¿LITERATURA & PSICOANÁLISIS?

por Carlos De los Ríos Möller (Médico-Psicoanalista)*

 

El presente trabajo, intenta ser una reflexión sobre el posible enlace entre estas dos disciplinas: Literatura y Psicoanálisis, pero ya no como una aseveración tajante sino como una interrogación.

En lo personal, como psicoterapeuta por un lado, y ya incorporado a un grupo denominado círculo de escritores por otra parte completamente involuntaria -ya que se debe a invitaciones de personas que se definen como escritores o personas con amor hacia la creación literaria-, son quienes han hecho posible este encuentro.

Lo interesante, y dejando de lado todo tipo deinsignia simbólica, real o imaginaria, es que me he tenido que mover en dos campos letrados que están circunscritos en los dos saberesque convocan a estas jornadas el día de hoy al menos.

Este desdoblamiento, que no llega a un estado de des-realización, permite transitar por un espacio intermedio, intersubjetivo del área del inconsciente y la posibilidad de producir algún objeto estético marcado por el peso de la letra.

Dicha producción va desde pequeños ensayos donde se cruzan la historia del psicoanálisis y de la psiquiatría con la historia del arte en general. Por ende, la literatura, sobre todo la parte poética y antipoética, la dramaturgia y la plástica, ha tenido y ocupado un espacio relevante en aquellos.

Este artepoético, permite, efectivamente, esa conciliación entre el Principio de Realidad y la dinámica del deseo.

El amor al arte permite profundizar la pregunta por el deseo; ya no solamente en la limitada conclusión de la sublimación, tan repetida por los que están al margen del estatuto de la creación.

Recordemos, una vez más, la ventaja de los poetas y artistas en este sentido, ya advertida por Freud y Lacan, para no caer en el inhibido y resentido discurso de los críticos de arte y de literatura.

Si el neurótico oculta sus fantasías por vergüenza, el literato utiliza dichas fantasías como restos diurnos para echar a volar la asociación libre a través del proceso imaginativo. Si graficamos la neurosis obsesiva a través del clásico Kafka, arribamos a un mundo en que el permanente juicio imaginario sobre el protagonista da cuenta de la trágica situación de un deseo con tendencia a la postergación, la duda y la auto-anulación.

En el campo de las psicosis, el texto de Ulisses, de James Joyce, pasa a ser una referencia casi obligada para entender lo que significa la imposición del lenguaje. Un lenguaje paralelo entre un delirio súper-estructural y un pequeño automatismo mental representado en las alucinaciones auditivas o verbales.

La palabra escrita, en este sentido, pretende suturar, hacer un anudamiento de este tormento real que implica estar a merced de un Gran Otro que invade al sujeto.

Si el lenguaje es el jinete del pensamiento, la paulatina disgregación e intermitencias del ritmo del texto escrito, dan cuenta de esta falla de lo simbólico.

El territorio del personaje en cuestión toca algo de la historia del escritor. Para la investigación psicoanalítica esto es una obviedad, pero siempre leída a posteriori, no en el momento presente del aquí y el ahora. Sin embargo, esto no le importa al literato, es más bien una sensación de intrusión, de agresión a su subjetividad creativa.

Está claro que todo elemento de creación literaria remite a la historia personal del escritor, al país de su infancia como diría Cortázar; si no, ¿de dónde sacar el material de creación?

Al igual que los restos diurnos son el socio capitalista para la elaboración de la actividad onírica, la historia biográfica es el material en bruto a ser elaborado, o reelaborado, para elevarlo a la condición de objeto estético. Que tape el horror de la castración o el agujero de lo real, ya se verá; pero el acto creativo siempre está unido a la noción de lo bello, lo placentero para el observador y un lector disponible.

Al revisar varios autores del campo literario, lo que más me llama la atención es la posibilidad de jugar con varios roles, varios personajes que habitan en la cabeza de estos escritores. Pasan a ser tantos, que ya podemos hablar de arquetipos por su condición de repetición y estereotipia. Basta ver y leer los famosos heterónimos de Fernando Pessoa para darse cuenta de la capacidad inventiva y fantástica de estos personajes. Si lo vemos desde la frialdad psicoanalítica, habría que decir que estamos en presencia de identificaciones masivas en estructuras pre-psicóticas, cuya capacidad de simbolización logra establecer un cuarto nudo que representa el nombre del padre y que permite mantener anudados los tres registros o redondeles de los imaginario, simbólico y real.

Pero, curiosamente, si respondemos con la misma lógica y materialidad significante, el psicoanálisis puede derivar a un esquizoanálisis; por ende, el representarse como psicoanalista, su ego también puede hacer de un sinthome o cuarto nudo, para tener amarrados o juntos los tres registros. Si hacer-se un nombre como escritor, el caso Joyce por ejemplo, también hacer-se psicoanalistano excluye la posibilidad de un brote o desencadenamiento psicótico. Es desde esta posición que me ha parecido interesante e ilustradora la perspectiva de una Julia Kristeva en este campo que hacepunto de sutura al psicoanálisis con la literatura. Incluso el semantanálisis, de ella, permite una aproximación entre el sentido y sinsentido de todo este campo bañado por el lenguaje, ubicando a la literatura “como pensamiento de lo imposible” o como “a-pensamiento”, sobre todo lo que significó la revolución surrealista como una revolución del pensamiento, para ir más allá de una metafísica y poder abrir una brecha en el campo de lo cotidiano-social.

La disección de los textos o narrativas de connotados autores del campo literario, sobre todo francés, por parte de Kristeva, permite interrogar y sacarle más jugo al texto para relacionar al personaje literario con el ser real de carne y hueso. Esta autora se acerca más a la condición posmoderna actual, que derriba más radicalmentelos grandes mega-relatos literarios. Ya que, efectivamente, en esta era virtual, individualista, borderline, de calentamiento global del planeta y conmarca de la exclusión del semejante, hablar de literatura se ha convertido en sinónimo de antropología, de lo específicamente humano que va quedando en esta era post-humana de este “Mundo Feliz”.

El espacio de creación literaria permite un reagrupamiento del sí-mismo disperso en esta fase superior de la acumulación de mercancías, para llegar cada vez a un sujeto y un mundo desechables. La literatura permite asumir una posición identitaria local con efectos en lo global.

Quien se haya sumergido en la literatura rusa, por ejemplo, entenderá muy bien el sentido trágico de un eterno retorno y fragmentación de lo que antes estaba unido fálicamente. Dostoievsky, Tostoi y Chejov, son nombre claves para entender el código cultural ruso.

Si nos referimos a nuestro país, notamos cómo, de alguna u otra forma, la poesía ha tenido que llevar la batuta de la metáfora a un país que durante mucho tiempo cercenó y quemó literalmente a la literatura.

Los espacios de creación literaria y artística se han convertido en espacios libertarios para asumir la subjetividad en una intersubjetividad que se opone a la muerte y homologación del pensamiento único.

La literatura permite graficar y representar un espacio de ficción con consecuencias reales en los seres humanos. Por lo tanto, el texto o imagen literaria, aporta al psicoanálisis la posibilidad de imaginarizar lo que puede advenir como una posibilidad; y estar advertido de la repetición compulsiva de más de lo mismo como una marca transgeneracional.

El psicoanálisis está en deuda permanente con la literatura, con la sinceridad del escritor y de los pacientes que, por el hecho de dar cuenta de su historia biopatográfica, se salvaron del agujero mortífero de la locura personal y del sin sentido. Desde el clásico de Rimbaud, “yo es otro”, hasta “Borges y yo”, el artista -cual chamán- entra en estado disociativo para lograr parirel texto o el cuadro expresivo a través de sus compulsivos trazos y colores.

Escribe magistralmente Jorge Luis Borges, al respecto, en su texto de El Hacedor, de 1960:

“Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, las etimologías, la tipografía del siglo XVIII, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un autor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.

No sé cuál de los dos escribe esta página” .

Toda esta auto-descripción de la escisión delyo del escritor argentino, plantea el tema de la división subjetiva, tan importante para la apertura del inconsciente.

Podemos tomar otros ejemplos de escritores como especie de viñeta, que permiten comprobar el aporte de la literatura en el cruzamiento con el psicoanálisis.

En André Gide, el desdoblamiento de tal oscilación va de “el niño que se divierte tiene como doble al pastor protestante que lo fastidia”. O, en el caso de Genet, su yo bipolar “une el diamante solitario, duro, incorruptible, con su contrario, la podredumbre, corrompida y corruptora”.

Es, desde esta visión, que podemos entender y entrar a identificar la necesidad de los heterónimos, como una posibilidad de desplazamiento desde la novela familiar al teatro privado del neurótico.

Se trata de poner en escena, cual obra de teatro cuyo guión inconsciente el dramaturgo tiene que producir y el psicoanalista interpretar, para que se abran más escenas y escenarios guiados por un lento, profundo y razonado desarreglos de los sentidos, de la conciencia y la racionalidad habitual.

Le doy la palabra, ahora, a Fernando Pessoa, uno de los maestros de esta posibilidad de desdoblamiento permanente en que se convierte el trabajo literario, al bucear en sí mismo. Dice, Pessoa, lo siguiente en relación al punto que estamos abordando: “El arte consiste en hacer sentir a otros lo que nosotros sentimos, en liberarlos de sí mismos, proponiéndoles nuestra personalidad mediante esa especial liberación. Lo que siento, la verdadera sustancia con que siento, absolutamente incomunicable; y cuando profundamente lo siento, tanto más incomunicable resulta. Por lo tanto, para que yo pueda transmitir a otro mis emociones, tengo que traducirlas a su lenguaje, o sea, decir tales cosas como siendo las que realmente siento, de modo que él, leyéndolas, las viva exactamente como suyas. Y como ese otro es, por hipótesis de arte, no esta ni aquella persona, sino toda la gente, o sea ese prototipo que es común a todos, lo que, finalmente, tengo que hacer es convertir mis sentimientos en un sentimiento humano típico, aunque para ello deba pervertir la verdadera naturaleza de aquello que sentí”.

Esta confesión del escritor portugués, permite arribar a la noción de “creíble” aquello que pueda conmocionar al lector o espectador; de lo contrario no es arte, sino un simulacro o cualquier cosa, pero no literatura.

Por tanto, el acto subjetivo literario permite un efecto de identificación con el personaje o protagonista; por ende, toca un punto de la historia del otro, de su fantasma, de su sombra del inconsciente y permite el proceso de catarsis de los afectos reprimidos.

Aquí, en este punto, ya se anuda el campo del arte y del psicoanálisis. La necesidad de un diálogo permanentepara que se enriquezcala cultura psicoanalítica y arribemos a un bienestar en la cultura a través del acto artístico en general.

 

A modo de conclusión

Reconociéndose Freud como “un hombre de letras”, creo que el sujeto de la creación logra poner en evidencia lo que la clínica nos demuestra en la escucha analítica.

Tenemos, lo inconsciente como una estructura de lenguaje, del habla-ser.

Hablar o escribir, para separarnos de la cosa.

La estructura neurótica, tuvo su juicio de afirmación primordial; por ende, el mecanismo de la represión implica que algo quedó dentro de la subjetividad del aparato psíquico.

La ventaja del sujeto de la creación, le permite al psicoanálisis confirmar e ilustrar “lo inconsciente”.

La temporalidad entendida como lógica, se manifiesta en retroacción para entender la construcción de la subjetividad del analizante.

Una construcciónen el dispositivo analítico para “recordar, repetir y elaborar”, lo que en el presente se actualiza del pasado.

Acercar al pasado a través del mito, la novela familiar o los objetos de la creación.

A los escritores latinoamericanos, en la llamada época del “boom”, cuando fuerona Europa para “aprender del surrealismo”, tuvieron un encuentro fallido ya que muchos de los postulados del “azar objetivo” y la comunicación tipo “vasos comunicantes” entre lo inconsciente y lo consciente, se presentaba en forma “cotidiana” en Latinoamérica, sobre todo en el área del Caribe. Lo sorprendente e imprevisto era una constante.Lo latinoamericano, es una preocupación permanente acerca del sentido de pertenencia, la mezcla entre lo español con lo indígena. Las alturas de Macchu Picchu, como hallazgo antropológico-histórico, coinciden con la publicación de la interpretación de los sueñosde Freud (hace casi cien años).

La historia de nuestro continente con “sus venas abiertas”, da cuenta del permanente “corte de cabeza” de la autoridad. Pulsión acéfala, para entender “el mito del buen salvaje” y la constante irrupción de la irracionalidad.

En “El Reino de este Mundo”, Alejo Carpentier, señala un aspecto que tiene que ver con lo literario como ficción, pero que hace patente una subjetividad que permita reconocer los significantes culturales circulando en un malestar de un eterno retorno de lo reprimido.

Señala Carpentier lo siguiente: “....El hombre nunca sabe para quien padece y espera. Padece y espera y trabaja para gente que nunca conocerá. Y que a su vez padecerán y esperarán, y trabajarán para otros que tampoco serán felices, pues el hombre ansía siempre una felicidad situada más allá de la porción que le es otorgada...”.

Efectivamente, como conclusión final, debemos arreglárnoslas con el deseo en “El reino de este mundo”, cada uno descifrando los jeroglíficos del inconsciente y deletreando las estrellas para hacerlo más soportable y vivible.

 

 

* EL AUTOR: Carlos De los Ríos Möller, es Médico-Psiquiatra y escritor, domiciliado en Viña del Mar (n.1960), que apareció públicamente en el recordado periódico La Época con notables artículos sobre Surrealismo. Tiene, además, un intenso currículo como artista visual (film: Pintando la Esperanza, Venezuela, 1982), dibujos para Amnistía Internacional, curador de exposiciones “artebruto” en Chile, autor del corto metraje “Ven-topía” y otras acciones creativas artísticas. Como profesional médico, ha publicado: Psiquiatría & Surrealismo (4 ediciones), Clínica del Arte (3 ediciones), Psicoterapia, género y literatura, La flor en el barro (Psicoterapia & Budismo), Ven.topía I y II, El camino del Mandala, Valtopía, Psicoarte, El Camino de Jung.

 

 

 
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