Santos de mi Devoción

 

 

Santos de mi Devoción.
Cuento de Roberto Rivera V. *


Proyecto.

En 1983, a los veintiocho años de edad Eleodoro Rebolledo decidió ser rico. Tres años de comercial en una importadora de químicos, luego de egresar de ingeniería, le bastaron para concluir que este no era el camino. Se hizo despedir por la indemnización y luego se cambió el apellido, la marca Rebolledo - comentó - Eleodoro, el nombre, vaya y pase, tiene ese aire añejo que seguido de Echenique y un discreto Benech luego, instantáneamente adquiere brillo y peso. Rebolledo es, era un ridículo apellido de inquilino, Echenique, en cambio, evoca ministros y haciendas, un pasado que hoy, en todo su esplendor, regresa. Benech, otro plus, agrega al intrínseco poder Echenique, una vena europea industriosa y sistemática. La feliz confluencia de encomenderos y emigrantes.


Presentación.

Tenía que cambiar de raíz. Había acumulado más frustraciones que dinero y la frustración, el rostro de la frustración, entendía, es consubstancial a la derrota. Por ello cambió también la expresión del rostro y noche a noche, estudió sistemáticamente a todos los Echeniques, sus orígenes y ramificaciones, incluso los que fueron a dar al saco sin fondo de la clase media, para hablar con propiedad del tío Hermógenes que perdió los campos al naipe y pagaba con vacas en las casas de putas, pero a esas alturas ya comenzaba a cambiar también la voz, porque para tener un tío tan mata de huevas, necesariamente había que impregnar la entonación con un dejo de “qué importa” y no arrastrar las “rr” ni las “ch”

En principio tuvo que soportar la ofuscación de sus padres, los que no entendieron para nada su renuncia a los apellidos que, pasadas tres generaciones se perdían en las sombras oprobiosas del hijo natural y el analfabetismo, viéndose obligado a su primer ejercicio de Echenique, la práctica de la desfachatez y el cuero de vaca. De un refregón les bajó del pedestal a las desdentadas abuelitas, viejas ignorantes y sucias, dijo, la madre se persignaba, además supersticiosas, el viejo echaba espuma por la boca, sí, con olor a rancio de vieja, y ni qué decir los abuelos, fabricanos inútiles, serviles, rastreros como monos presta poto trotando detrás del jefe. Lo echaron, tampoco esperaba menos. Esa no es mi historia, les gritó sujetando con el pie la puerta mientras escuchaba, ándate infeliz, desgraciado, ándate de una vez, lo empujaban, mal parido, fiera inmisericorde. Que la verdad saque ronchas, se despidió, no es mi problema, justo antes del portazo definitivo. En ese mismo instante sus recuerdos, esos recuerdos, se desvanecieron, en tanto cada vez tomaba mayor afecto por la Tita, su nueva abuela materna, dura y delicada, una fina vidente jugando a la bolsa, de elegancia sin mácula. Así la recordaba. No fue la nostalgia al fin la que lo llevó dos o tres años después de regreso a la casa de su infancia, sino la curiosidad, ese revés alojado en la conciencia, a una ya borrosa calle Dávila al llegar a Recoleta en la Chimba. Fue fácil. No lo conocieron. El éxito de su transformación era completo.

El cómo, en principio, no lo tuvo del todo claro, pero fueron los mismos Echeniques los que le dieron la pauta, no con la claridad útil y precisión que hubiera querido, sino entre líneas, de modo difuso, pero irrefutable, con el dinero ajeno y por supuesto, con el del Estado. Ahora bien, cómo se llega al dinero ajeno sin recurrir al asalto, o al del Estado sin caer en el desfalco, ese era el punto, la habilidad que distingue a un Echenique de un Rebolledo y a cada momento, en cada idea, asomaba la hojota Rebolledo que, pronto entendió - para la desventurada época que corría - también tenía su ventaja, cuando fuere necesario el asalto a mano armada, que bienvenido sea, un ingrediente de acumulación imprescindible que los tiempos también exigían.


Ejecución.

Primera etapa. Al como sea.

Con los dineros de la indemnización, Rebolledo, digamos Echenique, instaló una oficina de préstamos de urgencia y cambio de cheques de donde obtuvo su primer capital importante; Echenique, Eleodoro Echenique en tanto, fraguó un proyecto industrial barato, una copia de recuperación de aceites que obtuvo a través de un ejecutivo bancario y que originalmente pertenecía a uno de los miles de ilusos que se acercan al banco y que debido a la falta de garantías reales, prendas o hipotecas, llevan estampados en la frente y lo saben, el sello de un No rotundo; luego por años se quejan de la falta de olfato y visión del capital financiero, mientras observan como se multiplican los pesos del que lo llevó a cabo.
Pero todo esto no ocurrió automáticamente y sin trazado previo, este era sólo un primer paso, en el cual Echenique más que iniciar un giro comercial, buscaba los colaboradores adecuados, un ejecutivo bancario con hambre y estómago de buitre, y lo encontró. Rolando Pérez, así se llamaba, quería ser rico pero no sabía como, a mi lado, le dijo Echenique, luego de escucharlo despachar a una buena mujer con llanto en los ojos cuando perdía por no pago la vivienda de la familia; mire señora, le escuchó decir, y esto fue lo que lo convenció, el llanto no es argumento comercial, aquí las únicas lágrimas que valen son los billetes. En ese momento supo que era su hombre. Se lo llevó a una comisión del diez por ciento sobre utilidades a la financiera con posibilidad de llegar al treinta por incorporar nuevos negocios. Cierto es que Pérez nunca llegó a la comisión del treinta, ni tampoco fue rico de acuerdo a lo prometido, pero tenía un buen pasar, auto de envidia, hijos en colegios caros y una mujer que vivía de compras, todo lo cual, Pérez lo pagaba, lo pagó con una lealtad inquebrantable, capaz de poner el pecho a la bala en busca del corazón del jefe.

Para los aceites, Echenique se hizo de un galpón camino a Cerrillos y puso a un cuarentón de los que ya no encuentran pega, ex metalúrgico con familia, gastos y pasado de izquierdas. Don Jerónimo que, lo único que buscaba a estas alturas del gobierno militar, era un trabajo donde no lo molestara nadie; un hombre sabio, decía Echenique, de los que aprendió a patadas por el culo. Ahí don Jerónimo con un frío de la puta madre fue leal hasta después de salir de la cana, responsabilizándose absolutamente por la falsificación del aceite Liqui Moly que vendía a través de una comercializadora puesta a su nombre por otro diez por ciento sobre utilidades, con eso se conformaba. Reapareció blanqueado, con un lubricante nacional de marca propia, bueno, digamos de Echenique, su brazo industrial, el sólo prestaba el nombre.

Transcurridos cuatro años, Echenique ya contaba con un capital expectante y las oportunidades se le habrían sedientas, hora en la cual comenzó a vivir con un abogado y un contador al lado, mis guardaespaldas de ventajas comparativas, decía, al tiempo que Pérez Rolando viajaba dos veces por mes al Norte del país a la ciudad de Arica, en el límite con la producción de la coca boliviana; de allí regresaba con maletas repletas de dinero en efectivo rentando una utilidad del veinte y hasta un treinta por ciento. Ese dinero, acertadamente lo destinó a la compra de paños agrícolas ubicados junto al límite urbano y que poco después vendía a diez veces su precio, cuando el decreto alcaldicio - previo incentivo - permitía construir sobre ellos, o maximizar la inversión con proyectos habitacionales propios, viviendas económicas licitadas al Estado, saltando así sus beneficios hasta treinta veces por sobre lo invertido, con una constructora – la Eleodoro Echenique - diseñada al efecto, bajo el alero de una empresa de inversiones, la Invernique, de la cual también dependía la financiera original manejada por Rolando Pérez y la Corredora de Bolsa con la que se hizo de miles y miles de acciones de Endesa, la empresa eléctrica recién privatizada que valían una bicoca - apenas un cinco por ciento de su valor real – celebrando públicamente y ante quien lo escuchara el “capitalismo popular” como se le llamó, porque no a cualquiera le daba entrada la junta militar y los muchachos de Harvard y la Universidad Católica a cargo del proyecto de privatización, eso sí, cuidándose de alabar sólo las medidas económicas porque sus estudios sobre los Echeniques, ya lo alertaban sobre el apoyo incondicional a regímenes que, como todo en la tierra se desmorona y esclavo de las palabras quedar atrapado en lo que minga le importaba, cuando podía ser dueño de su silencio, ese silencio que, décadas después, sería el pasaporte para los mejores negocios de su vida.


Segunda Etapa. Sin asco.

Su matrimonio fue otra empresa que meditó por largo tiempo y con detalle, teniendo muy en cuenta que en esta materia no era de los más adelantados, pero con la certeza sí que aportaba a la sociedad conyugal una garantía de sustentabilidad en el tiempo a todo trance - imprescindible para una acumulación de capital sin interferencias como se proponía - con un apellido de peso y el eje mismo de esta sociedad, el peso específico del dinero.
Por eso se le ocurría una mujer fuerte y de carácter, enamorada del dinero, sin importar que esta proviniera de alguna colonia, hebrea o croata, con patrimonio familiar demostrable y profesión, incluso turca condescendía para sus adentros, también puede ser, enamorada del dinero, se repetía y la figuración sin caer en el derroche, fiel y más que por fidelidad insípida e insulsa, por convicción aristocrática, de estirpe.
Así fue derivando imperceptiblemente a la política, o mejor dicho a los alrededores de la política, ese terreno incierto de connivencia que son las cámaras empresariales, los gremios y colegios profesionales, con sus seminarios y cócteles, exposiciones top, presentaciones de libros que a nadie importan y allí fue donde se la encontró, la dulce y a la vez firme expresión, esa belleza de segundas aguas apenas insinuada al trasluz del que asoma la mujer, la mujer, ese aroma lo confundió, se lo quedó más que pensando, la mirada inteligente de la que sin mucho sabe donde y cuando estar.
La Loreto O´Ryan, resultó ser la hermana del medio de un dirigente opositor que volvía del exilio, muy cambiado por lo demás, y no era precisamente “rica” como en sorna decían sus hermanos, pero lo va a ser, aseguraban, porque si bien no era fea del todo, no, definitivamente no, el aroma del dinero era lo que de verdad la excitaba como sabueso en cacería. Resplandecía. El pelo le brillaba. Nació con esa atracción.
¡Quiero todas tus monedas! recordaba la familia que le dijo a su padre cuando la sorprendió hurgando en los bolsillos de su chaqueta, y la mirada firme, el gesto imperativo y avaro con que la acompañó aún provocaba gracia y sorpresa, al igual que cuando anunció la ruina del tío William. El tío había estado almorzando ese domingo allí y todo transcurrió sin novedades; sin embargo, la Loreto que ya cumplía los nueve lo anunció no bien el tío se retiraba, el tío William dijo, levantándose de la mesa, está arruinado. La miraron sin saber si entendía lo que estaba diciendo, pero era cierto, esa semana, en vez de comprar dólares y vender acciones, el tío hizo lo contrario, estaba en la calle. Cómo lo supo esa niña de nueve años quedó en el misterio, huele papá sólo pudo decir, huele, para esa cualidad que la acompañaría de por vida, por eso la molestaban sus hermanos, porque fea no era, bonita tampoco, “rica” como decían, pero va a serlo aseguraban, porque huele.
Y fue ella la que le dio verdadera dimensión a sus negocios. Pensaba en grande.
- Empresas formé unas cuantas – le confesó no bien entraban en confianza – Ahora quiero un Banco.
Eleodoro de un respingo se encontró con una horma del doble de sus ambiciones, pero como “Echenique” que era, muy pronto se calzaría ese zapato. Aprendía rápido, succionaba con fluidez, una familia, una tradición Prime de la Loreto en negocios de primera línea. Hasta ahora las suyas sólo eran poco más que buenas lecturas.
Sin duda fue un buen matrimonio, en el cual la palabra feliz no viene al caso, al igual que el término amor que les causaba un pudor íntimo, una inquietud como si usaran sin permiso el vocabulario de la mucama.


Tercera Etapa. La verdadera riqueza.

Pronto, muy pronto Echenique entendió que con la O´Ryan al lado entraba directo a las ligas mayores, a comprar bonos de la deuda externa como le escuchó criticar indignado a su cuñado, secreto que consistía en - con la anuencia militar – comprarlos en el exterior a un precio de 60 mil para internarlos al país a un valor de cien mil, eso con el objeto de atraer capitales, dólares, así se decía, y eso hizo Eleodoro con la O´Ryan, trajeron dólares, formaron una sociedad anónima en Detroit con sede en New York y limpiecito, un cuarenta por ciento de utilidad les quedó en la pasada que, puestos en acciones de la eléctrica Endesa dentro del país, llevó sus utilidades a un cien por cien, negocios seguros y nobles, se repetían uno al otro felices y obvios, festejando con un buen blanco en “Le Fournil” - que a Eleodoro la intuición le dictaba como más fino que el “Hereford Grill” - plenos de un voluntarioso entusiasmo carente de otro mensaje, una festiva complicidad que cada tanto los dejaba en un silencio vacío, sólo un titubeo, una risa seca, o los dineros puestos en una Administradora de Fondos de Pensiones, dinero fresco y gratis mes a mes, nuevamente reían - sabían salir de esa nada que a nada conduce - quisiera entrar en los combustibles o el agua, se adelantaba a los tiempos Echenique, un banco insistía la O´Ryan, cuando aún no cumplían cinco años de matrimonio y ya entraban tímidos al juego de Metrópolis. Esa era la ventaja o la lucidez de estar con la Loreto, que nunca reconocería en público Eleodoro, pero en esos momentos si se la encontraba a la mano la mimaba como una polola. Su amor al dinero, incluso su sobrio y austero amor al dinero, era efectivamente el de un auténtico Echenique, y ella no esperaba menos. Lo que le costó convencerlo de comprar el yate, los mayores ya entraban a la educación media cuando recién se decidió por el “Coriolano” y en recuerdo de su abuelo, el marido de la Tita, por un corralero de igual nombre con el que ganó el Champion con la dupla de Alegría y Contardo, dos buenos huasos que le arreglaban los caballos, su vicio, se le iban millones en eso confesaba Eleodoro, historia que, mientras más ascendía en la pirámide social, más difícil se le hacía de sustentar y sostener, por ello el fundo del abuelo lo puso bien al Sur, en Los Angeles, sólo una parcela de frutales cerca de la ciudad en San Bernardo, donde por placer se iban con la Tita algunos fines de semana a traer choclos y porotos frescos en verano, albahaca, el aroma de la albahaca le encantaba, guindas y algunas sandías de paso por Buin, y mientras más profundamente ingresaba a la familia Echenique, más cuidaba los detalles, porque la Loreto O´Ryan jamás nunca se debería enterar, ni del origen de sus primeros dineros, aunque esto no lo consideraba tan fundamental ya que, todos saben el origen universal de los primeros dineros coludía y los O´Ryan - se le venían a la cabeza incursiones piratas - más que nadie. Pese a ello, separó drásticamente aguas, Rolando Pérez, su ya mítico colaborador, pasó a dirigir Invernique, la sociedad de inversiones dueña de todo, quedando al propio nombre de Pérez los negocios oscuros o de pasado sombrío, desprendiéndose así de dineros provenientes de la usura y del blanqueo de capitales, eso en la fachada, en los papeles, porque en lo profundo, Eleodoro Echenique seguía como dueño de todo pero sin que lo viera nadie. Por su parte, con nombre y apellido sólo mostraba como propios una impecable Corredora de Bolsa, la Constructora y los directorios de Endesa y la Administradora de Fondos de Pensiones que llegó a dominar, sin embargo, todos los dineros por distintos caminos venían a parar a Invernique, la sociedad de inversiones.
Pasando los cuarenta comprendía que recién comenzaba ser un verdadero Echenique, con los problemas de un Echenique, mimado y temido como tal, aunque sin las molestas huellas de los orígenes que debía ocultar. El dinero comprendía era consubstancial a su apellido, una niebla espesa capaz de ocultar al bandolero y su trayecto para mostrar sólo un presente honorable y natural.
La Loreto le creía todo, le hacía creer que le creía todo, pero guardaba sus reservas, con la Tita por ejemplo, esa fina abuela casada con un rústico con la cual habría vivido desde los doce cuando su madre se fue en un viaje largo a Europa del cual no volvió, no le encajaba. Si bien como ella muchas ancianas de la época, lo cierto es que en la tercera cuadra de avenida Suecia como él decía, tampoco la recordaba nadie, y pese a que Eleodoro se tomó el trabajo de estudiar esa cuadra durante años, y sabía que la casa de la esquina era de los Matte y la del lado de los Despouy, y el nombre y las anécdotas de toda la cabrería, los disfraces cuando hacían teatro, el nombre de los perros, todo lo sabía, lo había hecho propio de modo tal que hasta se emocionaba, pese a ello, la Loreto guardaba sus reservas. Algo no encajaba. El ingreso de dineros tampoco, ni la corredora ni la constructora producían los flujos de fondos y capitales que ella olía. Pero la Loreto O´Ryan se distinguía también por su discreción, por su fuerte sentido de familia y lo fundamental, por los proyectos comunes con Eleodoro Echenique que bien valían discreción. Por eso, nunca se le pasó por la cabeza indagar ni preguntar, ya llegaría el momento, por ahora prefería este suave devenir.


Cuarta Etapa. La Respetable Consolidación.

Una mañana Eleodoro, despierto más temprano que lo habitual, se levantó a cerrar una corredera de la habitación pero no lo llegó a hacer, a medio camino se detuvo con la certeza que aquella fresca brisa anunciaba que algo debía cambiar - años después diría o confesaría, más le gustaba que se entendiera así, que fue un instante de iluminación - pero qué era lo que debía cambiar fue la incógnita con que se volvió. El banco de la Loreto, un banquito con un nicho del 3 ó el 4 del cien, ya era un hecho a poco andar, ya tenía claro también que en tiendas ni supermercados lo dejarían entrar, en minería de cobre y pesca tampoco, maderas ni qué decir, se lo habían advertido a lo amigo y entendió; por ello había centrado esfuerzos en una clínica que fraguó bien, las acciones mulas y la carga a costo de los profesionales, con lo que bastaba un dieciocho por cien del total para monitorear a voluntad, ello junto a una moderna cadena de farmacias que permitía seguir creciendo en lo propio sin invadir. Restaba ahorrar costos y fusionar – lo venía anunciando - pero una obsoleta ley antimonopolios que, sumada a una mal llamada sensibilidad laboral, enemiga de los despidos, bloqueaba el camino del crecimiento y la modernidad. Cuantas veces lo tuvo que repetir, había perdido la memoria: “Tómalo como una oportunidad” recalcando lo dicho, cuando cabizbajo llegaba algún desvinculado a pedir piedad, ciego al abierto abanico de oportunidades y a la aventura de emprender. Definitivamente, había que reconocerlo, el horno para estos bollos no estaba ni cerca aún, faltaba insistir con la autoridad y convencer, estimularla tal vez e insistir, para eso estaba la prensa, una y otra vez insistir, incentivarla con una pequeña participación, eso meditaba cuando sola surgió la idea del aula y la educación superior, como una visión los amplios portales de la Universidad, adecuar al efecto una legislación, reunir bajo su alero la inteligencia dispersa, a su amparo los ideales políticos y sociales, pagar un rector. Se puso la bata y llamó a su abogado, despiértate le dijo, lávate la cara, lávate la cara, insistió, te necesito lúcido, cuál es la figura legal para administrar una Universidad, una corporación sin fines de lucro, le escuchó decir, y no pagan impuestos consultó, a las utilidades no, contribuciones tampoco. Nos vemos a la diez indicó. Ya sabía que los inmuebles más caros los donaría a la Universidad para que ésta se los arrendase dándole a varios pájaros a la vez: ahorrar el pago de las contribuciones; bajar en forma importante su carga patrimonial; restar utilidades de sus empresas pagando altos arriendos a la Universidad y ésta a su vez sin pagar impuestos por estos ingresos, ni el diecisiete por ciento de impuesto a la utilidad; todo quedaba allí, en la Universidad, y el dueño de la Universidad era él, es decir, la corporación sin fines de lucro que comenzaría a pagar su sueldo como presidente y el de quienes estimase necesario retribuir.
Se le empezó a conocer como el grupo de empresas Echenique, en tanto, en lo íntimo sentía que su personalidad se expandía, que comenzaba a transitar por una ciudad que sentía como propia. Su vínculo con la Universidad generaba sin proponérselo un aura de filantropía, en pos del bien común recibía a políticos e intelectuales con tema y agenda previa, a los que costaba que entendieran - educarlos diría en su círculo íntimo - que sin rentabilidad asociada no hay bien social que valga y terminaba hablando como un patriarca, entregando dineros que volvían, que necesariamente debían volver como descuento de impuestos, a lo más como publicidad encubierta o merchandising, recomendando que especificaran los beneficios asociados en claro castellano, lo deja con mi secretaria y luego una distante y calculada despedida de mano. Nada fácil resultaba ya entrevistarse con Eleodoro Echenique, para eso estaba marketing y relaciones públicas, derivaba, elegía con quienes, la hora y el tiempo que comenzaba a correr cuando ponían un pie dentro de la oficina.
Su nombre se repetía a la hora de presidir las Cámaras Fabril y de Comercio y toda delegación empresaria a todo evento daba por descontada su presencia. Por eso se divertía a veces deslizando una tenue amenaza por los medios, Invernique podría ingresar a la minería del cobre, titulaba el diario, otras manifestaba su interés en tiendas y alimentos, y no terminaba de hablar cuando ya tenía veinte llamadas entrando: Juan, se disculpaba, es la única manera que tengo de hablar contigo; Mirko, es que no me devuelves las llamadas bromeaba. Reían de buena gana. Lo temían.


Quinta Etapa. La muerte de la Tita.

La llegada de la democracia debía reconocer le facilitó el camino, muchos negocios imposibles los desarrolló bajo su alero, licitaciones de caminos y carreteras a precio noble y sin riesgo, libertad de poner un edificio donde el mercado mandara, de succionar el cash flow de las cotizaciones laborales a través de los fondos de pensiones y distribuirlos equitativamente en la compra de las propias acciones, reglas claras, disciplina, salarios controlados, este era el secreto de esta expansión sin límites ni fronteras que ponía a nuestro país como pionero en la región y a pasos del desarrollo, eso fue lo que dijo en el primer seminario gobierno-empresarios desarrollado en ILADES (Instituto Latinoamericano de Doctrinas y Estudios Sociales) con las nuevas autoridades y que abrió las puertas a las inversiones. Se lo debían agradecer, el capital privado regresó en gloria y majestad a las vetas del metal rojo, tomó posesión de los teléfonos, del gas a domicilio, del agua, un eficiente y eficaz abanico de iniciativas desplegado en misión de ocupación y conquista, los bosques y los mares, el espacio, una prensa en celebración permanente, un clima de alardeo nacional en el que fueron cayendo uno tras otro los antiguos contendores como en una verdadera trampa, reconociendo públicamente las bondades del modelo - si para sí antes, ya no se lo habían reconocido - al fin, mejores de lo imaginado, respetuosos de las reglas heredadas del tiempo que el país a sangre y fuego se reinventó por completo. Por un instante su propia imagen le pasó por la mente, sólo él sabía como encarnaba en cuerpo y alma este proceso, como el éxito de uno y de otro eran la misma cosa, el espíritu decantado de una obra en marcha.
Tomó la costumbre de volver de cuando en cuando a las calles de su infancia, no a la calle Dávila en La Chimba donde nació, sino precisamente a las verdaderas calles de su infancia, a la tercera cuadra de Suecia, allí pedía que el chofer lo dejara al atardecer, para caer en la nostalgia de aquellas músicas del recuerdo ... allá en la parva de paja ay, donde primero te vi, he de encontrarte de nuevo oooh para dejar de sufrir..., sería la voz del abuelo tal vez, y un nudo se le apretaba en la garganta cuando sombrero en mano lo veía caracolear alrededor de la Tita, sí, era él; nada de aquello permanecía en pie, sólo los árboles de la calle y el recuerdo de una acequia que pasaba por allí, el tenue aroma del perfume de la Tita, inalcanzable, rocío, ay mi rocío, manojito de claveles, capullito florecio... retazos de canciones españolas, muy leve los nocturnos de Chopin, el silencio.
Una tarde escuchó que un auto se detenía de improviso junto a él.
- ¿Eleodoro? – llamó la voz incrédula de la Loreto.
Se volvió hacía ella saliendo de la nubes de su infancia.
- ¿Qué haces aquí?! – indagó.
No pudo responder nada, sólo se acercó hasta ella, la saludó confuso y subiendo al auto dijo:
- Vamos. Llévame a casa.
No le conocía ese estado. Nunca lo había visto así.
- ¿Qué te pasa? – lo miró a los ojos - ¿No te estarás volviendo viejo? – sonrió.
- La Tita... – balbuceó – no alcancé a decirle...una pulmonía...aquí...
No pudo continuar. Llegó directo a la cama.
Corría el nuevo siglo y ahora las instituciones se peleaban por destacarlo como premio a la trayectoria. Eleodoro les sacaba el cuerpo, sabía que por allí comenzaba el fin. Quisieran comenzar a limarme las uñas, trasuntaba, no m´hijo, replicaba entonces, gracias, muchas gracias, he visto muchos generales sucumbir bajo el peso de las medallas. Quedaban helados, con el teléfono en la mano y sin tener qué decir.
Un día fue la Loreto quien lo instó.
- Acepta – le dijo – No querrás dejar a tus hijos sólo el recuerdo de una sombra.
- Les queda el nombre – replicó.
- ¿Será suficiente? – buscó sus ojos - De cuál de los Echenique les consultarán y no sabrán qué decir.
Eso lo convenció.
Aunque sabía que ya no era el mismo, que bastaba con poner un pie en la tercera cuadra de Suecia y ya le costaba respirar como exactamente la Loreto lo sorprendió, igualmente no quería dejar nada. Las medallas y condecoraciones las percibía como el pesado poncho negro del “hasta aquí no más” y no era su caso, no, aún no, aún le restaba tomar posesión de los puertos y aeropuertos, cuando ya todos querían verlo claudicando en la satisfacción, incluso su propia mujer.
Aceptó a regañadientes. Su discurso fue un ensayo sobre el porque no hay que recibir ningún tipo de distinción, porque él no había ido a recibir nada, sino a mostrar un camino. La Loreto tal vez por primera vez lo escuchó con admiración, se levantó y fue en su búsqueda hasta el mismo escenario donde fueron ovacionados los dos, dudando si trasmitirle lo que tanto le costó descubrir, el otro Eleodoro, el de la Chimba de Recoleta pasando el Mapocho, para que dejara esa costumbre que iba tomando de anciano sentimental de pasearse con un nudo en la garganta por la tercera cuadra de calle Suecia como tantas veces lo vio, por eso llegó hasta el Registro Civil y buscó hasta encontrar, por eso cuando volvían a su mesa se lo dijo tomándolo suavemente de la mano.
- Eleodoro Rebolledo – dijo clarísimo - te felicito, sinceramente te felicito.
- ¿Quién más lo sabe? – indagó de un respingo.
- Si alguien más lo supiera – replicó la Loreto – no estaría aquí.
Eleodoro enmudeció, los ojos se le nublaron, quiso hablar pero no pudo.
- La Tita...- balbuceó – no alcancé a decirle...
La Loreto lo encaminó del brazo. De improviso se volvía definitivamente viejo.


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Roberto Rivera Vicencio ( Santiago – Chile - 1950 ) Estudió Licenciatura en Literatura en la U. De Chile, residió varios años en Buenos Aires donde participó en la redacción de la revista “Suburbio” Fue miembro del primer Taller de Narradores de José Donoso cuando éste regresó a Chile, e importante motor de iniciativas literarias en los 80` como el “Encuento” el “Todavía Escribimos” y la revista de cultura “Miradas”
Sus cuentos han sido publicados en diversas revistas de México, Suecia, USA, España y Argentina, e incluidos en antologías como "Narradores Chilenos de Hoy" de Editorial Bruguera, "Contando El Cuento" de Sin Fronteras, "Los Mejores Cuentos de mi País" de Nascimento, "Andar con Cuentos" de Mosquitos Editores, “Narrativa chilena contemporánea” de Editorial Ficticia de México.
En 1986 publica “La Pradera Ortopédica” un volumen de cuentos correspondiente a un proyecto que culmina en 1994 con “A Fuego Eterno Condenados” Premiado en diversos concursos como el Bata, Vicente Huidobro de la U. de Chile, Revista Amancay, Chile-Francia, Joaquín Edwards Bello de la Universidad de Valparaíso, etc. obtuvo la Beca del Consejo Nacional del Libro año 1998 con la novela “Piedra Azul” El año 2004 fue invitado por la San Diedo State University en sus programas de escritores latinoamericanos y recientemente participó en la Ferias del Libro de La Paz, Bolivia y la de Buenos Aires
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