Cuento de Adriana Lassel |
Ediial
Un maravilloso instante de emoción
Después
de un largo abrazo en que los dos se entregaron a la emoción del
reencuentro, la mujer dijo al recién llegado:
-No creo que te reconozca, han pasado tantos años…
Sonrió escéptico, ¿cómo no iba a reconocer a su hijo mayor? ¿Acaso
la imagen de ella no estuvo siempre en su memoria?
La casa se veía vieja y hasta se podía decir que guardaba el mismo
aire de antes. Un aire especial, espeso, que cubría los mismos objetos
sobre los mismos muebles.
La madre estaba sentada al borde de la cama. Toda la cabeza blanca.
Cierto, cuando aparecieron las primeras canas, entre coqueta y alarmada
exclamó: “empiezo a ponerme vieja”. Su padre sonrió, “así estarás
más seductora”. Pero ella no quería de esa seducción, signo del
tiempo que pasa, y por años y años el teñido fue el remedio y su
peinado, de cabellos castaños claros permaneció inmutable.
Ahora era una anciana que estaba sentada al borde de la cama. Sonreía.
El hombre se sentó a su lado con precaución, no quería precipitarse
bajo el efecto de la emoción.
-Di, mamá, ¿sabes quién soy?
La anciana desvió la mirada, siempre sonriendo.
-Te dije que volvería un día. Aquí estoy, mamá.
Sacó de un paquete el echarpe de lana fina que había comprado en
Europa y se lo puso sobre los hombros. Ella no se movió. Sus ojos
seguían sin expresión y sus labios sonreían. El tuvo que aceptarlo:
no había comunicación con su madre, ahora era ella quien estaba
lejos.
Días después varias personas de la familia vinieron a saludarlo.
Se había organizado un almuerzo. Reconoció sin dificultad a los
de su generación, aunque los años transcurridos ya los habían marcado.
Aquel había adelgazado enormemente, le dijeron que tenía diabetes;
aquel otro había perdido el brillo de su mirada y la linda prima
era ahora una simpática gordita. Un enjambre de niños y adolescentes
eran sus descendiente, la nueva ola de la familia.
Reinaba un ambiente de alegría y bullicio. Todos saludaban a la
anciana al llegar pero no quedaban a su lado, sabían que no habría
ninguna conversación con ella. El admitió que se había acostumbrado
a no hablarle, ya hacía como los demás que le hablaban sólo para
decirle que debía pasar a comer o pasar al baño a lavarse o ir a
la cama. Ella respondía, por momentos mostraba lo que deseaba y
hasta podía, con voz ronca y rostro alterado expresar un rechazo.
Su madre ya no era más que la apariencia física, el tiempo había
deteriorado todo lo que ella era, la madre dulce y cariñosa, la
mujer valiente y generosa. Esa mujer, esa madre ya no existían.
Lo sentaron a la cabecera, al lado de ella. Su hermana le dijo:
“ocúpate de que coma todo y sírvele agua”. Conversando con los demás
él vigilaba, de vez en cuando, que su madre estuviera bien. En un
momento, cuando iba a servirle agua, sintió que sus ojos lo observaban.
La miró y vio unos ojos brillantes de lágrimas, un rostro alterado
por la emoción: “Ya estás de vuelta, ya estás aquí”. Fueron unos
segundos en que ambos se miraron emocionados, él balbució: “ volví,
mamá, no me iré más de tu lado”. Un impulso lo llevó a abrazarla
y con ella todavía en sus brazos, sintió que partía, que el soplo
de vida la abandonaba. Cuando se separó ella miraba a través de
él hacia un mundo desconocido al que nadie tenía acceso.
Argel, febrero 2015
Adriana
Lassel La escritura y la enseñanza han llevado
a Adriana Arriagada de Lassel a radicarse en varios países, como Cuba,
China, Francia y Argelia. En 1967 se instaló en Argelia y desde entonces
ha regresado regularmente a Chile, para encontrar a su familia y visitar
su país. Alternando la escritura creativa con la investigación literaria,
se ha dedicado durantes años al estudio de Cervantes en relación con
el mundo musulmán y también al estudio de los Moriscos. Estos temas
la han llevado a participar en coloquios en países como España, México,
Israel, Túnez, y también Argelia. Es autora de cuentos, novelas y
ensayos. En 2012 publicó en Argel, en versión original (español) y
en traducción al francés, su libro llamado « Cinco años con Cervantes
», que será también presentado en el Centro de Cultura Argelina, (Centre
de Culture Algerien) de Paris. Actualmente, la autora alterna su residencia
entre Argel y Paris, ciudad donde viven sus hijos.
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