“…Entonces el gato respondió a Alicia: si no sabes  a dónde vas,  
                        cualquier camino es bueno”.
                                        (Lewis Carroll; “Alicia en el País de las Maravillas”)

Ahí donde el asombro, la incertidumbre y el ser humano reclaman derecho de ciudadanía, asoma la palabra, desnuda de horizontes ajenos o reivindicaciones trascendentes que acoten su vocación fundacional y su destino  audaz  y provocador.

Así nace, vive y persiste la poesía.

Anclada en la palabra, pero atenta a las fisuras que la realidad suele ofrecer como espacios de navegación o naufragio, la poesía busca refundar paisajes y universos, consciente de su propia finitud, pero  conocedora también de su impronta reconocible por generaciones y vientos diferentes, únicos, que en la amplitud del ser humano convocan en la cotidiana tarea de reinventarnos pese a todo y a todos.

Es precisamente dentro de esas fisuras que el poeta se torna aprendiz y maestro.

Transitando esos caminos su mirada lo conecta con el pulso de un universo añejo, pero parturiento. Entonces a la luz de un proyecto inacabado de humanidad real,  su mirada transforma la imagen en propuesta, enhebrada con hilos ancestrales de sabiduría, heredada de otros transeúntes, también arropados por un cosmos en forma de abecedario, cuna de dioses, estrellas y cometas tan frágiles como unos versos…tan inoportunos como un poeta.

Esa es la “Hoja de Ruta”, la brújula y el extravío.

De este modo podemos transitar más “ligeros de equipaje”, como dijera Antonio Machado, los senderos de “Tolo Nei”, con sus recodos, atajos y posadas.

Gustavo Adolfo Becerra es el demiurgo, o más bien el artesano, de este universo con nombre insospechado, que se despliega ante nosotros con aires épicos y evocadores.

A modo de Opera Magna, desde el inicio de la obra o su Obertura, el diálogo o la intertextualidad con la ciencia, los arcanos, el humor o lo cotidiano, van marcando el ritmo de una profana sinfonía en homenaje al ser humano y a sus desasosiegos más inevitables.

En cada lugar, poético y cósmico de “Tolo Nei”, el transeúnte se puede reconocer en esta secuencia de espejos o poemas, que de alguna manera se constituyen también en expresión de deseo mayor al vincular el todo con  cada parte y fractura del recorrido.

El lenguaje va retomando su forma más primigenia, en estos poemas, al reanudar la alquimia de las cosas en una secuencia de sentido, pero sobre todo de posibilidad, ante lo innombrado o secuestrado por la vorágine de formas huérfanas en que no sumergimos cada mañana al cruzar la puerta de nuestras propias sombras y reflejos.

Una suerte de musicalidad sinfónica, de voces, citas, epígrafes o invocaciones, recorre estas páginas empapando al texto de esa humedad insustituible a la hora del abrazo o de la vida. Es la secuencia del ser humano situado. Es decir, la única capaz de transformarlo en protagonista de nuevos universos o lenguajes.

Cada una de las licencias lingüísticas y poéticas que Becerra se permite y nos ofrece, en “Tolo Nei”, se transforman, por “obra y gracia” del espacio mayor y fundacional del texto en sí mismo, en un encuentro con formas de “decir” al ser humano o el cosmos, ubicadas al borde de lo innombrable, pero con una refrescante y necesaria presencia a la hora de convertir la palabra en poema.

Poemas para transeúntes inquietos o tal vez inconformes con la mera cadencia de los días o las horas. Poemas para reinaugurar universos inmediatos que hagan más habitables los rincones y las avenidas.