LA
SEQUEDAD
La página en blanco ha
sido uno de mis mayores tormentos. Cuando el vacío interior
se convierte en desesperación y sentimiento de impotencia,
es que los personajes han decidido no visitarme y esconderse.
Como almas que no quieren encarnar se resisten y huyen. No aparecen.
Se niegan a entrar en sus roles ficticios. No toman cuerpo podría
decirse. Rechazan los nombres con que los bautizo, y la
existencia.
Esos son momentos álgidos en la vida de un escritor,
momentos en que el ánimo puede llegar hasta el suelo
y hacerlo sentirse como un gusano arrastrándose, sin
tener nada que decir.....Y así es el oficio. Al menos
en mi caso.
Por
eso cuando Carlota se asomó mostrando toda su gracia
femenina, dispuesta a arriesgar su anonimato y tranquilidad,
apareciendo con los brazos abiertos y sonriendo, juro que mi
corazón rebozó de contento. Ella era quien hacía
la diferencia entre el todo y la nada. Era la persona justa
en el momento correcto. Mi tabla de salvación y mi esperanza.
Muy pronto ella se fue perfilando hermosa, fina, entretenida
y atractiva. Pero, también un poco cruel. Ese era su
defecto de fábrica. Porque todo no puede ser perfecto.
Así como no todos los días son domingos. Aunque
el único peligro era que su crueldad se convirtiera en
su rasgo principal. Cosa que no era.
Tenía el cabello bien cepillado y reluciente, y las uñas
rojas como el color de la sangre, cuidadas con esmero con el
fin de impresionar. De cierto modo parecía una muñeca,
una modelo, o una diosa. Casi caí en la tentación
de idolatrarla, atribuyéndole las más preciadas
virtudes. No podía entonces adivinar sus intenciones.
Las que no hubiese imaginado nunca y que me dejaron por decir
lo menos perplejo, anonadado y al final, vacío. Seco.
A mí, que la estaba escribiendo como un alfarero moldea
su figura. Por un lado yo le estaba infundiendo la vida y ella...
Al
principio resultó ser muda, o se rehusaba a decir una
palabra. Parecía bastarle esa mirada con que atraería
hasta el más frío de los varones que se cruzara
en su camino.
Sin embargo no se quedaba quieta ni un minuto. Sufría
de una hiperquinecia total ( otro defecto en el que sólo
ahora reparo). Se movía continuamente como si danzara,
y hasta pensé que ese podía ser una especie de
lenguaje que no lograba comprender.
Pero, cuando me disponía a escribir sobre su suerte,
me habló. Me miró así como cuando uno quiere
robarle el alma a otra persona y pronunció algunas palabras.
Su tono meloso me dejó inquieto, a la expectativa. No
sabía qué cosas podía tramar un personaje
solitario y singular como ese. Además, ese tono en las
mujeres siempre me hizo sospechar segundas intenciones.
Me
pidió un vaso de agua, mientras encendía un cigarrillo
de esos largos, de mujeres. Nunca me han gustado las mujeres
que fuman, bien que ella fumaba con gran estilo, como toda una
aristócrata. Podía ser sólo una fumadora
social, de esas que fuman únicamente durante reuniones
como las que estábamos teniendo. Nadie podía asegurar
que fumaba también después del almuerzo, en la
mesa, o en la cama. Así que no le di mayor importancia
al asunto. El hecho importante es que ella seguía ahí,
sola, en su mundo virtual, moviéndose, y yo al otro lado
tratando de escribirla con mi lápiz.
Tuve el impulso de hacerle unas preguntas cuando le pasé
el vaso de agua. Carlota me miró como adivinando mi intención.
Así supe su nombre. Su procedencia era menos clara. Supongo
que venía de mí mismo, porque si ese personaje
tenía un alma, esa alma tenía que ser parte de
la mía. Podía haber surgido de la oscuridad, pero
nunca de la nada. En su interior de criatura ficticia también
debía de estar Dios manifestándose. Como en todo.
Por mi parte le estaba agradecido, porque me había sacado
de aquel infierno de sequedad literaria que casi no aguantaba,
por lo mismo que estaba dispuesto a pasar por alto muchas cosas,
y hasta "chuchotearla".
En
un arranque de erotismo pensé escribirla desnuda, pero
no se dejó y se aferró con decisión a sus
elegantes vestimentas, sin que yo pudiera hacer nada. No insistí,
por temor a perderla y a quedarme de nuevo en penumbras. Quien
sabe cómo reaccionaria bajo cierta presión.
Se tomó el agua, tomando su tiempo, empinando el vaso
de manera elegante, y me lo devolvió mientras aspiraba
el cigarrillo. Después lanzó el humo poniendo
los labios en U y, sin mirarme siquiera, me pidió que
me fuera. Quería que la dejara para estar sola consigo
misma, según dijo. Quería que me hiciera humo.
A las mujeres no hay cómo entenderlas, da igual que sean
de mentira.
¿ No comprendía ella que sin mí su vida
era imposible?
Dándose
cuenta, creo yo, y bastante nerviosa, llegó al punto
de sentarse en mis rodillas. Tuve que hacer un esfuerzo para
no derretirme. Tiré un poco las manos pero, enseguida
tuve conciencia de lo que estaba haciendo. Ella era sólo
un personaje de mi imaginación. No era posible que su
carne y su piel me atrajeran. No era real. Era yo mismo quien
la escribía y creaba.
¿ qué mano absurda guiaba la mía?
La
separé de mí, no sin cierta violencia involuntaria.
Aquello la desestabilizó un poco, pero luego se enderezó
y se arregló el vestido para seguir luciendo como una
reina. No hizo ningún comentario, cuando yo hubiese esperado
a lo menos, alguna recriminación de su parte. Era lo
esperado.
No sé si se daba cuenta cabal de su verdadera situación.
Desapareció
por unos instantes, dejándome con un extraño sabor
a abandono. Creí haberla perdido. Hasta que volvió
de repente completamente desnuda, bellísima. Apareciendo
desde la niebla, caminando directamente hacia mí.
Entonces perdí el horizonte y, misteriosamente, me seduje,
estrictamente hablando, a mí mismo. Le hice el amor hasta
perder la cuenta. ( al menos para eso sirve ser el escritor
). Ella era una amante experimentada que conocía todos
los secretos. Y yo un ser ávido de fantasía. Una
mezcla perfecta. Una
mezcla explosiva. Juntos tuvimos una unión que es rara
en una pareja. Yo sentía que se me salía el corazón
con cada uno de sus suspiros. Por mucho tiempo tuve pegado su
perfume indescriptible.
No fumaba en la cama. Tampoco roncaba.
El
destino quiso, sin embargo, que de esta insólita unión
no nacieran hijos. Ella partió como si hubiese cumplido
su cometido y debiera perderse de nuevo en el negro del que
había venido. De mi subconsciente, o como se llame.
Ningún otro personaje me ha visitado desde entonces.
La más plena oscuridad me ha vuelto ciego. No soy capaz
de darle vida a ningún personaje. Vivo en sequedad absoluta.
Parezco estar pagando una condena. Por eso cuando escribo, escribo
siempre lo mismo. Estoy condenado a recordarla y a escribir
una y otra vez sobre su increíble aparición como
protagonista de un último relato.
Sólo
hace muy poco me dí cuenta del propósito y significado
de su visita: Vino a volverme loco.