Gabriela Mistral y su relación con algunos académicos

 

por Juan Antonio Massone

 

Sentada en la galería del teatro Municipal—según dijeron las lenguas de antes--, Lucila Godoy Alcayaga escuchó su nombre y se informó del galardón que le fuera discernido por el jurado de los Juegos Florales. Era 1914 y el mundo europeo más sabía de muertes y sufrimientos que de agasajos literarios.

Tampoco la señorita preceptora manifestaba risas y júbilos. Los 25 años de su biografía no alentaban en ella expansiones de ánimo ni representaban amigables horas cotidianas. Razones de la sinrazón: el heridor abandono paterno, la acción educativa en medios difíciles, algunos amores contrariados y la nunca cicatrizada memoria en que albergaba los lentos días de infancia y adolescencia, tan leída como cavilosa, no menos hiperestésica que cordillerana, le imponían un rictus y un alerta propio de quien viviera con más penurias que espaldarazos.

En esa primera consagración literaria, Lucila ya era Gabriela. El jurado estuvo integrado por Armando Donoso, ensayista y crítico, uno de los X; Víctor Domingo Silva, el poeta que escribiera el poema “La Huelga”, encendido orador en mítines, a quien la voz popular apodó “El león de Tarapacá”, cuyo marbete cedió a su amigo Arturo Alessandri Palma en una proclamación del candidato de la “querida chusma”. El tercer miembro del jurado fue Miguel Luis Rocuant Sir (1877-1948), ensayista y novelista, quien se incorporó en calidad de miembro numerario a la Academia en 1944.

Rocuant fue autor de algunos libros espléndidos, interesantes, de alto linaje idiomático. En la barca de Ulises, impresiones de Grecia, (1933)—libro que leí en la edición de Editorial Nascimento, 1942—expresa con afinidad espiritual y galanura el contenido de su obra. Fiesta de leer. Años antes, Las blancuras sagradas (1921), ensayos en torno de esculturas en los que hermanó conocimiento y sensibilidad estética. Su novela El crepúsculo de las catedrales (1936), cuenta una historia de amor trunco, irrealizado, a partir de Luis Alberto y de Raquel, quienes viven un mundo de formalidades y de ímpetus protagónicos, tan desacordados, así en sus personalidades como en los inexorables motivos que tejen sus conductas.

Dejemos a este escritor como el primer eslabón del vínculo habido entre Gabriela Mistral y algunos académicos.

Si concebimos esta mentada cercanía hecha de admiración y aportes bibliográficos, muy pronto nos hallaremos con Pedro Prado, ese maestro versátil del silencio caviloso, a quien le cupo el papel de presentar por escrito a nuestra Gabriela, ante la gente de letras mexicana; palabras inolvidables con las que la despidió, en 1922, en vísperas del viaje de ella. En uno de sus párrafos solicita: “No hagáis ruido en torno de ella, porque anda en batalla de sencillez”. Prado, aunque electo académico, la enfermedad le impidió incorporarse como miembro activo.

Existe un epistolario: En batalla de sencillez (1993), reúne las cartas de la Mistral dirigidas al autor de Alsino. 36 epístolas entre los años 1915-1939. Lamentablemente, no fue posible complementarlas con las misivas de él.

Un famoso recado mistraliano evoca y valora la significación y riqueza de la personalidad de Prado y de su elevada obra literaria.

En una carta, fechada el 3 de abril de 1924, le confiesa a Pedro Prado:

“La distancia aclara el ojo y apacigua la pasión. Es quizás lo más útil para adquirir la verdadera mirada que mide valores. Mi viaje me ha dejado límpida de toda limpidez, su obra y el corazón se ha llenado de una admiración, no mayor, porque ya era muy grande, pero sí más consciente, que sabe por qué admira. En algún momento de empañamiento interior, yo he mirado hacia usted como hacia un hombre cuya visión, por noble y transparente, comunica voluntad de vivir y elevación para pensar”. ( En batalla de sencillez, 1993: 113).

La tercera estación es Hernán Díaz Arrieta (Alone) (1891-1984), Premio Nacional de Literatura 1959, y autor de un libro dedicado a la escritora: Gabriela Mistral (Editorial Nascimento, 1946). Colección de artículos en los que revisa asuntos varios en torno de la poetisa. Como es de esperar, las observaciones de Alone valen en sí mismas.Sugiere, describe, dice. Bástale una línea y el matiz queda vivo. ¿Para qué mucho más? En sus páginas, se percibe el lector distinto y el contertulio atento, sagaz. La conoció y trató con interés y admiración. Se reunió con ella en varias ocasiones; suficientes para dejar constancia de una personalidad y de los acentos enfáticos de una obra que, al fin, fue la exteriorización de un modo de ser, de un modo encarnado en destino y en testimonio creativo y aleccionador que fue Gabriela Mistral.

He aquí la evocación de una escena con su anécdota correspondiente:

“Alojaba en una pensión de la calle Nataniel, una de esas casas anónimas, de sillas endebles, que se sujetan con dificultad al borde la miseria, pero consiguen, pese a todo, retener cierta apariencia. La de ella sorprendía desde el primer momento por una casi misteriosa dignidad. En aquel medio sórdido, en esas mezquinas habitaciones donde respirar causaba angustia, Gabriela imponía no se sabe qué aire como exótico de viajera disfrazada que baja inmóvil los ojos y no revela, pero está dejando adivinar su secreto. Ofrecía un asiento de bambú como un sitial, y cruzaba sobre la falda unas finas manos señoriales. Ningún sello de profesión ni de clase; la habían vaciado en un molde para ella sola. La cabellera negra le ceñía, lisa, una cabeza armoniosa; toda ella expresaba una calma un poco triste, por momentos solemne; la risa, muy fresca, muy blanca, un tanto infantil, no llegaba, sin embargo, a interesar todo el rostro; en ella había siempre algo que no sonreía, que estaba meditando y ausente. Recordamos que cierta vez cayó sobre la pequeña tertulia en torno a Gabriela un médico alto, de largas barbas propagandísticas, con una inmensa cartera de cuero. Viendo allí jóvenes, el terrible hombre sacó de la gran cartera folletos higiénicos y se puso a leerlos. No podían ser más inconvenientes ni inoportunos, delante de aquella mujer, al fin, soltera; y tan grave. Unos disimulaban la risa; otros ponían cara de furor o se echaban miradas con el rabillo del ojo. Pero nadie se atrevió a agravar la situación haciendo un comentario, y en el creciente vacío, tan notorio que hasta el maestro lector acabó por sentirlo, la expresión de Gabriela Mistral era la ausencia misma, era el silencio, la distancia. Y el respeto. No habría podido una palaciega veterana suprimir mejor a un individuo disonante, volverlo nulo sin herirle”. (1945).

En Los cuatro grandes de la literatura chilena (Zig-Zag, 1963), Alone acerca la figura y obra de Gabriela, con perspicacia y alerta a los chilenos acerca de esta sabia mujer que dejó oír su voz de siglos en magisterio probado.

El estudioso de las letras Raúl Silva Castro (1900-1970) fue más reticente en 1935, cuando publicó Estudios sobre Gabriela Mistral, precedidos de una biografía.Con todo, es innegable que, en su ingente bibliografía, ella contó con asiento y atención de nuestro académico. En efecto, una separata de los Anales de la Universidad de Chile—edición de homenaje a nuestra escritora--, da cuenta del aporte de Silva Castro. Prologó un breve Epistolario que la poetisa dirigiera al joven escritor Eugenio Labarca, cuando ella residía en Los Andes, durante los años 1915-1916. En el mismo volumen fue publicada otra de sus pesquisas: Producción de Gabriela Mistral de 1912-1918. También existe de ello tirada aparte.

En Panorama literario de Chile (Editorial Universitaria, 1961), Raúl Silva Castro aporta juicios más sólidamente fundados acerca de la obra de Gabriela.

Otro hito de la relación de la poetisa de Tala con académicos acoge el nombre de Augusto Iglesias Mascarragno (1897-1975). Miembro de número entre 1948 y 1975. Autor de una ingente bibliografía: novelas, estudios, ensayos. Libro voluminoso es el dedicado a la escritora: Gabriela Mistral y el Modernismo en Chile (1950).

La obra de Iglesias corresponde a un panorama de autores nacidos bajo el influjo modernista, con el resalte de la autora de Lagar y una generosa muestra lírica antológica de los poetas escogidos.

El filólogo y profesor don Rodolfo Oroz (1895-1997) dedicó algunos trabajos acerca de la obra de la escritora, reunidos por Alfredo Matus, en 1995, en un volumen intitulado Estudios mistralianos de Rodolfo Oroz.

La prolijidad y atención del doctor Oroz queda de manifiesto apenas nos informamos de los contenidos y perspectivas que le guiaron: La exclamación, los neologismos, el léxico, el epíteto, los números, los animales, el encabalgamiento en los versos de Desolación.

Estilística y simbología mistraliana destacan en la prolija labor del filólogo.Busca, clasifica, explica.Recorre los poemas y encuentra vetas de numerosos ejemplos con qué explicar el lenguaje, desde las funciones gramaticales tanto como de las especificaciones que sitas en los poemas.

Cierto, los presentes estudios pagan tributo a la minuciosidad, en cuyos laberintos quedamos forasteros de los hervores y andaduras de la palabra conmovida y conmovedora de lo poético. Pero es necesario reconocerles mérito de desmenuzar los contenidos y de mostrarnos los guiños, jadeos y aspectos específicos de que está tejida la lengua neta de Gabriela Mistral.

Gabriela Mistral en Antofagasta, años de forja y valentía (Editorial Nascimento, 1980) es el aporte de Mario Bahamonde (1910-1979). Nortino por todos los flancos, su morenía y gran envergadura congeniaban en un silencio de paciente observador y laboriosas pesquisas de habla y de historias. Fue correspondiente de la Academia. Cuentista, poeta, profesor, su nortinidad le llevó a preparar un diccionario de voces que viera luz en Editorial Nascimento. También le pertenecen: Derroteros y Cangallas, Ruta panamericana, El caudillo de Copiapó. Nuestro académico Osvaldo Maya escribió un cuaderno dedicado a Mario Bahamonde.

El libro se refiere al año 1911 hasta mediados del siguiente, cuando Gabriela llegase a Antofagasta a integrar el plantel del Liceo de Niñas. Sus páginas abundan en datos interesantes. Uno de ellos: fue en la ciudad nortina donde utilizó, por vez primera, el seudónimo Mistral, aunque inicialmente fue Mistraly, con y.

Una Mistral todavía más vívida proviene de los recuerdos que hacía de ella Oreste Plath (1907-1996). Cuando nuestro amigo residió en Brasil en 1943, mientras estudiaba folclor y antropología, pues fue becario, debía presentarse, con frecuencia, en la embajada de Chile. Entonces, gobernaba el Partido Radical. Como es sabido, Gabriela Mistral no gozaba de las simpatías de esa corriente política; tampoco ella manifestaba algo muy diferente en respuesta, aunque sí le animaba una gran admiración y gratitud por don Pedro Aguirre Cerda.

“No me hable de Juvenales ni de Amandas”, dijo a Oreste Plath, quien la visitaba quincenalmente en Petrópolis.

Durante aquel año mencionado—decía nuestro folclorólogo—conversaba con la Maestra acerca de Chile. Todo le interesaba: la gente, las obras publicadas, los niños, la política social y, de modo especial, el saber del Pueblo.

“Cuénteme de mi Chile”, le repetía.

Era frecuente escuchar de ella alguna queja debido a la malquerencia que experimentaba de sus connacionales. Vivía, entonces, un período de gran tribulación. Su sobrino Yin Yin, el escritor Stefan Zweig y su señora se habían suicidado.

Acompañaba la conversación con el hábito del cigarrillo. Su espíritu vivía conturbado. Noche oscura del alma. La memoria larga tanto como la más reciente se tornaban surtidor de tristezas y de heridas.

Conocedores de la cercanía del estudiante con la escritora, no faltaba en la embajada quien la remedara: “¿Y qué dicen los indiecitos?”, preguntaban a Oreste.

Ningún chileno en visita oficial, tampoco delegación alguna de nuestro país, dejaba de sentir como un derecho adquirido visitar a Gabriela Mistral. Nuestros compatriotas quizás no habían leído un verso ni un artículo de ella, pero la concebían como parte del itinerario turístico y anecdótico.

Sabedora de esa costumbre criolla de conferir trato doméstico a todo y a todos, le explicaba a Oreste:

“Los chilenos de paso por Brasil quieren visitarme. Comprenda, Oreste, que yo no dispongo de buena renta; yo no busco hacer vida social según demanda ajena, ni dispongo de medios para atender a tanta gente”.

En una ocasión, nuestro amigo recibió un encargo de la embajada chilena.

“Oreste, como usted es amigo de Gabriela Mistral, convénzala de recibir a una delegación de abogados que participará en un encuentro internacional de juristas, en Río de Janeiro”.

Viajó a Petrópolis con esa misión.

-“Maestra, le dijo, debo pedirle algo que a Ud. no le va a gustar; pero es un encargo de la embajada”.

Y le refirió el motivo.

-“¡Ay, mi amigo!, respondió ella, ¡qué difícil es agradar cuando uno se siente disgustada!”

A pesar de todo accedió.

-“Diga que esperaré a la delegación el próximo sábado a las cuatro de la tarde”.

Los abogados participaron en un almuerzo, el que, al parecer, se extendió más de lo aconsejable. Al fin, cuando llegaron a destino, lo hicieron con retraso de una y media hora. No fueron recibidos.

Roque Esteban Scarpa (1914-1995), uno de los mistralianos más señeros en Chile, publicó cinco recopilaciones de prosas, a fines de la década de los setenta y principios de la siguiente: Magisterio y Niño; Grandeza de los oficios; Gabriela piensa en…; Elogios de las cosas de la tierra; Gabriela anda por el mundo. Un sexto libro antológico, Mirar y Pensar, aunque fue entregado a la Editorial Andrés Bello, permaneció inédito.

Su labor compiladora emprendida a propósito de la prosa de Gabriela no le impidió reconocer el carácter pionero del padre Alfonso Escudero, O.S.A. (1899-1970), quien llamóla atención de los chilenos con Recados contando a Chile, en octubre de 1957, cuando aún no se acallaba el eco de las honras fúnebres tributadas a la poetisa. La compilación del agustino fue la primera en torno de la obra mistraliana dispersa en diarios, periódicos y revistas.

Scarpa preparó—con el auspicio del UNICEF—una antología de versos: EL niño en la poesía de Gabriela Mistral (1979). Sin embargo, son los ensayos Una mujer nada de tonta y La desterrada en su patria donde esclarece algunos asuntos bio-bibliográficos y resuelve enigmas literarios de la escritora.

Una mujer nada de tonta (Fondo Andrés Bello, 1976), cuyo rótulo acoge la calificación que espetó un apuesto almacenero de Los Andes cuando fue requerido su parecer acerca de la señorita profesora.

--¿Qué opina de la señorita Lucila Godoy?

--Me parece una mujer nada de tonta.

Este ensayo da a conocer los once sonetos de la muerte, y aún abre la posibilidad de incrementar el conjunto. Los pormenores de previas investigaciones, además de algunos otros habidos entre los papeles y documentos de Gabriela, depositados en la Biblioteca Nacional, le llevan a sentar tarea de filólogo.

Culmina el extenso capítulo dedicado a los sonetos con una reflexión:

“Erudito-polvo denominó Gabriela a quien revolvía papeles en busca de luz ajena en lugar de hurgarla en su propia alma. Tenía razón la erudita del amor y de los efectos de la muerte sobre los vivos que siguen amando; tenía razón la mujer que no quería saber olvidar, para conducir todo lo vivido hasta la balanza del Juicio Final de todos los nacidos. Hemos querido conocerla mejor y no nos sacudiremos este polvo de luz que ha dejado su herida sobre nuestras almas y sus dudas y resoluciones a través del conocimiento del proceso de la creación. La hemos evocado en el mismo instante en que conjuró al cacto: “Dicen que florezco. No. Es solamente que, como a Cristo, me abren de un lanzazo el costado. Las espinas me crepitan de sed al medio. Y va a ser flor este poco de sangre viva que me mancha el flanco”. Tenemos muchas flores nuevas o renovadas después de su muerte. O de su comenzar a vivir”. (p. 89)

Otro aporte interesante del ensayo es la reproducción de una segunda “Balada”—hasta entonces inédita--, habida entre los manuscritos de la autora.

Al fin, lo más interesante del libro proviene de las páginas y pasajes en los que el escritor lleva a cabo una suerte de incisiones en el espíritu de los textos mistralianos. Sin anteponerles moldes ni fijezas adventicias, la palabra de ella, que vuela, declara, rasga y conmueve, prolonga su reverberación y suelta más de un indicio que ni el entendimiento ni la sensibilidad podrían desoír.

Gabriela en matices y en facetas: poliédrica. Gabriela desatándose de nudos.

La desterrada en su patria (Editorial Nascimento, 1977) se detiene en los dos años magallánicos (1918-1920). Enviada a Punta Arenas, asume la reorganización del Liceo de Niñas.

“El Magisterio ha sido y es, en mí, una cualidad innata. Todas mis energías y aptitudes las he entregado con toda el alma a la enseñanza. La literatura no es para mí sino un lejano entretenimiento y pasatiempo. (…)

Vengo a Punta Arenas animada de fervientes deseos de proseguir mi labor de educacionista”.

Una de las iniciativas que se le deben fue su proposición de vacaciones de invierno para los estudiantes. Adujo ella motivos de clima y de bajo desempeño estudiantil en el invierno. Otro interés suyo fue el de las visitas de los niños a lugares interesantes de la ciudad y, sobre todo, a esa convivencia del educando con la naturaleza.

Sus charlas ofrecidas en distintas instituciones magallánicas constituyeron otra forma de presencia. En su caso: agitar verdades desde la palabra directa, personal, crítica y ennoblecedora.

Yo vengo a hablar por amor, antes que por ciencia, de la Enseñanza Popular y quiero dar a Uds. no un seco cuadro estadístico, sino la emoción de este problema”.

Y agrega:

“Las viejas verdades pedagógicas son como las del Evangelio: todos las conocemos, pero deben ser agitadas de cuando en cuando, para que exalten los ánimos como el flamear de lasbanderas y para renovar su generoso hervor dentro de nosotros. Verdades conocidas pero aletargadas, son verdades muertas, fardo inerte. Los maestros hemos de ser en los pueblos los renovadores del fervor, respecto de ellas. No tenemos derecho, a pesar de las indiferencias que conocemos y de las incomprensiones que nos han herido a dejar verdades que se enmohezcan en los demás. Somos los que hacemos guardia a través de los tiempos. Si no tenemos la elocuencia, tengamos la buena voluntad, ese oro de los pobres, con el cual puede hacerse tanto en el mundo!”.

Cuando festeja el nacimiento del primer liceo nocturno para mujeres en el país,no tiene inconveniente en decir su pensamiento:

Las mujeres formamos un hemisferio humano. Toda ley, todo movimiento de libertad o de cultura, nos ha dejado por largo tiempo en la sombra. Siempre hemos llegado tarde al festín del progreso, no como el invitado reacio que tarda en acudir, sino como el camarada vergonzante al que se invita con atraso y al que luego se disimula en el banquete por necio rubor. Más sabia en su inconsciencia, la naturaleza pone su luz sobre los dos flancos del planeta. Y es ley infecunda toda ley encaminada a transformar pueblos y que no toma en cuenta a las mujeres. No se crea que estoy haciendo una profesión de fe feminista. Pienso que la mujer aprende para ser más mujer. El perfeccionamiento de una especie la afina sin hacerla degenerar, cuando es bien dirigido. Así las rosas de los invernaderos son, por su delicadeza insigne, más rosas que las del campo. La mujer culta debe ser, tiene que ser, por lo tanto, más madre que la ignorante. A la fuerza del instinto suma la fuerza enorme del espíritu; agranda su alma ara el amor de los suyos, adquiere armas nuevas para defenderlo de la vida; ella enciende su lámpara para alumbrar por el camino, más que el propio paso, el de los seres de su carne. Y si la instrucción femenina no para en esta flor de perfección, será, incuestionablemente, que fue mal dada o mal recibida. Si en vez de dar sencillez, da petulancia e que fue cultura epidérmica y e remedio no es suprimirla, es ahondarla, es cavarla incansablemente…” (p. 148)

Las tareas pedagógicas y las administrativas no le impidieron escribir muchos de los textos que, años después, se conocerían en Desolación, de todo lo cual se deja constancia en la obra en comento. Gabriela Mistral colaboró en revista Mireya y en diarios locales.

Como sabemos, ella escribió miles de cartas. Su epistolafilia—si se acepta el neologismo—está probada, y con creces. Eduardo Barrios, Alfonso Reyes, Matilde Ladrón de Guevara, Eugenio Labarca, Pedro Prado, Radomiro Tomic, Eduardo Frei Montalva, Joaquín García Monge, Hernán Díaz Arrieta y tantos más fueron sus destinatarios. En La Desterrada en su patria se publican seis epístolas a Roque Esteban Scarpa.

El poeta, ensayista y autor de un famoso Diario personal, quefuera Luis Oyarzún Peña (1920-1972), dedicó textos muy profundos y brillantes a la persona y a la obra de la poetisa. En Temas de la cultura chilena (Editorial Universitaria, 1967), el escritor incluye: “Gabriela Mistral en su poesía”; “El sentimiento americano en Gabriela Mistral”; Gabriela Mistral, poesía perenne” y dos discursos en honor de ella.

Fallecido apenas empinaba la madurez adulta—motivo que llevó a Alone a declarar: “es de las muertes que avergüenza de sobrevivir”--, Oyarzún tuvo el don de ver con sensibilidad y de traducir esa experiencia a base de un idioma que le obedecía a su necesidad de expresar y de ponderarlos pliegues significativos de un mensaje artístico. Al leer se daba por aludido de esa unidad transformada y transformadora que alberga el alma de una obra verdadera.

Recibió dos encargos en momentos señeros de la Mistral. El primero, cuando pronunció el discurso de ofrecimiento del grado Doctor Honoris Causa que le confirió la Universidad de Chile, durante la última visita que ella hiciera a Chile, en septiembre de 1954.

Palabras de despedida, en representación de los intelectuales chilenos, en el Cementerio General de Santiago, el 21 de enero de 1957, fue la segunda oportunidad de intervenir a propósito de ella.

A este último pertenecen las siguientes consideraciones:

“A menudo se olvida que para amar aun la más insignificante florecilla es necesario amar también la eternidad. Entre los extremos, la vida humana pugna por hacerse fecunda y lo es, en medio de sus conflictos, sólo en la medida en que podamos, siquiera un instante, como esta mujer combatida por sí misma, abrir las manos y recibir lo que nos es donado. Porque llegó hasta lo más hondo de sí, pudo Gabriela Mistral amar tanto a los seres y olvidarse, en ese privilegiado trance, de sí. En esta época en que el amor y la solidaridad entre los hombres suelen convertirse en oratoria, ese ejercicio interior que ella nos lega es un ejemplo. Más que un ejemplo, un destino”.

En otro párrafo asevera:

“El poeta llega a suprimir las distancias que aíslan a los hombres. Aun sin proponérselo, él promueve esa comunicación entre los seres que la vida, hasta en sus momentos más altos, nos niega. Gabriela Mistral nos hizo sentir desde niños nuestro parentesco con tanta cosa de nuestra tierra que sin ella nos hubiera sido extraña. No sólo el viento, las selvas y las serranías afiladas de Chile y de América. También el sufrimiento y la pasión, las alegrías y los juegos de nuestros hermanos y, sobre todo, nos dio, sonriente o triste, el torbellino de sí misma. Nos dio esa cosa difícil entre todas: nos dio acceso a la soledad entrañable del ser que vive, triunfante a veces, a veces derrotado, en la experiencia siempre nueva, en la experiencia eterna de vivir. Ahora ella nos deja y sentimos mucho más que la pérdida de algo precioso del mundo. Sentimos que se cierran para siempre unos ojos que nos abrían el mundo y nos lo daban, algo de nuestros propios ojos”.

Y culmina:

“En verdad, no nos deja. ¡Cómo podría dejarnos quien nos dio tanto! Está con nosotros y estará con nuestros hijos. Sus palabras modificaron nuestro idioma y cambiaron el orden de nuestro corazón”.

En otra estación de este viaje, encontramos a Alfonso Calderón (1930-2009), poeta, diarista, antólogo y ensayista. Publicó dos volúmenes de prosas mistralianas. El primero de ellos intitulado Materias (Editorial Universitaria, 1978), en cuyas páginas conviven recados y artículos acerca de lugares, personas, materias y otras variedades.

Croquis mexicanos (Editorial Nascimento, 1979), conjunto de textos en los que la autora revisa y valora a personas, cultura y paisaje, con esa sobreabundancia alusiva y congregante de mil y una faceta, con que su palabra abre los fuegos, enaltece las cualidades y deja en claro sus preferencias y sus repulsas. Sobre todo, es perceptible el conocimiento de la idiosincrasia de esta “raza” latinoamericana, como decía ella.

A Alfonso Calderón, hombre de letraspor excelencia, le hubiese sido imposible no ocuparse de Gabriela Mistral. También publicó una antología de poemas de la autora.

Con ocasión del centenario del nacimiento de la escritora, la Academia celebró en Vicuña, el 7 de abril de 1989, la primera junta pública y solemne fuera de Santiago. Roque Esteban Scarpa, entonces director de nuestra corporación, afirmó que se trataba de una ceremonia especialísima para borrar el olvido en que se le tuviera a Gabriela Mistral, de parte de nuestra entidad. Y agregó: “…la Academia Chilena, la hace suya, y para anudar y trabar la comunidad de ideales y la continuidad de la tarea, la proclama eta noche y bajo la memoria de estas mismas estrellas que la miraron niña, adolescente y que la guardan vigilantemente en sus cenizas, que la eligen, no sujeta a tiempo sino a eternidad, Académico de Número de la Academia Chilena de la Lengua”.

La mentada intervención de Scarpa, fue seguida de los aportes de Alfonso Calderón: “El valle de Elqui: espacio sagrado de Gabriela Mistral”; Carlos Ruiz Tagle (1932-1991) y su cuento “Petronila” que comienza así: “Usted, doña Petronila, sí que la hizo grande. Y, como si fuera poco, la hizo con esos lindísimos ojos verdes”.

Posteriormente, se publicó un libro de aquella reunión, intitulado: Por la tierra en flor (1990), cuyas páginas albergaron la participación de los académicos mencionados, amén de una breve antología de versos mistralianos, el aporte de monseñor Bernardino Piñera y una entrevista a doña Isolina Barraza, contemporánea de la poetisa, a cargo de Pedro Pablo Zegers, en el presente Director de la Biblioteca Nacional.

Maximino Fernández Fraile (1934) ha sido un paciente trabajador en torno de las letras chilenas. Sus numerosos estudiospublicados en revistas, los reunió en libros temáticos, en los cuales la obra de la autora recibe una invariable y admirativa preferencia. Así en Grandes momentos de la Literatura Chilena n° 3 (UMCE, 2004); Poemas y Poemarios:aproximaciones (UMCE, 2008); La cordillera en la Literatura Chilena (UMCE, 2010) contienen capítulos mistralianos.

Nuestro colega académico practicó el montañismo durante muchos años; he ahí uno de los motivos del entusiasmo en rastrear la presencia andina en la obra de numerosos escritores chilenos, entre quienes destaca la autora de Ternura.

Pero hay más. Publicó dos interesantes biografías: Gabriela Mistral: vida y obra (1980); Gabriela Mistral: mujer y maestra (Editorial Edebé, 1989). Pero es en el volumen Gabriela Mistral: diez acercamientos (Ediciones de Jaime Ferrer Mir, 2014), donde destaca facetas de considerable importancia, así en la biografía como en la escritura de la poetisa.

Hay en Maximino Fernández un biógrafo, un docente y un lector agradecido, cualidades que nutren a sus obras. Estas no alardean de metalenguajes, porque antes las gobierna un propósito de servicio al lector, en lugar de escabullir, so pretexto de dudosas sabidurías, el espíritu que alienta en la letra poética.

Desde luego, en su Historia de la Literatura Chilena (Editorial edebé, 2001) dedica páginas y atención especial a justipreciar el significado y alcance de la obra mistraliana.

Cedomil Goic, Gonzalo Rojas, Mauricio Ostria, Adriana Valdés y Mario Rodríguez aportan sus enfoques e intereses culturales en torno de la escritura de nuestra autora. Cedomil Goic, coordinador de Antología Gabriela Mistral en verso y prosa (RAE; ASALE, 2010), escribe la nota introductoria, así también la explicativa de los textos seleccionados, una bibliografía y, en colaboración, el glosario e índice onomástico; Gonzalo Rojas declara su devota admiración por Gabriela; Mauricio Ostria se refiere al libro Ternura, explayándose a propósito del riquísimo contenido y espíritu que anima los textos. Uno de los aspectos más relevantes consiste en aquello de que fue un libro que se fue escribiendo y reescribiendo;Adriana Valdés ofrece su ensayo acerca de Tala, libro de 1938. Su reflexión enfatiza el sentimiento de pérdida del Valle de Elqui y de Dios habido en esos poemas, la lenta reconstrucción a partir de los viajes y lentos vislumbres de otros asideros, el carácter ubicuo de la voz poética mistraliana y la fuente que significa e importa a la reflexión contemporánea acerca de variados asuntos de priva estos años. Mario Rodríguez Fernández se refiere al contraste de la lengua de Gabriela en relación de otros autores vanguardistas. Su estudio recala en Lagar I y II, también en Almácigo, obras las últimas dos de carácter póstumo.

¿Cuántos escritos de otros académicos integran mi involuntario elenco del olvido? Sospéchese de esta falencia personal, más haraganería que mala intención.

A este viaje de recuerdo y de recuento debo agregar que, en 1992, perpetré una breve antología de prosa mistraliana, intitulada Pasiones del vivir (Editorial Los Andes). Y sí; porque intensidad y convencimiento tuvieron en ella las conjugaciones de algunos verbos fecundos, de cuyos actos salimos enriquecidos con una palabra maciza, enjundiosa, magistral, estética, de tonalidad severa y tierna, tan americana como universal, pues cuando dice arena escuchamos los pasos que dejara en las orillas; aún su mirada verde dilata horizontes; cuando dice infancia entonces los corros señalan el carácter sagrado de la vida; cuando dice mujer, se conmueve la cordillera y queda avergonzado el mal social y la injusticia, al fin y al cabo, corruptelas del alma; cuando dice Chile, se siente la piedra, el paisaje de las “patrias chicas”, y con carácter inolvidable el valle de Elqui conformado de “cien montañas o son más”; en fin, cuando dice papaya, cervatillo, oficio de las manos, las criaturas alzan la agraciada piel y el trémulo gesto como un salutación al Creador.

 

 

 
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