Presentación de tres de la tribu


Por Juan Antonio Massone

Que un Mimica invite a conocer algún libro personal es motivo de interés que se despierta en quien recibe ese gesto. La entusiasta expectativa de un lector a partir de una o varias historias goza de condiciones y de alientos comprensibles. Pero que sean tres los Mimica anfitriones, reunidos en un volumen, es asunto delicado. ¿Escriben cuentos colectivos? ¿Evocan lo mismo o se contagian astucias literarias y acaban por indiferenciarse?

Lo anterior, agravado por algo que escuché decir en una ocasión: “Los croatas siempre conciben las cosas de un modo extraño”. No doy crédito a ello, pero tampoco detento la autoridad para negar tal aseveración, pues, al oírla, me pareció menos afligida que comprobada.

Como sea que fuere, aquí estoy, con Tres de la Tribu (Pleme Ediciones, 2018). La tríada contiene los nombres de Eugenio, Guillermo y Vesna Mimica.

Si la primera condición esperable de un libro narrativo es su avivamiento de la curiosidad, compruebo que los cuentos de este volumen, cuyas extensiones son diversas, lo mismo que sus tonos, énfasis y enfoques, despiertan el deseo de saber qué ocurre en la página siguiente. Cada texto se explaya con naturalidad de historia que desea ser narrada, sin el entorpecimiento de complejidades artificiales, ni retruécanos postizos. Al cabo, los tres autores, además de ser miembros de una tribu, exhiben una voz personal que, de suyo, refrenda el placer de contar y, en uno como lector, el gozo de participar en el desarrollo de las historias.

Podríamos aseverar que las formas narrativas de este trío se avienen con la tradición de hacerlas de comienzo a fin, es decir, cultivan la linealidad de los hilos argumentales. A veces, domina la tercera persona gramatical; en otras, guía el timón, la primera.

Dos breves narraciones de Eugenio Mimica (1949) inauguran su participación en el libro. Ambas marcadas por la intensidad arrasadora de pulsiones e instintos. “Antinatura” y “El orden establecido” son nombres que, al cabo, parecen opuestos, desde sus propios bordes, cuando presentan, respectivamente, un acto humano trasgresor y una fuerza animal restauradora. Una página basta al autor, en cada caso, para resolver el enigma.

Narración fantástica es “La mascota del hostal”. El ejemplar raro, estrambótico e inquietante del lugar es el resultado de una cruza de animal e intervención genética de laboratorio. ¿Qué podría suceder al visitante desprevenido, sino el rechazo de intensa repugnancia hacia el engendro? Y es que la realidad de lo natural sufre de intervención artificiosa, diríase por el gusto de probarse el humano una conducta arbitraria, fenoménica, esperpéntica y caprichosa. Y ante ello, se rebela la aceptación y el orden de los factores que, en lo humano, altera el producto.

“Mirar más de la cuenta” expone escenas que, a poco de detenernos, son habituales. El paciente tejido de una araña y su capacidad de sobrevivir a la intromisión urbana o transeúnte. He aquí la presencia del bestiario en los cuentos de Eugenio. Mirar más de la cuenta reconoce impulsos y, también, el apresamiento de la atención. ¿Qué sucede? Consúltelo a la araña.

“No era el regalo que esperábamos” traslada a una experiencia histórica, que pudo ser cruenta y de efectos pavorosos. La narración de un yo, tan singular como colectivo, tiene asiento a fines de 1978. Una compañía de reclutas se apresta al combate. Las instrucciones, los ejercicios, el pobre avituallamiento, la enervante espera, las arengas, la inminencia de una orden marcial, todo reunido entre la expectación y el delirio del tiempo que bordea el completo vivir y la previsible muerte.

Entre urgidas circunstancias, comunicaciones intuitivas, afinidades de intención y algunas comprobaciones insólitas, transcurre “Gracias, Salazar”. “Nada, sólo eso, dele las gracias a Salazar—y colgué, soltando apresurado el teléfono, como si me quemara las manos”. (p.44) A su turno, aventura y pesadilla rigen los pormenores de “Un cambio desorbitado”.

En otro ambiente y en otro momento del tiempo, “Noche de carnaval” deja escuchar la voz adolescente, con esa mezcla de ingenuidad, necesidad de ternura y hábitos en los que se despeñan los años inexpertos y desemboca en una vida delictual. “Te adoro, fosforito veinticuatro, le dijo tiernamente entonces, caminando con resolución hacia la nada misma de la ciudad”.

“Berislav” es un nombre propio y unaforma de destino. Solitario y trabajador, el amasa fortuna que se enfrenta a un mundo hostil, donde debe someterse a las rudas condiciones ambientales, básicas, toscas, como él. El voluntarismo aflora, junto a la codicia. Nada más opuesto a la sensibilidad que, a pesar de todo, late agazapada y dispuesta al encuentro insólito con alguien.

Personajes y circunstancias, los de los cuentos de Eugenio Mimica ofrecen zonas diversas de realidades posibles, extrañas algunas, siempre a punto de un vuelco imprevisto, otras. Los personajes siguen los derroteros de sus vidas como quienes obedecen a un sino lancinante, a una cierta inevitabilidad que los conduce, laboriosamente, a su elusiva clave interior.

Directamente de la urbe moderna y de los sacudones históricos, Guillermo Mimica (1952) inicia sus narraciones en un punto de tensión y expectativa. Así, en “Algo más que impresiones”, en cuyo desarrollo interviene una mujer extranjera, Paulette, quien llega al país a hacerse cargo de un trabajo educacional. Las impresiones corren parejas con la perplejidad que la gana, mientras comienza a conocer esa lógica--es un decir—como lo es la idiosincrasia criolla.

“¿Cuándo me enamoré de ella?”, se preguntó esa tarde el anciano, apoltronado en su sillón de cuero, con la cabeza echada hacia atrás, mientras contemplaba por enésima vez el retrato que adornaba su biblioteca” (p. 81), en “El retrato de Marcos", protagonista éste en quien se desata la necesidad de perfilar sus días solitarios, en una época donde no tiene cabida, impulsado por el pertrecho de recuerdos que le ofrecen lugares y rostros, en los cuales conociera de una plenitud venida a menos que, en el presente, sólo reaniman sus preguntas y los fogonazos de la alicaída memoria.

“Ambigüedad en los cuadros” reúne dos etapas: la pretérita de la juventud y la derrengada del presente de dos amigos. El reencuentro en un café permite seguir los pasos por los meandros de la existencia de Arturo, que, a no dudar, ha devenido en un desajuste mayúsculo de su personalidad.

Otra escena urbana, tan habitual en las noticias, corresponde al cuento “Y fue su último día”. Una extensa preparación de la epifanía de la trama nos informa de existencias erigidas sobre costumbres y horarios de larga data. Los empleados de una compañía de seguridad deben enfrentar—¡oh ironía del destino!—la condición precaria de la labor que realizan. El punto culminante muestra al protagonista en un raudo monólogo en el que se sumen los pasos que diera hasta ese instante.

Similar procedimiento emplea en la historia narrativa “Dos enorme ojos de niño”. El traspaso brusco de una vida frustrada, cuyo desvío sirve de pivote para situar al protagonista en una línea de fuego. Perdida la orientación, el adolescente es atraído por las tinieblas de ambientes y de actos en los cuales se derrumban sus mejores posibilidades. Queda atrás la niñez; despierta tan sólo en el estupor de enfrentar situaciones que acaban por sobrepasarlo.

La galería de personajes que brinda Guillermo Mimica exhibe de común denominador el rasgo violento que prorrumpe en las historias. “Las dos vidas de Carla” tienen, en la noche y en el día, sus correspondientes significados. Entre hervor hormonal y el cumplimiento de su trabajo cotidiano, ella cree erigir una vida libre. Consigue lo opuesto, pues confunde los deseos con la puerta de la felicidad. Sin embargo, el principio del amanecer puede hacerse explícito sobre la base de un hecho contundente, radical, portador de veracidad que la vincule con el ser profundo que ha sido postergado.

¿Cuántas vidas y asuntos yuxtapuestos, cuántas facetas se experimentan en sólo un día? Todos comprobamos, en nuestra interioridad, la acumulación anecdótica que llega desde otros. Con más énfasis y asiduidad, la viven quienes trabajan con el ingrediente precario, súbito, alarmante de lo humano. Así, por ejemplo, los reporteros encargados de contar al auditor las novedades—lo nuevo, casi siempre, fue antes—de la conducta y de los efectos que ésta tiene en terceros. “Reportero matinal” es ilustrativo de esa obligada promiscuidad de lo externo y de la reacción íntima, que mantiene a muchos en vilo sobre el desajuste de la propia existencia, la que acaba por tornarse mecanizada, como un papel aprendido sin alma.

Las tramas narrativas de Guillermo Mimica albergan los desajustes de los individuos mayoritarios de nuestra época, tan zarandeada y carente de sustentación vigorosa. El sinsentido de la vida en estos caracteres los deja a merced de pulsiones, instintividad rala y mostrenca. Pero el cuentista salva la falencia mencionada porque goza del secreto y del pormenor que auntentifica la condición humana de los personajes.

La información acerca de Vesna Mimica es interesante; previsiblemente, omite el año de nacimiento. Grave falta para los estudiosos y bibliógrafos. Quizás tuvo razón Oreste Plath cuando advirtió que, en Chile, las escritoras no nacen. De pronto, uno las encuentra en valiosas obras publicadas e interesantes trayectorias profesionales.

De prosa ágil, encantadora, propone situaciones y personajes curiosos. Diríase que está premunida de gracia narrativa, ese gusto de compartir historias, de traducir en palabras el placer de propagar las peripecias anímicas de los caracteres. “Adelantar lo irremediable” es, de una vez, la intensificación de personalidades tan diversas como lejanas en sus orígenes, pero que, visto el peso de sus propias naturalezas, acaba por acercarlos, fatales y complementarios, hasta forjar una insospechada trayectoria. Emilio y Ana son los nombres de lo “irremediable”. El bueno para nada que es Emilio contrasta con la generosa perseverancia y laboriosidad de ella. Éste sufre de “oblomovismo”, es decir, lleva una vida superflua. Ella es trabajadora y generosa.

“Vice cornu” es una extensa narración, de la que no queremos perder nada. Comienza con una confidencia del protagonista: “Me gusta sentarme en la estación y ver pasar los trenes. Escuchar los chirridos del metal, cuando la locomotora se detiene, me calma como si mis propios pensamientos se detuvieran con ella. Mi mayor distracción es contemplar a la gente que se abraza, que corre, que se despide, que se enoja por no alcanzar un vagó después de mucho correr. Me divierto gracias a un raro don que poseo desde niño y que me permite ver el color de la energía que emanan las personas”. (p. 159)

El relato lleva lejos. Nos sitúa en la Patagonia y es el tío, el vice cornu, quien refiere a su sobrino Pedro, las mil y una vicisitudes de personajes con quienes urdió su vida y la consiguiente fama que le cuelgan. Comparecen emigrantes croatas, viajeros de largas singladuras hasta aceptar el viento austral, poniendo empeño en la construcción de poblados sobre espacios baldíos e inclementes. Y, sobre todo, dos mujeres: Liria, la sufriente y abnegada a quien la vida le propinó toda suerte de asechanzas, maltratos y desamparo; Anja, la mujer de espíritu selecto, con quien compartirá la vida el protagonista vidente, ese que ve el aura de los demás y, acaso, ya puede sentirse tranquilo desde que el talento visionario conoce de un nuevo intérprete.

Una mujer mayor es la protagonista de “Coto de caza”. Dos actitudes antónimas enfrentan a la anciana protagonista con algunos familiares cercanos. Ella es identificación significativa con un sitio, una casa, una memoria; los otros, encarnan el pragmatismo, la inmediatez codiciosa, el exitismo. En este cuento emergen esas dos maneras de vivir: ser o tener. La casa concebida como hogar o en condición de inmueble, meramente. Una es la casa y otro el acto de dar caza.

“Entre flores y drogas” se explaya la historia final del volumen. Vesna Mimica identifica una situación de discordia y de tensión. Dos mentalidades, que corresponden a jerarquías valóricas muy distantes, enfrentan a una mujer defensora de un enorme jacarandá y las flores del entorno, a despecho del negocio inmobiliario y la molestia de vecinos, más cercanos a ser funcionarios de la vida y anegados de inmediatez, que personas en quienes se reconozcan rasgos de humanidad vinculada y sensible. El administrador del edificio y un vecino ocasional completan el desfiladero por dónde camina la protagonista.

Estos argumentos narrativos de la autora tienen en la riqueza de la afectividad vivida el punto de pertenencia más importante de los personajes. Ser, parece decir, es atreverse a querer, o sea, habitar la realidad a base de vínculos que, al par, enlazan y expresan lo humano, además de confirmar la riqueza de lo existente, porque los sitios, la flora y los recuerdos son espacios donde las criaturas adquieren categoría de presencias.

He pretendido—tal vez con excesivo candor—asomar la rica variedad de este libro. La aconsejable abstención de recontar cada una de las historias se debe a dos motivos: uno, porque carezco de la más elemental destreza narrativa; dos, porque son ustedes, los lectores, los únicos encargados de emprender esta aventura que nos ofrecen los Mimica.

Los descendientes de los croatas venidos a Chile están muy bien representados en la creación de una de las facetas culturales que, más y mejor, como lo es la literatura, ha contribuido al engrandecimiento de la creatividad en nuestro país; cuya morfología de lonja empecinada en la geografía americana, donde el categórico desierto, el valle fértil, la briosa cordillera, las islas hechizadas, las gélidas tierras australes y el océano de remoto oleaje, sostienen e impulsan innumerables desafíos a quienes viven en el finis terrae;geografía sentimental en donde existe tanto dolor y no menos motivos de amar.

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Érase una vez...
141 páginas
ISBN:9789563320329
Ernesto Langer
Cuentos


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