La yegua, El apocalipsis y el corazón del poeta

 

 

por Víctor Bórquez Núñez

Con estos fragmentos he soportado mis ruinas

T.S. Eliot


Pocas veces se logra una conjunción tan virtuosa entre el mundo de las imágenes en movimiento con la literatura que devela, como en el magnífico documental “Lemebel”, de la realizadora Joanna Reposi. En este caso, después de ver el filme -notable en su acercamiento íntimo a un autor fundamental-, más de un espectador siente el ansia por conocer o reconocer el universo literario tan frondoso como demoledor de prejuicios que caracterizó a Pedro Lemebel.

El documental “Lemebel” ha sido reconocido tempranamente, alzándose ganador de importantes premios y reconocimientos, entre ellos el Teddy Award al Mejor Documental en el Festival Internacional de Cine de Berlín (Berlinale 2019), First Cut Award, en el Festival Internacional de Documentales de Santiago 2017, Premio del público Alphapanda, Docs in Progress, Visions Du Réel 2017 y Premio Sonamos, Work in Progress, Conecta 2017.

¿Qué conecta de inmediato a los espectadores con el mundo de un autor como Lemebel? El que sea una pieza fílmica que no pretende entregar la mirada definitiva sobre el creador de “Zanjón de la aguada”, “Poco hombre, crónicas” o “Tengo miedo, torero”, entre otras notables obras. Es un acercamiento, una mirada, una pieza fílmica que no tiene pretensiones de crear un rostro definitivo de Pedro Lemebel: intuye desde el inicio que el creador es un ser que posee miles de rostros (máscaras) y que lo que vemos es, con suerte, una o dos de ellas.

La dirección de Joanna Reposi es magistral porque se acerca –nunca mejor expresado el término- a este escritor cuando está a las puertas de la muerte, siguiéndolo en un camino de recuerdos, redescubrimiento de fotografías, lugares y personas que tuvieron algo que decir en su vida, donde la figura de Violeta, su madre, resalta y se pega en una de las secuencias más logradas del documental, aquélla en que un Lemebel (aparentemente) despojado de su máscara de escritor maldito y condenado, se emociona, se quiebra y simplemente expresa; “mamita” ante la diapositiva que cubre la pared de lo que fue su habitación.

En un alarde de montaje, la realizadora se aproxima a ese Pedro de la sordidez cotidiana, ése de los garabatos filudos y las obscenidades creativas, que crea y remece el mundillo literario nacional con su celebrada y reconocida literatura marginal, el Pedro que formó el colectivo Las Yeguas del Apocalipsis, junto a Francisco Casas, y que durante la dictadura se montó encima de un caballo mostrando su desnudez y que se hizo una corona con jeringas en plena locura del SIDA (esa enfermedad creada por los gringos, en sus palabras) y que siempre fue nuestra Frida Kahlo, medio mapuche, pero Frida al fin y al cabo.

Un Pedro Lemebel que jugó siempre con el fuego y creó las performances más locas e hilarantes en una época de pura violencia desatada y sombras más que tenebrosas. El mismo que en la Universidad Arcis fue sacado a patadas, tras besar en la boca a Joan Manuel Serrat.

Lo que maravilla de “Lemebel” es que no se trata de un biopic, es decir, no es un registro biográfico estricto ni nada que se le parezca. Por suerte no hay indicaciones de fechas, ni personas que hablen de él y de su literatura esencial. Muy por el contrario, es un registro que se va armando de a poco, con la mirada de la subjetividad, cargado de imágenes entrelazadas, sin orden aparente, salvo el de los recuerdos, donde vemos a un Lemebel en estado de gracia y adolescente y que va trasmutando en el personaje que sueña con la izquierda que lo rechaza por homosexual y que cobra fuerzas para militar desde la performance y la literatura.

Como bien lo dice (y lo repite el propio Lemebel), es un trabajo de mostrar parte de su mundo marginal, donde predomina lo no expresado, lo oculto de ser un maricón en el Chile de la dictadura y para colmo, pobre.

¿Algo que agradecer a Joanna Reposi?

Desde luego, que nos sumerja en el mundo según Lemebel, con cero morbos en ese acercamiento, que solamente muestra, sugiere y provoca desde la propia textura de lo fílmico, sin dejar en ningún instante que se desborde su punto de vista.

Ella está allí para acompañarnos en los últimos ocho años de Pedro, antes de sucumbir al cáncer. Antes de asumir que era una leyenda ya en vida.

“Lemebel” es, entonces un tejido que permite conocer detalles que marcaron la existencia de este infatigable creador, un artista y activista que acá se muestra a ratos radical, crudo, al borde de lo vulgar y siempre brillante en su lucidez. Un Pedro que no necesita de artilugios para molestar, exacerbar, remecer. Y que siempre escribe, porque –él lo dice- siempre está escribiendo, “y los que escribimos sabemos que es así, es una rueda que no se detiene…”.

Grande en su factura, necesaria en su visionado, este “Lemebel” debe ser un magnífico acicate para acercarnos a una obra que cada vez que se lee, resulta más necesaria, más auténtica y absolutamente oportuna para estos tiempos que corren.

 

 


 
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