Cuento de Lilian Elphick |
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desde el entretecho
I
La rata es hembra y se apropió de un nido que alguna vez hiciera
una golondrina. Escucho sus pasos en la noche. Va y viene llevando
trocitos de madera, ramas y algo que rueda como una canica. De día
es silenciosa, quizás lee a Teodoro Adorno o es parte del círculo
de tiza caucasiano. No podré ponerle el veneno. Se llama Doris y,
a veces, K la acompaña.
II
No he visto a Doris. Ayer, cuando caía la tarde y recordaba una
canción de Hervé Vilard, Capri c'est fini, vi a un gato maluco merodeando
el sector nido de golondrinas. ¡Ah, gato!, le dije, pero el felino
me miró con sorna y siguió su camino. Luego, un cascabeleo infame,
una sonajera horrenda. Comenzaba la persecución. Yo me retiré de
la zona de catástrofe. Qué iba a hacer, salvo ir a regar los geranios
y entregarme de lleno a mis labores molusquicidas. Seguí la huella
de baba hasta llegar a destino. Ahí estaban los devoradores. Doris
me pidió ayuda; nada pude hacer, lo juro. De entre los pinos salió
un conejo asustado, los ojos rojos, las orejas temblorosas. ¡Ah,
conejo!, le dije, mientras yo caía en un agujero gigante. Mi nombre
no es Alicia, que viene del griego Alétheia, y significa "verdad".
III
Doris
ya no está. Debo acostumbrarme a su ausencia. A partir de las tres
de la tarde sopló mucho viento. Toda la ropa lavada se secó. El
nido de golondrinas se fue deshaciendo lentamente como suele ocurrir
en ciertas películas pasadas de moda (pienso en “Lo que el viento
se llevó” cuando Rhett le dice a Scarlett: “Querida, vete al carajo",
y él se va y ella piensa en Tara, y se consuela y así... ) Lo mismo
pasó con Doris. Una voz la conminó a irse, a dejar este mundo. El
gato maluco le dio el tarascón en el cuello, le dejó dos agujeros
sanguinolentos y las patitas lacias, y los aguiluchos del pino -aquellos
que avisan que la noche ha llegado- se rieron de esta escena tan
simple.
Otras Doris llegarán; otros conejos que hacen hoyos que llegan a
la China; llegará el perro viejo con el tumor en las costillas,
el mendigo, a pedir las sobras del almuerzo; llegarán los mirlos
a cantar épicas del siglo XXXIII, cosas que aún no sabemos.
El WC se tapó, era obvio. La soda cáustica en el desagüe es el pequeño
Chernobyl que todos odiamos. La grifería está vieja y chirría. Doris
y las tuberías del infierno. Doris y los mirlos. Doris y el gato
maluco, pulguiento, sarnoso. Doris…la vida es bella a pesar de esta
miseria de soles y nubes, de los atardeceres. Un instante, Doris,
y estás viva. Luego, la muerte, la impermanencia, el destino cruzado
de brazos.
Yo también, rata de cola larga, voy a desaparecer. Me miro al espejo
y ya no hay nada, ni siquiera Alicia y los relojes. Ni siquiera
estas palabras que no buscan edición ni corrección, sino que ansían
llegar al mar para así diluirse sin diéresis ni hiatos, tildes,
virgulillas, colita de ratón, tón, tón, tin marín, la muerte, Doris,
la muerte.
El largo etcétera. San Sebastián se apaga, brilla Venus y, según
el astrónomo, Júpiter está en conjunción con la Luna. Eso fue ayer,
pero podría ser hoy o pasado mañana, da lo mismo. Lo importante
son las bocinas de camión, los barcos del tierral, el gentío con
arena en los bolsillos, la virgen del Suspiro tras las rejas herrumbradas,
Huidobro en su cerro silbando la tonada de Altazor.
Cojeo. Voy al jardín. Miro el cielo fumando el tabaquito de Víctor
Jara.
IV
Son
las seis de la mañana; la porfiadez del sol es insoportable. El
nido está listo. Mis hijas tienen los párpados cerrados y están
tibias y seguras. Ella ha escrito, la oigo desde aquí. Se levanta
muy temprano, igual que yo. Se pone un chamanto morado y sale a
buscarme. Sus pequeños susurros me divierten. “Ah, rata”, dice.
Luego, baja las escaleras chasqueando la lengua, echando a los posibles
seres que la habitan, a esas arañas de rincón, al conejo y el gato
maluco. Nos teme, quizás nos tiene asco y por eso escribe esas fantasías
de moscas negras. ¿Qué significará Doris?
Sé que pronto se irá. La he visto ordenando, revisando los geranios
y oliendo el eucalipto. También la he visto llorar recordando a
Machito, el pino de 20 años que fue talado brutalmente porque se
iba a caer arriba de la casa, de nuestra casa. Y quedaremos solas
mis hijas y yo. Nuestro reinado se hará inmenso, florecerán las
canaletas con el musgo del invierno. Tendremos comida suficiente
(ella lanza migas de pan y trozos de queso a escondidas de su familia).
Tendremos agua y si ella viene de nuevo, prenderá el fogón y escribirá
de otras cosas, mirará por la ventana añorando a los nietos, al
pino convertido en leña, al eucalipto que también se cae, y la misma
casa se está cayendo, ramitas de golondrina, una sola que nunca
hizo verano.
LILIAN
ELPHICK LATORRE
(Santiago de Chile) Escritora, directora de talleres literarios desde
1990, editora del portal web Letras de Chile. Licenciada en Literatura
y egresada de Magíster en Literatura Chilena e Hispanoamericana por
la Universidad de Chile.
Ha publicado La última canción de Maggie Alcázar (cuentos, 1990);
El otro afuera (cuentos, 2002); Ojo Travieso (microrrelatos, 2007);
Bellas de sangre contraria (microrrelatos, 2009), Premio Mejores Obras
Literarias Editadas, categoría cuento, del Consejo Nacional del Libro
y la Lectura. Santiago, Chile, octubre 2010; Diálogo de tigres (microrrelatos,
2011), Confesiones de una chica de rojo (microrrelatos, 2013) y K
(microrrelatos, 2014). Actualmente, prepara el libro de cuentos Praderas
Amarillas.
Su obra ha sido incluida en numerosas antologías de cuento y microrrelato,
tanto en Chile como el extranjero.
Sus textos han sido traducidos al inglés, alemán, francés, italiano
y húngaro.
Mantiene el blog Ojo Travieso desde 2006.
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