El pobre poeta, pobre como una
rata, pero enamorado de su oficio, no sabía ya si vivir
o suicidarse.
Tenía hambre y estaba cansado
de tanta incomprensión y de los sordos de siempre.
No había nada claro en
el horizonte. Además, como todo el mundo lo sabe, estos
tiempos
no son nada propicios para un
artista.
Así es que miró
el río desde el puente y dejó que por su cabeza
pasaran muchas cosas.
Pasaron unos asados exquisitos,
pasaron unos viajes increíbles y pasaron también
unas mujeres deliciosas.
No lo soporto más, se dijo,
temblando, no lo soporto. Yo me suicido ahora mismo. Estoy harto.
Mañana aceptaré
el ofrecimiento de mis amigos y me convertiré en un empleado
de
una tienda del comercio.
Acto seguido, arrojó sus
poemas a las oscura aguas turbulentas.