Como tenía una voluntad
de oro, muchos se aprovechaban y no trepidaban
en pedirle algún favorcillo:
" por favor René,
cómprame una cajetilla de cigarros. René, podrías
darme una manito
limpiando esta oficina que está
inmunda. René, sabes, sé paleteado y préstame
un poco
más de plata. "
Hasta que René, no se sabe
el por qué, desapareció sin decir nada.
Entonces todos comenzaron a echarle
de menos y a preguntarse qué bicho le habría picado.
Así, al cabo de un año,
muy pocos habían olvidado al servicial René,
aunque le daban por perdido.
Pero un día apareció
nuevamente René por la oficina, flaco y desgarbado,
con claras muestras de haber caído
en desgracia y de sufrir una miseria espantosa.
Esto, como es de suponer, produjo
en todos los presentes una consternación inmediata,
un mirarse los unos a los otros
en silencio, indecisos.
Y sólo al final, después
de un rato - seguramente empujados por esa indolencia atroz
tan arraigada en nosotros los
humanos - cuando se atrevieron a mirarle a los ojos,
nadie se apiadó de aquella
reconocida alma generosa y a quien tantos le debían,
sino que al contrario, todos se
hicieron los desentendidos, y llamaron al guardia
para que lo expulsara del edificio.