Santos
de mi Devoción |
Santos de mi Devoción.
En 1983, a los veintiocho años de edad Eleodoro Rebolledo decidió ser rico. Tres años de comercial en una importadora de químicos, luego de egresar de ingeniería, le bastaron para concluir que este no era el camino. Se hizo despedir por la indemnización y luego se cambió el apellido, la marca Rebolledo - comentó - Eleodoro, el nombre, vaya y pase, tiene ese aire añejo que seguido de Echenique y un discreto Benech luego, instantáneamente adquiere brillo y peso. Rebolledo es, era un ridículo apellido de inquilino, Echenique, en cambio, evoca ministros y haciendas, un pasado que hoy, en todo su esplendor, regresa. Benech, otro plus, agrega al intrínseco poder Echenique, una vena europea industriosa y sistemática. La feliz confluencia de encomenderos y emigrantes.
Tenía que cambiar de raíz. Había acumulado más frustraciones que dinero y la frustración, el rostro de la frustración, entendía, es consubstancial a la derrota. Por ello cambió también la expresión del rostro y noche a noche, estudió sistemáticamente a todos los Echeniques, sus orígenes y ramificaciones, incluso los que fueron a dar al saco sin fondo de la clase media, para hablar con propiedad del tío Hermógenes que perdió los campos al naipe y pagaba con vacas en las casas de putas, pero a esas alturas ya comenzaba a cambiar también la voz, porque para tener un tío tan mata de huevas, necesariamente había que impregnar la entonación con un dejo de “qué importa” y no arrastrar las “rr” ni las “ch” En principio tuvo que soportar la ofuscación de sus padres, los que no entendieron para nada su renuncia a los apellidos que, pasadas tres generaciones se perdían en las sombras oprobiosas del hijo natural y el analfabetismo, viéndose obligado a su primer ejercicio de Echenique, la práctica de la desfachatez y el cuero de vaca. De un refregón les bajó del pedestal a las desdentadas abuelitas, viejas ignorantes y sucias, dijo, la madre se persignaba, además supersticiosas, el viejo echaba espuma por la boca, sí, con olor a rancio de vieja, y ni qué decir los abuelos, fabricanos inútiles, serviles, rastreros como monos presta poto trotando detrás del jefe. Lo echaron, tampoco esperaba menos. Esa no es mi historia, les gritó sujetando con el pie la puerta mientras escuchaba, ándate infeliz, desgraciado, ándate de una vez, lo empujaban, mal parido, fiera inmisericorde. Que la verdad saque ronchas, se despidió, no es mi problema, justo antes del portazo definitivo. En ese mismo instante sus recuerdos, esos recuerdos, se desvanecieron, en tanto cada vez tomaba mayor afecto por la Tita, su nueva abuela materna, dura y delicada, una fina vidente jugando a la bolsa, de elegancia sin mácula. Así la recordaba. No fue la nostalgia al fin la que lo llevó dos o tres años después de regreso a la casa de su infancia, sino la curiosidad, ese revés alojado en la conciencia, a una ya borrosa calle Dávila al llegar a Recoleta en la Chimba. Fue fácil. No lo conocieron. El éxito de su transformación era completo. El cómo, en principio, no lo tuvo del todo claro, pero fueron los mismos Echeniques los que le dieron la pauta, no con la claridad útil y precisión que hubiera querido, sino entre líneas, de modo difuso, pero irrefutable, con el dinero ajeno y por supuesto, con el del Estado. Ahora bien, cómo se llega al dinero ajeno sin recurrir al asalto, o al del Estado sin caer en el desfalco, ese era el punto, la habilidad que distingue a un Echenique de un Rebolledo y a cada momento, en cada idea, asomaba la hojota Rebolledo que, pronto entendió - para la desventurada época que corría - también tenía su ventaja, cuando fuere necesario el asalto a mano armada, que bienvenido sea, un ingrediente de acumulación imprescindible que los tiempos también exigían.
Primera etapa. Al como sea. Con
los dineros de la indemnización, Rebolledo, digamos Echenique, instaló
una oficina de préstamos de urgencia y cambio de cheques de donde
obtuvo su primer capital importante; Echenique, Eleodoro Echenique
en tanto, fraguó un proyecto industrial barato, una copia de recuperación
de aceites que obtuvo a través de un ejecutivo bancario y que originalmente
pertenecía a uno de los miles de ilusos que se acercan al banco
y que debido a la falta de garantías reales, prendas o hipotecas,
llevan estampados en la frente y lo saben, el sello de un No rotundo;
luego por años se quejan de la falta de olfato y visión del capital
financiero, mientras observan como se multiplican los pesos del
que lo llevó a cabo. Para los aceites, Echenique se hizo de un galpón camino a Cerrillos y puso a un cuarentón de los que ya no encuentran pega, ex metalúrgico con familia, gastos y pasado de izquierdas. Don Jerónimo que, lo único que buscaba a estas alturas del gobierno militar, era un trabajo donde no lo molestara nadie; un hombre sabio, decía Echenique, de los que aprendió a patadas por el culo. Ahí don Jerónimo con un frío de la puta madre fue leal hasta después de salir de la cana, responsabilizándose absolutamente por la falsificación del aceite Liqui Moly que vendía a través de una comercializadora puesta a su nombre por otro diez por ciento sobre utilidades, con eso se conformaba. Reapareció blanqueado, con un lubricante nacional de marca propia, bueno, digamos de Echenique, su brazo industrial, el sólo prestaba el nombre. Transcurridos cuatro años, Echenique ya contaba con un capital expectante y las oportunidades se le habrían sedientas, hora en la cual comenzó a vivir con un abogado y un contador al lado, mis guardaespaldas de ventajas comparativas, decía, al tiempo que Pérez Rolando viajaba dos veces por mes al Norte del país a la ciudad de Arica, en el límite con la producción de la coca boliviana; de allí regresaba con maletas repletas de dinero en efectivo rentando una utilidad del veinte y hasta un treinta por ciento. Ese dinero, acertadamente lo destinó a la compra de paños agrícolas ubicados junto al límite urbano y que poco después vendía a diez veces su precio, cuando el decreto alcaldicio - previo incentivo - permitía construir sobre ellos, o maximizar la inversión con proyectos habitacionales propios, viviendas económicas licitadas al Estado, saltando así sus beneficios hasta treinta veces por sobre lo invertido, con una constructora – la Eleodoro Echenique - diseñada al efecto, bajo el alero de una empresa de inversiones, la Invernique, de la cual también dependía la financiera original manejada por Rolando Pérez y la Corredora de Bolsa con la que se hizo de miles y miles de acciones de Endesa, la empresa eléctrica recién privatizada que valían una bicoca - apenas un cinco por ciento de su valor real – celebrando públicamente y ante quien lo escuchara el “capitalismo popular” como se le llamó, porque no a cualquiera le daba entrada la junta militar y los muchachos de Harvard y la Universidad Católica a cargo del proyecto de privatización, eso sí, cuidándose de alabar sólo las medidas económicas porque sus estudios sobre los Echeniques, ya lo alertaban sobre el apoyo incondicional a regímenes que, como todo en la tierra se desmorona y esclavo de las palabras quedar atrapado en lo que minga le importaba, cuando podía ser dueño de su silencio, ese silencio que, décadas después, sería el pasaporte para los mejores negocios de su vida.
Su
matrimonio fue otra empresa que meditó por largo tiempo y con detalle,
teniendo muy en cuenta que en esta materia no era de los más adelantados,
pero con la certeza sí que aportaba a la sociedad conyugal una garantía
de sustentabilidad en el tiempo a todo trance - imprescindible para
una acumulación de capital sin interferencias como se proponía -
con un apellido de peso y el eje mismo de esta sociedad, el peso
específico del dinero.
Pronto,
muy pronto Echenique entendió que con la O´Ryan al lado entraba
directo a las ligas mayores, a comprar bonos de la deuda externa
como le escuchó criticar indignado a su cuñado, secreto que consistía
en - con la anuencia militar – comprarlos en el exterior a un precio
de 60 mil para internarlos al país a un valor de cien mil, eso con
el objeto de atraer capitales, dólares, así se decía, y eso hizo
Eleodoro con la O´Ryan, trajeron dólares, formaron una sociedad
anónima en Detroit con sede en New York y limpiecito, un cuarenta
por ciento de utilidad les quedó en la pasada que, puestos en acciones
de la eléctrica Endesa dentro del país, llevó sus utilidades a un
cien por cien, negocios seguros y nobles, se repetían uno al otro
felices y obvios, festejando con un buen blanco en “Le Fournil”
- que a Eleodoro la intuición le dictaba como más fino que el “Hereford
Grill” - plenos de un voluntarioso entusiasmo carente de otro mensaje,
una festiva complicidad que cada tanto los dejaba en un silencio
vacío, sólo un titubeo, una risa seca, o los dineros puestos en
una Administradora de Fondos de Pensiones, dinero fresco y gratis
mes a mes, nuevamente reían - sabían salir de esa nada que a nada
conduce - quisiera entrar en los combustibles o el agua, se adelantaba
a los tiempos Echenique, un banco insistía la O´Ryan, cuando aún
no cumplían cinco años de matrimonio y ya entraban tímidos al juego
de Metrópolis. Esa era la ventaja o la lucidez de estar con la Loreto,
que nunca reconocería en público Eleodoro, pero en esos momentos
si se la encontraba a la mano la mimaba como una polola. Su amor
al dinero, incluso su sobrio y austero amor al dinero, era efectivamente
el de un auténtico Echenique, y ella no esperaba menos. Lo que le
costó convencerlo de comprar el yate, los mayores ya entraban a
la educación media cuando recién se decidió por el “Coriolano” y
en recuerdo de su abuelo, el marido de la Tita, por un corralero
de igual nombre con el que ganó el Champion con la dupla de Alegría
y Contardo, dos buenos huasos que le arreglaban los caballos, su
vicio, se le iban millones en eso confesaba Eleodoro, historia que,
mientras más ascendía en la pirámide social, más difícil se le hacía
de sustentar y sostener, por ello el fundo del abuelo lo puso bien
al Sur, en Los Angeles, sólo una parcela de frutales cerca de la
ciudad en San Bernardo, donde por placer se iban con la Tita algunos
fines de semana a traer choclos y porotos frescos en verano, albahaca,
el aroma de la albahaca le encantaba, guindas y algunas sandías
de paso por Buin, y mientras más profundamente ingresaba a la familia
Echenique, más cuidaba los detalles, porque la Loreto O´Ryan jamás
nunca se debería enterar, ni del origen de sus primeros dineros,
aunque esto no lo consideraba tan fundamental ya que, todos saben
el origen universal de los primeros dineros coludía y los O´Ryan
- se le venían a la cabeza incursiones piratas - más que nadie.
Pese a ello, separó drásticamente aguas, Rolando Pérez, su ya mítico
colaborador, pasó a dirigir Invernique, la sociedad de inversiones
dueña de todo, quedando al propio nombre de Pérez los negocios oscuros
o de pasado sombrío, desprendiéndose así de dineros provenientes
de la usura y del blanqueo de capitales, eso en la fachada, en los
papeles, porque en lo profundo, Eleodoro Echenique seguía como dueño
de todo pero sin que lo viera nadie. Por su parte, con nombre y
apellido sólo mostraba como propios una impecable Corredora de Bolsa,
la Constructora y los directorios de Endesa y la Administradora
de Fondos de Pensiones que llegó a dominar, sin embargo, todos los
dineros por distintos caminos venían a parar a Invernique, la sociedad
de inversiones.
Una
mañana Eleodoro, despierto más temprano que lo habitual, se levantó
a cerrar una corredera de la habitación pero no lo llegó a hacer,
a medio camino se detuvo con la certeza que aquella fresca brisa
anunciaba que algo debía cambiar - años después diría o confesaría,
más le gustaba que se entendiera así, que fue un instante de iluminación
- pero qué era lo que debía cambiar fue la incógnita con que se
volvió. El banco de la Loreto, un banquito con un nicho del 3 ó
el 4 del cien, ya era un hecho a poco andar, ya tenía claro también
que en tiendas ni supermercados lo dejarían entrar, en minería de
cobre y pesca tampoco, maderas ni qué decir, se lo habían advertido
a lo amigo y entendió; por ello había centrado esfuerzos en una
clínica que fraguó bien, las acciones mulas y la carga a costo de
los profesionales, con lo que bastaba un dieciocho por cien del
total para monitorear a voluntad, ello junto a una moderna cadena
de farmacias que permitía seguir creciendo en lo propio sin invadir.
Restaba ahorrar costos y fusionar – lo venía anunciando - pero una
obsoleta ley antimonopolios que, sumada a una mal llamada sensibilidad
laboral, enemiga de los despidos, bloqueaba el camino del crecimiento
y la modernidad. Cuantas veces lo tuvo que repetir, había perdido
la memoria: “Tómalo como una oportunidad” recalcando lo dicho, cuando
cabizbajo llegaba algún desvinculado a pedir piedad, ciego al abierto
abanico de oportunidades y a la aventura de emprender. Definitivamente,
había que reconocerlo, el horno para estos bollos no estaba ni cerca
aún, faltaba insistir con la autoridad y convencer, estimularla
tal vez e insistir, para eso estaba la prensa, una y otra vez insistir,
incentivarla con una pequeña participación, eso meditaba cuando
sola surgió la idea del aula y la educación superior, como una visión
los amplios portales de la Universidad, adecuar al efecto una legislación,
reunir bajo su alero la inteligencia dispersa, a su amparo los ideales
políticos y sociales, pagar un rector. Se puso la bata y llamó a
su abogado, despiértate le dijo, lávate la cara, lávate la cara,
insistió, te necesito lúcido, cuál es la figura legal para administrar
una Universidad, una corporación sin fines de lucro, le escuchó
decir, y no pagan impuestos consultó, a las utilidades no, contribuciones
tampoco. Nos vemos a la diez indicó. Ya sabía que los inmuebles
más caros los donaría a la Universidad para que ésta se los arrendase
dándole a varios pájaros a la vez: ahorrar el pago de las contribuciones;
bajar en forma importante su carga patrimonial; restar utilidades
de sus empresas pagando altos arriendos a la Universidad y ésta
a su vez sin pagar impuestos por estos ingresos, ni el diecisiete
por ciento de impuesto a la utilidad; todo quedaba allí, en la Universidad,
y el dueño de la Universidad era él, es decir, la corporación sin
fines de lucro que comenzaría a pagar su sueldo como presidente
y el de quienes estimase necesario retribuir.
La
llegada de la democracia debía reconocer le facilitó el camino,
muchos negocios imposibles los desarrolló bajo su alero, licitaciones
de caminos y carreteras a precio noble y sin riesgo, libertad de
poner un edificio donde el mercado mandara, de succionar el cash
flow de las cotizaciones laborales a través de los fondos de pensiones
y distribuirlos equitativamente en la compra de las propias acciones,
reglas claras, disciplina, salarios controlados, este era el secreto
de esta expansión sin límites ni fronteras que ponía a nuestro país
como pionero en la región y a pasos del desarrollo, eso fue lo que
dijo en el primer seminario gobierno-empresarios desarrollado en
ILADES (Instituto Latinoamericano de Doctrinas y Estudios Sociales)
con las nuevas autoridades y que abrió las puertas a las inversiones.
Se lo debían agradecer, el capital privado regresó en gloria y majestad
a las vetas del metal rojo, tomó posesión de los teléfonos, del
gas a domicilio, del agua, un eficiente y eficaz abanico de iniciativas
desplegado en misión de ocupación y conquista, los bosques y los
mares, el espacio, una prensa en celebración permanente, un clima
de alardeo nacional en el que fueron cayendo uno tras otro los antiguos
contendores como en una verdadera trampa, reconociendo públicamente
las bondades del modelo - si para sí antes, ya no se lo habían reconocido
- al fin, mejores de lo imaginado, respetuosos de las reglas heredadas
del tiempo que el país a sangre y fuego se reinventó por completo.
Por un instante su propia imagen le pasó por la mente, sólo él sabía
como encarnaba en cuerpo y alma este proceso, como el éxito de uno
y de otro eran la misma cosa, el espíritu decantado de una obra
en marcha.
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