandonar este tren. En ese momento
el ladronzuelo miró a Anastasia y siguió. -No hay
más que comenzar a maldecir y permanecer en ello hasta
que lo desaparezcan a uno. Lo hemos visto antes. ¿Dónde
van?, no lo sabemos. Se dice que retroceden en la evolución,
que vuelven a ser plantas y animales. No querrá tener eso
en su conciencia. Le aseguro que sería difícil de
llevar. Sería una historia de nunca acabar.
Mire, no sé porque es usted y no otro quien está
aquí ahora -continuó- colocando una mano en su hombro,
intentando parecer amigable. Tal vez es sólo el destino.
Déjese convencer. Ahora estamos todos en lo mismo. Siendo
los personajes de una historia inconclusa. No sabemos quien realmente
mueve los hilos. Lo único cierto es que estamos ahora todos
en este tren y que usted posee un poder que nos sería útil.
Así de simple.
El tren volvió a sacudirse y Anastasia aprovechó
para tironear del brazo de Salomón. -No lo hagas -le dijo.
-De todos modos, -dijo Salomón- ustedes hablan como si
una historia fuera una cosa hecha de un momento a otro, en un
dos por tres. Eso es absurdo. No es llegar y contar una historia.
-Todo esto es un absurdo, repitió. Y aunque pudiera hacerlo
tardaría días, semanas, tal vez hasta meses. No
soy una máquina. Ustedes no tienen idea, dijo, alzando
la voz. Lo único que he querido durante toda mi vida es
poder llegar al día de mi muerte y decirle a Dios: “hice
lo que tenía que hacer, me esforcé por doblar y
triplicar el talento que me diste. Conté historias sin
parar, una tras otra”. Pero no ha sido así, no he
cumplido. A veces la vida se pone difícil. No he sido el
creador que se esperaba que fuera. A pesar de tener conciencia
de haber sido creado a su imagen y semejanza. Es atroz, dijo,
bajando la cabeza como antes, derrotado. ¿Y ustedes quieren
que escriba sus historias?, sonrió irónicamente.
No les había dicho ya que este sueño es estúpido
-concluyó. Ya estoy harto. Se acabó. No escribiré
ninguna historia.
13
Inmediatamente después
de eso, todos gritaron al unísono. El tren chilló
como si fuera un animal herido y se fue balanceando de un lado
para el otro hasta perder el equilibrio. Las personas volaban,
literalmente, junto al equipaje. Anastasia se aferró a
Salomón como pudo.
-Es el fin le gritó ella. Demasiado tarde para historias.
Hasta aquí llegamos todos.
El vagón se volcó dando dos o tres vueltas y terminó
boca arriba.
Salomón se miró y no había recibido ni un
rasguño. Escuchó la mar de lamentos, pero no pudo
ver nada. Un velo de neblina y humo lo cubría todo. Anastasia
había desaparecido.
14
Este es el fin de la historia.
Quien la vivió testimonia aquí de su veracidad.
Aún no está claro si fue o no un sueño. Lo
que si está claro es que es una historia en la cual los
hilos fueron movidos de un modo misterioso.
Si es verdad lo que en ella se asevera, de que el mero hecho de
aparecer como protagonista de una historia puede liberar un alma,
entonces tengo la certeza que gracias a ella al menos se salvaron
Anastasia, el señor Martínez, el ladronzuelo, la
mujer y las tres sombras. Sus personajes principales.
Yo, después de pensarlo mucho, he decidido escribirla para
el mundo. Tal vez llevado misteriosamente para que se cumpla lo
que está escrito en la única y verdadera historia:
la que Dios escribe en su cuaderno y con su pluma.