SEGUIMOS ESCRIBIENDO… (¿PARA QUÉ?)


Por Víctor Bórquez Núñez, Periodista, escritor, académico de la Universidad de Antofagasta

 

Leí recientemente en un blog: “escribimos para que nos quieran”…Quedé pensando en el tema por muchos días.
No deja de ser una interesante pregunta en estos tiempos de la cultura digital o del predominio de Internet: ¿para qué (o para quién) escribimos? Sobre todo cuando parece que las generaciones jóvenes están más reacias a dejarse seducir por el placer de la lectura “a la antigua”, ésa de los libros, del silencioso y solitario ritual de tener un libro y dejarse llevar por las palabras.
A la escritura se le asignan razones de todos los calibres. Las razones para escribir pueden ser muchas, pero poco a poco se van reduciendo las alternativas, siempre encontramos que escribir sigue siendo una de las actividades más inquietantes de cuantas existen.

Para escribir usamos las palabras. Las palabras son objetos, objetos significantes de materia cultural y llenas de repercusiones que nos afectan en todos los ámbitos de nuestro ser; en definitiva, con las palabras tratamos de llevar a un código aquello inasible que sentimos o creemos, o creamos, para que otro u otros sepan o entiendan qué nos pasa en un momento histórico determinado.
Lo interesante de todo es que podemos escribir solo para nuestra intimidad, aunque en la mayoría de los casos, siempre estamos escribiendo para otro, para dar a conocer algo de nuestra más absoluta y profunda esencia.

En el fondo de este “acto de escribir” siempre subyace algo que queremos que se conozca de nosotros, de nuestra intimidad y de nuestro ser: exponemos y nos exponemos.
Todo lo anterior a propósito de que seguimos escribiendo, con afán, con porfía, con esperanza.
A ratos, se me antoja que escribir es un acto de cierto riesgo y cierta premeditación, me hace pensar que escribir es un acto inevitable, es como un síntoma de una deliciosa enfermedad donde muchas veces debemos disfrazar aquello que queremos decir para que lo que está en lo profundo salga.
¿Por qué escribo? ¿Qué motiva que intente por todos los medios seguir con el acto escritural?
Estas interrogantes me persiguen cada cierto tiempo y me pregunto, o siento la necesidad de aclararme ¿por qué lo hago, para quién en definitiva escribo?

Es probable que siempre la pregunta no se encuentre bien planteada. Algún misterioso componente está presente en las palabras y no siempre puedo colocar en esas palabras la tremenda e inasible inquietud que se agita en mí y, luego, que cada manera de preguntar nos abre un camino específico y un horizonte de respuestas delimitado. Cuando me planteo esta cuestión, es porque le atribuyo una causa, un uso, una utilidad a lo escrito y acaso, solo sea porque debo disparar en forma de palabras los sentimientos y emociones que deben aflorar para que siga adelante. Cuando me pregunto ¿para qué escribo? estoy necesariamente busco un fin: acaso sea por vanidad (para que los demás me conozcan), por necesidad de expresión (para conocerme a mí mismo) o por alguna metra de trascendencia (para aportar al acervo cultural de mi tiempo y de mi espacio). No lo sé.
Esta pregunta me ha dado vuelta durante tanto tiempo que, ad portas de mi próxima publicación, me sigo cuestionando y llego inevitablemente a la conclusión de que no existe respuesta a ello, no se puede formular de una sola vez y para siempre, porque siempre será distinto aquello que motiva a escribir.

Sé que a veces escribimos desde emociones muy fuertes, que son imposibles de no querer plasmar y volcar con palabras y significados, otras veces escribimos para darnos forma a nosotros mismos, afirmar una decisión y de alguna manera mirarnos a un espejo, donde el reflejo no siempre nos devuelve aquello que queremos ver… pero persistimos.
La mayor parte nos convencemos que lo hacemos porque buscamos llegar a alguien o complementar la llegada hacia otro con palabras que quedan encerradas en un determinado texto, esperando por alguien. Acaso lo hacemos para sanar nuestras heridas, para sanar algo que siempre estará allí y escribimos para en cierta medida curarnos y sanarnos a nosotros mismos, para mantenernos de pie ante la adversidad.

En cualquier caso, seguimos escribiendo, con la misma porfiada y sensacional incerteza de que nuestras palabras algún día llegarán a un puerto seguro, a un lugar inocente en donde afincar. Quién sabe.

 
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