Diálogo de tigres, de Lilian Elphick |
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Diálogo de tigres I En el bosque de los desprotegidos, dos tigres se encuentran y, como si el agua les bebiera las palabras, se miran. En los ojos de uno se reflejan los del otro. Cuatro soles en la oscuridad, y una distancia enorme que los separa. Ellos lo saben. Conocen los espejismos, los inextricables paisajes de la nada en donde pueden saltar en la agilidad del viento. Pequeños gruñidos quiebran el silencio. El acto de reconocerse entra por sus narices y sale por las alas del pájaro sin nombre. El acercamiento es cauteloso: hay demasiadas historias en cada una de sus rayas y un territorio que defender. Pero se encuentran, y los dos están tan cerca que sus orejas se crispan con los latidos y el ensanche de las venas que permite que la sangre corra ferozmente, sin detenerse ni un segundo, abriéndose a la respiración y al acecho. Tengo
hambre —dice uno. Se matan en un combate limpio y digno del más solitario de los recuerdos.
Diálogo de tigres II Dos tigres salen a cazar. Una va al sur; el otro, al norte. Al final del día, se encuentran. Estás
herido. El
silencio se instala, dividiéndolos. Se miran, y comprenden.
Diálogo de tigres III Luego de caminar por las extensas planicies de la escritura, los tigres llegan al río del silencio. Ahí se bañan y olvidan que están hechos de tiempo y de sangre. A sus pieles mojadas se adhiere la palabra “pez”. La tigresa puede nadar debajo del agua a gran velocidad; el tigre da brincos contra la corriente. Juegan a acariciar burbujas. ¿A
quién le contaremos nuestra historia? —pregunta ella. Los tigres jadean bajo el sol implacable y sus patas se hunden en la arena. Tienen sed. Saben que morirán si no encuentran una mano que morder, aquella que los escribe en la mitad de la noche.
Diálogo de tigres IV La tigresa está triste. ¿Qué tendrá la tigresa? En cada árbol ha frotado su historia de rayas y colmillos, trigo trigando su boquita de fresa. Cuando la luna se alza en su locura, el tigre muerde una cola que podría ser la suya, e imagina el diálogo: Somos
un sueño imposible. ¿De dónde vienen estas palabras? —se pregunta el tigre, acechando a la tigresa. Y no comprende que ella es parte del sueño, que en esos cinco metros que los distancian hay puntos suspensivos que se descuelgan como arañas urdiendo lo interminable.
Diálogo de tigres V Los tigres de la noche imaginan tantas cosas. Construyen historias increíbles, saborean palabras, desgarran metáforas. La selva los protege de los cazadores que disparan tinta en blancos papeles. Y en la oscuridad lamen su nostalgia de ser, hasta despedirse en la rebeldía del viento. ¿Cuándo
te veré otra vez? Crujen las ramas. Dos venados huyen ante los haces de luz y la metralla constante de realidades.
Diálogo de tigres VI Llueve en los manglares del silencio, y los tigres esperan una sola palabra que les quiebre esa sensualidad que llevan como piel. Y
ahora, ¿qué hacemos? Los tigres están tan mojados que sus rayas comienzan a desaparecer. Invisibles, siguen esperando, sin saber que la palabra vino y se fue, de la mano de un diálogo absurdo.
Diálogo de tigres VII Caen los primeros copos de nieve. Los tigres tienen frío, y lo salvaje ya no está con ellos. El amarillo de sus ojos se ha cegado de tanta soledad. Sólo el olfato los guía a un precario refugio entre varios árboles caídos. Quedémonos
quietos. Así,
los tigres duermen, y el hielo los cubre.
Diálogo de tigres VIII Los tigres pelean con ferocidad. Muerden, rasguñan, rugen. Llevan ocho horas de lomos erizados. Retroceden y embisten nuevamente. La tigresa tiene una herida abierta en el cuello; un amarillo espeso brota del ojo del tigre. Se juegan su octava vida. La danza continúa en el bosque que es de ellos, acotado por algunas traiciones, delimitado por mentiras, rayado con la tiza de un silencio que les llaga la soberbia. Caerás
pronto, tigresa. Los tigres dan el último salto, y el vacío les parece el más apetitoso de los bocados. En sus colas llevan atada la cuerda de la escritura.
Diálogo de tigres IX
No llamaremos dulce al ritual de acicalamiento que los tigres insisten en perpetuar más allá de las pasiones que los habitan. Cuando el macho descubre la huella que la hembra ha dejado, sabe que primero debe simular un ataque en el centro exacto de la noche. Ella se tenderá de espaldas ronroneando viejas historias; irá de un lado a otro mostrando la barriga: suave la cadencia, afilado el colmillo. Pronto, se lamerán las costras de las cicatrices. Como cachorros. La
próxima vez, no te dejaré vivo —dice ella. Despacio, el bosque de bambúes se cierra sobre las palabras y sus ecos. El espacio de los tigres queda reducido a algunas viñetas dibujadas con lápiz de grafito. Privadamente, mascan el papel y tratan de alcanzar el objeto puntiagudo que se aleja.
Diálogo de tigres X
El muro es alto, intrincado. La parte superior es de material líquido; la inferior es sólida. También hay espinas y navajas que aparecen y desaparecen. Arriba, nadan las palabras; abajo se estampan todos los recuerdos. Es el muro de la historia, y los tigres deberán saltarlo. Al
fin podremos salir de aquí. Ya estaba aburrida —dice ella. Ágiles, las fieras trepan la pared. El tigre salta al otro lado. A la tigresa le cuesta más: está preñada de sueños. Las navajas intentan herirla; las palabras le tienden lazos. Pero ella nunca mira hacia atrás y con su fuerza amarilla vuelve a trepar. En la caída, olvida el amor y el odio, esa sensación asfixiante de ser relatada una y otra vez.
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