Literatura, Subjetividad, Silencio

por Víctor Bórquez Núñez *

 

No puede dejar de recordarse aquella maravillosa reflexión de Susan Sontag cuando a propósito del silencio decía que “hablar del silencio desde la estética, entraña una paradoja: ―el silencio no existe, en un sentido literal, como experiencia del público” (Sontag, 1984:17).

Y gran parte de la literatura contemporánea, sobre todo a partir de las búsquedas exhaustivas de los escritores existencialistas, ha venido entregando aportes de gran calado significativo respecto del tema del silencio absoluto en la literatura.

Puede asegurarse, por ejemplo, que el silencio se manifiesta en el blanco de la página: allí donde no existe nada escrito se funda un mundo de palabras en silencio y a partir de lo cual comienza a surgir otro espacio, el temporal. ¿Hasta qué punto soportaremos ese silencio, esa ausencia de lo escritural, para continuar con nuestra búsqueda estética?

Autores de las más diversas sensibilidades y estilos han venido planteando que no hay poesía que no sea un fluir de palabras y silencios, una búsqueda rítmica.

Conviene por cierto distinguir que entre el silencio digámoslo estético y el enmudecimiento existe una diferencia enorme, que cruza y se encarna en un tema también magnífico dentro del ámbito escritural. Un tema es el silencio de los autores, el elogio a la página en blanco que alguna vez expresara Stéphane Mallarmé en sus estudios acerca de la tipografía y la poética y una muy diferente, por cierto, es el enmudecimiento, el desgarro de la censura y el reino de la precariedad creativa.

Toda obra literaria supone un proceso de subjetivación, que se constituye precisamente en el eje de la producción de cualquier obra de arte.

Y así como todas las piezas se conforman sobre la base y la dialéctica de la subjetividad, el propio sujeto se constituye –también- como parte sustantiva de la obra que se construye y modela.

Y es precisamente en esta relación entre lo que se denomina realidad (el texto) e interioridad (el sujeto) donde se afinca el mundo de la creación literaria, en el que los silencios y los desgarros conforman su eje y motor particular.Es aquí, pues, donde entra ese juego maravilloso que plantea todas obra de arte (y la subjetivación): lo que Foucault diría una "tecnología del yo" y que deviene en la intervención misma del material.

Abundante literatura y ensayos han corrido desde que se trata de entender el origen que presenta el tema de la subjetivación, donde cada autor se pregunta acerca de la posibilidad de entender el origen de la humanidad a partir del origen de la consciencia, es decir, uno mismo en el otro.

Así entonces, el proceso de construcción de una obra es siempre el cruce maravilloso de la subjetividad con la búsqueda del silencio primigenio, arrebatado alguna vez de ese tiempo primordial del que nos hablaba Mircea Eliade.

Recordemos que desde el mismo relato bíblico, el ser se separa del paraíso cuando subvierte ese mundo donde todo está en silencio y armonía al descubrir que el yo es otro y, por tanto, aparece la palabra diferenciadora.

Desde ese corte o transgresión -el pecado-, y la expulsión de los seres primigenios, toda la literatura es acaso una búsqueda de ese silencio creativo, esa subjetividad inspiradora donde la verdadera libertad radica en la opción de desarticular el mundo e instalar lo que conoceremos como realidad.

Llegamos entonces al punto en que deberemos concordar en que toda creación literaria es una configuración de mundos, una percepción de dicho mundo (o mundos), ergo, alteridad donde el proceso central que lo articula es el de la subjetividad y por lo mismo, coincidamos en que toda obra de arte ideal es una obra de arte incesante, continua, que es producto de un instante de creación, un momento específico y único del artista que ha decidido rebelarse en contra del silencio y empezar a gritar desde su interioridad más plena.

 

* Víctor Bórquez Núñez, periodista, escritor. Director de Vinculación y Comunicaciones de la Universidad de Antofagasta.

 
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