De lo gay, lo queer y lo homosexual en la literatura

 


Por Víctor Bórquez Núñez

 

 

No existe palabra más ambigua y huidiza en su esencia que la expresión ‘gay’. Si consideramos su origen en el inglés, ésta se refiere a la alegría, a la extraversión, a la manera de encarar los desafíos de la vida con una visión optimista y conciliadora.

Nunca mejor establecer este análisis, teniendo en el panorama social la cada día más presente discusión sobre la diversidad sexual y el respeto a las minorías, lo que trae a la palestra el problema acerca de cómo poder definir la denominada literatura gay que, en mi opinión, siempre es preferible que sea considerada simplemente como literatura homosexual o literatura lésbica, de acuerdo a los puntos de vista en que exprese la temática del amor o la pasión entre personas de un mismo sexo.

Por lo expuesto, cualquier atisbo a la literatura gay siempre entraña un problema, partiendo precisamente por la carga semántica de la expresión gay en inglés, la que incluye en su significación el término de promiscuidad, dejando en la nebulosa el verdadero sentido de este tema en el aspecto literario.

Partamos de la pregunta básica: ¿qué hace a un determinado autor ser representante de la literatura gay? ¿Ser gay a secas o abordar en su obra la temática homosexual de manera franca y directa? Incluso podríamos extender esta preocupación de definición a la construcción de personajes, entendiendo de este modo que existirían personajes heterosexuales y homosexuales.

En el ámbito de las clasificaciones todavía podríamos continuar: ¿se debe entender que la literatura gay se define por oposición a la literatura escrita por heterosexuales?

Cuando se hace un recorrido exhaustivo por las expresiones literarias en donde existe homoerotismo, surgen expresiones como los poemas de Safo, el poema de Gilgamesh e incluso referencias en la misma Biblia, lo que permite establecer un camino por una serie de manifestaciones de la homosexualidad en la literatura –y en el arte en general- que provienen desde los tiempos más antiguos. Hablar de la literatura gay vendría a significar, entonces, una manera contemporánea de representación literaria de la homosexualidad, desde mediados del Siglo XX hasta hoy.

Cuando se analiza este tipo de literatura, debemos estudiar de manera concienzuda la existencia inevitable de prácticas homosexuales que sobrepasan a las mismas obras que tratan de revelarlas o dignificarlas, entendiendo que solo podemos comprender cabalmente la esencia de estas piezas literarias cuando se explican sus condiciones históricas particulares.

Interesa dejar establecido que todas las sociedades adoptan una manera especial de realizar sus sexualidades y, con ello, sus literaturas. Dicho de otro modo, cuando surgen expresiones gay en lo literario es porque se requiere explicar un fenómeno artístico y social, que se encuentra determinado por una serie de otros fenómenos tan complejos como desconocidos.

Así, la denominada literatura gay (o queer, usando la palabra inglesa que literalmente implica lo raro, en un sentido peyorativo, esto es, lo que se aleja de la norma y deja por ello de ser normal, en ese juego de expresiones que dan cuenta que lo raro debe ser considerado como anormal) han sido examinadas desde distintos puntos de vista; desde la teoría del género, la propia teoría de lo queer, los planteamientos de la comunidad LGBT o la teoría gay propiamente tal.

No es posible estudiar una obra de compromiso social y político, como la gay, que adhiere a la causa de las minorías, con otras que no presentan este tema como una problemática, intentando incorporar en este tema a los autores que no recogen su propia sexualidad como parte de los temas centrales o exclusivos de su obra –como Federico García Lorca- en contra de aquellos que asumen su condición sexual diferente –como Jean Genet–.

Y si hablamos de autores, ¿cómo poder agrupar de modo coherente a representantes de tanta variedad de sensibilidades y estilos como Marcel Proust, Óscar Wilde, el ya mencionado Jean Genet, Roger Peyrefitte, Federico García Lorca, Marguerite Yourcenar, Allan Hollinghurst, David Leavitt, Manuel Puig, Reinaldo Arenas, Adolfo Caminha o los chilenos Pedro Lemebel, Jorge Marchant, Pablo Simonetti y nuestra gran Gabriela Mistral?

Y si hablamos de criterios de selección de obras, ¿es posible agrupar de manera coherente textos que van desde En busca del tiempo perdido, De profundis, El milagro de la rosa, La estrella de la guarda, Memorias de Adriano, La mano izquierda de la oscuridad, Antes que anochezca, Venus en Buenos Aires, El beso de la mujer araña, Tengo miedo torero a Sangre como la mía?

Cualquiera sea el punto de abordaje de este tema, adherimos a ese criterio de dejar de lado las expresiones gay o queer, ambiguas en su esencia y mal empleadas en sus tópicos, para quedarnos de modo frontal como literatura de temática homosexual, considerando el universo ficcional de la obra literaria, adscribiendo o bien al contexto de la obra o preocupándose de la condición sexual de su autor.

Para complejizar todavía más este tema, las obras literarias que cuentan con contenido lésbico hacen que la literatura se divida en lo gay asociada a la homosexualidad masculina y otra a la femenina.

No obstante –pese a todo lo dificultoso que es definir- debemos entender la diferencia y reconocer que la multiplicidad de manifestaciones de la sexualidad presentes en la sociedad es susceptible, en último término, de ser objeto de arte. Y frente a esto una invitación a reflexionar sobre el mundo que estamos construyendo, en donde tal o cuál libro es interesante por su historia, por su recorrido, por su retrato, y no necesariamente por tener a lo “gay” como eje central. Cuando ello sea reconocido, existirá un avance a nivel de sociedad y por lo mismo, habremos entendido que la literatura acerca de lo homosexual no puede (ni debe) ser clasificada de manera aparte de la heterosexual, salvo en sus manifestaciones y en sus preocupaciones básicas.

 


 
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